sexta-feira, 18 de junho de 2010

Sobre el marxismo (II) La piedra angular de la teoría

****Leire, "¿qué te parece esta oposición sometida al ansia viva del poder por el poder?" Pues, aparte de la forma idiota de expresarlo, la pregunta va directamente al blanco. El PSOE quiere el poder para lo que lo quiere: corroer la democracia y la unidad de España, justificar el asesinato como forma de hacer política, promover el aborto y socavar la familia… El PP hace en la práctica casi lo mismo que el PSOE, aunque sin iniciativa propia. El PP rajoyano quiere el poder porque le gusta estar en él, simplemente. Por aquello de la economía y el inglés, cabe suponer.


****El juez Serrano se entera por la prensa del expediente abierto contra él por el CGPJ. Ya ven un CGPJ tan extremadamente considerado en los trámites con el ultraprevaricador Garzón… Muchos jueces humildes ante el de arriba, duros con el de abajo.



****El TSJM admite un recurso contra Patrimonio Nacional por cerrar el Valle de los Caídos Hay que acosar a los delincuentes. No todos los jueces son corruptos o genuflexos ante el poder.



****La hija de Cebrián sigue ascendiendo en TVE. Sigue el carrerón de su padre en la prensa del Movimiento. Siempre con el Movimiento.



****Denuncian el descarado nepotismo socialista en el pueblo natal de Zarrías. ¿Solo allí?

****Blog: No es Trier, sino Tréveris. No es Sudáfrica o Sudamérica, sino Suráfrica o Suramérica. No es N. S. E. W, como vemos por ahí en tantos sitios, sino N. S. E. O. (Norte, Sur, Este, Oeste). Es Trotski, no Trotsky.

**Ciertamente Trotski no era mejor que Stalin, solo tuvo peor suerte, entre otras cosas porque subestimó a su antagonista, que intelectualmente también distaba mucho de ser un don nadie.

**Cuando entiendes cómo funciona el dinero no entiendes lo demás. Solo entiendes cómo funciona el dinero y algunas cosas derivadas. Suponiendo, además, que alguien entienda a fondo cómo funciona el dinero

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La piedra angular del marxismo

El marxismo explica la historia por la lucha de clases y la economía, que en realidad vienen a ser lo mismo. Las clases sociales, divididas básicamente en explotadoras y explotadas, se definen por su posición en el proceso económico. La insuficiente capacidad productiva del hombre a lo largo de la historia imponía la explotación de los muchos por los pocos. Este punto clave, la explotación, explicaría el resto de la actividad social: el derecho, la religión, el arte o la política , a ciertos niveles la misma ciencia... solo expresarían los intereses de las minorías explotadoras. Pese a que la ideología de los explotadores impregnaba también a los explotados, la lucha por la vida se manifestaría en una espontánea lucha entre las clases, y en una rebeldía natural de los explotados que obligaba a los explotadores a desarrollar un aparato de opresión, el estado, para mantener sometidos a aquellos. El impulso productivo, aunque muy lentamente, socavaba las constricciones ideológicas hasta quebrar revolucionariamente la vieja sociedad, permitiendo el paso a otra superior, basada en un nuevo tipo de explotación (la sociedad esclavista, por ejemplo, daba paso a la feudal). Este proceso habría culminado en la sociedad capitalista o burguesa, la cual desarrolla la producción en un grado tal que hace posible la sociedad de la abundancia, en la que, por primera vez en la historia, la explotación del hombre por el hombre se vuelve superflua.


Pero el capitalismo, al mismo tiempo que coloca a la humanidad en el umbral de la abundancia y la igualdad, le impide traspasarlo, pues su sistema se basa en la apropiación privada de los medios de producción y del fruto del trabajo colectivo. Los beneficios de una producción altamente socializada recaen sobre una ínfima minoría de explotadores burgueses. Afortunadamente, el sistema produce también sus propios enterradores, las masas de trabajadores asalariados, es decir, la clase obrera o, más ampliamente, el proletariado, condenado a una vida cada vez más miserable y forzado por ello a rebelarse. El capitalismo es así el último régimen de explotación del hombre por el hombre. Los revolucionarios conscientes, conocedores de la dinámica histórica, deben encauzar la enorme fuerza de la rebeldía espontánea o latente de las masas para destruir el aparato de dominación (el estado) de la burguesía, abolir la “esclavitud asalariada” y “expropiar a los expropiadores”. Tarea, como se ve, noble y magnífica como no cabe concebir otra, alumbradora del horizonte más espléndido jamás soñado por la humanidad, justificadora de cualquier esfuerzo y sacrificio, propio o ajeno.

Todo lo anterior no pasaría de palabrería más o menos inspirada si no fuera porque Marx, con espíritu más científico que el de muchos de sus seguidores, trató de probar sus tesis mediante el estudio de la sociedad llamada burguesa, que tenía a mano sin necesidad de especulaciones sobre el pasado, aplicando una serie de razonamientos ingeniosos. El capitalismo es un modo de producción de mercancías, esto es, de bienes destinados al cambio antes que al consumo útil. Bienes como peines, casas y periódicos, por ejemplo, pueden cambiarse en determinadas proporciones, a pesar de su utilidad tan diversa. ¿Qué tienen en común, para poder cambiarse? Según Marx, el trabajo humano que cuesta producirlos. Luego la cantidad de trabajo humano contenida en ellos y medida en horas de labor, es la base del cambio, la sustancia del “valor de cambio” o valor propiamente dicho, a distinguir del valor de uso o utilidad. El tiempo de trabajo humano necesario para fabricar las mercancías es lo que permite cambiarlas entre sí, por muy diferentes que sean en aspecto y utilidad.


Esta concepción del valor fue empleada marginalmente por Adam Smith y desarrollada por Ricardo, pero Marx le dio una derivación original al aplicarla a un tipo de mercancía particular: la “fuerza de trabajo humana”. La fuerza de trabajo se convierte en mercancía cuando es objeto de compraventa, y eso ocurre cuando una multitud de personas carecen de otra propiedad significativa que esa fuerza, su capacidad para trabajar, por lo cual deben venderla, para subsistir, a los propietarios de los medios de producción, a los capitalistas. La venta se hace, como con cualquier otra mercancía, por su valor. ¿Y cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El representado por el conjunto de bienes (alimentos, vestido, alojamiento, etc.) precisos al obrero para vivir, y que le paga el capitalista en forma de salario.

Aquí surge un problema: si las mercancías se cambian a su valor, ¿qué beneficio extrae de ello el capitalista? Evidentemente, ninguno: los elementos comprados para elaborar la mercancía y el precio de venta de esta serían equivalentes, y así el cambio sistemático propio del régimen burgués sería un ejercicio absurdo, sin pérdidas pero también sin ganancias. Marx encuentra la clave de la ganancia en esa mercancía particular, la fuerza de trabajo, la cual crea el valor de las demás mercancías, y puede ser empleada durante más tiempo que el equivalente al salario pagado por ella. Si el obrero trabajase solo las horas equivalentes a su salario, su empleador no ganaría nada. Si este gana algo es porque el obrero sigue trabajando, produciendo nuevo valor durante varias horas más. Ese valor extra o plusvalía, del que su productor es despojado por el empresario, constituye el índice de la explotación del obrero, la sustancia del beneficio y el motor del sistema. El capitalismo puede definirse entonces como el régimen de extracción sistemática de plusvalía. De ahí derivan fenómenos expuestos en El Capital, como la formación de un “ejército industrial de reserva” de desempleados, que permite aumentar la explotación, la tendencia a la concentración de capital y la consiguiente ruina y proletarización de los pequeños propietarios, etc. , ideas conocidas y que aquí no trataré.

Además de motor del capitalismo, la plusvalía también mueve la lucha de clases en esta época histórica: el propietario busca aumentar su ganancia al máximo reduciendo el salario y/o aumentando la duración de la jornada, y ello obliga al obrero a oponerle una tenaz resistencia natural, la cual se convertirá en rebelión liberadora una vez penetran en él las ideas revolucionarias y la conciencia de su posición y misión histórica.

El concepto de plusvalía es ciertamente, como explicaba Lenin, la piedra angular de la construcción teórica marxista. Con ella queda demostrada brillantemente, en principio, la realidad de la explotación, que pasa de ser un hecho posible pero ocasional, o una impresión subjetiva, quizá caprichosa o resentida, como podía pensarse de los utopismos anteriores, a convertirse en un concepto científico, mensurable, esencial y definidor de una realidad histórica: la explotación del hombre por el hombre, propia de todas las sociedades de clases, se realiza de manera particular y discernible bajo el poder burgués. El concepto de plusvalía permite pasar “de la utopía a la ciencia”. Nunca antes había logrado el pensamiento revolucionario dotarse de una herramienta de interpretación histórica y económica tan consistente y demoledora frente a las resistencias de la sociedad tradicional, frente a sus teorías y explicaciones del mundo o de la sociedad, descartadas definitivamente como encubrimiento de la explotación, como ideologías al servicio de la clase dominante.

Pío Moa

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado

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