Por lo que sé José María Aznar no es judío. Su obra política al frente del gobierno español difícilmente puede ser considerada como proisraelí. Aunque en general trató de mantener una posición equidistante de israelíes y palestinos, en todo caso pesó más la tradición proárabe del Ministerio de Asuntos Exteriores en la gestión de nuestra diplomacia y, muy en particular, de la presidencia de turno europea. Tampoco me consta que nuestro ex presidente, sin duda la figura más relevante del liberal-conservadurismo español desde Antonio Maura, se haya dejado seducir por la cultura judía, uno de los pilares sobre los que se asienta Occidente.
Para entender el compromiso libremente asumido por Aznar en la defensa de Israel hay que volver la vista atrás y recordar los hitos fundamentales de su biografía. Siempre fue un liberal y siempre creyó profundamentente en la libertad individual y, por lo tanto, en el principio de responsabilidad. Aquel joven y pragmático thatcheriano se forjó en la cuestión vasca, donde la derecha española recuperó el discurso de las libertades. En aquellos días comprendió en toda su plenitud la lógica del terrorismo, su vocación al chantaje y a la lenta pero constante tarea de socavar la libertad y la soberanía. Luego llegaría su choque con Fidel Castro, por su inequívoco compromiso con la democracia y los mercados abiertos en América Latina.
El liderazgo de Aznar en la «Iniciativa Amigos de Israel» no es más que un paso más en esa misma línea, porque ese pequeño país, ese oasis democrático en medio de un desierto de dictaduras, representa un caso flagrante de chantaje terrorista ante el cual los europeos están cometiendo los mismos errores que caracterizaron, y en cierta medida todavía caracteriza, nuestra política frente a ETA: un estéril apaciguamiento que trata de ocultar la aceptación del chantaje y la falta de confianza en nuestros valores.
Florentino Portero
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