Antonio Ubieto desmonta, efectivamente, muchas falsificaciones del nacionalismo catalán. Al estudiar los archivos encuentra que la reconquista de Valencia bajo Jaime I fue ante todo y con gran diferencia, una empresa del reino de Aragón y en mucha menor medida de Cataluña. Y que la entrada en Valencia de algunos aragoneses y menos catalanes no alcanzó al 5% de la demografía valenciana, por lo que no pudo influir de modo importante sobre esta y su idioma. De lo que se deduce, entre otras cosas, que el valenciano difícilmente puede descender del catalán como dialecto de este, sino que debió de ser un romance autóctono, próximo al catalán como el portugués al gallego o el navarro y el leonés lo eran al castellano.
Pero creo que Ubieto va demasiado lejos al afirmar que en Aragón existía espíritu de reconquista, mientras que en Cataluña solo había el espíritu religioso de cruzada. Algo parecido vienen a sostener, contradictoriamente, los nacionalistas catalanes, y es una de las melopeas de Pujol, por ejemplo: en Cataluña dominaba el espíritu carolingio, ajeno a la reivindicación del reino hispanogodo. Contradictorio, porque al mismo tiempo pretenden que se debió a ellos la conquista de Valencia y de las Baleares. Los catalanes no fueron ajenos a los tratados con Castilla para repartirse las tierras a reconquistar, y es muy dudoso que su espíritu de cruzada se limitase a “lucrar gracias espirituales y volver a sus tierras de origen para continuar sus viejos afanes”, como afirma Ubieto.
Además, no puede hacerse en aquella época una distinción tan drástica entre espíritu de reconquista y espíritu religioso: los dos iban muy estrechamente mezclados, porque la religión era el núcleo cultural de la España a reconquistar. El hecho de que cierto número de nobles y concejos catalanes –entre ellos la poderosa Barcelona-- participasen en la reconquista de Valencia a pesar de no tener frontera común con ella, al llegar el reino de Aragón al Mediterráneo, va en la misma dirección. Al igual que Navarra cuando quedó privada de su expansión hacia el sur, siguió ayudando a la reconquista, aunque lo hiciesen con menos bríos, porque esta la realizaban fundamentalmente otros. Bastaba considerarse españoles, como seguramente era el caso por lo común, para que ello diera una orientación general a aquellas empresas.
También señala Ubieto la cronología del impulso reconquistador en Aragón y la a su juicio ausencia de él en Cataluña. Los datos que ofrece de la expansión aragonesa se refieren al siglo XI en adelante, mientras anota el reconocimiento de la autoridad de los reyes francos en los condados catalanes hasta el siglo IX o X. Pero ese reconocimiento fue casi siempre superficial y renuente, y por lo demás revela el hecho de que no solo los condados catalanes, sino también los aragoneses, fueron fundados por los francos, aunque nunca se reconocieran a sí mismos como francos. Como recalco en Nueva historia de España, la España pirenaica catalanoaragonesa, fundada por los francos, permaneció durante tres siglos pegada a dicha cordillera, con una ligera expansión hacia el sur precisamente por Cataluña; en cambio la España cantábrica emprendió su enérgica tarea reconquistadora desde el mismo siglo VIII. La Reconquista comenzó, por tanto, casi tres siglos antes en la parte cantábrica que en la pirenaica, pero fue en ambos casos una reconquista por motivos político-religiosos. Las diferencias en ese sentido solo pudieron ser de matiz.
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Marxismo (y XI) Falsedad de la Ley e inutilidad de la teoría del valor-trabajo
8. Aumentar el capital constante (C) no es más que aumentar el variable (V) y la plusvalía (Pl)…
¿Por qué? El aumento de C, en un sentido marxista, solo nos interesa como aumento de valor de la producción. Ahora bien, todo aumento del valor global se puede descomponer en sus dos términos, salarios y plusvalía. La masa física de C no influye para nada en esto. Lo que influye es que aumentar las mercancías C significa agregar nuevas cantidades de V y de Pl, componentes del valor de toda mercancía. Llevar al mercado tornos, como llevar patatas fritas, es arrojar al proceso de cambio V + Pl. Lo que para el comprador del torno es un gasto en C, para el vendedor es una realización neta de V + Pl.
Por tanto, todo aumento del valor total de C consiste exclusivamente en esto: en un aumento del conjunto de C + Pl. Así, aunque cada empresa particular considere C como un gasto de inversión, en el conjunto de la economía aparece como una cantidad de salarios y plusvalía.
De modo que el alza de C no alterará la tasa de ganancia global, por cuanto dicho aumento entraña otro exactamente igual de los elementos del valor citados.
9. …por lo que la fórmula de la tasa de ganancia es falsa
Ya que C se descompone a su vez en V + Pl, la fórmula marxiana de la tasa de ganancia, TG = Pl / (C + V), es falsa. Siendo C igual a V + Pl, la fórmula de Marx equivale a la siguiente: TG = Pl / (Pl + V) + V, lo cual muestra su carácter artificioso. Aunque un empresario particular no ve en C esa suma de Pl + V, en la realización total del mercado lo es, por lo que la Pl de C, en su calidad de ganancia, debe entrar en el numerador, y V sumarse a la V del denominador. La fórmula de la ganancia sería, finalmente, la misma que la fórmula de la tasa de explotación o de plusvalía: Pl / V. Al establecer su fórmula de la tasa de ganancia, Marx es inconsecuente con su propia teoría, y confunde el aspecto que ofrece la inversión C al empresario particular con el valor del conjunto de una economía local o nacional.
Esta última aproximación crítica bastaría a efectos demostrativos y podría habernos ahorrado en gran parte las aproximaciones anteriores, pero me parece más ilustrativo mostrar la incoherencia de la Ley desde distintos ángulos.
10. La teoría del valor es inútil
Dice muy bien Sweezy, aunque se queda corto, que si bien en términos físicos la cantidad de C ha crecido inmensamente, no está tan claro un aumento parejo en términos de valor. En realidad, el problema básico nace precisamente de la propia concepción del valor marxiano, que ni en los países capitalistas ni en los socialistas ha tenido hasta ahora la menor utilidad como instrumento de medición económica.
No obstante, en apariencia la concepción del valor-trabajo nos proporcionaría un instrumento objetivo de medida de la economía, por encima de las fluctuaciones y distorsiones causadas por las maquinaciones del mercado. Pero resulta no ser así. Como sabemos, el valor de las mercancías consistiría en la cantidad de trabajo humano que contienen, cantidad medida en tiempo. Por tanto, el valor puede expresarse en horas de trabajo, y así lo hace Marx. Ahora bien, obviamente no todos los obreros rinden por igual, y hay diferencias importantes entre un obrero especializado y el simple peón, o existen muchos trabajos mal orientados que no producen valor alguno, sino mera pérdida de energías. O, en otro sentido, de ser así, la producción de la India valdría mucho más que la de Usa, o la de Indonesia más que la de Alemania, idea disparatada.
Para sortear este escollo, Marx postuló que no se trataba de tiempo de trabajo sin más, sino de “tiempo de trabajo socialmente necesario”, es decir, el tiempo medio empleado de acuerdo con unas condiciones técnicas dadas (“En las condiciones normales de la producción y con el grado medio de habilidad e intensidad corrientes en un momento dado”). Esto parece una salida, pero conduce a un embrollo mayor, al ofrecernos una medida de goma, inaplicable. Pues entonces no tendrían la misma capacidad de crear valor las horas de un indio que las de un californiano, y variaría también esa capacidad dentro de cada país o región algo amplia, pues en ninguno de ellos son homogéneas las condiciones técnicas y sociales. Y variarían también de año en año, porque las condiciones de lo “socialmente necesario” cambian con el tiempo. ¿Cómo medir el valor de nada, en esas condiciones? ¿Y cómo sería posible el intercambio de mercancías entre China y Suecia, o entre España y Filipinas? ¿Sobre cual valor “socialmente necesario”? El tiempo de trabajo sin más podría ser una forma objetiva de medir el valor (si no chocara con obstáculos como los señalados), pero al añadirle los rasgos de “socialmente necesario” pierde toda utilidad como instrumento de comparación y medida.
(Además, entraña una contradicción básica en la teoría. La expresión “socialmente necesario” no es otra cosa que la introducción inconfesada de la productividad, de “C”, en definitiva, en la formación del valor. Al introducir la condición “socialmente necesario”, Marx admite, contra el fundamento de su teoría, que “C” crea valor. Entendemos así los embrollos, contradicciones y tautologías de la Ley, algunas de las cuales hemos examinado)
Esto, y no la falta de apoyo institucional a las investigaciones sobre el valor, como pretendía Manuel Castells, es la causa de que el valor marxiano resulte inútil para medir y analizar la economía o la sociedad. Y siendo falsa la concepción marxiana del valor y la plusvalía, base de todo su sistema, el edificio teórico construido sobre ella se viene abajo.
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La crítica a una teoría puede hacerse comparándola con otras, o comprobando sus pronósticos y los hechos reales que aspira a explicar, o bien examinando su coherencia interna. Aquí hemos seguido esta última vía, por parecer la más decisiva. La comparación con otras teorías suele dejar un margen de incertidumbre, pues no existen teorías absolutamente certeras. La comprobación en los hechos o la historia real ha sido, desde luego, muy desfavorable al marxismo, pues ni el descenso de la tasa de ganancia ni ninguna o casi ninguna de sus predicciones se ha cumplido, pero queda la duda de si se cumplirían en el futuro. En cambio, si el examen de una doctrina deja en claro su carácter íntimamente contradictorio o incoherente, se vuelve innecesario comprobarla con la práctica o compararla con otras teorías para determinar su validez. Tratándose de una doctrina política y social, sus consecuencias solo pueden ser nefastas, como efectivamente lo han sido. Si este ensayo tiene alguna dosis de acierto, algo habrá contribuido a aclarar el carácter de la doctrina marxista, que un tiempo me subyugó, como a tantos.
****Blog, Manuelp: Una cosa es que Marx afirme algo y otra que lo explique o justifique. Lo importante de Marx es que la maquinaria y demás (C) no genera valor, solo lo transmite, es “valor muerto”, pero ni siquiera explica cómo lo transmite. Quien lo genera son los obreros de que dispone cada capitalista. Marx se encuentra a menudo con escollos que intenta sortear saliéndose de su propia teoría. Si C es “valor muerto”, no puede aportar su valor a la tasa de ganancia, y tampoco a la masa de ganancia, solo al producto resultante. Una vez realizado en el mercado, se convierte simplemente en valor útil (por supuesto, una empresa en quiebra puede revender su maquinaria, muebles, etc., generalmente a un precio muy inferior al que le costó; o se pueden comprar mercancías no para convertirlas en útiles, sino para revenderlas a un precio superior en circunstancias propicias. Pero en definitiva, todas las mercancías, aunque fabricadas para el cambio o cambiadas varias veces, se convierten finalmente en valores de uso) Así, ¿para qué es útil C? El capitalista cree que es útil para crear valor, pero Marx lo niega, aunque luego reintroduce subrepticiamente la maquinaria como creadora de valor. De otro modo: el valor total del producto aumenta efectivamente por el aumento de C, según Marx reconoce, pero tanto la tasa como la masa de la ganancia permanecen forzosamente igual. Solo si C produjera valor aumentaría la masa de este, aunque no forzosamente la tasa de ganancia. Y Marx no justifica en modo alguno cómo el valor de cambio de C puede transmitirse una vez realizado por la compraventa. Simplemente afirma que así es, por la evidencia de que C contribuye al valor, pero eso va contra su propia teoría. Y volviendo atrás, la introducción de más C no entraña necesariamente ningún aumento de V Más bien al contrario, el capitalista introduce más C para ahorrarse V. En el ejemplo que puse, al introducir C, según Marx, aumenta la suma o masa de valor total del producto, pero no puede aumentar, aunque él diga lo contrario, la masa de ganancia. Ni, por supuesto, la tasa, que disminuye. Por tanto, la tendencia al derrumbe no viene solo de la menor tasa, sino también del estancamiento de la masa.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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