quarta-feira, 27 de outubro de 2010

Por qué España no entró en la II Guerra Mundial

Me envía un amigo un artículo del catedrático de la Universidad del País Vasco (UPV) Ludger Mees publicado en El País con motivo del aniversario de la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. El subtítulo reza: "El mito se desvanece. Franco no convenció a Hitler de que España debía abstenerse de entrar en la II Guerra Mundial. Fue el Führer quien creyó que su colaboración sería un lastre".


Pues vaya, esa tesis es ya vieja, de Preston y otros historiadores más o menos lisenkianos: Franco estaba empeñado en entrar en la guerra y Hitler lo impidió. Pero parece que esta historia no acaba de asentarse, y tienen que repetirla una y otra vez a pesar de todas las pruebas en contra. Por lo visto, Hitler llegó a Hendaya influido por informes de la Wehrmacht sobre la debilidad del ejército español. Pero, entonces, ¿por qué, siendo el amo de Europa, iba a realizar un larguísimo viaje, algo que nunca hizo antes o después, simplemente para negarse al supuesto deseo de Franco de entrar en la guerra? ¡Verdaderamente...! Por otra parte, no debe exagerarse la incapacidad del ejército español, que salía bien bregado de una larga contienda y demostraría pronto, con la División Azul, un valor combativo harto superior al de los ejércitos francés y británico durante la invasión alemana, por ejemplo. Su problema mayor era su armamento, anticuado ante la rápida evolución de las armas por entonces.

Quien en Hendaya tenía pocas ganas de entrar en la guerra era Franco. Su postura, como he mostrado en Años de hierro, puede resumirse en cuatro etapas:

1) Oposición a una guerra en Europa Occidental y declaración de neutralidad ante su posible estallido ya desde 1938, en plena Guerra Civil.

La causa de esa oposición estaba en la experiencia de la I Guerra Mundial, que probablemente se repetiría, lo que dejaría a gran parte de Europa en ruinas y proclive a la revolución, con lo que el gran ganador sería Stalin. Franco se reafirmó en esta idea con motivo de la invasión de la católica Polonia por el Reich y la URSS.

2) Cambio a raíz de la campaña del Oeste, en la que la Wehrmacht arrolló en unos meses a los ejércitos danés, noruego, holandés, belga, francés (considerado entonces el mejor del mundo) y británico, sin ocasionar grandes destrucciones ni víctimas al estilo de la I Guerra Mundial, y sin que surgiese una subversión revolucionaria.

Entonces pareció imponerse en Europa un nuevo orden, al que el Caudillo no podía sustraerse so pena de quedar marginado de la política continental, aparecer como desagradecido ante Alemania y, probablemente, ser derrocado por Hitler. En ese momento, Franco se ofreció al dictador alemán, aunque este, convencido de la próxima rendición de Inglaterra, creyó innecesaria la ayuda española.

3) Ante la resistencia inglesa, Hitler hubo de volverse hacia Franco, quien varió a su vez de postura, como vino a exponer a Serrano Súñer: si se nos garantiza una guerra corta, entraremos; si se alarga, solo en el último momento.

Franco, atento a los intereses de España, sabía que, en una guerra larga, Inglaterra, dueña del mar, podía causarle enormes perjuicios, aparte de la inseguridad de la victoria alemana si, como temía, Usa entraba en el conflicto. De una guerra larga, aun en caso de victoria del Eje, España saldría exhausta y, por ello, satelizada a Berlín; no era buena perspectiva. Esta era la actitud de Franco cuando llega la entrevista de Hendaya.

Ante el fracaso de la ofensiva aérea sobre Gran Bretaña, los alemanes tenían entonces un objetivo clave: cerrar el Mediterráneo por Gibraltar y dominar Marruecos hasta el Sahara, a fin, entre otras cosas, de impedir un eventual desembarco de los Aliados. Por ello, Hitler podía muy bien tomar medidas drásticas ante una negativa de Franco, y por ello éste insistió en recibir una ayuda imponente en armas, alimentos y combustible, que los alemanes no estaban en condiciones de satisfacer; y en aplazar la decisión.

Que Hitler tenía el máximo interés en la intervención española queda indiscutiblemente de relieve en las cartas, de poco después de Hendaya, en las que instaba y casi imploraba a Franco que entrara en la contienda, haciéndole ver que cada semana de retraso podía tener consecuencias desastrosas. La posición de Franco quedó bien clara en su táctica de ganar tiempo (perderlo, para Hitler) e insistir en peticiones de ayuda incumplibles. Estos documentos, de los que prescinden alegremente los historiadores cantamañanas, son bien conocidos, los he reproducido en Años de hierro y arruinan el mito de que Franco quería entrar y Hitler no. Ignoramos qué habría pasado de no haber decidido Hitler volverse hacia la URSS, alejando del Mediterráneo occidental el centro de gravedad de sus proyectos.

Punto importante en este tira y afloja fue el problema de Pétain. Franco exigía de Alemania grandes territorios del África francesa, que a Hitler no le hubiera importado conceder si no fuera porque quería al mismo tiempo la colaboración de la Francia de Vichy. De aquellas entrevistas con Franco y con Pétain, Hitler no sacó nada en limpio, y salió echando pestes de tan dudosos amigos. La cuestión para Franco tampoco era sencilla: aspiraba a esas partes del Imperio francés como compensación por una guerra que podía traer a España grandes sacrificios; pero por otra parte deseaba una Francia fuerte, que contrapesase a una Alemania demasiado hegemónica en la futura Europa. Todo el problema de la entrada de España en la contienda se desarrolló en medio de contradicciones y cambios rápidos, que exigieron a Franco equilibrios muy difíciles y cambiantes, de los cuales no dan la menor idea los análisis simplones tipo Preston o Mees.

4) Una vez Hitler atacó a la URSS, Franco pudo respirar más tranquilo. Y cuando el curso de la lucha se volvió contra Alemania su propuesta, desoída por los dos bandos, fue buscar una paz negociada en Occidente, para cortar una previsible expansión del comunismo sobre toda Europa.

El embajador useño C. Hayes lo explicó perfectamente:

Pregunté al Caudillo si podía contemplar con serenidad la preponderancia que había adquirido la Alemania nazi sobre el continente con su fanático racismo y su paganismo anticristiano. Admitió que era una perspectiva que no tenía nada de agradable para España ni para él, pero confiaba en que no se materializaría. Juzgaba que Alemania haría concesiones, en el caso de hacerlas también los Aliados, restableciéndose así una especie de equilibrio en Europa. Insistió en que el peligro para España y para Europa era menor por parte de Alemania que de la Rusia comunista. No deseaba una victoria del Eje, aunque ansiaba una derrota de Rusia.

No deja de asombrar el empeño de estos historiadores por cambiar el pasado retorciendo los hechos por encima de los documentos, los testigos y el sentido común más elemental, atribuyendo a Franco una simpleza que está más bien en ellos. La razón es evidente: al mantener a España fuera de la guerra mundial, Franco beneficiaba al país (y de paso a los Aliados, aunque este no fuera su objetivo) de un modo realmente inconmensurable. Y ese mérito histórico fundamental, añadido a la derrota de la revolución en la misma España, no pueden aceptarlo quienes se empecinan en otros disparates como presentar al Frente Popular como defensor de la democracia bajo la orientación de Stalin. Tales cosas enseñan muchos catedráticos en España y fuera.

Pío Moa

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