quarta-feira, 30 de junho de 2010

Separatistas y separadores / "Nueva historia" (III) Irreligiosidad europea

Separatistas y separadores. Los separatistas siempre han argüido que sus adversarios eran “separadores” por no aceptar sus sucesivas exigencias y chantajes. Una táctica tradicional. Pero hay separadores reales: los que confunden a los catalanes, los vascos o los gallegos con los separatistas catalanes, vascos o gallegos, dando la razón a estos últimos. Los separatistas siempre se proclaman representantes de sus regiones y sus habitantes, y los separadores les dan la razón: “¡Que se separen de una vez!”. Aceptan, claro está, que los habitantes de las regiones candidatas a la secesión siempre se han sentido españoles y la gran masa de ellos siguen sintiéndose tales, a pesar de la masiva propaganda en contra durante muchos años; pero, arguyen: “Sí, pero no protestan por los desmanes de los secesionistas”. ¡Ciertamente este es un gran problema! Un grave problema no solo de esas regiones, sino del conjunto del país, donde la masa no protesta ante los desmanes políticos que sufrimos cada día. Son minorías, élites, las que mueven a la gente, y si la élite que debiera defender y dirigir la defensa de España resulta tan poco tenaz, tan poco valiente y con ideas tan poco claras, la liquidación de España está servida. Liquidación en la que son más eficaces los separadores que los separatistas.

Recordaba hace poco la lamentación de un periódico vasco, a principios de los años 20, por el progreso del PNV, un partido insignificante pocos años atrás: resulta que no había habido nunca una reacción intelectual y política a la propaganda de aquel partido. Y hoy, apenas se ve una reacción apropiada todavía. El PP vasco, por ejemplo, se ha hecho también separatista, de un separatismo blando o blandengue simbolizado en la retirada de la bandera española de su página de Internet. Hace poco fue Paco Caja a Vigo a presentar su libro sobre el racismo catalanista y apenas tuvo audiencia, aunque presentaba un argumentario muy interesante para los partidarios de España. A pesar de que los separatismos vasco y catalán –y cada vez más el gallego, quizá pronto el andaluz—son los problemas más acuciantes que sufre España, no ha habido ningún estudio conjunto de ambos en relación con la evolución política del país, excepto el mío Una historia chocante, que, tras un éxito inicial de difusión, ha pasado sin pena ni gloria, sin influir para nada en cualquier tipo de acción. Lo he resumido mucho, naturalmente, en Nueva historia de España, pero estoy seguro de que a la mayoría le pasará inadvertido. Para resolver un problema conviene enterarse a fondo de él, pero ni siquiera una minoría está dispuesta a hacer ese pequeño esfuerzo. Se prefiere ignorar el asunto y reaccionar con desplantes.

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Cuestiones sobre Nueva historia de España

P. Pero no todo es religión. Observe lo que dice Ratzinger: “Asistimos a un proceso de paganización, sobre todo en las regiones ex comunistas (de Alemania) y en todo el norte del país, mediante el cual el protestantismo se descompone y cede el sitio a un paganismo que ya no necesita atacar a la Iglesia, pues hasta tal punto ha desaparecido la fe que ya no siente necesidad de agredirla. O más aún: “Si bien el cristianismo encontró su forma más eficaz en Europa, por otro lado hay que decir que en Europa se ha desarrollado una cultura que constituye la más radical contradicción posible no solo del cristianismo, sino de las tradiciones religiosas y morales de la humanidad” Esto parece contradecir, por lo menos actualmente, su tesis sobre la religión.

R. Sí, es un fenómeno bastante nuevo. A veces da la impresión de que en Europa se ha llegado a una situación de desaparición de la fe, de la misma necesidad de la fe, aunque yo no lo llamaría paganismo, ya que el paganismo era religioso, muy creyente, también supersticioso, tanto en Grecia como en Roma. Como ello es nuevo, o bastante nuevo, aunque podría recordar a lo ocurrido en diversas etapas del Imperio romano, podríamos preguntarnos si se trata de una consecuencia natural y evolutiva, un producto del desarrollo científico y económico del siglo XX, nunca antes visto en la historia, si se trata, digo, de una tendencia digamos positiva e inevitable, que dejaría atrás, superándolo, el período religioso de la humanidad, o bien estamos ante un síntoma de derrumbe civilizatorio. Lo llamativo del asunto es que parece como si para la gente y las élites las preguntas sobre el destino humano y el sentido de la vida hubieran perdido interés o valor, y solo contara el disfrutar de las ventajas de la vida aquí y ahora. ¿Es eso, como digo, producto de una evolución cultural, que abandona viejas cuestiones por inútiles, o bien es un síntoma de perversión y embrutecimiento social?


No es fácil decidir, a simple vista. Me inclino por lo segundo. Esa actitud ante la vida va unida a fenómenos como la expansión de la droga, el alcoholismo, el fracaso conyugal, que tantos daños y dolores causa, el aborto masivo, etc. Va unida también, en contradicción solo aparente, a sentimientos de solidaridad, de tolerancia, de amor en un sentido general, de juvenilismo, etc., Aunque, examinados de cerca, vemos que esa solidaridad, amor, tolerancia y demás, se prodigan hacia movimientos totalitarios, terroristas, etc. que amenazan nuestra civilización, una civilización cuyas raíces cristianas intentan cortar, al mismo tiempo, con curiosa intolerancia y odio. Véase, por ejemplo, la actitud tan difundida contra Israel, que es solo un ejemplo: se le odia precisamente por todo lo que tiene de cultura y sistema político occidental, europeo. Esa irreligiosidad europea va acompañada también de un hedonismo ramplón y de un arte desgarrado que refleja una sensación de sinsentido o una extremada trivialidad. Y también proliferan las sectas y creencias variopintas que oferan lo que al parecer ya no puede dar el cristianismo. En todo caso, y sea de ello lo que fuere, se trata de un hecho nuevo, o bastante nuevo, que precisa un estudio concreto, pero que no sirve para narrar la historia, pues hasta ahora la religión ha sido siempre el eje inspirador de la cultura.

P. Bien, dejemos el asunto. Usted hace una distinción peculiar entre cultura y civilización.

R. Se trata solo de aclarar en qué sentido empleo esos términos en la Nueva historia. Spengler, por ejemplo,da a esos términos un sentido muy diferente: cultura sería el núcleo creativo y distintivo de una sociedad, mientras que civilización vendría a ser el producto por así decir acartonado y decadente de la cultura. Otros autores dan otros sentidos a esas palabras, yo simplemente he querido explicar qué entiendo por ellas, para evitar confusiones. Lo característico de la sociedad humana, por contraste con las sociedades animales, es la cultura, toda sociedad humana es una cultura, desde que el hombre aparece en la tierra. Pero las civilizaciones son una evolución cultural particular, que empezó, por lo que sabemos, en Mesopotamia y Egipto hace “solo” unos seis mil años.

Dicho esto, el término cultura no acaba de satisfacerme, porque incluye tanto lo que los antropólogos consideran así como lo que otros llaman “alta cultura”, un término que también empleo en libro, para definir las actividades humanas por así decir más creativas y evolutivas: la religión, el arte, la ciencia, el derecho y la moral, la inventiva técnica y esas cosas. Creo que habría que buscar algún vocablo que distinguiese mejor lo que entendemos por cultura y por alta cultura.

P. Parece bastante adecuada su crítica a la división tradicional de la historia en edades antigua, media, moderna y contemporánea, pero al mismo tiempo inútil, ya que usted no varía las fechas o períodos que abarca cada una. Siendo así, ¿qué importa llamarlas de un modo u otro?

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****Rajoy pasa página: "Hay que mirar al futuro, recuperar la concordia" La concordia de los chorizos. Qué sujeto abyecto. Pero la democracia es en gran medida una cuestión de opinión pública. Hoy, los medios masivos de crear tal opinión están en manos de dos partidos mafiosos, y por eso se sienten seguros ante una masa de opinión descontenta, pero dispersa y confusa. La mayoría de esos descontentos ignora lo que cada uno puede hacer. No piensa en ello, piensa o, mejor, especula quejumbrosamente, con “lo que va a pasar”. La pasividad de esta gente es el mayor activo de las mafias partidistas y sindicales. La pasividad y las paranoias, síntoma de impotencia intelectual y práctica. Recordaré que intenté en su momento formar un núcleo de propaganda (pocas personas pueden hacer mucho, si se lo proponen), “Ciudadanos por la Constitución”. Para que todo se diluyera porque los dispuestos a moverse tenían ideas y alternativas disparatadas, y no querían saber nada de la Constitución, como los separatistas o Zapo. Y esto es parte de la situación.

****Ya he dicho que AES y UPyD no son santo de mi devoción, pero al menos podrían moderar o frenar el bipartidismo antiespañol y antidemocrático que padecemos. ¿Qué hacen, que no se les ve por ninguna parte, o solo muy tímidamente, con toda la crisis política y económica en que estamos inmersos? Si alguna vez hubo una gran ocasión, es esta. Pero contra la traición de unos solo asoma la ineptitud de otros.


Pío Moa


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Chávez caído: un año

Anteayer se cumplió un año de la salida del poder de Mel Zelaya, el aspirante a tirano que fue derrotado y con ello llevó a Hugo Chávez a su primer gran fracaso en un país nunca antes relevante en la política internacional: Honduras. Y eso tiene que ser muy humillante: que tu propio fracaso ponga a Honduras en la escena internacional, que tu incontenible prepotencia haga que el Papa pida cada amanecer la novedad de Honduras haría avergonzarse a un ser normal. A Mel Zelaya lo llenaba de sí mismo.

No hay periódico en el que no hayan visto ustedes referencias en los últimos días al supuesto golpe de Estado perpetrado en Honduras el 28 de junio de 2009. Ojalá muchos de los golpes de Estado que en el mundo ha habido fuesen como ese. Digamos de él, en tres pinceladas, que fue un golpe de Estado en el que se ejecutaron las disposiciones pertinentes de la constitución vigente para impedir que el presidente Zelaya violase esa Constitución que los hondureños se habían dado. Que fue un golpe de Estado que permitió que se celebraran elecciones presidenciales en la fecha en que estaban previamente fijadas. Y que fue un golpe de Estado que despejó el camino para que las presidenciales fuesen ganadas por el principal partido de la oposición. ¿Dónde puede uno apuntarse a golpes de Estado así?

El golpe de Estado hizo algo malísimo, no podemos negarlo: impidió, por primera vez, la victoria de Hugo Chávez en su afán de ir sumando satélites a la revolución bolivariana. Y con Chávez se desnucó toda su patulea política: Daniel Ortega, ansioso de ver ratificado a tan engreído vecino. Lula da Silva, que puso su embajada al servicio del depuesto presidente —que era el auténtico golpista— y Rodríguez Zapatero que inmediatamente retiró a su embajador en Tegucigalpa —quiza por cantarle las verdades del barquero. Pues eso.

Ramón Pérez-Maura

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Zapatero, ante su último fracaso

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña ha ratificado la decisión de todos cuantos presentaron contra él un recurso de inconstitucionalidad. Aunque la decisión final haya limitado la anulación a catorce artículos e interpretado una treintena más —abusando así del peligroso método de la sentencia interpretativa que declara constitucional no lo que dice la norma, sino cómo debe ser aplicada—, el Estatuto de Cataluña lesionaba gravemente la Constitución Española de 1978 y gracias a los recursos —encabezados por el PP— se ha reparado en parte esta vulneración. En efecto, el Poder Judicial se mantendrá unitario para todo el territorio nacional, sin caer en el sistema confederal que preveía el Estatuto, auténtica ruptura de la unidad jurisdiccional del Estado. También gracias al recurso del PP, el Estatuto no será la base legal de la imposición monolingüística que defienden el socialismo y el nacionalismo catalanes. Y queda meridianamente claro que Cataluña no es una nación más que en el diccionario nacionalista y en el terreno de los símbolos. La inclusión de este término en el Preámbulo del Estatuto es, según el TC, irrelevante porque no tiene valor jurídico, sino testimonial. Gracias a esta declaración, la presidenta del TC, María Emilia Casas, logró el apoyo del magistrado Manuel Aragón, hasta ayer baza principal de quienes confiaban en que el Alto Tribunal aprobara un pronunciamiento más defensivo del orden constitucional y del Estado. En suma, casi la mitad de los artículos impugnados por el PP tenían tachas de inconstitucionalidad.

La conclusión política inmediata de esta sentencia es que los recurrentes tenían razones más que suficientes para denunciar la inconstitucionalidad del Estatuto, que su recurso ha sido un servicio al Estado y a la Nación, y que el TC ha reparado en parte la frivolidad con la que Rodríguez Zapatero embarcó a España en una aventura confederal, cuyo objetivo no era otro que sellar una política duradera de pactos con el nacionalismo catalán. Al final, ni una cosa ni otra. El Estatuto con el que se identifica el PSOE, según su secretaria de Organización, atacaba bases esenciales del Estado y su responsabilidad política por haber aprobado esta ley es innegable. Ahora vendrá una estrategia de propaganda tendente a mitigar los efectos políticos de la sentencia del TC, refugiándose en la minoría del llamado bloque conservador —cuyos cuatro integrantes han anunciado votos particulares a la decisión— y en el limitado número de artículos anulados en proporción a los que fueron impugnados. Será la enésima maniobra de distracción para evitar asumir el daño que el Gobierno y el PSOE han causado a la estabilidad del Estado introduciendo en su ordenamiento jurídico un auténtico «caballo de Troya» contra la soberanía del pueblo español y la unidad constitucional.

La satisfacción impostada del Gobierno socialista ya contó ayer con las primeras reacciones exacerbadas del tripartito catalán y del nacionalismo, convocando a la sociedad catalana a arremeter contra el TC. Su estrategia más reciente ha consistido en negar al TC cualquier legitimidad para decidir sobre el Estatuto, porque había sido votado en referéndum por los catalanes. También este desafío se ha saldado con una derrota de los postulados social-nacionalistas, porque queda claro que la Constitución está por encima de cualquier ley aprobada por el Parlamento, aunque sea ratificada en referéndum. Solo las reformas constitucionales aprobadas por el pueblo español, titular de la única soberanía nacional existente en España, quedan al margen de la competencia del TC.

Una vez que se conozcan los criterios interpretativos aprobados por el TC para la treintena de artículos que la sentencia acomoda a la Constitución, podrá valorarse de qué manera se gestionará el día siguiente a la sentencia. Porque hay dos opciones: o meter a Cataluña en un proceso de insubordinación constitucional, o abrir un período de recomposición del Estado autonómico. La responsabilidad de elegir correctamente es solo de los gobiernos central y autonómico, y especialmente del PSOE y del PSC. Mariano Rajoy ha hecho lo que tenía que hacer: defender, y con éxito, el interés nacional. El problema es ahora de los socialistas entre sí, porque tendrán que resolver sus contradicciones internas. El TC ha despejado del escenario catalán una incógnita que condicionaba el período preelectoral y las relaciones entre partidos. Al PP ya no se le puede exigir que retire el recurso, porque está resuelto, ni reprocharle que lo interpusiera, porque tenía razones para hacerlo.

Pese a que el TC ha reducido la intensidad de los daños causados por el Estatuto, la sentencia se queda corta, porque queda en pie buena parte de una norma estatutaria que se generó como competidora de la Constitución. Por eso, su vicio de inconstitucionalidad era mucho más radical que parcial.

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«La alianza del converso» de Agustín Bernaldo Palatchi

«La alianza del converso» es el resultado de una pasión. La que siente Agustín Bernaldo Palatchi por un lugar y una época: la Florencia del siglo XV. La historia de esta historia comenzó con el descubrimiento de un poema de Lorenzo de Medici.

Tras el peso imponente de su apellido se encuentra un apasionado protector de las artes y las letras en el Renacimiento, cuya vida se desenvolvió en tiempos convulsos (que él también se encargó en ocasiones de agitar) y en una ciudad que estaba en su máximo apogeo. Tanto, tanto se documentó el autor (cinco años, nada menos, enfrascado en esas labores) y tanta, tanta fascinación despertaba cada nuevo descubrimiento, que historia y creatividad se aliaron en armonía, cristalizando en esta novela histórica que supone el debut literario de Agustín Bernaldo Palatchi.

Antes de mezclarse a lo largo del libro, el escritor divide en reales (Lorenzo de Medici, Leonardo da Vinci...) o ficticios a todos los personajes que aparecen en el libro, así como las líneas maestras de su personalidad. Una suerte de tablero de ajedrez, cuyas piezas se van moviendo posteriormente al son de peligros, conspiraciones, plagas, invasiones..., en una sociedad tan complidada como la florentina de la época, de la que nos desvela todos sus entresijos, así como sus modos de vida, en un delicado juego de equilibrios.

El papel de la religión

Capítulo aparte merece la religión en «La alianza del converso». Forma parte de la trama de la novela (expulsión de los judíos, la leyenda cuenta que la joya protagonista pertenece a Luzbel...), pero tambíén de su alma. Muchos de los personajes viven su fe (cristiana, judía o satánica) de un modo tan intenso que, en no pocas ocasiones, desenvoca en experiencias místicas. Ahora bien, lejos de los integrismos típicos de la época, los protagonistas destacan por su visión aglutinadora, auspiciada por la intuición de que en el fondo de todas las religiones se encuentra una misma verdad.

Celia Fraile - Madrid

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Historia de España - Tres reformas en la transición

Sobre la transición –como sobre toda la historia de España en el siglo XX– , se ha mentido o desvirtuado tanto la realidad, que poca gente entiende el punto clave: el paso a la democracia vino del franquismo, y solo pudo venir de él porque la oposición no era democrática, sino de tendencia totalitaria, con excepciones políticamente irrelevantes.


La cuestión de cómo pudo proceder la democracia del franquismo se entiende mejor recordando que este fue un régimen autoritario, no totalitario, bastante flexible y evolutivo, con una economía básicamente liberal y que brindaba amplias dosis de libertad personal.

Lo anterior no significa que la transición fuera cosa fácil. Hacia mediados de los años 60 se planteaba, de modo confuso, si el régimen debía considerarse la superación definitiva de la democracia liberal o bien una situación excepcional, producto de otra situación excepcional en que la propia España había corrido el riesgo de venirse abajo. En el segundo caso, una vez superado el peligro de los años 30 y asentada una sociedad próspera y sin odios, el sistema debía evolucionar hacia un régimen de libertades políticas, que de hecho eran ya entonces cada vez más amplias.

La forma concreta del dilema era la legalización de las asociaciones políticas: ¿debían estas integrarse en el Movimiento, o podrían funcionar independientemente de él, es decir, en calidad de partidos políticos? Los intentos en la segunda vía fracasaron, aun sin dejar de estar en el fondo del debate, por la oposición de Franco. Este, tras mostrarse partidario de una democracia ordenada en vísperas de la república, había sacado de la experiencia republicana y frentepopulista la firme convicción de que los partidos, al menos en España, se convertían en camarillas demagógicas atentas a su exclusivo interés de poder y ajenas al interés general. Creía haber superado tal plaga mediante el Movimiento Nacional, que integraría a las diversas opciones políticas de forma armoniosa. Lo cual era en gran parte una ilusión, pues las llamadas "familias" del régimen venían a ser una especie de partidos larvados, cada cual con sus organizaciones, órganos de expresión, etc. Pero esto es aquí un asunto secundario.

Fraga.
Muerto Franco, e irremplazable su figura, la dinámica contenida en los años anteriores cobró fuerza con el programa reformista de Arias-Fraga. El último aspiraba a un régimen de libertades homologable a los de Europa occidental mediante sucesivos cambios legislativos, culminados en referéndum. Fraga tenía una idea bastante clara de la oposición realmente existente, y consideraba que sólo su debilidad obligaría a esta a aceptar un proceso democrático. Se ha dicho que su reforma fracasó, pero el verbo no es muy apropiado.

Con su tradicional propensión demagógica y su incapacidad de aprender de la historia, la izquierda y los nacionalismos aspiraban a una ruptura que enlazara la legalidad con la del Frente Popular, y en el primer trimestre de 1976 trataron de ganar la iniciativa mediante una intensísima movilización de huelgas y manifestaciones. Fraga logró derrotar esa movilización, asestando un golpe decisivo al rupturismo, que continuó, pero muy debilitado. En este sentido no hubo fracaso, tampoco en un sentido más amplio, porque su reforma simplemente no se aplicó: Arias fue destituido a mediados de 1976, y su lugar no lo ocupó Fraga, sino Suárez. El rey deseaba una reforma suya, no la de un político de tan fuerte personalidad como Fraga.

Con ello empieza una segunda reforma, o una segunda concepción de la reforma, que no es propiamente de Suárez, como suele decirse, sino de Torcuato Fernández Miranda: Suárez fue solo el hábil ejecutor. Torcuato tenía un nivel intelectual muy superior a Suárez, quien difícilmente habría podido diseñar una maniobra de tal calado.

Torcuato compartía con Fraga la idea de que la oposición solo se integraría en el proceso si se sentía débil, y la etapa siguiente, hasta el referéndum del 15 de diciembre, puede considerarse como la definitiva derrota del rupturismo y el asentamiento de la reforma "de la ley a la ley", es decir, desde la legitimidad franquista a la democrática, sin veleidades de arraigar aquella en el Frente Popular. La reforma de Torcuato difería de la de Fraga en que preveía un período constituyente desde unas elecciones, a partir de las cuales los principales partidos elaborasen una Constitución.

El referéndum dio a Suárez un enorme prestigio, ampliado con la resolución de los secuestros de Oriol y Villaescusa. Desde entonces prescindió de la tutela de Torcuato y se lanzó a navegar por su cuenta, con una dosis de personalismo que le llevaba a prescindir de su propio gobierno en cuestiones esenciales.

Carrillo y Suárez.
El mayor logro de Suárez, una apuesta arriesgada pero que resultó un acierto, fue la legalización del PCE antes de las elecciones. El PCE, visto por muchos como el mayor peligro, se había moderado en extremo, ante el peligro de quedar en la cuneta, sustituido por el PSOE como fuerza casi única de la izquierda. Por eso, Carrillo cambió drásticamente sus hostiles declaraciones sobre la monarquía y Juan Carlos, así como algunas tesis políticas fundamentales, para aceptar la monarquía, la bandera, el pluralismo y la economía de mercado antes de que lo hiciera el PSOE, el cual mantenía un radicalismo verbal totalitario.

El problema con la legalización del PCE provino del modo como lo hizo Suárez, por su cuenta y habiendo engañado a los militares. Seguramente no fue un engaño deliberado: cuando prometió que el PCE no sería legalizado (antes de las elecciones), debió de creerlo. Fueron las sucesivas muestras de sumisión de Carrillo y la expectativa de que este no sacaría más de un 10% de los votos lo que le convenció de que legalizarlo tendría poco peligro. La reacción de los militares, por lo demás, se limitó a expresar su disgusto y a aceptar "por patriotismo" la sorpresiva decisión (sorpresiva también para la mayor parte del gobierno y para el propio Carrillo).

No es que Suárez tuviera un modelo distinto de reforma: sólo cambió el talante de la misma. Falto de visión histórica, fue el primero en oscurecer las raíces franquistas del nuevo régimen y las suyas propias, buscó complacer a una oposición que, insistamos, nunca había sido democrática, dándole una baza política e ideológica de gran alcance. Y empezaron a desdibujarse biografías y hechos históricos. Él no tenía convicciones muy firmes, ni distinguía bien entre las cuestiones de principio y las secundarias; oportunista nato, podía presentarse como democristiano, socialdemócrata o liberal. Por asegurar su continuidad como jefe de gobierno, se distanció de Alianza Popular, a cuya imagen "demasiado franquista" contribuyó –él, que había hecho toda su carrera en el Movimiento–, y construyó un partido, UCD, apenas unido por las esperanzas, cifradas en su persona, de asegurar el poder, y que implosionaría de un modo lamentable y bien conocido por todos.

La etapa de Suárez constituyó, de hecho, un tercer proceso reformista, o una tercera reforma, que comenzaba a renegar de los orígenes de la transición y abocó a una Constitución muy defectuosa, en algunos aspectos una bomba de relojería.

La transición constó, pues, de tres reformas: la parcialmente frustrada y finalmente inaplicada de Fraga, la de Torcuato y la de Suárez. Creo que fue este último quien embrolló y desvirtuó parcialmente el proceso. A Torcuato, desde luego, no le satisfizo.



Pío Moa

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Crímenes del comunismo - Socialismo y barbarie en Katyn

El pasado día 20 hubo elecciones presidenciales en Polonia. El candidato más votado no superó el 50% establecido por la ley para salir electo en primera ronda, por lo que habrá una segunda vuelta el 4 de julio. Estos inesperados comicios hubo que celebrarlos debido a la muerte, el pasado 10 de abril, del anterior presidente, Lech Kaczynski, y de otras 95 personalidades polacas en un accidente de aviación.


La catástrofe tuvo lugar en Smolensk. Kaczynski y su comitiva acudían a esa ciudad rusa para conmemorar la matanza de Katyn, perpetrada por la policía secreta estalinista (NKVD) en 1940, en la que fueron asesinados 22.000 oficiales y profesionales polacos. La de los bosques de Katyn fue una de las mayores atrocidades de la II Guerra Mundial, y fue silenciada por los líderes comunistas soviéticos hasta 1990.

El punto de partida de este drama podemos cifrarlo el 23 de agosto de 1939, fecha en la cual se firmó el Pacto de Amistad entre Hitler y Stalin. Pacto que rubricaron en Moscú –frente a un Stalin sonriente y regocijado– los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim Ribbentrop y Viacheslav Molotov, respectivamente. La alianza contenía una cláusula secreta, oculta por varios años, que establecía que los gemelos totalitarios expropiarían y se repartirían el territorio de Polonia: la región oriental sería para los nazis y la occidental, para los comunistas.

Hitler envía sus tropas a tomar su parte el 1 de septiembre; el día 17, Stalin hará lo propio. Las unidades del Ejército polaco que escapaban de los nazis se rindieron ante los soviéticos. Éstos recluyeron a sus prisioneros en los campos de concentración de Starobelsk, Koselsk y Ostashkov, y les dijeron que su encierro era provisional.

Los oficiales polacos conocían sus derechos. Así pues, les dijeron a los soviéticos que, o bien Polonia y la URSS estaban en guerra, y entonces habían de ser tratados como prisioneros de guerra, o no lo estaban y, por tanto, su cautiverio era ilegal y debían ser puestos inmediatamente en libertad.

El honor y la intransigencia inquebrantable que mostraron a la hora de enfrentarse al adoctrinamiento comunista de los campos sellaron el destino de los admirables oficiales polacos. Su suerte se decidió en la reunión que mantuvo el Comité Central del Partido Comunista de la URSS el 5 de marzo de 1940: se les consideró "enemigos recalcitrantes del poder soviético", por lo que habían de ser condenados al "castigo más severo, el fusilamiento" (v. D. Rayfield, Stalin y los verdugos, Taurus, 2005, p. 429). La orden de ejecución iba, por supuesto, firmada por Stalin. En abril fueron ejecutados de un tiro en la nuca "11 generales, 1 almirante, 77 coroneles, 197 tenientes coroneles, 541 comandantes, 1.441 capitanes, 6.061 tenientes, 18 capellanes y el principal rabino, junto con el resto de los funcionarios y de la burguesía polaca" (ibid.).

Las cartas de madres, esposas, hijos que solicitaban información sobre el paradero de sus seres queridos no obtuvieron respuesta.

Fue a raíz de la invasión nazi de la URSS, en junio de 1941, que se conocerían los hechos. En abril de 1943 las tropas alemanas notifican el hallazgo de una fosa común en los bosques de Katyn con los cadáveres de 2.500 oficiales polacos, y responsabilizaron a los comunistas rusos de la matanza. Las autoridades soviéticas respondieron acusando, a su vez, a la Gestapo. Occidente aceptó la versión del dictador soviético, a pesar de que la Cruz Roja certificó que las muertes se habían producido antes de la invasión alemana.

Tras cincuenta años de mentiras, finalmente emergió la verdad: en 1990, Gorbachov reconoció la responsabilidad soviética en la matanza. Dos años más tarde, Yeltsin entregó a las autoridades polacas el expediente del caso.

Katyn no existió, aún no existe, para los comunistas; tampoco para los que se dicen ex comunistas y en general para la intelectualidad izquierdista internacional (con el Pacto de Amistad de Hitler y Stalin ocurrió algo similar). Quienes durante muchos años vieron en la revolución bolchevique el acontecimiento social más importante de la historia no hacen referencia a las acciones criminales de Stalin: su hábito es denunciar al imperio norteamericano. Tampoco conseguiremos una censura contra los creyentes en el dios-carnicero que construyó el socialismo en la URSS; gente como Pablo Neruda, que recibió en 1953 el Premio Stalin de la Paz por versos adulantes y repugnantes como los que siguen:
Stalin alza, limpia, construye, fortifica
preserva, mira, protege, alimenta,
pero también castiga.
Y esto es cuanto quería deciros, camaradas:
hace falta el castigo.
La élite polaca que pereció en el accidente aéreo de esta primavera brindó con su muerte una última contribución a su amada patria. Lograron que los ojos de mundo miraran hacia Polonia y tuvieran noticia de la denominada Matanza de Katyn.


BALDOMERO VÁSQUEZ SOTO, analista venezolano.

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Una ley contra los tiranos

Clístenes.
En el 510 antes de Cristo, es decir, hace la friolera de 2.500 años, Clístenes, padre de la democracia ateniense y gran reformador, introdujo una curiosa ley en el ordenamiento jurídico de la polis más libre y próspera de Grecia: la ley del ostracismo. Se trataba de una medida que pretendía conjurar por siempre la amenaza de la tiranía alejando de la ciudad a los que sintiesen la tentación de querer imponerla.

El procedimiento era ciego y aspiraba a ser tan justo e imparcial como la misma democracia que Clístenes y los suyos estaban implantando por vez primera en la Historia. Todos los años habría de convocarse una reunión para expulsar u ostraquizar a algún cargo público del que se sospechase ambicionara hacerse con el poder absoluto. Se suponía que durante el año los miembros de la Asamblea habían tenido tiempo suficiente para analizar quién o quiénes eran merecedores de la condena.

La antigua Atenas era, a pesar de su importancia y de la impronta que ha dejado en la Historia, una ciudad realmente pequeña. Los ciudadanos propiamente dichos pasaban a duras penas de los 20.000, y ni siquiera todos vivían en la urbe, que por aquel entonces disponía de un modesto imperio marítimo repartido por todo el mar Egeo y parte del Jónico. Con tan poco ciudadano, lo normal es que todos se conociesen, aunque sólo fuese de oídas.

La Asamblea se reunía en el Ágora, que, a diferencia de la sagrada Acrópolis, se encontraba en pleno centro de la ciudad, muy cerca del barrio de Cerámico, llamado así porque los alfareros solían tener sus taller en él. Esta coincidencia fue la que explica el nombre a la condena. Ostracismo proviene de ostraka, que significa concha de ostra en griego y que, por extensión, también aludía a los trozos de cerámica descartados por los alfareros.

Los miembros de la Asamblea escribían el nombre del ostraquizable en esas conchas, y luego se procedía al recuento: Quien tuviese más votos en tan peculiar comicio tendría que empaquetar sus cosas y largarse de la ciudad durante el tiempo que la propia Asamblea determinase: por lo general, diez años. El ostracismo era, en líneas generales, una condena benigna. No suponía la pérdida de la vida, ni la privación de la libertad, tampoco la expropiación de los bienes del condenado, quien, una vez cumplida su pena, regresaba a Atenas y recuperaba todo lo que había dejado atrás. La idea no era tanto castigar como obligar a tomarse unas vacaciones forzosas al prototirano, para que se pensase otra vez eso de dar un golpe de estado contra la polis.

El primero en ser castigado con el ostracismo fue, según cuenta Aristóteles, un pariente de Pisístrato, antiguo tirano benéfico, padre de Hipías e Hiparco, dos tiranos de los pies a la cabeza que preludiaron la llegada de la democracia. Como casi todas las cosas bienintencionadas, en un principio el ostracismo funcionó bien, pues respondía al espíritu justiciero e imparcial que Clístenes le había insuflado. Pero al cabo de sólo un par de décadas ya era estaba irremediablemente viciada con la corrupción o degeneración de los propios magistrados de la república.

La ley de las consecuencias no deseadas empezó a operar como sólo ella sabe, de un modo diabólico, transformando el ostracismo en un arma política muy seductora. Cuando una facción quería librarse de un rival, no tenía más que caldear contra él los ánimos de los asambleístas. Como el ostracismo era sólo aplicable a los que se dedicaban a la política, a lo largo del siglo V todo el que pudo ser ostraquizado lo fue. Se convirtió en algo normal que unos y otros utilizasen los pedacitos de cerámica para vengarse y allanar el camino de los suyos hacia el poder. Los tres grandes vencedores de la guerra contra los persas: Arístides, Temístocles y Cimón, fueron ostraquizados; lo peor de todo es que fueron ellos mismos los que se ostraquizaron mutuamente.

Arístides, el héroe de la batalla de Maratón, sufrió las intrigas de Temístocles, héroe de la de Salamina, y fue condenado a un breve ostracismo de tres años. A Cimón, hijo del prestigioso general Milciades, le traicionó también el partido de Temístocles, que le acusó de andar en tratos con Esparta. El genial estratego tuvo también su ración de ostracismo, esta vez vitalicia, a modo de venganza por la cantidad de enredos que había protagonizado en la polis.

El sistema de votación era bastante manipulable. Plutarco cuenta una anécdota muy ilustrativa al respecto:
Estaban en la operación de escribir en las conchas, cuando un hombre del campo que no sabía escribir dio la concha a Arístides, a quien casualmente tenía a mano, y le encargó que escribiese "Arístides". Éste se sorprendió y le preguntó si le había hecho algún agravio: "Ninguno –respondió el hombre del campo–, ni siquiera le conozco, pero ya estoy fastidiado de escuchar continuamente que le llamen El Justo".
Al cabo de sólo una generación, el ostracismo había conseguido justo lo contrario de lo que perseguía su inspirador. En lugar de servir como freno a los tiranos, se erigió en una herramienta de incalculable valor para los que ambicionaban el poder. La ley que lo regulaba fue abolida un siglo después de promulgada, tras los enfrentamientos entre Hipérbolo, Alcibíades y Nicias, tripleta de políticos que trató de ostraquizarse mutuamente como años antes habían hecho los generales que habían derrotado a Jerjes.

La Asamblea la sustituyó por otra condena: la atimia, que en griego significa "desprecio" y que privaba al condenado de todos sus derechos de ciudadanía. Esta pena se conserva hoy en muchos sistemas legales, que contemplan, por ejemplo, la pérdida del derecho a ser elegido para un cargo público. La del ostracismo también la hemos heredado, aunque sólo en un sentido figurado: ser condenado al ostracismo en el mundo actual consiste, básicamente, en ser ignorado por los demás.

A Atenas, la atimia no le sirvió de mucho. Unos años después, ya en el siglo IV, los macedonios, que tenían mucho de belicosos y poco de democráticos, invadieron Grecia y se la anexionaron a su recién nacido imperio. Atenas fue una de las víctimas, y con ella su característico sistema político de democracia directa.


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segunda-feira, 28 de junho de 2010

Islamismo - El exterminador de Alcalá

Cierto hijo de Alá, un tal Abu Omar Hussein, parece que imán de los fieles en Alcalá de Henares, gusta de ver lapidadas a adúlteras, homosexuales y demás transgresores de la ley del Profeta. E igual complacen en grado sumo a ese Abu las mutilaciones de manos, brazos y otros miembros de los impíos, costumbres ilustradas que ansía difundir en España, tal como se desprende de una deposición suya en el periódico local alcalaíno. Loables querencias, las de Abu, que, por lo demás, vienen siendo premiadas con una subvención anual del Ministerio de Justicia. Cinco mil euros, sólo durante el ejercicio pasado.

Ese asunto, el de la barbarie islamista, constituye la prueba de hasta qué grado se han invertido los valores que en tiempos distinguieran a la izquierda de la derecha. Y es que si los conservadores comparecieron ante el tribunal de la Historia en calidad de abogados del orden establecido frente al desafío de los progresistas, ahora sucede justo lo contrario. Hoy, es la derecha quien encarna la libertad intelectual ante la esclerosis moral llamada "corrección política", el sucedáneo ideológico al que se ha aferrado la izquierda toda tras el colapso del socialismo. Algo nada baladí, por cierto. A fin de cuentas, la corrección política, esa constante perversión de la democracia en nombre del desprecio a la cultura occidental, representa la mayor amenaza totalitaria que haya sufrido Europa desde la eclosión de los fascismos en los años veinte del siglo pasado.

Pues, a ojos de sus devotos locales, las leires, las bibianas, los caamaños, los joseluises, tardíos imitadores de una plaga ya hegemónica entre la progresía atlántica, la verdad objetiva carece de interés alguno. Que Abu predique a voz en grito el crimen, se les antoja baladí. Nada importa, en realidad, el contenido expreso de palabras, ideas o hechos. Sólo su relación de fuerza frente al canon occidental resulta éticamente relevante: cualquier minoría, por principio, posee la razón; sensu contrario, la mayoría –tanto da cultural, étnica, religiosa o moral– deviene invariable reo de culpabilidad. Razón última, por ejemplo, de que la izquierda bienpensante se alinease con el asesino marroquí de aquel Theo van Gogh que osó insultar al islam. O del feliz idilio entre nuestro Caamaño y el airado Abu. Y aún no hemos visto nada.

José García Domínguez es uno de los autores del blog Heterodoxias.net.

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Afganistán... El día que se vayan los americanos...

El presidente Obama obró con plena justificación al destituir al general Stanley McChrystal. La ofensa que motivó tal decisión no alcanzó el rango de insubordinación: McChrystal no es un nuevo MacArthur empeñado en minar la estrategia bélica del Comandante en Jefe, pero sí fue una falta de respeto bastante grave.

Por otro lado, la elección de David Petraeus para sustituir al destituido fue la mejor manera superar el trastorno inherente a cualquier cambio en la cadena de mando, así como de reafirmar la vigencia de la estrategia en curso.

La Administración confía en que Petraeus pueda repetir el milagro que realizara en Irak. Y quien dice la Administración dice los demócratas, que cuando aquél prestó testimonio ante el Congreso, en septiembre de 2007, para dar cuenta de la apuesta por el aumento de tropas le acusaron de reclamar al Legislativo la "suspensión voluntaria de la incredulidad" (la a la sazón senadora Hillary Clinton dixit), o se negaron a votar a favor de la resolución del Senado que condenaba el vergonzoso anuncio "General Betray Us" (el general nos traiciona), publicado en la prensa: entre estos último se contó el propio Barack Obama.

Sin embargo, hay factores de gran relevancia que separan al surge iraquí del afgano. El primero tiene que ver con la alarmante debilidad e ineptitud –por no hablar de la corrupción– del Gobierno de Kabul. Una de las razones de que la ofensiva estadounidense sobre Marja no fragüe es, precisamente, la ausencia de un Gobierno afgano "capaz" de imponer su autoridad en los territorios que limpia el ejército estadounidense. En Irak, el primer ministro Maliki, después de ciertas actitudes contradictorias, demostró poder ser un líder nacional competente que no se dejaba atar por su filiación étnica o religiosa a la hora de atacar el bastión de Muqtada al Sader en Basora, enfrentarse al Ejército del Mahdí en las demás ciudades importantes del sur y llevar la batalla a la propia Sader City bagdadí. En Afganistán, por el contrario, el presidente Karzai anda cortejando públicamente a los talibanes...

Lo peor es que la indecisión no es algo exclusivo de Kabul: también se da en Washington. Cuando el presidente de los Estados Unidos anuncia el aumento de tropas y, a renglón seguido, el día en que comenzará la retirada de las mismas, los afganos, empezando por el presidente y terminando por los más humildes, toman nota.

El otro día, el jefe del gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, reiteraba que la fecha fija de retirada es julio de 2011. Por su parte, el vicepresidente Biden se muestra inflexible en que por aquellas fechas va a "mudarse" mucha gente: "Puede apostar por ello", reta incluso.

Los sofisticadísimos expertos en política washingtoniana quizá interpreten este estado de cosas como un mero guiño obamita a su ala izquierda, debido al difícil horizonte electoral de su partido... y a la mala pinta que tiene su reelección. No se toman demasiado en serio la fecha de marras. El problema es que los afganos no son tan sutiles a la hora de interpretar las maniobras que se dan en la arena política estadounidense. Los matices washingtonianos no tienen traducción al pastún. Así que cuando un afgano se echa a la cara una fecha de retirada de las tropas norteamericanas, enseguida da en pensar qué será de él. Para entonces, los talibanes seguirán ahí, y lo que les falta en popularidad: sólo el 6% en las encuestas, lo ganan de sobra con el uso y abuso del terror; un ejemplo: cuando recuperan una aldea, pasan por las armas en público y sin piedad a todos los "colaboradores" del enemigo.

El surge tuvo éxito en Irak porque los iraquíes fueron testigos de un despliegue masivo de tropas que tenía por objeto brindarles seguridad, lo que les animó a facilitarnos información de inteligencia, lo cual a su vez nos ayudó a encontrar y matar a los malos. Esto generó un círculo virtuoso que redundaba en beneficio de la inteligencia contraterrorista y de la seguridad ciudadana y en detrimento del terror.

Pero para ello fue crucial el que los iraquíes percibieran que el presidente de los EEUU se mostraba obstinado en seguir adelante con sus planes y en negarse a la retirada. Lo que los críticos del presidente Bush consideraban tozudez, para los iraquíes era constancia.

En cambio, los afganos no hacen sino escuchar al presidente Obama hablar de un surge con fecha de caducidad. Al afgano que, a la hora de elegir bando, se juega literalmente la vida , se le puede perdonar el que crea que lo que dice Obama es lo que Obama tiene intención de hacer. Puede, claro, estar equivocado; pero, si lo está, ¿por qué no le aclara las cosas el propio Obama? Ni siquiera tiene que repudiar la fecha clave de julio de 2011: bastaría con que, simple pero explícitamente, anunciara que la retirada norteamericana arrancará en esa fecha... siempre y cuando las condiciones sobre el terreno lo permitan.

Obama ha tenido todas las oportunidades del mundo para decir algo así. No lo ha hecho. Cuando anunció la destitución de McChrystal, volvió a negarse a hacerlo. Si yo fuera Karzai, o un aldeano de Marja, también buscaría la manera de controlar los daños...


© The Washington Post Writers Group

Charles Krauthammer

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Venezuela - Colombia: Santos es presidente. ¿Habrá guerra?

Hugo Chávez.

En momentos en que el presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos, era el candidato más favorecido por las encuestas, el presidente Chávez sentenció que aquél era un "lobo disfrazado de Caperucita" que bien pudiera generar "una guerra en esta parte del mundo cumpliendo instrucciones de los yanquis".


Cuando el Ejército colombiano bombardeó el campamento guerrillero de Raúl Reyes (marzo de 2008), en una reacción que excedió la del propio Ecuador, el mandatario venezolano habló de "invasión" y, en un acto muy probablemente sin precedentes en la historia, ordenó desde un plató de televisión la movilización de brigadas de tanques y de infantería de las Fuerzas Armadas venezolanas.

En plena campaña electoral, el candidato Santos declaró sentirse "orgulloso" del referido bombardeo. Dichas palabras hicieron que arreciara la crisis diplomática entre Venezuela y Colombia; crisis que, extrañamente, aún no se ha resuelto, pese a que la víctima, Ecuador, ha vuelto a la normalidad diplomática con Colombia y EEUU.

El presidente Chávez también ha acusado a Santos de ser "el artífice de muchas otras cosas"; entre ellas, de presuntos planes para asesinarlo.

Estos y otros incidentes, así como los desproporcionados y a veces procaces insultos que el venezolano ha proferido contra el presidente saliente de Colombia, Álvaro Uribe, han hecho pensar que detrás de la epiléptica diplomacia bolivariana hay la intención de mantener las relaciones con Bogotá en vilo.

Si a la creciente crisis económica, política y social que enfrenta el gobierno bolivariano se une el esperado triunfo de Santos y las reiteradas acusaciones de magnicidio, la tormenta es casi perfecta. A menos que el presidente Chávez recoja velas, el escenario que se vislumbra con todos estos elementos objetivos presentes no es halagüeño.

Rafael Correa.
Correa versus Chávez

Después del asalto al campamento de las FARC, era de esperar que Uribe dedicara sus mayores esfuerzos diplomáticos a recomponer sus resquebrajadas relaciones con Ecuador. Correa no puso obstáculo para que se designara una comisión de la verdad, y ésta no ocultó las clandestinas relaciones de altos funcionarios ecuatorianos con los terroristas colombianos.

¿Cómo explicar las diferencias entre Venezuela y Ecuador en lo relacionado con la cuestión colombiana? Aparentemente, Correa aprende de sus errores, mientras que Chávez persiste en los suyos. Correa sabe que obligar, por presiones de Chávez, a los gringos a desalojar la base de Manta fue un error, porque los gringos reaparecieron multiplicados en siete bases colombianas para desplegar la más extensa operación de inteligencia militar en el subcontinente de las que se tiene constancia.

Existen razones para pensar que el presidente Correa no ha abandonado el antiimperialismo, que comparte con el presidente Chávez, ni su simpatía por movimientos rebeldes como las FARC, pero sin duda ha habido un cambio, y ahora maneja su radicalismo con más pragmatismo.

La segunda semana de este mes, la secretaria de Estado de EEUU, Hilary Clinton, visitó Quito. "La nueva izquierda que yo represento", dijo Correa en esa oportunidad, "no es anti nada". "No somos antiamericanos, nosotros queremos a EEUU", remachó, y agregó que sus años de estudio en la Universidad de Illinois fueron los más felices de su vida.

Palabras y actos semejantes son impensables en la Venezuela bolivariana.

Este contraste entre la nueva diplomacia ecuatoriana y la bolivariana, que reacciona con una estridencia desacostumbrada en las relaciones internacionales ante afrentas sufridas por un país aliado, conduce a pensar que Colombia ha sido y es para el presidente Chávez una baza que utiliza cada vez que el frente doméstico se le desestabiliza o entra en crisis.

Si estas conclusiones son acertadas, la elección de Juan Manuel Santos no pudo llegar en mejor momento. La crisis rasga a Venezuela por sus costuras. El domingo 20, cuando aún no se había cerrado el escrutinio en Colombia, el presidente Chávez se ratificó en sus denuncias de la existencia de un complot para asesinarlo urdido en el país vecino. No obstante, esta vez se abstuvo de asociarlo con Juan Manuel Santos.

¿Habrá guerra?



ORLANDO OCHOA TERÁN, analista venezolano.

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El americano asustado

Hay algún legislador norteamericano empeñado en proclamar en su país el derecho de sangre (ius sanguinis) y renunciar al de suelo (ius soli). El propósito (no declarado) es proteger la supremacía cultural y demográfica de los anglos frente al aluvión de inmigrantes.

No lo dice, pero teme, como advertía Sam Huntington, que Estados Unidos se convierta en otra cosa. La gente hace los países, y si la gente es distinta, el país acabará cambiando. De acuerdo con la propuesta de ese legislador, sólo serían ciudadanos norteamericanos con plenos derechos los hijos de padre o madre de tal origen, como sucede con los alemanes, los españoles o los italianos.

La propuesta no va a llegar a ninguna parte. Contradice la decimocuarta enmienda de la Constitución, y es casi imposible derogar o modificar lo que ésta claramente dispone: es americano el que nace o se naturaliza en Estados Unidos. Pero el solo hecho de hacer ese planteamiento describe el ánimo de una parte sustancial de los estadounidenses: sienten que el país que conocieron se les escurre entre los dedos. El presidente es un afroamericano, el número de hispanos crece exponencialmente, aguijoneado por la tasa de natalidad y por la riada imparable de inmigrantes legales e ilegales, y de pronto descubren que hay cinco o seis millones de personas de religión islámica regadas por toda la geografía.

No hay nada sorprendente en la actitud de estos asustados americanos. Todas las sociedades tienden a la uniformidad, e intentan preservar el perfil con el que construyen los estereotipos y elaboran sus mitos. Los tea parties, esas vistosas manifestaciones de indignación general de ciudadanos blancos que defienden la idea de un estado pequeño y fiscalmente responsable, en el que se preserven las libertades individuales, de una manera indirecta son también la expresión nostálgica de aquella América dulce y tranquila que Norman Rockwell pintaba en la primera mitad del siglo XX, en la que esporádicamente se asomaban algunos negros, pero jamás comparecían los hispanos. Entonces no existían.

El argumento nacionalista se lo escuché a un enardecido televidente norteamericano: Estados Unidos está en peligro por la natural falta de patriotismo de las hordas de inmigrantes, carentes de vinculación emocional con el pasado americano. ¿Qué podían significar para ellos la Guerra de Independencia, los padres fundadores, la bandera de las barras y las estrellas o un himno que ni siquiera son capaces de cantar porque no hablan el idioma y porque, todo hay que decirlo, es endiabladamente difícil?

El americano asustado no entendía que aquellos padres fundadores habían creado una república basada en instituciones de derecho que apenas tenía contacto con la idea de nación galvanizada por lazos tribales. Más que con un americano, Madison y Adams, tal vez las mejores cabezas jurídicas de su época, soñaban con un republicano. Un ciudadano que superara los impulsos primitivos de la tribu y se juntara a sus semejantes por la subordinación de todos al imperio de la ley.

Y era cierto. La verdadera lealtad de los ciudadanos en una república, o en lo que más vagamente llamamos un "estado de derecho", no es hacia los símbolos patrios o a la narrativa histórica, sino hacia los principios e ideas que dan sentido y forma a la sociedad. Si mañana los fascistas, los comunistas o cualquier otro grupo que aborrece el respeto por las libertades individuales se apoderaran del gobierno en Washington, lo patriótico sería rechazarlos y combatirlos, porque la república fue creada precisamente para mantener la vigencia de estos derechos personales. La lealtad republicana no es a una patria abstracta, sino a ciertos valores y principios.

Es cierto que los inmigrantes no pueden percibir la nación norteamericana con la misma carga emotiva de quienes se sienten parte de su historia mítica; es verdad que a los descendientes de esclavos, cuyos antepasados eran explotados por los padres fundadores, también suele estarles vedada esa emoción primaria, oscuramente tribal, pero la república es otra cosa distinta. Otra cosa mucho más racional y hermosa: ésa es la verdadera casa de los inmigrantes.

La gran ironía es que ese vínculo de los inmigrantes con el nuevo país de adopción está mucho más cerca del espíritu de los padres fundadores que en 1787 redactaron la Constitución que el que anima al americano asustado de nuestros días. La historia está llena de paradojas.

Carlos Alberto Montaner

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Amazonía - Propiedad privada para los indígenas

Hernando de Soto.
Hernando de Soto, autor de El misterio del capital, fue el año pasado a la selva peruana a recabar información para su próximo libro, "La Amazonía no es Avatar", y supo de la venta de un árbol de caoba por tres kilos de azúcar, que equivale a unos tres dólares.

Una pena, explica De Soto: si el dueño de esa caoba la hubiese podido vender en el Callao, el puerto de Lima, habría podido obtener hasta 12.000 dólares. En California, ese mismo árbol su hubiese vendido en 50.000 dólares.

El otro día se cumplieron 20 años del primer levantamiento indígena en Ecuador. Lo lamentable es que gran parte de los indios ecuatorianos siguen igual; como su colega peruano del árbol de caoba. En gran parte, la culpa es de esos políticos oportunistas que prosperan a lomos del mito que dice que los indígenas son como los nativos de Pandora en la película Avatar, mito que De Soto resume así: los indígenas son ricos a su manera, prefieren estar aislados y no necesitan del resto del mundo, no quieren propiedades ni negocios, tienen una visión incompatible con la globalización y rechazan los derechos de propiedad, causantes del deterioro del ecosistema.

Las investigaciones del equipo de De Soto en la Amazonía peruana han revelado que el 80 por ciento de los indígenas no quieren que sus hijos sigan viviendo en comunidades aisladas. Siete de cada 10 son pobres, y 5 de cada 10 viven en la pobreza extrema. La expectativa de vida en las áreas indígenas es 20 años menor que en el resto del país, y la mortalidad infantil, el doble de alta. La mitad de los niños indígenas sufren de malnutrición, y el 40% de anemia.

En casi todas las comunidades indígenas se han encontrado mapas, leyes comunales y certificados de posesión, emitidos por los propios indígenas, sobre casas, tierras, áreas de caza. Además, efectúan transacciones comerciales, por lo que los indígenas sí parecen querer hacer negocios. La degradación ambiental se da sobre todo en zonas donde no hay derechos de propiedad claros.

De Soto asevera que, a pesar de la titularización de tierras llevada a cabo por el Estado peruano, las comunidades indígenas no controlan sus territorios. En lugar de crear una sola ley para los indígenas de la Amazonía, el Estado peruano ha creado alrededor de 5.000 sistemas legales soberanos, que no están estandarizados. "Al no compartir los mismos estándares con otras comunidades, ni con el resto de Perú, ni con el resto del mundo, viven en una especie de apartheid económico estéril", dice De Soto.

Sospecho que la situación de los indígenas en la sierra y en la Amazonía ecuatoriana es similar. Los movimientos indígenas deberían llevar ya mucho tiempo reclamando el fin de esta suerte de apartheid. En cambio, tenemos unos dirigentes políticos que, a nombre de los indígenas, lo que hacen es pedir dádivas al Estado. En veinte años, jamás se les ocurrió pedir a ese mismo Estado que otorgue derechos de propiedad sólidos a la gente que dicen representar, incluso sobre los recursos que están en el subsuelo de las tierras que habitan.

Gabriela Calderón de Burgos


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Sudáfrica - Un país de enormes contrastes

La República de Sudáfrica, sede de la Copa Mundial de Fútbol, es un país de enormes contrastes. Al llegar, los visitantes pueden tener la impresión de encontrarse en un país desarrollado. Del lujoso Aeropuerto Internacional O. R. Tambo son llevados a Johannesburgo por el Gautrain, el primer tren bala de África, y muchos de los hoteles y restaurantes son de primerísima categoría.

Sudáfrica tiene fabulosas riquezas mineras: el 90% del platino mundial, el 80% del manganeso, el 70% del cromo y el 40% del oro, así como enormes yacimientos de carbón. Acaba de anunciar planes para desarrollar un programa de satélites y es el principal candidato para albergar la sede del mayor proyecto científico del mundo: el radiotelescopio Square Kilometre Array. Por otra parte, su Constitución garantiza la plena igualdad de derechos a los 49 millones de sudafricanos. La población es mayoritariamente negra (79%), con importantes minorías de blancos (9%), mestizos (9%) e indios asiáticos (3%).

La historia de Sudáfrica es complicada. Los holandeses llegaron al extremo meridional del territorio en 1652: fundaron Ciudad del Cabo como parada comercial entre el Lejano Oriente y Holanda. Cuando los británicos capturaron el Cabo de Buena Esperanza, en 1806, muchos de los colonos holandeses (los célebres bóers) se desplazaron al norte y fundaron sus propias repúblicas.

El descubrimiento de vastos yacimientos de diamantes (1867) y oro (1886) intensificó la inmigración, así como el sometimiento de los nativos. Los colonos holandeses resistieron la penetración británica, pero fueron derrotados en la Guerra de los Bóers (1899-1902). Británicos y bóers (o afrikáners) gobernaron juntos la denominada Unión Sudafricana (US) a partir de 1910. En 1961, y luego de un referéndum en el que participaron sólo los blancos, la US se convirtió en república.

En 1948 el Partido Nacional (afrikáner) llegó al poder e instituyó el apartheid, un sistema segregacionista que favorecía a la minoría blanca a costa de la mayoría negra. El Congreso Nacional Africano (CNA) encabezó la lucha contra el apartheid, y muchos de sus líderes, como Nelson Mandela, pasaron décadas en las cárceles del país.

Nelson Mandela y Frederik de Klerk.
Las protestas internas, así como el boicot de que fue objeto Sudáfrica por parte de algunas naciones occidentales, obligaron al Gobierno de Pretoria a negociar una transición pacífica a la democracia. En 1994, las primeras elecciones multirraciales llevaron al poder al CNA, fundamentalmente negro, que ha estado gobernando desde entonces. En este tiempo, Sudáfrica ha tenido cuatro presidentes y vivido cuatro elecciones, consideradas justas y transparentes. La prensa, el poder judicial, los sindicatos y las organizaciones no gubernamentales son robustos e independientes. El país también cuenta con un sector privado poderoso y dinámico.

Pero junto a esas notas positivas encontramos datos muy negativos. Así, el 43% de la población gana menos de 2 dólares diarios, y la tasa oficial de desempleo es del 25%, la más alta del mundo. Fuera de las grandes ciudades, la mayoría de los negros vive en zonas de alta criminalidad, en míseros barracones sin las mínimas condiciones higiénico-sanitarias. Frecuentemente, sus escuelas y hospitales están en pésimas condiciones. En un país donde hay muy poco transporte público, la mayoría de los negros carece de automóvil. Y aunque es la 24ª economía del mundo, Sudáfrica ocupa en un pésimo 129º puesto, de 182 posibles, en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

Sudáfrica es uno de los países más violentos y con más criminalidad, y se ha vuelto más desigual desde que el CNA está en el poder.

El sida causa estragos en el país: cada año mata a 350.000 sudafricanos, y ya ha matado a unos tres millones. Actualmente se calcula que hay unos seis millones de infectados: uno de cada ocho habitantes.

Unos 500.000 blancos han abandonado el país desde que llegara al poder el CNA, que heredó una economía en bancarrota. El éxodo blanco ha agravado el problema de la falta de cuadros cualificados en todos los sectores.

Sin embargo, se perciben síntomas de mejoría. El índice de asesinatos se ha reducido a la mitad, prácticamente se ha erradicado la malnutrición entre los menores de cinco años, y la cuasi totalidad de la población de entre 7 y 15 años está escolarizada. Unos 15 millones de personas reciben prestaciones relacionadas con la seguridad social, y se ha establecido el mayor programa mundial para el tratamiento del sida.

Jacob Zuma, que lleva menos de un año en el poder, está librando una dura batalla contra la corrupción, rampante en todos los niveles. Ha establecido un Comité Nacional de Planificación para que le asesore en temas complejos y de largo aliento, como la energía, el medio ambiente y los recursos hidráulicos, y está elaborando planes para reformar los fallidos sistemas de educación y salud. El 77% de los sudafricanos piensa que está haciendo un buen trabajo.

África y el mundo entero desean, y necesitan, que disminuya el contraste entre la apariencia y la realidad, y que Sudáfrica pueda hacer efectiuvo su fabuloso potencial.


© AIPE

ADOLFO RIVERO CARO, editor de En Defensa del Neoliberalismo.

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Cuestiones sobre "Nueva historia de España": Religión y economía

Recojo aquí cuestiones diversas que me han sido planteadas en diversas entrevistas o en privado.

P- Usted dice en la introducción a su libro que, aunque el tema privilegiado o el eje de la historia es casi siempre la política, esta no se puede entender sin una referencia constante a la cultura en general, en lo que probablemente nadie estará en desacuerdo. Pero también viene usted a decir que es muy difícil o imposible estudiar la cultura como un todo, debido a sus manifestaciones extremadamente diversas. Por tanto, hay que buscar, por metodología, alguna manifestación fundamental que explique las demás. En concreto, y contra lo que se viene sosteniendo desde Marx, usted no considera la economía como el elemento base o eje de la cultura, sino que ese eje se encontraría en la religión, algo que la mayoría de los historiadores e intelectuales en general no parece muy dispuesta a admitir.

R.- Bien, la pregunta tiene dos partes, la economía y la religión. Lo de la economía se viene sosteniendo desde Marx, no solo por los marxistas sino por amplias capas de intelectuales derechistas, incluso conservadores. Veo libros de enseñanza media, de editoriales religiosas, en los que se explican, por ejemplo, las pugnas entre liberales, o entre carlistas y liberales, la Restauración o los sucesos del siglo XX, mediante los típicos “análisis de clase” marxistas, en este caso del llamado marxismo cañí, un marxismo de baratillo, pues no ha habido otro en España. Pero por economía no entienden lo mismo los marxistas que los no marxistas. Solo coinciden en un punto: en considerar la economía como el aspecto por así decir material de la cultura, y al ser lo material ha de ser lo básico, lo analizable científicamente, a partir de lo cual se explica lo demás. Ese materialismo suele identificarse con ciencia, o ciencismo. Pero la economía, aunque produce bienes materiales – y de ahí el espejismo de su carácter “material”--, produce también otros muchos bienes impalpables, como los llamados servicios. Y, sobre todo, esa supuesta materialidad de la economía no existe: más que ser la base, se basa ella misma en decisiones psicológicas que pueden ser muy complejas, en invenciones técnicas o científicas, esfuerzos de ordenación social y organización del trabajo, decisiones políticas, teorizaciones complicadas y a menudo opuestas unas a otras… Y nada de ello es material en el sentido que normalmente damos a la palabra.

Claro que aquí entraríamos en una discusión sobre materia y espíritu, que no viene muy al caso. Para resumir, una mesa es un bien claramente material; la decisión de hacerla, los motivos, el arte, conocimientos y diseño aplicados, el uso que pueda darle su propietario, la propiedad misma, etc., entran en el ámbito de lo espiritual. Podemos decir, claro, que todos esos motivos, procesos intelectuales etc., pueden reducirse a movimientos de átomos y pulsos eléctricos en el cerebro o cosa por el estilo, pero también podemos decir que esos movimientos tienen a su vez un origen espiritual, no se producen automáticamente o aleatoriamente. Y la propia mesa, por ello, es ante todo un objeto espiritual, modelado espiritualmente sobre la materia propiamente dicha. En fin, dejémoslo ahí.

La concepción economicista de la historia parte, ya digo, de esa impresión de algo “material”, evidente a los sentidos, fácilmente mensurable y determinable. Impresión ella misma no material, no tiene más que ver las diferentes conclusiones y teorías que se obtienen a partir de ella, manifiestas ahora mismo en las diversas explicaciones y remedios propuestos a la crisis económica. No, la economía es algo tan espiritual como pueda serlo el arte, y, en cuanto a su capacidad de explicar el resto de la cultura, me parece muy exagerada y traída por los pelos. Tal idea podría aplicarse a un hormiguero, por ejemplo, pero no a la sociedad humana, es decir, en la cultura. La concepción de Nueva historia de España parte de ahí.

P. -No obstante, la idea de la primacía de lo económico se asienta sobre una larga sabiduría: primum vivere, deinde philosophare, o primum panem, etc.

R.- No se pueden separar las dos cosas, si damos a la palabra filosofar un contenido amplio. Vivir, en sentido humano, no solo es muchísimo más que comer, es que incluso para conseguir el pan, el hombre tiene que filosofar, es decir, pensar. Toda la labor económica humana, desde la caza y la recolección, implica una enorme cantidad de pensamiento. El hombre no obra automáticamente, por instinto o por reflejo condicionado, al menos no en la medida en que lo hacen los animales… Seguramente no es casual que las utopías materialistas, y algunas que no lo son, tiendan a convertir la sociedad humana en una sociedad tipo hormiguero.

P.- Pero en cuanto a la religión…

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****Señor Moa: deja usted bien en claro, punto por punto, que Marx traiciona su propia concepción del valor trabajo y que la base misma de su pensamiento es incoherente. Como usted ha señalado, pero sin extenderse, para Marx, el mercado reflejaría de forma distorsionada, aunque globalmente adecuada, el contenido en valor de las mercancías. Pero las objeciones a Marx, que parecen tan fuertes y claras cuando analizamos lo que ocurre a pequeña escala, resultan más difíciles cuando acudimos a la gran escala, a la economía de un país en conjunto, por ejemplo. Esta puede medirse por el valor adjudicado al total de la producción, o bien por la renta generada para las personas. La renta nacional, entonces, reflejaría dos cosas: lo que cobra la gente por su trabajo en forma de salarios u otras remuneraciones, y la explotación de la mayoría por la minoría, manifestada en las diferencias de renta. ¿Cómo analiza usted eso? R. C. G.

****Blog: ¿Qué porcentaje de población itálica había en la Hispania romana… o de población árabe en Al Ándalus? (por comparación con el caso del valenciano). Pero la expansión del latín o del árabe fue un proceso de siglos, y la supuesta del catalán a Valencia parece haber sido muy rápida. Sobre todo ello subsiste la confusión. Por otra parte la reconquista de Valencia fue ante todo aragonesa, en medida muy inferior catalana; y Aragón, en cuanto reino, tenía más prestigio político que Cataluña en cuanto conjunto de condados, aunque destacara entre ellos Barcelona. Solo en el siglo XIV Cataluña es oficialmente “ascendida” a principado. En otras palabras, no es imposible que el catalán se extendiera por Valencia, pero no existen datos terminantes al respecto, y por lo señalado resulta poco probable.

**** “Acaba de publicar un librero de Málaga El cerro de los héroes, de Julio de Urrutia, que es la mejor obra que existe acerca del asedio al Santuario de la Cabeza. Hecho de nuestra contienda que se halla en el olvido. La gesta del capitán Cortés y sus gentes merece ser más conocida, pues aunque no fuera de carácter estratégico determinante, los intervinientes en ella escribieron una de las páginas más heroicas, hasta límites increíbles y durante nueve meses, de la Historia de España. Espero que su lectura le apasione y, si lo considera oportuno, me ayude a difundirla” F. H.
De la ditorial libroHispania, lhispania@librohispania.com.

****Un informe del Tribunal de Cuentas acusa a Bono de negligencia. De negligencia

****"No hay terrorista bueno ni pueblo digno que acoja a esa maldita especie" Eso sueltan los mayores colaboradores que el terrorismo ha tenido en España, los delincuentes del Congreso, en su jornada de infame burla a las víctimas del terrorismo y especialmente a las del 11-m. La hipocresía de esta chusma es sencillamente inenarrable. Lo han dicho por boca del corrupto Bono. Como corresponde.

****El Rey: "No podemos tolerar intimidaciones ni chantajes", ¿Ah, no? Al revés te lo digo para que lo entiendas. La política convertida en la farsa permanente.

****Luis del Olmo: "Pongo mis manos y mi vida por Baltasar Garzón" Tal para cual.

****Rajoy: "No os quepa la menor duda, seré presidente del Gobierno". Vaya, el viejo muchacho se ve ya a punto de cumplir su caprichito: ¡gobernar! También insinúa que Zapo no es demócrata. Pues claro que no lo es. Y Rajoy, que ha dejado al país sin oposición, tampoco.


Pío Moa

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
 
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