quarta-feira, 23 de setembro de 2009

Honduras, contaminada

Casi tres meses después de la expulsión de Honduras del presidente Manuel Zelaya, cualquier solución dialogada al conflicto interno es una quimera. Los esfuerzos de Naciones Unidas, la OEA o la Unión Europea por revertir la situación no han servido de nada y, a estas alturas, la cita electoral convocada el 29 de noviembre por el discutido presidente Roberto Micheletti es la única salida airosa y pragmática para poner fin a la etapa más convulsa de ese país en los últimos años. Convulsa fue la manera de gobernar de Zelaya hasta que fue depuesto, y convulsa lo es también la gestión de Micheletti, acusado de impulsar un golpe de Estado pese a haber sido respaldado por las instituciones del país. Ahora, el regreso por sorpresa de Zelaya a Tegucigalpa y su acogimiento en la embajada de Brasil contaminará aún más la densa atmósfera preelectoral y, lamentablemente, anticipa violentos disturbios entre sus partidarios y sus detractores, como los ocurridos ayer.

En los últimos meses, la comunidad internacional ha condenado la defenestración de Zelaya, y el Gobierno se ha defendido amparándose en los mandatos que impiden la injerencia de terceros países en cuestiones internas. La realidad es que Zelaya fue víctima de sí mismo y de su obsesión por imponer un régimen subordinado al chavismo promoviendo una Constitución que el pueblo hondureño no avalaba. Ninguna institución democrática del país -las mismas que Zelaya había utilizado para preparar el terreno y perpetuarse en el poder importando a Honduras los abusos cometidos en Venezuela, Bolivia o Nicaragua- se rebeló contra su expulsión y ninguna ha exigido su retorno. Zelaya tenía prohibido su regreso y sobre él pesa un proceso legalmente incoado por la Justicia, que ahora el brasileño Lula Da Silva va a complicar sobremanera con sus medidas de protección al depuesto presidente. No conviene llamarse a engaño: Zelaya no ha vuelto a Tegucigalpa para quedar en manos de los jueces. La irrupción de la izquierda iberoamericana -la populista radical y la más pragmática de Lula- en este conflicto por vías ajenas a la diplomacia, y con métodos similares a los que ha censurado a Micheletti, no deja de ser una preocupante injerencia interna cuyo objetivo es impedir la celebración de las elecciones en paz. Sólo de esa manera puede interpretarse la advertencia de Hugo Chávez: «Ahora nos toca hacer lo que toca en este momento». Si a los errores cometidos por Micheletti se une el provocador y orquestado regreso de Zelaya, la suma es un duro pulso al pueblo hondureño, que afrontará las elecciones más relevantes de su historia reciente bajo la inasumible presión de una clase política que no merece.

Editorial ABC
www.abc.es

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