sábado, 30 de outubro de 2010

'Séneca en Auschwitz'

La poesía no es más que el torpe balbuceo de una pueril criatura que no puede hablar. Un adolescente alucinado da, sin embargo, en un acto que lo desborda como sujeto, con la combinación de signos que alumbra cierta belleza, cierta verdad en mitad de esa especie de ecolalia a la que está condenado. Hay, entonces, poesía. ¿Cómo cargar con el peso de la verdad?


"J'écrivais des silences, des nuits, je notais l'inexprimable. Je fixais des vertiges" (Arthur Rimbaud, Une saison en enfer, Délires II. Alchimie du verbe). Poetas que no pudieron soportar esa carga abandonaron tras la palabra. Supieron que no había nada más que decir:

Tutto questo fa schiffo. Non parole. Un gesto. Non scriverò piú (Cesare Pavese, Il mestiere di vivere).

La Filosofía ha de asumir esa carga, sin embargo. Poner en palabras lo que no es posible poner en palabras. Como sostiene el ateniense al describir al ser humano, siempre dentro de la caverna, decir el horror es bello, inútil y necesario. Si no es así, si la Filosofía administrada se pliega a la repetición de los tópicos que constituyen el ensamblaje del discurso oficial, mejor cerrar las facultades y encerrar a los filósofos en sus lúgubres y superfluas bibliotecas.

En el mundo editorial español, ese desierto del pensamiento en el que sólo hay espejismos y contados oasis auténticos, ha aparecido un libro que acarrea ese peso de decir lo que hay que decir pero no se puede verdaderamente decir.

Se trata de Séneca en Auschwitz, de Raúl Fernández Vítores, un texto imprescindible y devastador, que no hace concesiones al lector, que no le deja tomar aire, sofocado si osa seguir la línea argumentativa, por lo apabullante del discurso que se le presenta.

Es un texto redactado sin puntos y aparte, con lo que fuerza al lector a someterse a la tensión de recorrer sin descanso la argumentación agonística o a abandonar. No deja margen a discurso útil ni práctico de ningún tipo. Se sitúa en una región en la que los códigos convencionales de la acción humana están desactivados, se muestran huecos o directamente asesinos. El filósofo, es decir, Platón, y los que tras su estela contribuyen a poner en marcha la maquinaria virtual de destrucción masiva en que la Filosofía consiste han despertado constantemente, a lo largo de la Historia, de la pesadilla del acto, de la militancia, del compromiso, de la praxis, de la acción. El despertar (Platón despertó en Siracusa, Spinoza en Ámsterdam) nos conduce irremisiblemente a la encrucijada aporética a que se reduce la tragedia de la condición humana: toda acción es fuente de mal.

Y el sistemático desprestigio de lo intelectual que ha aquejado a la modernidad en decadencia hasta incurrir en la mera postmodernidad va de la mano de la necesidad de actuar, de hacer (el "¿Qué hacer?" de Lenin). Por ejemplo:

[Julius Streicher] was happy that "the gap between cognition and action, between mind and politics created by a sick epoch was begining to close" (Max Weinrich, Hitler’s Professors. The Part of Scholarship in Germany’s Crimes Against the Jewish People, pág. 54).

Y tan constitutivo de la condición humana es la necesidad de obrar, a la que, como vemos, el pensamiento estaría sometido, que en términos neuronales el hacer parece ser sólo una intensificación cuantitativa del pensar:

Cuando visualizamos algo se activan casi las mismas áreas cerebrales, aunque en menor intensidad, que cuando realizamos la acción (Tomás Ortiz, Neurociencia y educación, pp. 114-115).

Por eso, y aunque Fernández Vítores concede la posibilidad de un tipo de acción que no sea ya política ("La muerte de la política sólo es la muerte de la praxis política, no la muerte de toda praxis"), su obra se abre en el corazón mismo de esa aporía: no hacer –ni sentir, compadecer(se), consolar(se)–, sino entender.

La principal labor del intelectual no debe consistir en imaginar puentes entre utopía y realidad sino, más bien, en no perder de vista ni un instante la parda realidad (pág. 25).

Es lo que Spinoza resume en la fórmula

et ut ea, quae ad hanc scientiam spectant, eadem animi libertate, qua res mathematicas solemus, inquirerem, sedulo curavi, humanas actiones non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere.

No hacer significa callar (y otorgar) o escribir, esto es, decir el mal (hecho) y la lógica implacable que lo explica. Ése es el desafío: explicar la lógica del exterminio y no relegarlo al consolador rincón de la demencia colectiva transitoria. Escribir después de Auschwitz implica asumir el peso que implica dar cuenta de la red de causas que lo determinan, asumir que el Holocausto es el producto de la Europa culta y civilizada, progresista e ilustrada. Escribir después de Auschwitz es obsceno. Es lo que queda fuera de la escena, de la imagen, del amasijo de convenciones que hacen soportable la condición humana y que conforman la realidad sostenida por los mass media. Es lo que no se puede decir más que balbuceando, temblando:

La visión de lo acontecido nos hace balbucir e inevitablemente trastorna la literatura (pág. 75);

bordeando el silencio (donde el yo no es nada porque calla para que haya verdad) y acaso la locura (donde el yo lo es todo y no deja resquicio a la razón). Pero es, sin más, lo que hay que decir.

¿Por qué no calla nuestra escritura? ¿Por qué seguimos escribiendo aun cuando sabemos que no nos será dado decir la verdad, medrosos e impotentes, prisioneros del yo odioso? (pág. 66)

Es lo que nadie de entre los cuerdos, sensatos, biempensantes idealistas de todas las ideologías escuchará, cada uno envuelto en el mismo disfraz respectivo (de derechas-izquierdas). No extrañará, pues, que este libro crucial sea sepultado por esa muerte sutil con la que las sociedades mediáticas eliminan la verdad: el silencio. Y será silenciado, ocultado e ignorado precisamente por ser demasiado obsceno, porque pone el dedo en la herida de las sociedades actuales –más allá de que algunas de sus conclusiones puedan someterse a discusión– porque lanza al espacio público, al ágora, el problema sobre el que hay que discutir, los términos sin los cuales no hay manera de entender nada:

Nuestro lenguaje está dañado. Nuestra escritura es culpable. Y lo seguirá siendo mientras no seamos capaces de vernos a la luz de Auschwitz. Otros habrá que prefieran vivir como neonatos hasta el día de su muerte. El Holocausto no es singular por las víctimas sino por los victimarios. Y no fueron los otros: fuimos nosotros. Algo que teníamos olvidado, que quizá estaba latente en nuestra naturaleza, pero que en todo caso permanecía dormido en nuestro mundo o, más bien, reprimido. Algo brutal logra en un momento liberarse, despierta, se manifiesta o sencillamente vuelve, pillando por sorpresa a nuestras buenas conciencias. Y entonces: yo no soy esta atrocidad, soy lo otro no atroz, o mi reino no es de este mundo. Fue así como perdimos el mundo y a solas nos quedamos con su palabra. En Auschwitz perdió el mundo la Modernidad porque su discurso, el discurso moderno, no puede referirlo. Por eso Auschwitz es un acontecimiento (pág. 52).

Fernández Vítores radiografía la cadena causal que conduce del Estado del Bienestar a la Tanatopolítica y de ésta al Exterminio.

Lo que hay que explicar no es cómo el nazismo rompe la lógica del capital sino cómo esta misma lógica permite, en ciertas circunstancias, esa deriva ideológica (pág. 43).

Un capitalismo no integrado sólo puede poner en marcha la máquina de hacer billetes para superar una crisis económica y social a costa de exportar la inflación que es incapaz de asumir. El nacionalsocialismo fue una deriva demagógica hacia el bienestar (pág. 44).

El Estado del Bienestar, y no su quiebra, es genocida. Ante semejante amenaza ¿es posible siquiera lo que denominamos sociedad civil?:

Sabemos –tras el Holocausto– que lo que suele llamarse "sociedad civil" no basta para poner freno al genocidio, que a veces es necesario un Estado que como poder la represente. (...) dejar en manos del Estado nuestro bienestar se nos antoja que es cavar nuestra propia tumba... en el aire. Hora es de desligar la noción de bienestar de la palabra estado. El "estado del bienestar" ha existido, efectivamente: ha existido un Estado empeñado en propiciar un cierto nivel de vida a los hombres que vivían bajo su égida. Ha existido: pretérito perfecto; ya no existe. Y esto es especialmente trágico en la estatalizada Europa, una fantasmagoría cuya sociedad civil está decrépita y donde hoy se encuentra el mejor caldo de cultivo para nuevas monstruosidades demagógicas (pág. 49).

Sin poner la menor esperanza en que sus palabras tengan efecto real sobre el que las escucha y la sociedad de la que habla, el filósofo da el aviso. La escritura ha quedado herida de muerte tras el Holocausto. Seguir escribiendo es o bien mera producción de estupidez solemne, olvido cómplice de Auschwitz, o bien el imposible teológico de ponerle palabras al mal que nos constituye. Escribir hoy es demasiado duro, demasiado inocuo, demasiado necesario.

RAÚL FERNÁNDEZ VÍTORES: SÉNECA EN AUSCHWITZ. LA ESCRITURA CULPABLE. Páginas de Espuma (Madrid), 2010, 107 páginas.

José Sánchez Tortosa

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sexta-feira, 29 de outubro de 2010

¿Un viajero en el tiempo en una película sobre Chaplin de 1928?



Un cineasta de Belfast estaba viendo los extras de una película de Chaplin de 1928 y se encontró con un hallazgo sorprendente: una mujer cruzaba la pantalla... ¡hablando por un teléfono móvil! Su explicación ha sido que se trata de un viajero en el tiempo. La polémica está más que viva en internet.


George Clarke es un cineasta de Belfast que cierto día encontró algo en una vieja película que no ha logrado comprender ni explicar: revisando el contenido extra del DVD de El circo de Charles Chaplin se encontró que, en unas escenas documentales sobre el estreno, una mujer cruzaba la pantalla con un gesto que recordaba claramente al que todos hacemos hablando por nuestros teléfonos móviles.

Clarke revisó la escena una y otra vez, tal y como cuenta a la BBC: "Rebobiné y lo vi otra vez, acerqué la imagen y lo puse a cámara lenta", además mostró la película a multitud de amigos y "todos tenían la misma reacción, ‘parece que hable por móvil’".

De hecho el pequeño fragmento de película se ha mostrado también al público en un festival de cine en Belfast y "nadie ha podido encontrar una explicación". La del propio descubridor, de hecho, es más estrafalaria que definitiva: que la mujer en cuestión es un viajero en el tiempo.

Polémica en la red

Desde que Clarke colgase en Youtube el pasado 19 de octubre el sorprendente fragmento de vídeo ya ha sido visto en casi dos millones y medio de ocasiones, recibiendo además unos 18.000 comentarios.

Por supuesto, la polémica está más que servida y las opiniones en toda la red se dividen entre los que simplemente no encuentran una explicación, los que creen la teoría del viajero en el tiempo y los que discuten la propia autenticidad de la escena.

Otra teoría algo más plausible, comentada por la cadena americana MSNBC, es que la mujer en el vídeo sujeta algún tipo de aparato para la sordera, pero el hecho es que también parece hablar a través de este supuesto dispositivo.

Como el descubridor del vídeo dice probablemente "nunca sabremos de verdad que es lo que estamos viendo".

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quinta-feira, 28 de outubro de 2010

Serafín Fanjul: escribir en voz alta

Serafín Fanjul.
La Habanera de Alberto García, de Serafín Fanjul, una novela barroca en la mejor tradición cubana y en la mejor tradición española, está escrita en voz alta. Lo cual es hoy casi un milagro, a la vista de la cantidad de sordos que pueblan las letras en español, más aquí que allende el océano, todo hay que decirlo.


Cuando hablo de escribir en voz alta me refiero a la condición sonora de toda buena literatura. Es sabido que en la Grecia clásica la poesía se consideraba arte acústica, aunque no debamos olvidar que la métrica y el ritmo eran necesarios para la difusión de las leyendas. Pero no tengo que ir tan lejos: Julio Cortázar grababa todo lo que escribía, en uno de aquellos antiguos magnetofones de cinta, y corregía escuchando, por eso todos sus textos resisten la lectura pública. Sospecho que no es tal el modo de elaborar de Fanjul: lo percibo mucho menos racional, mucho más apasionado y más entregado a su oído, no en vano se abre el libro con una cita de Nicolás Guillén, quien poseía el don del son.

Y La Habanera de Fanjul se abre en cubano, un cubano muy bien escuchado y mejor repercutido, lexicalmente rico y musicalmente diáfano. Los escritores españoles han tenido siempre alguna dificultad con el castellano de América. Valle Inclán renunció a él desde el principio y eligió para Tirano Banderas una mixtura en la que caben chilenismos, mexicanismos, argentinismos y demás, de modo de eludir el ruido en el que temía caer, probablemente con razón. Camilo José Cela sucumbió a la tentación de escribir venezolano y fracasó: La catira es su peor libro. Sólo Pérez-Reverte lo consiguió en La Reina del Sur: aprendió a oír en mexicano, como Fanjul aprendió a oír en cubano.

Pero no para ahí la cosa, porque ni el español de España ni el de Cuba son constantes ni iguales, de modo que el segundo nivel de percepción, nada fácil de remontar, es el de las hablas de clase, de las que en este libro hay un amplio uso. Galdós lo comprendió y lo desarrolló, y Fortunata y Jacinta, por ejemplo, es un registro perfecto de las hablas de clase del Madrid de finales del XIX, como lo es en relación con las décadas de 1960 y 1970 El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano.

Por último, el sonido del tiempo y el de la lengua intermedia. La Habanera de Alberto García discurre aproximadamente desde el final de la Primera República en España hasta cerca de 1920 en Cuba. De la infancia a la madurez del Gallego García, en los dos lados del mar. Y juro que no es sencillo hacerse cargo de una lengua de época, evitar las groserías intelectuales propias de nuestro (mal) cine histórico y de nuestra (peor) televisión con pretensiones históricas, que hacen que en una historia que sucede hace cien años los personajes digan de pronto cosas del argot contemporáneo. Más enojoso todavía es reflejar en la literatura una lengua intermedia, como es el caso de Aguilera, español de larga estancia en Cuba, en el que se resumen todos los problemas técnicos que un escritor pueda enfrentar sin caer en el visible pastiche. De los italianos que emigraban al Río de la Plata se decía que hablaban cocoliche, que es lo que se genera en el momento en que se ha olvidado el italiano y aún no se ha aprendido el español local. Pues bien: hay un cocoliche español-español, que corresponde a un español olvidado y otro español aún no aprendido. Eso es lo que habla Aguilera, que va escorando su sintaxis hacia el sonido de la isla y usa palabras ausentes del oído español, como central o batey, que es como suele designarse allá al ingenio azucarero.

Imagino que el lector se estará preguntando de qué trata finalmente la Habanera de Fanjul, así que intento resumirlo: trata de la vida de un emigrante que alrededor de los cuarenta años se marcha a Cuba. No es un emigrante cualquiera, porque es un hombre con estudios universitarios; tampoco lo es el momento en que embarca, en medio de la Gran Guerra, en un vapor en el que no sólo se teme la traición de la mar, también a una máquina de nuevo cuño: el submarino. En la obra no hay una sola fecha, hay que deducirlas del contexto. La fecha que organiza todo el relato es 1898, su antes y su después. Alberto García llega a una Cuba en la que los gallegos, gentilicio originado en la condición mayoritaria de los emigrantes –o inmigrantes, mirada la cuestión desde el otro lado– españoles de ese origen, no son recibidos sin desconfianza, pero son por lo general mejor acogidos que los americanos del norte. Y allí hace García una vida nueva mientras evoca la vieja, resumida en una fórmula común a todos los pueblos del universo mundo, todos pretenciosos y todos errados en su pretensión: "Como en Campazas, nada". Desde luego, García lo repite como un mantra irónico, enterado de que fuera de Campazas es donde está todo.

No voy a contar la trama, lo que ocurre en la vida del protagonista; en cambio diré que su peripecia, como la de todo el mundo, aun de los que no lo saben, es espejo de la historia común: "Supieron atinar con sus versiones certeras en todos los males de la patria, con Yaguajay como espejo y los posos del café para leer, como una Biblia infalible", escribe Fanjul. Además, una trama es una novela y una novela es el desarrollo particular de una trama. No se puede poner una novela en un telegrama, y si se puede es porque la novela ha fracasado, lo que no es el caso.

He puesto el acento en la lengua porque es lo que hace de este libro algo singular e irrepetible. Y debo decir que también en la lengua ha sostenido Fanjul su obra, con un resultado inevitable: el ingreso en el barroco. Un ingreso también acústico. Cada uno de los personajes cuenta en la Habanera su parte y su modo de ver la historia que los relaciona. Lo que surge no es un diálogo, sino un muy cubano contrapunteo, una fuga en el sentido musical del término.

Serafín Fanjul es un probado americanista. Pero eso no bastaría para explicar este libro. Hay saberes académicos y saberes del corazón. A veces, sólo a veces, se superponen y uno ilustra al otro, como en este caso. Aquí, el hondo conocimiento de la historia se trasciende a sí mismo y deriva en puro amor a ese pasado, un pasado que pertenece al acá y el allá, como diría Alejo Carpentier, a quien hubiese encantado este libro por lector, por poeta y por músico enamorado de la misma música que Fanjul. Eugenio Trías dice que la música que llamamos clásica nace con la modernidad en Europa. Lo que me invita a pensar que tiene la misma edad que América. Y si el XVI fue el siglo de la conquista, el XVII se corresponde por igual al barroco y al establecimiento español en el Nuevo Mundo, de modo que no es posible narrar uno sin el otro.

España no es sin América ni América es sin España, y hablo de toda América, de polo a polo. Esto lo sabe Serafín Fanjul mejor que nadie. Lo sabe con el corazón.

SERAFÍN FANJUL: HABANERA DE ALBERTO GARCÍA. Escolar y Mayo Editores (Madrid), 2010, 325 páginas.

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quarta-feira, 27 de outubro de 2010

Por qué España no entró en la II Guerra Mundial

Me envía un amigo un artículo del catedrático de la Universidad del País Vasco (UPV) Ludger Mees publicado en El País con motivo del aniversario de la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. El subtítulo reza: "El mito se desvanece. Franco no convenció a Hitler de que España debía abstenerse de entrar en la II Guerra Mundial. Fue el Führer quien creyó que su colaboración sería un lastre".


Pues vaya, esa tesis es ya vieja, de Preston y otros historiadores más o menos lisenkianos: Franco estaba empeñado en entrar en la guerra y Hitler lo impidió. Pero parece que esta historia no acaba de asentarse, y tienen que repetirla una y otra vez a pesar de todas las pruebas en contra. Por lo visto, Hitler llegó a Hendaya influido por informes de la Wehrmacht sobre la debilidad del ejército español. Pero, entonces, ¿por qué, siendo el amo de Europa, iba a realizar un larguísimo viaje, algo que nunca hizo antes o después, simplemente para negarse al supuesto deseo de Franco de entrar en la guerra? ¡Verdaderamente...! Por otra parte, no debe exagerarse la incapacidad del ejército español, que salía bien bregado de una larga contienda y demostraría pronto, con la División Azul, un valor combativo harto superior al de los ejércitos francés y británico durante la invasión alemana, por ejemplo. Su problema mayor era su armamento, anticuado ante la rápida evolución de las armas por entonces.

Quien en Hendaya tenía pocas ganas de entrar en la guerra era Franco. Su postura, como he mostrado en Años de hierro, puede resumirse en cuatro etapas:

1) Oposición a una guerra en Europa Occidental y declaración de neutralidad ante su posible estallido ya desde 1938, en plena Guerra Civil.

La causa de esa oposición estaba en la experiencia de la I Guerra Mundial, que probablemente se repetiría, lo que dejaría a gran parte de Europa en ruinas y proclive a la revolución, con lo que el gran ganador sería Stalin. Franco se reafirmó en esta idea con motivo de la invasión de la católica Polonia por el Reich y la URSS.

2) Cambio a raíz de la campaña del Oeste, en la que la Wehrmacht arrolló en unos meses a los ejércitos danés, noruego, holandés, belga, francés (considerado entonces el mejor del mundo) y británico, sin ocasionar grandes destrucciones ni víctimas al estilo de la I Guerra Mundial, y sin que surgiese una subversión revolucionaria.

Entonces pareció imponerse en Europa un nuevo orden, al que el Caudillo no podía sustraerse so pena de quedar marginado de la política continental, aparecer como desagradecido ante Alemania y, probablemente, ser derrocado por Hitler. En ese momento, Franco se ofreció al dictador alemán, aunque este, convencido de la próxima rendición de Inglaterra, creyó innecesaria la ayuda española.

3) Ante la resistencia inglesa, Hitler hubo de volverse hacia Franco, quien varió a su vez de postura, como vino a exponer a Serrano Súñer: si se nos garantiza una guerra corta, entraremos; si se alarga, solo en el último momento.

Franco, atento a los intereses de España, sabía que, en una guerra larga, Inglaterra, dueña del mar, podía causarle enormes perjuicios, aparte de la inseguridad de la victoria alemana si, como temía, Usa entraba en el conflicto. De una guerra larga, aun en caso de victoria del Eje, España saldría exhausta y, por ello, satelizada a Berlín; no era buena perspectiva. Esta era la actitud de Franco cuando llega la entrevista de Hendaya.

Ante el fracaso de la ofensiva aérea sobre Gran Bretaña, los alemanes tenían entonces un objetivo clave: cerrar el Mediterráneo por Gibraltar y dominar Marruecos hasta el Sahara, a fin, entre otras cosas, de impedir un eventual desembarco de los Aliados. Por ello, Hitler podía muy bien tomar medidas drásticas ante una negativa de Franco, y por ello éste insistió en recibir una ayuda imponente en armas, alimentos y combustible, que los alemanes no estaban en condiciones de satisfacer; y en aplazar la decisión.

Que Hitler tenía el máximo interés en la intervención española queda indiscutiblemente de relieve en las cartas, de poco después de Hendaya, en las que instaba y casi imploraba a Franco que entrara en la contienda, haciéndole ver que cada semana de retraso podía tener consecuencias desastrosas. La posición de Franco quedó bien clara en su táctica de ganar tiempo (perderlo, para Hitler) e insistir en peticiones de ayuda incumplibles. Estos documentos, de los que prescinden alegremente los historiadores cantamañanas, son bien conocidos, los he reproducido en Años de hierro y arruinan el mito de que Franco quería entrar y Hitler no. Ignoramos qué habría pasado de no haber decidido Hitler volverse hacia la URSS, alejando del Mediterráneo occidental el centro de gravedad de sus proyectos.

Punto importante en este tira y afloja fue el problema de Pétain. Franco exigía de Alemania grandes territorios del África francesa, que a Hitler no le hubiera importado conceder si no fuera porque quería al mismo tiempo la colaboración de la Francia de Vichy. De aquellas entrevistas con Franco y con Pétain, Hitler no sacó nada en limpio, y salió echando pestes de tan dudosos amigos. La cuestión para Franco tampoco era sencilla: aspiraba a esas partes del Imperio francés como compensación por una guerra que podía traer a España grandes sacrificios; pero por otra parte deseaba una Francia fuerte, que contrapesase a una Alemania demasiado hegemónica en la futura Europa. Todo el problema de la entrada de España en la contienda se desarrolló en medio de contradicciones y cambios rápidos, que exigieron a Franco equilibrios muy difíciles y cambiantes, de los cuales no dan la menor idea los análisis simplones tipo Preston o Mees.

4) Una vez Hitler atacó a la URSS, Franco pudo respirar más tranquilo. Y cuando el curso de la lucha se volvió contra Alemania su propuesta, desoída por los dos bandos, fue buscar una paz negociada en Occidente, para cortar una previsible expansión del comunismo sobre toda Europa.

El embajador useño C. Hayes lo explicó perfectamente:

Pregunté al Caudillo si podía contemplar con serenidad la preponderancia que había adquirido la Alemania nazi sobre el continente con su fanático racismo y su paganismo anticristiano. Admitió que era una perspectiva que no tenía nada de agradable para España ni para él, pero confiaba en que no se materializaría. Juzgaba que Alemania haría concesiones, en el caso de hacerlas también los Aliados, restableciéndose así una especie de equilibrio en Europa. Insistió en que el peligro para España y para Europa era menor por parte de Alemania que de la Rusia comunista. No deseaba una victoria del Eje, aunque ansiaba una derrota de Rusia.

No deja de asombrar el empeño de estos historiadores por cambiar el pasado retorciendo los hechos por encima de los documentos, los testigos y el sentido común más elemental, atribuyendo a Franco una simpleza que está más bien en ellos. La razón es evidente: al mantener a España fuera de la guerra mundial, Franco beneficiaba al país (y de paso a los Aliados, aunque este no fuera su objetivo) de un modo realmente inconmensurable. Y ese mérito histórico fundamental, añadido a la derrota de la revolución en la misma España, no pueden aceptarlo quienes se empecinan en otros disparates como presentar al Frente Popular como defensor de la democracia bajo la orientación de Stalin. Tales cosas enseñan muchos catedráticos en España y fuera.

Pío Moa

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Septiembre de 1944: Kol Nidre en Dachau

Fue en Dachau. En una barraca, la mía, había casi cien judíos. La mayoría éramos de Lodz, Salónica, Hungría. Habíamos llegado desde Auschwitz pocas semanas antes. Habíamos dejado a nuestros seres queridos en el infierno más atroz. Nunca pudimos reencontrarnos con ellos.


Todo había sido tan rápido... La llegada, la separación de nuestros familiares, nuestros nombres convertidos en números... También perdimos la ropa: sólo nos dejaron los zapatos con los que habíamos entrado.

Algunos fuimos seleccionados para ir a un campo en construcción que, finalmente, para muchos sería el de la muerte. Esa selección fue también separación; para morir, en el anonimato, tantas veces como fuera posible: por hambre, frío, separación; por no poder soñar, desear. De nuevo por hambre. Siempre el hambre.

Durante algún tiempo ni tuvimos conciencia del paso de las horas. No había calendarios ni relojes. Lo único que nos mantenía vinculados a la realidad temporal eran las sirenas.

Ahora bien, un día hubo un Kol Nidre... Hasta hoy no encuentro respuesta al hecho de que alguien pueda recordar que, allí, una noche hubo un Kol Nidre. El día en que todas las promesas quedan canceladas.

Alguien había logrado introducir un pequeño sidur. Lo sacó y, en voz baja, comenzó a recitar. El simple hecho de tener un libro de rezos podía costarte la vida. El llanto que nos invadió a todos estaba lleno de desesperación. Aún hoy sigo preguntándome quién tiene necesidad de seguir con el judaísmo después de aquello, el infierno que padecimos por el mero hecho de ser judíos.

Han pasado más de sesenta años y la impresión, sobre todo cuando se aproxima Yom Kippur, sigue siendo muy intensa. Aquello fue una plegaria...; simplemente, una plegaria que no llegó a lugar alguno.

Las lágrimas, cristalinas, impregnaron nuestras ropas. Soledad. Resignación. Autocompasión. Probablemente, para los creyentes, D-s* estaba ocupado en otras cosas.

No soy el mismo que escuché y participé de aquel Kol Nidre. Pese a todo, sigo preguntándome qué valor podía tener, si ni siquiera sabíamos si al día siguiente viviríamos.

Cada aniversario me retrotrae a lo que viví: en un mes de septiembre de hace 57 años, los alemanes entraron en mi ciudad y marcaron un antes y un después. El comienzo del fin.

Mi generación, la que vivió en guetos y campos, se continúa debatiendo ante un dilema existencial: recuerdo y pesadilla. Olvidar o aferrarse a la necesidad de evocar.

Tal vez haya, en algún lugar, un espacio para la religiosidad. Probablemente la urgencia, una vez más, sea la de revivir, ya en libertad, a aquellos que no tuvieron la posibilidad de recitar la plegaria.

© Por Israel

(*) Nota del editor: Los judíos piadosos no escriben la palabra Dios, que sustituyen por fórmulas como la utilizada aquí por Jack Fuchs.

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Las Cortes de Cádiz

El pasado 24 de septiembre se cumplieron dos siglos de la aprobación de la Constitución promulgada por las Cortes de Cádiz. Una nación ocupada convocó, en un rincón de su territorio sin otra salida que el mar, a unos hombres de respeto para que reconstruyeran el entramado institucional. Se juntaron ahí el patriotismo y el heroísmo, en un marco intelectual y político con preponderancia de lo liberal.


Los liberales miramos con orgullo aquella obra, que cristalizó en una Constitución que inspiró otras en distintos lugares del mundo.

Hay mucho que celebrar. Se arrambló con algunas instituciones carentes de justicia y función y con privilegios que habían perdido su sentido, se reconoció la libertad de imprenta y las libertades económicas. Pero también hay motivos para censurar aquellas Cortes y aquella Constitución desde un punto de vista liberal.

La inspiración del texto de 1812 es netamente francesa. Mejía Lequerica, cuando expuso su proyecto de decreto para la elaboración de la Constitución, puso como ejemplo el Juramento del Juego de Pelota de 1789, por el que los miembros de la Asamblea Nacional del país vecino se comprometieron a no abandonar tal recinto sin haber redactado una nueva ley fundamental. Los vocales de nuestra comisión constitucional se limitaron a corregir, completar o modificar el documento elaborado por Antonio Ranz Romanillos. Fue éste secretario de la Junta de Bayona, y participó en la redacción de la Carta Otorgada de 1808, que tradujo cuidadosamente al español.

Se puede apreciar claramente la inspiración francesa en la inclusión de una relación de derechos fundamentales –si bien éstos quedaban relegados al articulado–, en la invocación de la separación de poderes, en el racionalismo administrativo y en la idea de soberanía nacional. Ésta procede de un concepto de nación puramente francés, enlaza perfectamente con Rousseau y su voluntad general y supone depositar un poder absoluto, sin limitación teórica o práctica, en una institución. Dicho poder, no nos extrañará, recaía en gran medida en las Cortes. Además, se apostó por un sistema unicameral, sin el elemento moderador que puede aportar una segunda cámara.

Las Cortes llevaron la idea de soberanía nacional hasta su última conclusión, que es el poder absoluto y el abandono de la separación de poderes. Se ha hablado, con propiedad, de "absolutismo parlamentario". Sobre la concentración de poderes en las Cortes dan fe sus muchos actos ejecutivos y resoluciones judiciales.

Entre los muchos actos propios de una administración, las Cortes resolvieron asuntos tan particulares como atender "una solicitud de Josefa Granados para que al sargento Juan Antonio Gallego se le conceda dispensa en depósito para contraer matrimonio"; igualmente, prestaron atención al pedido de D. Francisco Quesada, "para que se le permita vender a censo algunas tierras procedentes de una memoria de misas". Entre sus fallos judiciales se encuentra el caso de un impresor de Cuenca que denunció al alcalde de la ciudad, Feliciano Grande, porque, infringiendo la Constitución, "allanó su casa con objeto de quitarle una resma de almanaques que había impreso".

Mencionemos también, siquiera de pasada, el caso del obispo de Orense y el de Miguel Lardizábal, ambos elegidos para formar parte de la Regencia. Se les envió un juramento que comenzaba así: "¿Reconocéis la Soberanía de la Nación representada por los diputados de estas Cortes generales y extraordinarias?"; luego seguían otras preguntas. El obispo, Pedro Quevedo y Quintano, renunció antes de firmar y solicitó que se le permitiese regresar a Orense, lo que le fue concedido. Pero creyó necesario compartir su opinión sobre el decreto del 24 de septiembre y el concepto de soberanía nacional.

El religioso observó que si la soberanía estaba en la nación, entonces no estaba en el Rey, con lo que éste se convertía en súbdito. Fue más allá, incluso, al señalar que se obligaba al monarca a firmar su sumisión a "los decretos, leyes y Constitución" que aprobasen las Cortes. Y añadió que jamás un Gobierno absoluto había llegado tan lejos.

Las Cortes se reunieron en sesión secreta (lo que era muy común) para decidir qué hacer. Sabemos por Antonio Campmany que unos querían enviar al señor obispo a las Malvinas; otros, confinarle en Ceuta; otros más, que se le decapitase. Dueñas propuso que se confiscasen todos sus bienes –y los de Lardizábal– para sufragar un monumento a Padilla y al obispo de Zamora, "degollados ambos sin oírlos en tiempos de los comuneros por haber sostenido los derechos de la nación". Finalmente, las Cortes resolvieron que el señor obispo, y, como él, todo el que se hallare en el caso de "no querer jurar la Constitución en los términos prevenidos", fuera

tenido por indigno del nombre de español, despojado de todos sus empleos, sueldos y honores y expelido del territorio español en el término de veinticuatro horas.

A don Pedro le intimaron a firmar los juramentos. Pero don Pedro resolvió no conformarse "ni hacer el juramento" a menos que se le permitiera "explicar el sentido" en que podía hacerlo sin perjuicio de su conciencia y de sus "más estrechas obligaciones". Finalmente, el pulso lo ganaron las Cortes: enfermo, don Pedro juró, el 3 de febrero de 1811.

José María Blanco White se preguntó, reflexionando sobre los casos de Quintano y Lardizábal:

¿Cómo es que las cárceles de Cádiz no han estado libres de dos o tres escritores a la vez desde el principio de la libertad de imprenta?

Y es que, como en Francia, las libertades eran prístinos ideales abstractos, pero en los hechos las autoridades no toleraban oposición alguna.

En marzo de 1814, una moción firmada por trece diputados pedía la redacción de un Código Penal. El proyecto de ley decretaba la pena de muerte a quien conspirase "directamente y de hecho a destruir o alterar el Gobierno monárquico hereditario" que la Constitución establecía; a quien intentase "directamente o de hecho establecer en España otra religión" que la católica; a quien impidiese o entorpeciese la celebración de Cortes o de juntas electorales... Martínez de la Rosa, dos días después de que Fernando VII disolviese las Cortes, propuso lo siguiente:

El diputado a Cortes que, contra lo prevenido en el artículo 375 de la Constitución, proponga que se haga en ella o en alguno de sus artículos alguna alteración, adición o reforma hasta pasados ocho años después de haberse puesto en práctica la Constitución en todas sus partes, será declarado traidor y condenado a muerte.

Yo no niego el patriotismo de los convocados a Cortes en esos años. Pero el camino que tomaron seguramente no fue ni el mejor ni el único posible. España, como Inglaterra, tenía una Constitución histórica. Gaspar Melchor de Jovellanos, ante los crecientes rumores de que se estaba pensando en escribir una nueva norma fundamental, señaló que España ya la tenía:

¿Qué otra cosa es una Constitución que el conjunto de Leyes Fundamentales que fijan los derechos del soberano y de los súbditos, y los medios saludables para preservar unos y otros?

Un manifiesto firmado en 1814 por varios diputados decía: "Constitución había, sabia, meditada, y robustecida con la práctica y el consentimiento general". Los firmantes reconocían el "despotismo ministerial digno de enmienda" de la época de Carlos IV y estaban abiertos, como Jovellanos, a las reformas.

La cuestión es que, como dijo Manuel José Quintana, "una posición política nueva enteramente inspiró formas y principios políticos enteramente nuevos", que llevaron a un absolutismo parlamentario.

Sería interesante pensar si una reforma de la Constitución tradicional española, más que la ruptura que supusieron las Cortes de Cádiz, no habría dado más estabilidad, continuidad y libertad a nuestro país.

José Carlos Rodríguez

© Instituto Juan de Mariana

En la imprenta con Vargas Llosa

Medio millón de ejemplares de la nueva novela del premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, «El sueño del celta», salen de imprenta para ser distribuidos de forma global en las regiones de habla hispana a partir del 3 de noviembre y ABC ha tenido ocasión de asistir a tan ilustre acontecimiento.

Pulse para ver el video



Así se imprimen los primeros ejemplares de la nueva novela de Mario Vargas Llosa

La mitad de los libros se han imprimido en España, mientras que el resto han sido producidos en Colombia, Argentina y México. En España, plasmar las 442 páginas de «El sueño del celta» ha supuesto 350 horas de cosido, 2 imprentas, 90 horas de encuadernación, 160.000 kilogramos de papel y 902 kilos de tinta.
En la editorial recibieron el manuscrito de Vargas Llosa en junio y en agosto completaron la maquetación. Para el 7 de octubre, fecha en que el autor peruano fue galardonado por de la Academia sueca, alrededor de 80.000 ejemplares de «El sueño del celta» estaban ya impresos. A estos ejemplares se añadieron unas fajas para mencionar la reciente concesión del Nobel, mientras que la cubierta de los siguientes fue modificada para una edición especial de «El sueño del celta».

La ocasión no podía ser mejor y, aprovechando la concesión del Nobel al autor peruano, la editorial tomó la decisión de reimprimir los 26 títulos que forman parte de la biblioteca Vargas Llosa en Alfaguara. Vargas Llosa viajará a Madrid el 3 de noviembre para presentar su nueva novela, que relata la vida del irlandés Roger Casement, cónsul británico en el Congo a principios del siglo XX, amigo del escritor Joseph Conrad, y personaje que ha apasionado al escritor peruano.

www.abc.es

terça-feira, 26 de outubro de 2010

Dinastías comunistas

Kim Il-sung.
El fundador de la dinastía comunista norcoreana fue Kim Il-sung. Con la ayuda de la URSS, ocupó el poder en 1948, tras la II Guerra Mundial, y lo detentó hasta su muerte, en 1994, a los 82 años. Con bastante sentido de la realidad, el parlamento de su país lo llamaba "Presidente Eterno". En ese largo periodo hizo lo que le dio la gana, incluso invadir Corea del Sur, lo que le costó a las dos Coreas cientos de miles de muertos y una devastación infernal.


Como parte del culto a la personalidad de que fue objeto, toda silla en la que colocaba sus egregias nalgas pasaba a formar parte de un museo que llevaba su nombre.

Antes de morir, Kim Il-sung tuvo la cortesía de dejar entronizado a su hijo Kim Jong-il, el Querido Líder de los norcoreanos, a quien enseñó todos los secretos del poder, menos cómo peinarse. El ejército, que es la institución más poderosa del país, aceptó al nuevo amo y señor y, desde mediados de la década de los noventa, este enigmático personaje, que parece una caricatura de sí mismo, ha gobernado con mano de hierro, al extremo de contemplar, impasible, cómo dos millones de compatriotas morían de hambre por culpa de sus estúpidas ideas colectivistas.

Como reporta la prensa, Kim Jong-il está gravemente enfermo y prepara a su hijo Kim Jong-un como sucesor. Este es un joven gordo y sonriente, con algo de glúteo en el rostro, al que ya han hecho general. Según los testimonios de algunos desertores, la razón por la que ha sido elegido es porque el muchacho, de 26 años, piensa y se comporta exactamente como su padre. (Dios o Confucio los coja confesados).

Hasta ahí la historia conocida. Lo interesante es preguntarse qué futuro tienen las dinastías comunistas, ahora que Raúl Castro, anciano de 79 años, heredero de Fidel (84), probablemente planea dejar a su hijo Alejandro al frente del manicomio cubano para cuando decida morirse.

Raúl y Fidel Castro.

En todo caso, ¿por qué las estructuras políticas y las sociedades obedecen a unos herederos que carecen de la legitimidad histórica de sus predecesores?

Hay tres factores que explican ese extraño fenómeno. El primero es la inercia. Varias generaciones han obedecido al líder, y la veneración original se convierte en una mansa costumbre. La desaparición del caudillo no implica la desaparición de la costumbre de aplaudirle, aunque sea simbólicamente, por medio de su descendiente.

El segundo elemento es el miedo. Estos caudillos, más que queridos, son temidos, dada la infinita capacidad de hacer daño que poseen y utilizan arbitrariamente. Los herederos de los caudillos reciben, también, los instrumentos de terror forjados por sus padres. En Haití, en el siglo pasado, François Duvalier, Papa Doc, controló a sangre y fuego a sus compatriotas mediante los temibles Ton ton macoutes. En 1971, cuando el viejo Duvalier murió, su hijo Jean-Claude, de apenas 19 años, pese a ser medio idiota sujetó el poder hasta 1986 a base de palos y calabozo.

El tercer factor es la conveniencia de la clase dominante, ese anillo de poder que rodea al caudillo y que teme perder sus privilegios y hasta la vida misma si sobreviene un cambio radical. Ante esa posibilidad, sus operadores más prominentes optan por respaldar al heredero, aunque lo consideren un inepto. Sin embargo, el mecanismo es tan artificial, tan falso e injustificable, que acaba por descarrilar. A Baby Doc los militares, que habían sido sus cómplices, le sacaron un día del poder y acabó exiliado en Francia.

Me figuro que esa malsana relación de dependencia que los caudillos crean en sus subordinados se debilita con cada generación. Los fanáticos de Fidel ven a Raúl de otro modo y no pueden tomar en serio a Alejandro. Es muy posible que el último miembro de la dinastía fundada por Kim Il-sung sea su nieto Kim Jong-un. Las dinastías tradicionales se fundaban en un relato absurdo, pero legitimador: los monarcas y emperadores lo eran por la gracia de Dios. Por eso podían transmitir el poder a sus descendientes. Los comunistas lo están intentando, pero ese truco está condenado a frustrarse.

© Firmas Press

Carlos Alberto Montaner

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Liu Xiaobo y los fundamentos de una sociedad libre

El 4 de junio de 1989 el mundo fue testigo de la Matanza de Tiananmen. China, el país que había deslumbrado a todos con su transformación económica, mostró que el progreso económico no había ido de la mano de uno equivalente en el ámbito de las libertades civiles. Liu Xiaobo ya sabía eso cuando decidió dejar Nueva York para volver a su China natal y unirse al movimiento de protesta.


Décadas después, en 2008, sería uno de los firmantes de la Carta 08, por la cual sería sentenciado a 11 años de cárcel en diciembre de 2009. Su crimen, "incitar a la subversión". Lo que no se esperaba el Gobierno chino, ni tal vez el propio Liu, es que esa misma carta contribuyese a que este año le concedieran el Premio Nobel de la Paz.

¿Qué dice esa carta? Describe las bases para una sociedad libre. Al principio los autores reconocen que la recuperación de las libertades económicas, además de generar un aumento en la riqueza y la calidad de vida de muchos chinos, permitió que la sociedad civil creciera y ejerciera presión para que se empezasen a respetar otras libertades. Y luego añadían algo que comprendemos perfectamente los latinoamericanos:

China tiene muchas leyes, pero no un Estado de Derecho; tiene una Constitución, pero no un Gobierno constitucional.

La Carta 08 pide respeto para la libertad de expresión, de asociación, de movimiento. "Debemos acabar con la práctica de criminalizar las palabras". Además, destaca que los derechos del individuo no son concedidos por el Estado, sino que cada persona nace con el derecho inalienable "a la dignidad y a la libertad".

¿Qué más dice la carta? Pues que debe haber división de poderes, y que es el Estado quien ha de rendir cuentas a los contribuyentes, no al revés.

Otra idea básica que recoge el referido documento es la de que la democracia no consiste sólo en celebrar elecciones cada cierto tiempo; "mientras que se honra la voluntad de la mayoría, la dignidad, la libertad y los derechos humanos fundamentales de las minorías han de ser protegidos", advierten.

Los autores abogan además por "eliminar los monopolios estatales en el comercio y en la industria y garantizar la libre iniciativa".

En diciembre de 2009, en una carta de despedida, Liu escribió:

Soy muy optimista con respecto a la instauración de la libertad en China, porque ninguna fuerza puede hacer frente al anhelo humano de libertad (...) Espero con ansiedad el día en que mi país sea una tierra donde impere la libre expresión.

Hoy, en Ecuador, es importante que demandemos lo que se da por sentado en las sociedades libres; aquello que Liu aprecia tanto porque durante buena parte de su vida no ha podido disfrutarlo: igualdad ante la ley, Estado de Derecho, separación de poderes, protección de la propiedad privada, justicia independiente, libertad de expresión... En fin, aquello que los noruegos que le dieron el Nobel llevan disfrutando tanto tiempo.

© El Cato

GABRIELA CALDERÓN DE BURGOS, editora de El Cato.

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segunda-feira, 25 de outubro de 2010

Chile y México

La notable hazaña del impecable rescate de los 33 mineros atrapados por más de dos meses en la mina San José es emblemática del éxito que ha tenido Chile en virtualmente todos los ámbitos en las últimas cuatro décadas, en las que ha logrado avanzar como ningún otro país de América Latina.


Quizá lo más extraordinario es que lo conseguido en Chile parecía sumamente improbable hace cuarenta años, cuando el país iba rumbo al desastre con un gobierno marxista, fatídica culminación de muchos años de polarización política y letargo económico.

La primera vez que tomé contacto con chilenos fue en 1970, cuando acudí a la Universidad de Chicago a estudiar economía. Había un numeroso grupo de estudiantes de ese país gracias al convenio que había suscrito el Departamento de Economía con la Universidad Católica de Chile.

Tuve la enorme fortuna de que los chilenos me adoptaran en su grupo de estudio, lo que me permitió avanzar en mis conocimientos de las disciplinas esenciales de la economía mucho más rápido, dado que ellos traían una preparación excelente y trabajaban con un ahínco verdaderamente notable.

Me llamaron poderosamente la atención las profundas divisiones que había entre ellos cuando hablaban de política chilena, a pesar de que todos eran de ideología liberal y ninguno apoyaba el régimen marxista de Salvador Allende.

Cuando regresé a México, en 1973, con la primera fase de mis estudios doctorales terminada, pronto habría de intimar con otro grupo de chilenos, que llegaron a mi país buscando refugio político después del golpe de estado de Pinochet.

Como resulta obvio, esta segunda camada de chilenos eran todos de izquierda, y me volvieron a sorprender sus desavenencias y las terribles discusiones en que se enfrascaban, echándose la culpa unos a otros de los fracasos de la estrategia política y económica adoptada por el gobierno de Allende.

Entonces llegué a la conclusión de que la extremada polarización política de los chilenos era tal, que ese país no tenía mucho futuro. México, por el contrario, venía creciendo aceleradamente por más de dos décadas, con una gran estabilidad de precios y una apreciable mejoría en los niveles de vida de la población.

Lo notable fue que, después de un inicio desastroso, los militares chilenos empezaron a hacer bien las cosas; cuando se decidieron a seguir las políticas recomendadas por los economistas de Chicago, con Sergio de Castro a la cabeza, contenidas en lo que se llamó popularmente El Ladrillo.

El amplio programa de enmiendas económicas comprendido en El Ladrillo constituye un modelo de agenda reformista. Para empezar, hacía un acertado diagnóstico de las causas del estancamiento económico chileno, que tuvo sus orígenes en la Gran Depresión de los años treinta.

Cuando los chilenos se pusieron a hacer bien las cosas, México dio en moverse en la dirección opuesta: el periodo de 1970 a 1982 fue de un populismo trágico. Luego vinieron varios intentos para poner la casa en orden.

Parecía que México retomaba el camino del crecimiento acelerado en el período 1988-94, pero el caso es que volvió a abandonarlo en los tres desastrosos gobiernos que siguieron, que no solo dejaron de lado la indispensable agenda reformista, sino que tiraron por la borda los preciosos recursos que nos brindó un petróleo que está por agotarse.

Mientras tanto, Chile abandonaba la dictadura y retomaba la democracia, que ha generado ya cinco administraciones públicas, de todos los tonos políticos, que han tenido la enorme virtud de no haber cambiado en lo fundamental el exitoso modelo económico.

La metáfora que representa el impecable rescate de los mineros contrasta de manera notable con nuestra propia metáfora desastrosa, de una minería en crisis, con el sinvergüenza de Napito Gómez Urrutia viviendo plácidamente en Canadá, dirigiendo a larga distancia un sindicato minero impresentable que heredó de su papá.

Ojalá que a partir de 2012 los mexicanos nos decidamos a retomar el camino de las reformas económicas y políticas necesarias. Por cierto, El Ladrillo está disponible para todos en el sitio del Centro de Estudio Públicos de Chile, una institución excepcional: http://www.cepchile.cl/dms/lang_1/cat_794_pag_1.html.

© El Cato

MANUEL SUÁREZ-MIER, profesor de Economía de la American University (Washington DC).

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Venezuela - "Hecho en socialismo"

Hugo Chávez.
Si alguna vez los genios pagados en dólares que se ocupan del departamento de lavado de cerebros de Miraflores tuvieron una infeliz idea, fue cuando pusieron eso de "Hecho en socialismo" a las empresas que el régimen expropia, cuando en verdad, como todo el mundo sabe, lo que ocurre en el 95% de los casos es una confiscación o, dicho en otras palabras, un robo. Por lo tanto, lo correcto seria decir "Robado en socialismo".


El resultado más visible de esta política de destrucción del aparato productivo del país es que, antes de Chávez, Venezuela era autosuficiente en alimentos, mientras que ahora importa el 70%. ¡Tremendo logro socialista!

Es muy fácil robarse el trabajo ajeno –muchas veces fruto de una labor de generaciones que pudieron desempeñarse en libertad y en un marco de respeto a los derechos ciudadanos– y decir que se hace en nombre de la utopía comunista y de la lucha de clases. Eso de vestir el despojo de la propiedad con un argumentario reivindicativo es reventar los principios éticos y morales del ser humano; y si el que lo hace es el gobierno, entonces se convierte en un ejemplo... y los criminales pueden disfrazar como justicia social sus actividades delictivas, que tantas veces quedan impunes.

Es por eso que la mayoría de las muertes, las violaciones, los secuestros, los robos y los atracos que se registran en Venezuela deben engrosar la inmensa lista de crímenes del chavismo. ¿Por qué será que todo choro tiene en su cartera un carnet, verdadero o falso, del PSUV? El razonamiento es elemental: si el régimen comete todo tipo de atropellos con impunidad, es posible que el tener alguna relación real o ficticia con él ampare al delincuente.

Nuestra querida y sufrida Venezuela está en manos de una mafia que, inmisericorde, se llena los bolsillos, mientras se destruye la patria.

Si queremos algún día tener el país que todos añoramos, entonces nuestro deber es, constitucionalmente, restituir la constitución y las leyes, que a diario son violadas por los golpistas que hoy detentan el poder.

"Un hombre puede morir por su país, pero un país no puede morir por un hombre". ¡Será!

© Diario de América

Twitter: @sammyeppel

Sammy Epel

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Salam Fayad: ¿el Ben Gurión palestino?

No es seguro que a los palestinos les guste demasiado la analogía, pero su primer ministro, el Dr. Salam Fayad, ha sido comparado varias veces con el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión.


La comparación ha sido aireada en distintas ocasiones, sobre todo en la prensa israelí, así que está claro que la intención es elogiar el desempeño de Fayad al frente del Gabinete palestino. Y es que a Ben Gurión, más allá de las discrepancias internas y las discusiones políticas tan propias de Israel en todos los temas clave, se le recuerda no sólo como aquél que declaró la independencia: cuando un israelí habla de David Ben Gurión, está pensando en una figura cuyas determinación, inteligencia y visión hicieron posible –entre otros factores, claro está– la creación de Israel.

En un artículo titulado "¿Ben Gurión en árabe?", el historiador y comentarista Gadi Taub escribió que Fayad se comporta "como quien lleva bajo el brazo un libro de Ben Gurión". Además, vaticinó: "Es probable que Fayad logre para los palestinos algo similar a lo que consiguió Ben Gurión para los judíos". La alusión es clara al Estado independiente, un proyecto para el cual Fayad ha estado trabajando intensamente en los últimos tiempos.

Contrariamente a lo que suele publicarse, el Dr. Fayad no ha exhortado jamás a declarar unilateralmente la independencia de Palestina. Pero se tiende a atribuirle la idea, dado que ha declarado repetidas veces: "Los palestinos debemos estar prontos para el Estado propio a fines del 2011". Cuando lanzó la idea, la presentó como un proyecto a dos años vista. Fue en agosto del año pasado, así que para agosto del que viene todo debería estar listo.

El Dr. Ghasan Jatib, jefe de la Oficina de Prensa del Gobierno palestino, aclaró a esta cronista: "Nuestro primer ministro dijo que hay que trabajar por el Estado y tener las cosas prontas, pero no llamó a una declaración unilateral". De fondo están las reiteradas declaraciones del presidente, Mahmud Abbás, contra un paso de ese tipo.

Salam Fayad.

Para Fayad, prepararse para tener un Estado propio consiste en tener listas las infraestructuras, las instituciones; a la gente. Es por eso que ha inaugurado ya más de mil proyectos especiales en distintas partes de Cisjordania. "Una característica muy singular de su trabajo es que llega a las aldeas más remotas, está presente en todos los sitios, y así el pueblo todo se siente parte del desarrollo", explica Jatib.

En los dos últimos años han sido invertidos más de 150 millones de dólares en la construcción de cientos de escuelas, clínicas, bibliotecas y nuevas instalaciones gubernamentales y municipales. Además, se ha mejorado la infraestructura relacionada con el suministro eléctrico, el abastecimiento de agua y el alcantarillado, así como algunas carreteras. "Hay mucho por hacer, está claro, pero el Dr. Fayad no cesa de trabajar", dice Jatib.

"Hay decenas de millones de personas en el mundo que se enorgullecen de ser servidores públicos, pero el Dr. Salam Fayad es, aparentemente, el único que se levanta cada mañana y va a trabajar para construir un Estado para su pueblo", escribió el analista político del matutino israelí Haaretz Akiva Eldar, en un artículo publicado en febrero bajo el título "Un día con el Ben Gurión palestino". En el propio texto ya no vuelve a mencionar al fundador de Israel, pero destaca la labor concreta desarrollada por Fayad, los desafíos que se plantea y lo práctico de su enfoque.

Fayad (...) no llama a la celebración de conversaciones de paz, a la resistencia violenta a la ocupación, ni siquiera a la desobediencia civil. Ese es el negociado del presidente, Mahmud Abbas. Sus armas son la responsabilidad, la eficiencia, la transparencia... y, por sobre todo, la paciencia. Mucha paciencia.

Después de que esas líneas fueran escritas sí se ha oído a Fayad hacer pronunciamientos políticos claros sobre las negociaciones de paz; así, ha afirmado estar en contra de la vuelta a la mesa de conversaciones si Israel construye en los asentamientos, incluso ha llamado a boicotear los productos israelíes originarios de los asentamientos. El tema, de más está decir, es polémico. El boicot, promovido en gran medida por el propio Fayad –que fue fotografiado frente a casas particulares entregando hojas explicativas de cómo cerciorarse de que no se está comprando ninguno de esos productos–, ha molestado incluso a gente que considera que los asentamientos deben ser desmantelados. Pero eso no ha desdibujado la impresión general de que Fayad no es un político de los que se quedan en los grandes pronunciamientos políticos, altisonantes, sino que trabaja muy en serio, en la práctica, en el terreno, para avanzar positivamente hacia la consecución del Estado palestino, haciendo lo imprescindible para que, llegado el momento, éste pueda funcionar. Por eso, por los avances que bajo su mando ha registrado la economía, por su lucha contra la corrupción, por su labor en materia de seguridad, la gente considera que lo está haciendo bien.

Esto no significa, sin embargo, que se haya convertido en una figura carismática. "Pero está aprendiendo a ser político", nos confirma el Dr. Samir Huleile, director de un importante conglomerado económico y empresarial palestino. "Es un proceso, porque él no nació político", aclara; y agrega: "No creo que a Fayad le guste que le comparen con Ben Gurión, ya que Ben Gurión era un animal político y él es un economista llegado de las finanzas internacionales".

Precisamente por eso, por ese trasfondo tan diferente, es que Michael Bar Zohar, ex diputado laborista, biógrafo de Ben Gurión, nos dice que considera "una verdadera tontería" compararlos. "No veo relación alguna entre Ben Gurión y Salam Fayad", dice tajantemente, casi sorprendido por nuestro planteamiento. "El primer ministro palestino es un tecnócrata, un economista, no un líder público que creció en el seno de su pueblo. No tiene electorado propio, no tiene fuerzas propias". Por temor a ser mal interpretado, Bar Zohar añade:

Aclaro: está haciendo cosas buenas, es una buena persona y le apreciamos mucho, pero eso no tiene nada que ver con la comparación con Ben Gurión. No es el líder de los palestinos, y tampoco lo será, porque es moderado, no es carismático y no tiene la fuerza necesaria para liderar al pueblo.

Es cierto que los trasfondos son distintos, pero lo cierto es que, en el plano político, Fayad ya está teniendo mucho más éxito que antes. La gente habla bien de él en la calle, y su oficina se encarga de proyectar su imagen política. Insistimos ante Bar Zohar y le comentamos que, al parecer, la comparación que suele hacerse con Ben Gurión no se refiere a los orígenes de ambos, sino a su manera de hacer las cosas al objeto de garantizar el desarrollo necesario para que la independencia, cuando llegue, pueda funcionar. Pero Bar Zohar sigue siendo escéptico:

Ben Gurión tenía una visión general, no sólo económica (...) Es indudable que Fayad hace cosas importantes, pero el problema es que no sé si su público sabe reconocerlo. Y ese público suele votar en forma menos racional y más emocional.

Según el ya citado Eldar, en una cena celebrada meses atrás, con el gobernador del Banco Central de Israel como anfitrión, el presidente Shimon Peres se refirió a Fayad como "el Ben Gurión palestino". Cabe recordar que Peres fue, en su juventud, uno de los más cercanos colaboradores de Ben Gurión.

Más allá de las comparaciones históricas, la cuestión clave es que Fayad parece haber comprendido que el futuro palestino dependerá de que los palestinos trabajen por sí mismos, con un encuadre positivo. Las décadas perdidas en la lucha violenta no llevaron a nada más que a un mayor sufrimiento.

En el informe anual del gobierno de Fayad continúan presentes elementos muy característicos de la retórica habitual palestina, como el culpar a Israel de casi todo y el hacer caso omiso del hecho de que fue el terrorismo, en gran medida, lo que llevó a Israel a tomar medidas de seguridad que, inevitablemente, afectaron también a gentes no involucradas en el terror. Pero hay un elemento positivo claro en el nuevo enfoque: la convicción de que no será por las armas que se logre la independencia palestina, sino negociando y trabajando con determinación para alcanzarla.

Quizás lo más significativo aquí sea recordar una conversación que mantuvimos años atrás con un joven palestino de tan solo 18 años frente a la Muqata, el cuartel general de Yaser Arafat, en Ramala. El líder palestino, el único al que este jovencito conocía, el único que había regido los destinos de su pueblo desde que él tenía memoria, acababa de fallecer. Palestinos de toda Cisjordania llegaban en ómnibus especiales, simplemente para hacer acto de presencia. Conversamos con bastantes para captar sus sentimientos y comprender qué sentían; nuestro joven fue uno de ellos: alto, corpulento pero con una cara propia de su edad, había llegado desde Jenín.

Tenía los ojos llenos de lágrimas mientras hablaba de Arafat, que, según decía, era como "un padre" para los palestinos. Tras varios minutos de conversación, le preguntamos si querría que su sucesor se le pareciera. Entonces, el joven se secó las lágrimas y dijo, sin dudar ni un minuto:

No, para nada. Arafat era para la revolución. Para llegar al Estado independiente precisamos otra cosa.

© Semanario Hebreo/Por Israel.

Ana Jerozolimski

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La diplomacia nazi contra Thomas Mann

Thomas Mann en su despacho


De la raya diplomática al pijama listado de Auschwitz slo va el grueso de la línea. La más fina condición cultural, una vez más, no salva del crimen, lo que turbó a Adorno y a Steiner y vuelve a demostrar una de esas investigaciones ejemplares en que se embarcan los alemanes cada tanto: su cuerpo diplomático participó en el Holocausto y persiguió en el exterior a la disidencia intelectual, incluida la del premio Nobel Thomas Mann. La indagación entablada sobre la responsabilidad, del alto cuerpo del stado, durante el régimen nacional-socialista, revela que a Mann y a su amplia familia, apenas siete años después de la máxima distinción literaria, cultivados representantes de la diplomacia alemana buscan desposeerlo de sus derechos y ciudadanía, como se hizo con tantos.

Nada menos que el embajador Ernest von Weizsäcker —vástago de una reputada aristocracia intelectual, cuyo padre fue aún primer ministro del Reino de Württemberg y su hijo iba a ser, en los años 80, sexto presidente de la República y quien presidió sobre la reunificación se ocupó personalmente del «caso Mann», como revela el historiador Eckart Conze. El jefe de la comisión de investigadores es taxativo en sus primeras manifestaciones al Frankfurter Allgemeine Zeitung, tras cinco años de trabajos, en los archivos de un ministerio demasiado elitista como para pensarse manchado en el exterminio hebreo: todos, de embajadores hasta contables, supieron y «participaron desde el principio, de forma activa, en la persecución, privación de derechos, expulsión y exterminio de los judíos» de Europa, de sus disidentes.

Y es on Weizsäcker el que durante su embajada ante Suiza, en 1936, realiza el informe que contribuirá a convertir a Thomas Mann en apátrida. El eximio autor de «Los Buddenbrock» y «Muerte en Venecia» se había exiliado en la Confederación Helvética, y pasaría la guerra en EE.UU. lanzando mensajes radiofónicos contra el régimen. Ernest von Weizsäcker es de los únicos diplomáticos que fue procesado en Nüremberg, pero su papel fue siempre suavizado. El informe de one, bajo el título «El Ministerio y el pasado», muestra a lo largo de sus 900 páginas que «el inisterio fue una organización criminal» y poquísimos, de entre sus 6.000 funcionarios adscritos, resistieron o suavizaron las consecuencias del nazismo, «como se ha dado en creer».

Un 80% de los diplomáticos eran miembros del partido y, como muestra de sus operaciones directas contra intelectuales disidentes y judíos, figura la minuta de gastos enviada por el diplomático en Belgrado Franz Rademacher, que en 1943 pasa una nota bajo el concepto «liquidación de judíos». En su formación figuraba una visita a Hitler y otra visita de graduación al campo de Dachau, modelo de la posterior red represora y el que estableció la consideración de los prisioneros como «enemigos infrahumanos del Estado». Se antoja significativo el que la única copia conocida del documento de la «Solución Final» del «problema judío», acordada en la conferencia de Wannsee en 1942, haya aparecido en los archivos del Ministerio. Excepción hecha del consejero de embajada en Budapest, Gerhard Feine, que en silencio operó para salvar la deportación a numerosos ciudadanos hebreos. Después de la guerra se sigue la presencia de numerosos nazis y cómplices entre el personal del inisterio, que no sólo reescribieron la historia diplomática como «calladamente crítica y nunca nazi», sino que prestaron toda colaboración para la huida y protección de célebres funcionarios perseguidos internacionalmente.

Crimen cultural

sexta-feira, 22 de outubro de 2010

El desmoronamiento de España

España sufre una crisis política y económica. Los partidos políticos, atrincherados en la falta de control por parte del poder judicial, han provocado la ruptura del orden constitucional y ahondado la crisis económica hasta tal punto que es muy difícil aplicar una política económica que tenga en cuenta simultáneamente la necesidad de hacer reformas estructurales, la de respetar los acuerdos con la UE y la Unión Monetaria Europea y la de poner límites al gasto de las autonomías.


La clase política se ha convertido en una casta (...) y ha impulsado la financiación presupuestaria de unos sindicatos y una patronal que defienden prioritariamente los intereses de sus equipos directivos. Todas esas castas se nutren de los presupuestos de las distintas administraciones públicas. Hay otras castas, como la financiera, aparentemente independiente de los presupuestos, rica y privada, pero que no puede sobrevivir sin el apoyo del Estado (...) La crisis económica, causada en última instancia por una política de dinero barato y por la falta de regulación y control del sistema financiero por parte de los bancos centrales de los principales países desarrollados, se tradujo en España en un incremento de los créditos bancarios mucho mayor que el experimentado en la mayoría de los países del área euro y en la formación de una enorme burbuja inmobiliaria.

Superar esta crisis económica va a resultar muy difícil, porque el desplome de la actividad ha producido una sustancial pérdida de empleo y un enorme déficit público. Un déficit estructural que tiene su origen en la forma en que se ha interpretado el texto constitucional en lo referente a las competencias de las autonomías y su financiación, que no controla el Estado, a pesar de que la Constitución lo preveía, así como de un sistema tributario que descansa en la actividad del sector de la construcción y en las transacciones inmobiliarias.

El de 1978 fue quizá el único texto constitucional posible, pero al cabo de más de treinta años sus deficiencias están afectando a la supervivencia del Estado (...) La Constitución de 1978 fue el resultado de un pacto entre los principales partidos políticos (...) para pasar del franquismo a la democracia. Fue un pacto de renuncia a la venganza por parte de todos, vencedores y vencidos en la Guerra Civil, con una amnistía general y otra específica para los criminales de ETA, instrumentada mediante indultos para los autores de delitos de terrorismo. Fue un pacto hecho desde la memoria histórica, para no repetir el pasado, en el que se reconocía a España como nación (artículo 2, "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española"), aunque [ese reconocimiento venía] matizado por la existencia de "regiones y nacionalidades". (...)

La Constitución es tan clara como contradictoria en lo que se refiere a las competencias del Estado y las autonomías, pues junto a la lista de las competencias exclusivas del Estado, que figuran en el artículo 149, permite, en su artículo 150.2, su traspaso a las autonomías mediante la aprobación de una simple ley orgánica; es decir, una ley que cuente con el apoyo de la mitad más uno de los miembros del Congreso de los Diputados. Con cautelas jurídicas, pues sólo se pueden transferir las facultades "que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación". Esta posibilidad introducía el riesgo de ruptura de la unidad nacional si el Tribunal Constitucional interpretaba esa caución con una ideología no ya de carácter federal, sino confederal. Un riesgo evidente, pues tanto el poder judicial como el Tribunal Constitucional podían convertirse, en buena medida, en apéndices de los partidos políticos.

La Constitución permite que los partidos políticos controlen el poder judicial y el Tribunal Constitucional. La Constitución descansa desproporcionadamente en la actuación responsable de los partidos políticos. Aunque menciona la necesidad de que funcionen con democracia interna (artículo 6, "[...] su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos"), no pone ningún medio para garantizarla. Por si esas concesiones no fueran suficientes, no limita su financiación con cargo a los presupuestos públicos y permite financiar, también con fondos presupuestarios, las campañas electorales. Hasta tal punto que un uso prudente de dichos fondos permitiría a los partidos no depender en absoluto de las cuotas de sus afiliados ni de donaciones de terceros para funcionar. Esa generosa política de financiación tuvo por objetivo evitar que los partidos tuvieran la tentación de acudir a la financiación ilegal utilizando fraudulentamente su control sobre el gasto público de las administraciones. Con esas premisas, los casos de financiación ilegal de los partidos son hoy incomprensibles. Si sigue habiendo corrupción es porque los partidos políticos no están, en la práctica, controlados por ninguna institución pública. Su impunidad es absoluta. Ese poder se ha traducido en un crecimiento desmesurado del gasto de autonomías y ayuntamientos, que se utiliza por las distintas instancias de los partidos para consolidarse en las diferentes circunscripciones territoriales.

Son problemas reconocidos y analizados por políticos, juristas y constitucionalistas, que no se han podido atajar porque exigirían la revisión del texto constitucional, lo cual depende también de los partidos políticos. La Constitución sólo se ha modificado mínimamente en 1992 para permitir el voto a los residentes en España en las elecciones municipales, no sólo de los nacionales de la Unión Europea, sino de los del resto del mundo. Una reforma sustancial, que afectara al texto completo o al Título Preliminar, al capítulo segundo o al Título II, que hacen referencia a España como nación, a los derechos individuales y a la Corona, requeriría el procedimiento del artículo 168, lo que implica el voto previo positivo de tres quintos de los miembros del Congreso de los Diputados y del Senado, la disolución de las cámaras, la celebración de un referéndum y nuevas elecciones. Por el contrario, la Constitución permite la reforma del resto de su texto con un procedimiento más sencillo, que es el que se utilizó para la reforma del artículo 13.2 a que se ha hecho referencia. El propio Título VIII, el que más nos afecta, que se refiere a la "organización territorial del Estado", puede modificarse, de acuerdo al artículo 167, si lo proponen al menos tres quintos de los miembros de cada una de las cámaras, con la posibilidad final de que bastara esa mayoría cualificada en el Congreso y la simple mayoría absoluta en el Senado. Y sólo habría que someterlo a referéndum si lo solicitara una décima parte de una de las cámaras. Es decir, el acuerdo entre el PP y el PSOE podría ser suficiente, incluso sin referéndum ni, por supuesto, necesidad de disolver las cámaras. Antes de la aprobación de la Constitución, la ley electoral de 1976 había fijado el reparto del poder entre los partidos nacionales y los nacionalistas como paso previo a las primeras elecciones democráticas. Ningún partido, aun con mayoría absoluta, ha querido modificarla, a pesar de ser preconstitucional. La ley electoral de 1976 es la auténtica constitución para los partidos.

Otras constituciones, como la estadounidense, se redactaron para defender la libertad personal frente a los poderes públicos. La española hace descansar esos derechos en la buena voluntad de los partidos políticos, amparando sus posibles cambios de estrategia sobre lo que «quiere decir» la Constitución. Esos cambios se han producido mediante la interpretación del texto por unos miembros del Tribunal Constitucional elegidos con criterios políticos por los partidos. De los doce miembros del Tribunal Constitucional (artículo 159), cuatro son elegidos por el Congreso y cuatro por el Senado, por mayoría de tres quintos; dos los designa el gobierno y otros dos el Consejo General del Poder Judicial. Todos por un periodo irrepetible de nueve años, que se amplía indefinidamente si los partidos políticos no logran un acuerdo para renovarlos por esa mayoría estipulada de tres quintos en el momento en que cumplen sus mandatos. (...) Lo evidente es que nuestra Constitución se puede cambiar, de hecho, mediante las correspondientes sentencias interpretativas del Tribunal Constitucional. Sin apelación posible. Sin respuesta de los votantes.

(...) La Constitución de 1978 no consagra la independencia del poder judicial. En el momento en que se redactaba, los jueces, que eran los del franquismo, despertaban una gran desconfianza entre los partidos de izquierda y los nacionalistas. Inicialmente el grueso de la designación de los miembros del CGPJ, que es el órgano de gobierno del poder judicial según el artículo 122.2 de la Constitución, se hacía por los jueces y magistrados (doce de un total de veinte, más el presidente del Tribunal Supremo), pero la Constitución previó la posibilidad de modificar el sistema de designación en el sentido en el que se ha expuesto. Esa posibilidad la utilizó el PSOE en 1985. Según la nueva ley orgánica, de 1 de julio (...), los doce miembros elegidos entre jueces y magistrados pasaron a ser votados por el Congreso y el Senado entre los propuestos por las asociaciones de jueces. Los otros ocho miembros los eligen directamente el Congreso y el Senado entre "abogados y otros juristas de reconocido prestigio". En todos los casos la mayoría necesaria es de tres quintos en el Congreso y en el Senado. Tanto el poder judicial (el Consejo General del Poder Judicial) como el propio Tribunal Constitucional (...) han estado formados por personas elegidas en función de su afinidad política. Para los partidos políticos lo relevante no ha sido nunca ni el prestigio personal, ni la formación, ni la experiencia de los candidatos. Lo fundamental ha sido impedir que un poder judicial independiente pudiera poner en riesgo su propio poder. Poder para interpretar las leyes, incluyendo la Constitución, y poder para sancionar las conductas ilegales de los partidos.

Los jueces y magistrados son, a nivel personal, independientes y responsables de sus actos, pero el funcionamiento de los juzgados y los tribunales, desde el de menor orden hasta el Tribunal Supremo, dependen del poder ejecutivo. El gobierno nacional y los gobiernos autonómicos deciden cuántos juzgados hay de cada materia, cómo se financian, qué personal tienen y cómo se designa a esos funcionarios administrativos. Por su parte, los sindicatos intervienen en la selección del personal de cada juzgado, aplicando los criterios que les interesan. Ni los jueces ni los magistrados tienen capacidad para decidir quiénes son sus subordinados, ni qué juzgados habría que reforzar, ni qué inversiones hacer, ni con qué presupuesto cuentan, ni qué sistema informático se instala, ni si ese sistema es compatible con los de otros juzgados, ni con los de otras autonomías. Los jueces y magistrados tienen el poder de dictar sentencias. El Ministerio de Justicia y las consejerías de Justicia de las autonomías, junto con los sindicatos, son los que ponen límites a esa capacidad, y los que aseguran o impiden el ejercicio de la función judicial.

La Constitución, en definitiva, permitió la transición a la democracia y el reconocimiento de las libertades fundamentales de los españoles, pero no consagró ni la separación estricta de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial, ni la independencia de éste. Al cabo de más de treinta años, podemos afirmar que una Constitución de consenso ha resultado tan insegura como otra que podría haber sido de ruptura con el pasado. (...)

La Constitución, interpretada por una larga serie de sentencias del Tribunal Constitucional, ha bendecido la transferencia de competencias "exclusivas" del Estado a las autonomías: unas veces a impulsos del PSOE, otras del PP, y otras a instancias de los partidos nacionalistas, en alianza coyuntural con el PSOE o el PP. La primera ilegalidad de orden constitucional consentida por la justicia fue la interpretación del resultado del referéndum que tuvo lugar en Andalucía en 1980, dándolo por aprobado, aunque fuera derrotado en una provincia, la de Almería, en contra de lo que disponía el artículo 151.1. En este caso una ley orgánica posterior reinterpretó como positiva una decisión popular que, legalmente, rechazó lo propuesto en referéndum. En 1993, tras perder el PSOE la mayoría absoluta en las elecciones de ese año, se alcanzaron acuerdos para transferir muchas de las competencias exclusivas del Estado a la autonomía catalana y, simultáneamente, al resto. En 1996, es el PP el que, para poder gobernar, amplia las transferencias, como pago al apoyo de CiU y PNV. Política que se continúa en 2000, a pesar de contar el PP con mayoría absoluta. En 2004, el gobierno de Rodríguez Zapatero, en colaboración con partidos secesionistas como Esquerra Republicana y Convergencia i Unió, impulsa la redacción de nuevos estatutos de autonomía, con competencias aún mayores, algunas claramente inconstitucionales, a costa de las del Estado nacional.

La Constitución de los Estados Unidos está redactada para garantizar que la libertad individual no se vea constreñida por el poder del Estado. Por eso vela por la separación de poderes y somete al ejecutivo y al legislativo al control de un poder judicial independiente. Si el partido político gobernante quiere enmendarla puede hacerlo, pero tiene que convocar un referéndum, que debe contar con la aprobación del Tribunal Supremo, para asegurar que el posible cambio en el texto constitucional no ponga en riesgo las libertades individuales y el Estado nacional.

La Constitución de la República Popular China reconoce los derechos individuales de sus nacionales, pero según la interpretación que el Partido Comunista Chino haga de esos derechos. No existe separación de poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial están subordinados al Partido Comunista Chino. El PCCh interpreta los derechos de sus nacionales con subordinación a lo que entiende que son en cada momento los intereses generales. Ese poder absoluto ha permitido que el Estado Chino pase del comunismo a una suerte de nacionalsocialismo tras el cambio de política económica de 1978, decidido por el partido, controlado en ese momento por Deng Xiaoping. A partir de ese momento comienza un desarrollo económico acelerado, capaz incluso de superar crisis como la actual gracias a la ciega obediencia de todos los agentes económicos y sociales a las decisiones del partido. Por eso China es el paradigma de los que creen en la ingeniería social. Por eso China, aunque sea un Estado nacionalsocialista, un Estado fascista de hecho, es un ejemplo para los comunistas de todo el mundo, porque para ellos es la prueba de que los gobiernos totalitarios pueden mejorar el nivel de vida de la población sin democracia ni separación de poderes. Sólo sería necesario que todo el poder residiera en la "vanguardia del proletariado", en el órgano de dirección del Partido Comunista.

En España los derechos individuales se subordinan a los intereses de los partidos políticos, que están de hecho legitimados para interpretar la Constitución. Esa defensa de la partitocracia, que se sigue haciendo hoy, como el sistema político menos malo para España se fundamenta teóricamente en el convencimiento de que nuestra historia demuestra que la democracia puede fracasar si los partidos políticos, controlados por una élite responsable, permiten demasiada independencia, sin subordinarlos a la disciplina de los partidos, a los políticos. (...)

La democracia de partidos no ha funcionado como se previó en 1978. El Estado Español ha perdido competencias exclusivas y los partidos políticos se han convertido en una partitocracia que impide el derecho de los ciudadanos a ser representados adecuadamente en el Congreso y el Senado, y en la que la ausencia de democracia interna en los partidos ha producido un sistema de selección perversa de dirigentes, que expulsa a los más capaces y a los que pretenden cualquier reforma política o económica.

La descomposición territorial está muy avanzada. La separación entre los tres poderes tradicionales se ha difuminado. Hoy coexisten la España unitaria, que es la que recauda la mayoría de los impuestos, pero que gasta poco de lo que ingresa en políticas nacionales, y la España autonómica, en la que las diecisiete autonomías ejercen extensísimas competencias. En España conviven un Estado unitario reducido, un Estado federal previsto en la Constitución, pero no declarado, y un Estado confederal, incompatible con la misma. No habría nada que oponer a este fenómeno disgregador si hubiera sido aprobado por los españoles en un referéndum con todas las garantías previstas en la Constitución. Pero el cambio se ha producido a través de las sentencias y los silencios del Tribunal Constitucional, siguiendo las instrucciones de los partidos con mayoría en ese tribunal en cada momento.

Ese poder de los partidos políticos, junto con un periodo de trece años en el que la economía ha crecido sostenidamente, y en el que un sistema tributario muy elástico desde el punto de vista fiscal ha multiplicado los ingresos públicos, se ha traducido en cambios en la estructura del Estado, y en la adopción de políticas de gasto público que hoy se revelan como impedimentos casi insuperables para reequilibrar nuestra economía. También se ha producido una pérdida de prestigio de instituciones fundamentales del Estado constitucional, cada vez más despreciadas por los ciudadanos de todas las ideologías. Nuestros problemas, políticos y económicos, se han conjugado, entremezclado y confundido hasta el punto de que es muy difícil enfrentarse a los económicos, que nos presionan con casi 5 millones de parados en estos momentos, con suficientes garantías de éxito, sin resolver al mismo tiempo los políticos o, al menos, parte de ellos.

Los problemas políticos –aunque muchos tengan contenido económico– y económicos que a mí me parecen más significativos afectan a la Jefatura del Estado, que ni arbitra ni modera; a la desmembración del Estado central, por la vía de la cesión de competencias exclusivas a las autonomías y por la de la aprobación de nuevos estatutos, comenzando por el de Cataluña –sobre el que el Tribunal Constitucional ha tardado cuatro años en dictar sentencia–, que se suman a las cedidas a la Unión Europea y a la Unión Monetaria Europea; a la incomprensible cesión a los sindicatos de casi todo lo referente al mercado de trabajo y a un nuevo intervencionismo público en la economía (...), que ha impulsado políticas de gasto público que no son financiables en la actualidad, incluyendo la extensión del Estado de Bienestar a impulsos de la irresponsabilidad fiscal de las autonomías, hasta un punto en que es incompatible con nuestra capacidad económica y con el Tratado de Maastricht. Todo lo cual no habría sido posible sin la degeneración de la clase política.

NOTA: Este texto es un fragmento del primer capítulo de EL DESMORONAMIENTO DE ESPAÑA, que acaba de publicar ALBERTO RECARTE en la editorial La Esfera de los Libros.

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