sexta-feira, 31 de julho de 2009

¿Por qué lo llaman «separatistas» cuando deben decir «terroristas»?

Los lectores de ABC.es se preguntan a través de Twitter por qué los medios extranjeros siguen llamando a ETA grupo “separatista” o “independentista” cuando es una organización terrorista con todas las letras. Tratándose además de un problema, de una tragedia, en la que el lenguaje es tan decisivo, los tuiteros españoles aclaran a la BBC y a la CNN que ETA no es una "banda separatista vasca" sin más, sino una auténtica "mafia terrorista".

"Corrijan sus noticias, por favor", piden a ambos grupos de comunicación que, como otros grandes medios, no llaman a los etarras por su nombre. Pero de momento no tienen intención de cambiarlo. Al menos así lo explica CNN a este diario. “ETA es una organización clasificada como terrorista por España, la Unión Europea y Estados Unidos, algo que la CNN siempre recuerda cuando cubrimos informaciones relacionadas con la banda”, dice un portavoz de la cadena estadounidense desde Atlanta.

“Pero para nuestra audiencia mundial también debemos explicar qué es ETA y lo que la banda intenta conseguir con su campaña de bombas, de modo que usamos la expresión “grupo separatista” como parte de nuestro trabajo”. CNN insiste en que sus piezas incluyen que ETA está acusada de más de 800 muertes y que busca la independencia de dos millones de personas en la región española del País Vasco. “Cuando se produce un ataque que afecta a civiles, CNN siempre informa de la noticia como un atentado terrorista”, concluyen desde la cadena estadounidense para la que Al Qaida sí es un grupo terrorista.

Por su parte, la británica BBC aclara que la palabra terrorista no está prohibida en sus medios. “No obstante, y aunque las guías editoriales sirven como consejos, cada editor puede aplicar su punto de vista caso por caso. Nuestra consigna es informar sobre los actos terroristas de forma rápida, veraz y responsable, y debemos ser especialmente cuidadosos con el lenguaje que utilizamos en nuestros propias crónicas”, afirma un portavoz de la BBC en Londres. Y subraya: “nadie que haya seguido la cobertura de la BBC sobre la bomba en Mallorca puede tener ninguna duda del horror de la atrocidad cometida esta semana”. Más allá de las explicaciones oficiales, un reportero de la sección de internacional de la BBC asegura que evitan la palabra terrorista tanto en el caso de ETA como en el del IRA o Al Qaida.

En el mismo punto se encuentran diarios tan influyentes como el estadounidense The New York Times o el británico The Guardian, que han vuelto a evitar las palabras “grupo terrorista” en sus crónicas sobre el atentado que este jueves acabó con la vida de dos jóvenes guardias civiles en Palma.

El primero, que siempre denomina a Al Qaida red terrorista, tilda a ETA de “violento grupo separatista vasco” en una pieza titulada “Una bomba mata a dos oficiales de policía en una isla española”. El segundo lo describe ya desde el título: “El grupo separatista vasco ETA todavía está listo para matar a pesar de los triunfos policiales”.

La vieja petición española a los medios extranjeros sigue por tanto sin efecto en sus textos y titulares. Incluso el ex presidente del gobierno, José María Aznar, hizo en su día una gira por los principales periódicos estadounidenses pidiendo que llamaran a ETA grupo terrorista, como lo denomina la Unión Europea. También el departamento de Estado de Estados Unidos califica a ETA como una organización terrorista extranjera, mientras que el Home Office del Reino Unido la describe como un “grupo terrorista proscrito, fuera de la ley en el Reino Unido, que busca la creación de un estado independiente en las regiones vascas de España y Francia”.

Curiosamente en Wikipedia también explican la razón de ser de Euskadi ta Askatasuna como “una organización armada nacionalista y separatista vasca fundada en 1959, que ha evolucionado desde un grupo que defendía la tradición cultural local hasta una organización paramilitar de ideología marxista-leninista cuyo objetivo es la independencia vasca”.

Noelia Sastre - Madrid
www.abc.es

Un monstruo de 50 años

ETA es un monstruo macabro y viejo de 50 años que prosigue alimentándose del odio y el asesinato. No le importa ni su llamada «Euskal Herria» ni los vascos. Tan sólo su particular conjura: asesinar a todo aquel que no ose pensar como ellos.

Han pasado 50 años y el pretexto de la «liberación» ya no cala. Por eso han perdido numerosos apoyos; aún así sigue habiendo todavía demasiados individuos que los secundan desde las esferas políticas, mediáticas, económicas, culturales y sociales. Personas que legitiman el uso de la violencia y que dormirán tranquilamente estas noches pese a los atentados de esta semana.

ETA quería dar un golpe de efecto en su 50 aniversario e intentó ocasionar una auténtica masacre en Burgos. De esas que provocan escalofríos con sólo imaginarlas. Afortunadamente, el resultado no fue el que esperaban. Pero todos los heridos y los que sobrevivieron saben que sus vidas ya no serán iguales. Vivirán con el recuerdo de una noche horrenda y muchos acarrearán secuelas de por vida.

En la vileza y en la crueldad de la mente de los terroristas, el atentado de Burgos fue un fracaso y por ello tenían que intentarlo de nuevo. En Palmanova, en la localidad mallorquina de Calviá, acabaron asesinando el jueves a dos jóvenes guardias civiles. Y con ellos, terminaron con las ilusiones y los sueños de sus respectivas familias, y los de sus compañeros.

A cada golpe despiadado de ETA, como los de esta semana o el reciente asesinato de Eduardo Puelles, el Estado de Derecho debe responder contundentemente con todas sus armas demócratas. ETA tiene que sentir que jamás ningún gobierno español se sentará a negociar con ellos.

Cincuenta años después ETA tiene en su haber casi 900 muertos y 18.000 víctimas. Y sólo un destino: desaparecer. Para ello todos los demócratas debemos concienciarnos de que esto sólo será posible sin negociaciones y mediante la aplicación de todos los mecanismos del Estado de Derecho.

Juan A. García Casquero
Presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT)

www.larazon.es

Décadas de diálogo con ETA

Al margen de su obvia naturaleza criminal, si algo demuestra ETA con su fallida masacre del miércoles o el asesinato ayer de dos guardias civiles es que los terroristas no han perdido la esperanza de lograr que un gobierno de España vuelva a sentarse a negociar con ellos. Ante la lamentable falta de certeza que también tenemos muchos españoles de que ningún gobierno de España volverá a dialogar o negociar en el futuro con ETA, hay quienes se engañan tratando de ver esa certeza en la existencia misma de la violencia. Tal parecería el caso del editorialista de El Mundo quien, tras la fallida masacre en la casa cuartel de Burgos, afirma que "el brutal ataque de ayer debe contribuir a que se disipe cualquier conjetura sobre una nueva posible negociación con la banda. Los terroristas han vuelto a poner de manifiesto que son unos fanáticos radicales –"enloquecidos", los llamó ayer el ministro Rubalcaba– y puesto que no atienden a razones, tampoco cabe suponerles capacidad de diálogo".

Y yo me pregunto, ¿acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1974 en la cafetería Rolando donde ETA asesinó a 12 personas y causó ochenta heridos? ¿Y acaso poco tiempo después, en 1976, el gobierno, representado por Ángel Ugarte, jefe del antiguo SECED, no mantuvo conversaciones con estos "fanáticos" y "enloquecidos" en Ginebra?

¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1979 en Chamartín y Atocha donde ETA asesinó a siete personas e hirió a un centenar? ¿Acaso no lo fue también la matanza perpetrada en 1986 en la plaza de la Republica Dominicana donde ETA asesinó a 12 agentes e hirió a varias decenas de civiles? ¿Y acaso poco meses después, ese mismo año, los representantes del Gobierno de González no tuvieron sus primeras conversaciones con esos "fanáticos enloquecidos" en Argel?

¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1987 en el Hipercor de Barcelona, donde ETA asesino a 21 personas –entre ellas cuatro niños– e hirió a 45? ¿Y no lo fue también, ese mismo año, la de la casa cuartel de Zaragoza, donde ETA asesinó a 11 personas –entre ellas, cinco niños– y dejó heridas a 40? ¿Y acaso pocas semanas después los nacionalistas no lograban introducir en el Pacto de Ajuria Enea la cláusula favorable al "final dialogado de la violencia"? ¿Y acaso meses después no hubo nuevas negociaciones en Árgel al máximo nivel entre Vera y Antxon en representación del gobierno de España y de la banda de "fanáticos enloquecidos", respectivamente?

¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1991 en la casa cuartel de Vic, donde ETA asesinó a 10 personas –la mitad niños– e hirió a una docena? ¿Y no lo fue también la perpetrada en diciembre de 1995 en el madrileño Puente de Vallecas, donde ETA asesinó a seis trabajadores civiles de la armada y dejó heridas a otras 17 personas? ¿Y acaso dos años escasos y medio después, el Gobierno de Aznar –el mismo al que antes habían intentado asesinar estos "fanáticos enloquecidos"– no los pasó a llamar "representantes del MLNV" y, menos de un año después, mantuvo conversaciones con ellos en Zurich?

Dejo al margen el pacto de Estella, las conversaciones en Perpiñán de Carod Rovira, o la infamia perpetrada por el Gobierno de Zapatero para dar cobertura a sus alianzas con los separatistas. Me limito a los errores de los gobiernos previos que, sin negociar políticamente nada, sirvieron de excusa a la infamia de Zapatero de negociar con "fanáticos enloquecidos" –¿o eran "hombres de paz"?– una tregua en el que se habían comprometido precios políticos, al margen de la impunidad.

No, no es la brutal violencia que estamos padeciendo, ni sus consiguientes "treguas", los que nos disipan las dudas sobre futuras conversaciones con ETA. La violencia, tanto como sus ceses condicionales y temporales, lo que demuestran es que ETA no ha perdido las esperanzas en que haya negociaciones de nuevo. Quien tiene que disipar nuestras dudas y acabar con las esperanza de ETA es el Gobierno y una clase política y mediática que deje de ver como posibilidad de paz un diálogo que en realidad supone incidir en el error.

Guillermo Dupuy

www.libertaddigital.com

Luto y reflexión

El asesinato de dos guardias civiles en Calviá cometido por la banda terrorista ETA induce a una reflexión retrospectiva. Se guardará el debido luto, se formularán las preceptivas condenas y se apoyará a la Guardia Civil, que ha sido el blanco de dos atentados en menos de 48 horas. Pero hay algo más que hacer. En parte guarda relación con lo que un agente de la casa cuartel de Burgos declaraba al diario El Mundo cuando contaba sus impresiones. Decía: "[El atentado] es un riesgo que llevas contigo. Estamos en el país que estamos, tenemos la sociedad que tenemos, y ya está".

La responsabilidad de los crímenes corresponde a sus autores, pero dado que no podemos oponer a sus actos más que nuestros actos, es la política que se lleve a cabo la que determina el fracaso o el triunfo del terrorismo. Durante tres largos años, fue la peor posible. El infausto "proceso de paz" ideado por Zapatero tenía el efecto perverso de despertar la esperanza de los terroristas en la obtención de un pago político. El asesinato no constituye un triunfo del terrorismo. Sí lo es, en cambio, conseguir contrapartidas. Los terroristas matan para lograrlas.

Tras el fracaso del obcecado empeño, se ha vuelto a la política de la que no cabe desviarse. Hay, sin embargo, un pero. Uno entre otros, pero éste es capital. La falta de una rectificación explícita, de un reconocimiento expreso del extravío por parte del presidente constituye un error añadido al que cometió. Esa indefinición respecto del pasado lastra la política antiterrorista con una incertidumbre de cara al futuro. Permite interpretar que el giro dado por Zapatero en esta materia, lejos de surgir de la convicción, es táctico y coyuntural y, por tanto, reversible.

Hay otra rendija, auténtico boquete, que debe de taparse. La sociedad que tenemos respaldó en buena medida aquel "proceso de paz". Desde luego no castigó la irresponsable aventura en las urnas. De forma periódica, muchos sucumben a la ilusión de que es factible y carece de coste ese "final dialogado de la violencia" que aún figura en un permiso para negociar aprobado por el Congreso. Al urdir el "proceso", el presidente alimentó ese espejismo. Es su obligación disiparlo por completo. De lo contrario seguiremos abocados a que, como decía Churchill, "la debilidad de los virtuosos contribuya a fortalecer la malignidad de los malvados".

Cristina Losada, uno de los autores del blog Heterodoxias.net.

Terrorismo y silencio

El miércoles, después del atentado terrorista en la ciudad de Burgos, lo dijo el ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, y el jueves, después del asesinato de dos guardias civiles españoles en Mallorca, lo reiteró el dirigente socialista Ramón Jáuregui: ETA está en su última etapa. Están débiles. Ellos perdieron la última oportunidad. El Estado acabará con ETA. Así, insiste Jáuregui, lo han querido los terroristas, porque "ellos solos rompieron la tregua". Ante esta palabrería siento alternativamente vergüenza ajena y desprecio. Sólo quiero callar. Presiento que guardar silencio, anular nuestra propia voz, es más humano que perorar sobre lo que resulta inexplicable.

El separatismo sigue matando y, por lo tanto, ganando en todas partes a la paz ciudadana, pero los dirigentes socialistas niegan la evidencia. ETA sigue asesinando españoles, pero los socialistas dicen que están acabando con la banda. La mentira socialista no tiene límites. Los socialistas de Zapatero no tienen pudor para decir una cosa y la contraria; primero, negociaron y se entregaron a los cambalaches de ETA, durante casi cuatro años, y ahora, cuando ETA ha iniciado toda una ofensiva contra el Estado, incluso lo han hecho con ostentación al atentar por primera vez en una isla, dicen que los criminales están en las últimas. ¡Vale!

Señores socialistas, por favor, vayan a otro lugar con ese cuento. Es tan ruin y populista su retórica que prefiero el silencio, aunque la melancolía lo arruine. Más dice el silencio, en efecto, que sumar mi opinión a ese poblado corral de voces engalladas y cínicas. El silencio, por muy negativo que sea, dice y aclara "mucho con el énfasis de no explicar". Pero, como diría la Atenagórica de México, al silencio es necesario ponerle algún breve rótulo para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga. El mío es breve y sencillo. Es casi un epitafio, un "recordatorio", para quien declaró que la nación, la nación española, es un "concepto discutido y discutible".

El silencio respetuoso ante la muerte de dos españoles nos dirá algo de verdad, sí, algo que no cabe en las voces de los miles de socialistas que mantienen una cosa y su contraria, si y sólo si asumimos o pensamos que España, la nación española, está siendo vencida por el separatismo. Los criminales vuelven a ganarnos cuando nos matan. Los socialistas, ahora como en el pasado, no quieren saber nada de esa amarga y trágica lección que el separatismo trata de darnos después de cometido su crimen. De hecho, los socialistas nunca la aprenderán, porque antes que acabar con el corazón del animal separatista, es decir, rematarlo con la fuerza represora del Estado de Derecho, prefieren dejarse tratar –dialogar, negociar y cambalachear– por los tentáculos del terrorismo nacionalista de ETA.

Después de los crímenes de Mallorca, es preferible el silencio, sin duda alguna, que "decir" que estamos ganando a ETA. Insisto: el silencio, como dijera Juana de Asbaje, "explica mucho con el énfasis de no explicar". El silencio es más humano, quizá demasiado humano, que la mentira.

Agapito Maestre

Catedrático de Filosofía Política en la Universidad Complutense de Madrid

Caídos por España

Hoy, las palabras repugnan. Con ellas, se puede insultar, se puede condenar, se puede clamar por la cadena perpetua, por la pena de muerte, incluso. Se puede culpar a los políticos, al Gobierno, además de a los terroristas. Pero todas sonarán huecas, absurdas en su impotencia, ridículas en su incapacidad. Pero quien sólo está armado de ellas está obligado a dispararlas. De modo que ahí van.

Cuando la violencia persigue objetivos políticos no es delincuencia, es guerra. Lo es sobre todo si el que la emplea tiene un considerable respaldo de aquellos en cuyo nombre combate. Cuando el que hace la guerra recurre exclusivamente al terrorismo, combatirá irregularmente, asimétricamente, pero siempre será una guerra. Esto es la ETA, un pequeño ejército irregular que combate por la independencia del País Vasco con el terrorismo y el respaldo de una parte de la sociedad vasca. Que sean unos criminales no es incompatible con que sean también combatientes. Se justifican aduciendo la enorme desproporción de fuerzas que les impide combatir en igualdad de condiciones, vestidos de uniforme, con las armas a la vista y atacando tan sólo objetivos militares.

Los españoles, por nuestra parte, vivimos en la ficción de que los etarras son sólo delincuentes que deben ser perseguidos como tales. No obstante, tuvimos que crear nuevos tipos penales para poder combatirlos eficazmente con el Código Penal en la mano. Quisimos creer que, por negarnos a combatir con las leyes de la guerra, por sólo haber muertos en nuestro bando, ésta nunca sería una verdadera guerra. Ellos nos matan y nosotros los perseguimos como se persigue a una banda de narcotraficantes. Pero olvidamos que los narcotraficantes respetan el sistema porque viven de él. Si alguien quisiera legalizar el tráfico de drogas lo verían como a un enemigo. La ETA, en cambio, combate el sistema, desea subvertirlo con el fin de crear el clima propicio para que otros extraigan los beneficios políticos de sus acciones. ¿Alguien duda de que el País Vasco no tendría la autonomía de la que hoy disfruta si no fuera gracias a la ETA? Son las concesiones que se han ido haciendo a los nacionalistas de allí las que alimentan su resolución. Quieren la independencia del País Vasco y llevan una buena parte del camino ya recorrido gracias a la violencia. Tienen el apoyo de los vascos que desean esa independencia, aunque lamenten con lágrimas de cocodrilo lo que ha sido necesario hacer para alcanzar lo logrado.

No me disgusta la táctica de considerarlos delincuentes y negarles la calidad de combatientes porque es tanto como negarles la posibilidad de obtener concesiones. Siempre que sepamos que es una ficción para obligarnos a no ceder y que no cedamos. El problema es que luego cedemos. Y negociamos con ellos. Lo han hecho todos. ¿Alguien puede imaginar a un presidente de Gobierno enviando representantes a negociar con una banda de narcotraficantes? Si negociamos con los etarras es precisamente porque sabemos que no son delincuentes comunes.

El caso es que, al margen de estrategias, es hora de reconocer que ésta que combatimos es una guerra. De pocos muertos, si quieren, pero los que cayeron, hace treinta años y ayer mismo, lo hicieron por España, no por defender el orden público. Deberíamos preguntarnos todos si queremos o no ganarla. Porque si no queremos, deberíamos darles lo que piden y evitarnos más muertos. Pero si como espero, deseamos vencer, habrá que ponerse a ello y votar a los políticos que quieran lo mismo.


Emilio Campmany

www.libertaddigital.com

La muerte como discurso

Matar, matar, matar. Después de cincuenta años no cabe esperar de ellos otra cosa. «Los asesinos matan, los ladrones roban, los amantes aman», decía Jean Paul Belmondo en «A but de souffle». Medio siglo de crímenes contumaces no ofrece margen para ninguna clase de reconversión; han profesionalizado la muerte hasta transformarla en su siniestro modo de vida. La muerte es su discurso, su estrategia, su negocio, su retórica. Y si mataron hasta durante la última tregua, con un Gobierno entregado, unos fiscales de rodillas y hasta unos jueces convertidos en bizcochos, cómo no iban a hacerlo ahora que el Estado parece decidido a tratarlos como se merecen.

Por eso no deberían caber más elucubraciones, ni más teorías, ni más disquisiciones, ni más análisis situacionistas que siempre saltan en pedazos con la metralla de la última bomba o con la pólvora del último disparo. No ha lugar a la fantasía: no se disolverán, no harán autocrítica, no bajarán la persiana por sí mismos. No escucharán a los que desertan asqueados, ni atenderán la reflexión de los presos ni les conmoverá el dolor de las víctimas ni les hará dudar el hartazgo de los veteranos. Matarán mientras puedan matar y seguirán creyendo que con cada muerto acumulan más fuerza para sostener su terminal delirio iluminado.

Ésa es la esperanza que tiene que cercenar el Estado. Es la nación democrática la que ha de correr del todo la reja que clausure cualquier resquicio de trato, de negociación o de salida. En cada titubeo, en cada vacilación, en cada duda encontrarán alguna coartada táctica para justificar su quimérica alucinación de sangre. Y mientras haya alguien que, siquiera en el imaginario remoto de un ensueño, alcance a dibujar la hipótesis teórica de un atajo, ellos creerán que existe un límite para nuestra resistencia y un margen para su victoria.

Toda la macabra historia de ETA se reduce a un planteamiento de una simplicidad brutal: el de pensar que todo Estado tiene un número inasumible de muertos, una cifra de bajas a partir de la cual se rinde, se ablanda o se entrega. Contra ese cínico nihilismo, contra esa descarnada lógica clausewitziana no cabe más que una firmeza sin matices, un compromiso moral que entienda la libertad y la dignidad como un bien supremo de la sociedad y de los ciudadanos que ningún gobierno, ninguna institución, ninguna política puede administrar por su cuenta. Sólo a partir de ahí se puede construir un discurso de resistencia y de desafío que ofrezca al terrorismo una única salida: la derrota. Por consunción, por asfixia, por aburrimiento, por fatiga, por desistimiento. No puede haber otro final. Sin fotos, sin documentos, sin proclamas, sin nada que parezca un acuerdo honorable con quienes carecen de honor. Es así: o ganan ellos o ganamos nosotros. Al cabo de cincuenta años de sufrimiento ya no debería quedar nadie sin saberlo.

Ignacio Camacho
www.abc.es

España no es culpable

ETA cumple cincuenta años y lo celebra intentando una masacre. ¡Qué asco! Pero tenemos la obligación de ir un poco más allá. ¿Cómo es posible que una organización terrorista haya durado medio siglo en una región rica de la civilizada Europa occidental? Mi tesis: porque durante estos años la hemos convertido y tratado como un movimiento de liberación nacional, dotándola de la mística y la estética de los buenos guerrilleros.

En primer lugar, la Iglesia católica del País Vasco. Sin su apoyo primero, su comprensión después y su mirar para otro lado siempre, ETA no hubiera podido existir. Ahora que está tan de moda exigir que la Iglesia pida perdón, no estaría mal que lo hiciera por la teología de la liberación, por haber sucumbido al marxismo guerrillero. Una ideología y una praxis que ha causado muchos miles de muertos y es en gran parte responsable también del atraso histórico de América Latina. La Iglesia católica, igual que mimó el eusquera para evitar el contagio liberal a finales del XIX, nutrió el nacimiento de ETA. Así son las cosas y así va siendo hora de que las contemos.

Pero la Iglesia no es la única culpable de tratar con cariño a unos jóvenes idealistas. Lo es todo el centro izquierda español. ¿Cuánto tiempo hemos tardado en considerar el asesinato de Carrero Blanco un atentado terrorista y no un hecho providencial? La doctrina del tiranicidio y la mística del buen guerrillero nos han impedido ver la serpiente. El buenismo político no es un invento del presidente Zapatero, lo hemos practicado con ETA todos los demócratas, prácticamente hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el secuestro de Ortega Lara. Algunos todavía lo practican cuando se oponen a la ley de Partidos o a la penalización del aparato social y económico de ETA-Batasuna.

Y qué decir de nuestros amigos europeos. ETA era el argumento que mantenía el mito de una España violenta, dramática, totalitaria, aún inmersa en la dialéctica del XIX. Qué historia tan romántica a unos pocos kilómetros de casa. Hasta que estallaron los Balcanes. Siempre me ha indignado la doble moral europea; se justifican, apoyan y financian causas nobles en el Tercer Mundo que se despachan sin contemplaciones en casa. A los civilizados europeos les divierte saber que hay buenos salvajes, aunque ellos se hayan convertido en aburridos burgueses. Véanse las dificultades actuales de Colombia para explicar la lucha contra las FARC en una Europa que se mueve entre la admiración infantil y el miedo petrolero a Chávez.

La tercera causa subyacente de la perdurabilidad de ETA está en la lógica económica con la que se encaró el Estado de las Autonomías. El concierto vasco, la restauración de unos privilegios feudales en pleno siglo XX, se concibió como una generosa oferta a los nacionalistas vascos para que unos dejaran de matar y otros de justificarlo. Los primeros se profesionalizaron en el asesinato y la extorsión. Los segundos no tuvieron reparo alguno en beneficiarse de estos vareadores de olivos. Los distintos gobiernos, paralizados por haber sucumbido a la lógica nacionalista de la culpa original, renunciaron a aplicar los instrumentos disponibles en el Estado de Derecho. Este Gobierno no sólo renunció, sino que adoptó esa misma lógica suicida a las relaciones con Cataluña y generalizó la idea de que España ha de pagar por mantener su unidad. Si no paga suficiente, vale todo. Desde amenazar con la ruptura unilateral del marco constitucional hasta el terrorismo.

Si tengo razón en este diagnóstico desgarrador, vencer definitivamente a ETA, lo que hoy es posible gracias al fracaso de la oferta de diálogo, va a requerir algo más que eficacia policial, inteligencia jurídica y cooperación internacional. Exige un cambio cultural en la sociedad española para abandonar su mala conciencia y su disposición a aceptar chantajes para expiar presuntas culpas que nunca cometimos.

Fernando Fernández
www.abc.es

Los 50 años de ETA y el modelo de reproducción del terrorismo

Que ETA siga matando o intentándolo, como ayer en Mallorca y el pasado miércoles en Burgos, despierta sentimientos extendidos de indignación y hastío que no facilitan precisamente la apreciación de matices y discontinuidades, inevitable -y hasta, diría yo, necesaria- cuando se aborda un fenómeno histórico que se ha perpetuado durante medio siglo. El comunismo soviético o el franquismo, por ejemplo, son totalidades cerradas y felizmente concluidas, en las que no sólo los historiadores reconocen transformaciones internas a lo largo de su existencia, pero, antes de la caída del muro o de la muerte de Franco, la mayoría de sus partidarios y enemigos tendían a percibirlos como permanencias o reiteraciones de unos acontecimientos originarios y arquetípicos, la Revolución de Octubre y el Alzamiento Nacional, respectivamente. Todavía en 1989 y en 1975, éstos se experimentaban como mitos, y no como historia. Timothy Garton Ash afirmaba, hace unos días, que la Segunda Guerra Mundial está a punto de convertirse definitivamente en historia, pues los últimos sobrevivientes de la misma van desapareciendo con celeridad. Es cierto, pero la victoria aliada no impidió que, desde la misma posguerra, se iniciase ya el debate de los historiadores, porque la Guerra Fría propició la revisión del esquema mítico que congelaba los cinco años de la contienda en pura epopeya de la democracia contra el fascismo. No ha sucedido lo mismo con ETA, sobre la que se ha escrito demasiada mitografía y poca historia rigurosa. El desdén con que habitualmente se recibe (salvo por una minúscula comunidad de especialistas) cualquier intento de clarificar su evolución, no se debe sólo a la incapacidad de divulgar conocimientos que caracteriza, con pocas y muy honrosas excepciones, a los profesionales universitarios de la historia y de las ciencias sociales, sino a la desconfianza de una opinión pública que exige poner fin al terrorismo en vez de analizarlo. Se trata de una reacción comprensible, pero no ayuda a sacudirse el mito y su tiranía emotiva, que puede cambiar de signo según la época. En los primeros años de la Transición, no resultaba cómodo sostener que ETA jamás había hecho nada por la democracia. La opinión dominante, y no solamente en la izquierda, era justamente la contraria. Se fue deslizando al otro extremo a partir de 1981, cuando se cifró en la organización terrorista la causa principal del golpe de Estado del 23-F. Pero, tanto en éste como en el cambio democrático, el peso de ETA -si tuvo alguno, que lo dudo- fue, como mucho, accesorio u ornamental.

Ralf Dahrendorf sostenía que el terrorismo «es casi exclusivamente una actividad de jóvenes seducidos por adultos», y creo que no se equivocaba. En sus orígenes, ETA fue un grupo juvenil muy reacio, en la práctica, al uso de la violencia, aunque no se recatase en teorizar sobre el mismo, como lo hacía la mayor parte de las organizaciones antifranquistas nacidas por los mismos años. Por ejemplo, el Frente de Liberación Popular, o sea, el Felipe, creado un año antes (1958). Al igual que los fundadores de este último, los de ETA procedían de las clases medias adictas al régimen y eran universitarios o asimilados, con pretensiones intelectuales y poco dados a la acción.

Junto a sus coetáneos del Felipe vasco, constituían la expresión de una disidencia generacional, la de los «niños de la guerra», que buscaba distanciarse lo más posible de sus mentores adultos, que no eran los derrotados, sino los vencedores. Pero tampoco manifestaban simpatía alguna -y sospecho que ni siquiera piedad- hacia los vencidos de la guerra civil. Los de ETA desconfiaban tanto del PNV como los del Felipe de los comunistas. Sus referencias ideológicas no eran españolas. Ni vascas. Miraban al exterior, a los movimientos anticolonialistas y a los críticos franceses del neocapitalismo. Leían a Sartre y a otros autores menos renombrados, como Franz Fanon y André Gorz, a los que Sartre elogiaba porque se declaraban sartrianos. Consideraban que, al margen de la especificidad del caso español, no habría más remedio que actuar con la determinación y la contundencia de los rebeldes argelinos o cubanos si se pretendía derrocar a la dictadura franquista y, de paso, hacer la revolución, pero no se daban demasiada prisa en pasar de la guerra imaginaria a la guerrilla activa en las calles de Bilbao o en la sierra de Cazorla, porque despreciaban a sus mayores, vencedores o vencidos, y ninguno de éstos se habría tomado la molestia de seducirlos y manipularlos.

De la generación española de intelectuales progresistas nacida entre 1920 y 1935 (puestos a ser rigurosamente orteguianos), hay motivos más que de sobra para guardarse como de la pelagra, y todos los fundadores de ETA pertenecían a la misma. Mientras fueron jóvenes, lo único que hicieron fue improvisar una subcultura de la disidencia que incluso tenía cierta gracia, porque no sólo arremetía contra el franquismo. Se encarnizaba, además, en los mitos nostálgicos de la vieja izquierda y del viejo nacionalismo, y eso resultaba muy refrescante. Pero, a finales de los años sesenta, los jóvenes de 1959 se habían hecho adultos y estaban en condiciones ventajosas, respecto de la generación anterior a la suya, para seducir a los más jóvenes. Así sucedió en el caso de ETA, cuya segunda generación, la que podría llamarse, con toda propiedad, del 68, dio el salto a la violencia, de una forma que muchas veces se ha definido como inopinada o aleatoria, pero que no lo parece tanto si se tiene en cuenta cómo había influido en ella el discurso de los padres fundadores. Su paso al terrorismo fue tan casual como el suicidio masivo -directamente o mediante la heroína- de la prole de los «niños de la guerra» devenidos intelectuales antifranquistas, esa generación dedicada a enterrar a sus hijos, de la que algún día habrá que hablar con la ferocidad que se merece.

La experiencia inicial del terrorismo fue tan disolvente y traumática para sus protagonistas que casi todos ellos se las ingeniaron para abandonar ETA antes incluso de que Franco muriera. Sin embargo, su breve trayectoria violenta había tenido ya un efecto imprevisto: la reaparición de una comunidad nacionalista que necesitaba identificarse, aunque sólo fuera simbólicamente, con la impugnación armada, no ya del franquismo, sino de España, y la anuencia de esa comunidad fue lo que impulsó a los residuales de la segunda generación de ETA a seguir adelante, ejerciendo sobre los jóvenes de la generación siguiente una seducción similar a la que ellos habían sufrido por parte de la generación fundacional. Este dispositivo de seducción, reforzado por la aprobación comunitaria, aseguraría la continuidad de ETA a lo largo de medio siglo de pederastia ideológica. Ninguno de los fundadores de ETA mató a nadie ni puso jamás una bomba, pero establecieron un modelo de reproducción del terrorismo que funcionará mientras el nacionalismo vasco, en su conjunto, siga necesitando afirmarse como radicalmente incompatible con España. No descarto que el PNV sea sincero cuando condena la violencia etarra, pero la reclama tácita y (prefiero pensarlo así) acaso involuntariamente cuando define el actual gobierno vasco como colonial o de ocupación. La bomba de Burgos se ajusta perfectamente a esa lógica victimista y victimaria.

Jon Juaristi
Doctor en Filología Románica, ha sido catedrático de Filología Española en la Universidad del País Vasco y en New York University; asimismo ha sido profesor investigador en el Colegio de México, México D.F. profesor titular de la Cátedra de Pensamiento Contemporáneo de la Fundación Cañada Blanch en la Universidad de Valencia y director de la Biblioteca Nacional y del Instituto Cervantes.

www.abc.es

Después de los atentados

Después de los dos asesinatos de ayer en Mallorca y del terrible atentado en Burgos de ETA —que hoy cumple 50 años de sangrienta historia— es lógico que nos preguntemos por el cometido del gobierno vasco. Porque siendo la lucha contra ETA un objetivo prioritario del gobierno central, es claro que al gobierno que preside Patxi López le corresponde toda una política referida a cuestiones defendidas hasta la fecha por los nacionalistas y por la izquierda abertzale ( etarra). Yo quiero limitarme exclusivamente aquí a tres puntos.

En primer lugar, debería comenzar a hacer el desmontaje del sistema educativo que ha permitido formar en las últimas tres décadas a un par de generaciones de vascos en el odio contra España y en la manipulación de la Historia. Sabemos que esta no es tarea que pueda resolverse en una o dos legislaturas, pero es evidente que una de las causas del terrorismo y el independentismo está en la educación. La expulsión del castellano tuvo como fin, desde el primer momento, el reconocimiento de la comunidad euskaldún y, al tiempo, unos contenidos educativos congruentes con ello. En segundo lugar, debería tener que ver con el debate sobre los homenajes a etarras. El hecho de que estos deban pasar por la luz verde de los jueces es un inmenso disparate. Quiero decir que, en todo caso, las decisiones de los jueces no deberían escapar a los debates normales. En tercer lugar, los socialistas deberían ocuparse de la presencia de ANV en las instituciones. Por supuesto, los «populares» deberían acompañar codo con codo a los socialistas en todas estas tareas.

Por cierto ¿no resulta verdaderamente extraño que el éxito electoral que le ha permitido al PSE formar gobierno no haya estado acompañado de la vuelta al País Vasco de muchos ciudadanos que tuvieron que exiliarse a otras tierras españolas? La «defensa de las libertades» que según Patxi López ha justificado la formación de un gobierno no podría entenderse sin una traducción social y cultural.

César Alonso de los Ríos
www.abc.es

El oxígeno de ETA

50 años después y ETA continúa asesinando, ahora a dos guardias civiles. Y en muchos se ratifica la falsa percepción de que no es posible acabar con ETA, de que hay que negociar, darles lo que piden, porque nunca la derrotaremos.

Y, sin embargo, ésa es una de las tres causas que explican los cincuenta años de ETA. La debilidad, el desistimiento, el miedo, la tentación de ceder y negociar. Si ETA se mantiene viva es porque percibe esa debilidad, porque ha logrado sentar varias veces al Estado a negociar y aún tiene la esperanza de lograrlo de nuevo.

Poco cabe añadir a la segunda causa, la única sobre la que hay un amplio consenso. El apoyo, la legitimación, la cobertura que ETA ha recibido del nacionalismo. Por supuesto que una democracia puede acabar con un grupo terrorista. Siempre, claro está, que no esté protegido por las propias instituciones políticas de la democracia. Las autonómicas y las locales, en este caso. Que es lo que ha ocurrido, sin que el Estado haya sido capaz de evitarlo.

Y aún hay una tercera causa que concierne a la izquierda y sus guiños y vacilaciones para con los terroristas. Toda la memoria histórica que la izquierda ha hecho con la derecha y el franquismo es la memoria que no ha hecho con ella misma y su responsabilidad en la longevidad de ETA.
Hasta bien entrados los noventa, una buena parte de la izquierda española aún encontraba excusas para el terrorismo. Y cuando parecía que, por fin, era capaz de enfrentarse con claridad a ETA, el Pacto Antiterrorista, una nueva vacilación quebró la lucha antiterrorista. Hace tan sólo tres años, Zapatero se sentó a negociar con ETA y le dio un nuevo soplo de legitimación y de esperanza. Un soplo con que ha llegado a su 50 cumpleaños y ha vuelto a asesinar a dos españoles.

Edurne Uriarte
Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco

www.abc.es

Enloquecidos

Sabíamos que los de ETA eran unos asesinos. También sabíamos que eran unos salvajes. Ahora sabemos que, además de ser unos asesinos salvajes, están enloquecidos, y eso no les hace más fuertes pero sí más peligrosos. Sólo una discrepancia, aunque importante, con esa reflexión de Rubalcaba sobre el atentado de Burgos, cuya vigencia subraya trágicamente el asesinato ayer de dos guardias civiles en Mallorca. Es sobre el tiempo verbal de la última frase. Que habían enloquecido también lo «sabíamos» desde hace tiempo. Al menos desde el deleznable asesinato de Miguel Ángel Blanco y la posterior ruptura de la famosa tregua-trampa, y desde luego antes de que se iniciase el último ensayo de negociación, condenado desde el principio al fracaso a pesar de las presuntas buenas intenciones de sus promotores. O precisamente por ellas.

En realidad, el enajenamiento mental de ETA se produce inmediatamente después de la restauración de la democracia en España. Nadie que no estuviera perturbado habría despreciado hasta dos amnistías para embarcarse en una enloquecida aventura de «liberación nacional» -ese era el lenguaje heredado de las luchas anticoloniales de los sesenta- para obtener por la fuerza de las armas un imposible estado socialista independiente en el corazón de la Europa de la OTAN y la Unión Europea.

La cuestión estriba, y Rubalcaba debería haberlo añadido, en que no nos vuelvan locos a nosotros, que es uno de sus objetivos. Y nos harían perder la cabeza si incurrimos en una de las dos siguientes tentaciones: la de abandonar la senda de los medios del Estado constitucional para tomar atajos como los del GAL, lo que por fortuna no parece estar en la cabeza de nadie; o la de ceder a los cantos de sirena de una nueva negociación, que esa sí está en la mente de unos cuantos ingenuos y de muchos fariseos que hoy se dan de golpes en el pecho.

Eduardo San Martín
www.abc.es

Yo hoy brindo por ellos

La tarta de cumpleaños ha podido ser decorada con dos velas negras. Hubieran querido más, muchas más, pero la fortuna no les acompañó en su golpe fundamental: si se hubiera derribado la casa de Burgos, hoy serían tantas velas como años hace que el nacionalismo vasco vivió una escisión en su seno de la que nació el terrorismo de ETA, pero la mala puntería o la fortuna ajena hicieron imposible el sueño con el que hubieran hecho felices al montón de psicópatas que forma su estructura. Tal y como recordaba ayer en Tercera el profesor Rogelio Alonso, los miembros de la ETA argumentan algo semejante a lo que el IRA afirmó con motivo del intento de asesinato de Thatcher en 1984: «nosotros sólo hemos de tener suerte una vez, ellos siempre». En Calviá se produjo el golpe de fortuna y aún creo escuchar los vítores en algunas celdas de prisiones, aún oigo descorchar botellas de espumosos en las cavernas tabernarias, ya me imagino la cara de satisfacción de decenas de concejales de poblaciones norteñas, ya veo la boca salivada de jóvenes revolucionarios con pendiente y sudadera. Ya les veo celebrar el medio siglo con un festín de cadáveres alrededor de los cuales danzan con el cuerpo lleno de sangre. ¿Y, mientras tanto, nosotros qué? ¿Otra vez al llanto? ¿Otra vez a recogernos en casa compungidos y en silencio como viene siendo todos estos cincuenta años?

¿Quién tiene que tener miedo? ¿Los que somos más y mejores? El pueblo español ha mostrado sobradamente su capacidad de paciencia, pero también de temor; algunos sectores magramente poblados han mostrado, a su vez, no poca miseria y cobardía cuando dedicaron unos cuantos de estos cinco decenios a mirar hacia otro lado; otros utilizaron lenguaje melífluo, gomoso, pretendidamente confuso para justificar ideológicamente al asesino «aunque no se compartan las formas» -como si esto fuera un concurso de buena educación-; finalmente, unos cuantos apoyaron, desde el nacionalismo vasco y algún que otro reducto reaccionario de la península ibérica, la llamada lucha armada. En el frente de aquellos que han mantenido el mismo discurso durante este tiempo, con Franco vivo o con Franco muerto, de aquellos que han dado la cara contra esta colección de salvajes permanentemente alimentados por el discurso nacionalista, de aquellos que han escrito y firmado palabras claras, que no se han escabullido, que no han escurrido el bulto, que han estado en los funerales, que han colaborado con las víctimas, que han acusado al que puso la bomba y no al que la debía retirar, por lo visto, con mucha celeridad, que se han jugado el tipo ante los amigos de los asesinos, que no han querido capitular ante ningún tipo de chantajes, que no han admitido que un Estado democrático tenga que ceder en negociación alguna con un colectivo de criminales, que han tenido que aguantar que tantísimo estúpido español le llamara «facha» por sostener principios sólidos, que no han sucumbido, en suma, ante el relativismo perverso de nuestro tiempo, en ese frente, digo, no había tantos. Otro gallo hubiera cantado si desde los inicios de esta cincuentena siniestra se hubiese apostado de forma inequívoca por una lucha a todos los niveles. Con Franco y sin Franco, que ahora es muy fácil escudarse en que contra el dictador todo valía, o que había que entender algunas posturas. Pues no, no todo valía y no había que entenderlo todo, como por ejemplo la ETA.

Yo hoy también voy a brindar por estos cincuenta años. Sin velas negras. Con las velas blancas de los íntegros que no se han escondido en el armario de casa. Y voy a brindar por los que han arriesgado la vida o algún tipo de seguridad por mantener una postura digna e inequívoca. Por tantos valientes españoles que, desgraciadamente, no han sido mayoría. Vivan ellos, y con ellos que viva España.

Carlos Herrera
www.carlosherrera.com

www.abc.es

ETA, medio siglo de barbarie




Se cumplen 50 años del nacimiento de la banda terrorista ETA cuando casi han pasado 35 de la muerte de Franco. Ya sólo este dato demuestra que no toda la oposición al franquismo era democrática —en el caso de ETA se oponía al totalitarismo del régimen un totalitarismo aún peor— y que el objetivo de la banda, el mantenido inamovible a lo largo de cinco decenios, no era acabar con la dictadura sino la imposición violenta de la independencia del País Vasco, una independencia (como se sigue pretendiendo hoy) obsesivamente contraria a las libertades y los derechos humanos.

Es cierto que la banda, que nace de una escisión de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco, comienza su andadura dominada por la confusión ideológica: una mezcla de imitación de los «movimientos de liberación nacional» del Tercer Mundo y de puré intelectual clerical. Pero cuatro años después, comenzado ya su activismo violento, la proximidad con el comunismo era la mayor seña de identidad de la banda terrorista ETA más que cualquier otro contenido ideológico. En la III Asamblea (primavera de 1964) la «lucha armada» (es decir, el terrorismo) está en la columna vertebral de la banda, se cuela como un tumor en su ideología y da pie a una espiral de barbarie que aún no ha terminado.

Primer asesinato

Una bomba en San Sebastián en junio de 1960 terminó con la vida de una niña que no había cumplido dos años. El año siguiente ETA intentó descarrilar un tren de veteranos de guerra. El hecho de que el primer asesinato reivindicado fuera, en 1968, el del guardia civil José Ángel Pardines, ni borra los anteriores actos violentos ni los cientos de asesinados y los miles de amenazados justifican que, a estas alturas, se convierta en cuestión fundamental determinar la fecha del primer atentado.

El hecho es que, en toda su historia, las discusiones internas de la banda han sido ganadas por los más radicales: en la Asamblea de 1965 los etnolingüistas y los obreristas por los partidarios de la violencia similar a los movimientos de «liberación nacional», en 1966 y 1967 los obreristas eran ya «españolistas» y la primera escisión, frustrada después por la imparable tendencia al terrorismo, vuelve a triunfar el radicalismo más violento. Las nuevas escisiones (ETA VI, es decir, los que se consideraron vencedores de la Asamblea de 1970 y los que, no reconociendo aquella, celebraron la sexta en 1973) sólo conllevan el viaje de los disidentes a pequeños grupos de la extrema izquierda y la permanencia en la banda de una doctrina terrorista: el asesinato del policía Melitón Manzanas en 1970, el atentado de la calle Correo en 1973, el asesinato de Carrero Blanco al final de ese año, etc.

Actividad violenta

En esos años se fraguan dos falsedades que han ayudado a la permanencia de la barbarie durante medio siglo. La primera, la que ha venido sosteniendo la imposibilidad de vencer a la banda. El asesinato del almirante Carrero Blanco ayudó, en el imaginario de mucha gente, a atribuir a ETA una capacidad técnica y operativa que resultaba tan sorprendente que muchos, atónitos, especularon con apoyos conspirativos. El de Manzanas, un policía sin duda odiado, paradigma de la represión de la dictadura, sostenía el mito del apoyo social de su actividad violenta, que implicaría también su invencibilidad, la idea, largamente difundida, de que, en todo caso, el resultado de la batalla del Estado (el del régimen franquista entonces, el democrático después) contra ETA sería el «empate infinito».

La segunda, fundada en la primera, no es otra que la «necesidad» de acudir a la represión ilegal o al terrorismo de Estado que le han dado a ETA, en este medio siglo, sus mejores momentos, el más serio aire para que siguiera respirando.

Tras el asesinato de Manzanas, la represión brutal y generalizada, la burda ficción del juicio de Burgos y las condenas a muerte. Años después, los GAL, el terrorismo clónico y su reguero de muerte. Se hería así más la decencia y el Estado de Derecho que a la banda, por mucho que se aparentara esto último y que se dificultara provisionalmente su actividad asesina: el Estado indecente y herido era su mejor caldo de cultivo.

Constitución democrática

Entre uno y otro episodio Franco había muerto y la Transición había dado paso a la Constitución democrática y al Estado de las Autonomías. Tras el atentado de la calle Correo, ETA se había escindido en dos: ETA militar y ETA político-militar. Ninguna de ambas ramas renunció a la violencia en aquel momento aunque esta segunda, mayoritaria al parecer en número de personas, subrayaba más que la primera los otros «frentes» (político, económico y cultural) establecidos en la V Asamblea y todos, como es lógico, al amparo del terrorismo.

Fue ETA p-m la que aceptó la amnistía y se disolvió para formar el partido Euskadiko Ezkerra, aunque la decisión fue contestada por buena parte de sus bases que volvieron a la ETA primigenia que no era exactamente ciega a los cambios que se habían producido, sino que, como desde sus orígenes, no era precisamente la democracia y la libertad su objetivo, sino la dictadura nacionalista. En la etapa democrática, los asesinatos y atentados, lejos de disminuir, aumentaron: el secuestro y asesinato de José María Ryan, ingeniero jefe de la central nuclear de Lemoniz, el primer atentado con coche bomba en Madrid, el artefacto que asesinó a 12 guardias civiles, el atentado de Hipercor, etc., son algunos de los hitos de su continuada actividad criminal.

Militares, guardias civiles, políticos de los distintos partidos constitucionalistas han venido siendo las víctimas principales aunque la espiral de la barbarie fue llegando a todos los ciudadanos: el abandono del País Vasco ha alcanzado, en este sentido, cifras que producirían escalofríos en cualquier otro lugar del mundo.

Organización mafiosa

ETA se fue, asimismo, convirtiendo en una organización cada vez más compleja, mafiosa, en la que los pistoleros eran sólo una parte de su imponente hidra criminal. El Estado democrático tardó en responder adecuadamente a esta gravísima realidad y lo hizo presionada por la avanzadilla —las organizaciones cívicas y constitucionales— de una sociedad cercana al hartazgo.

De ahí surgieron los pactos entre partidos para combatirla más adecuadamente: desde el de Madrid en 1987 al Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo de 2000 pasando por otros (como el de Ajuria Enea) y por una escalofriante trayectoria violenta.

Es imposible reseñarla aquí como merece pero algunos hechos: los asesinatos de los políticos Miguel Ángel Blanco y Fernando Buesa, el del periodista José Luis López de la Calle, el secuestro interminable de José Antonio Ortega Lara, etc, conmocionaron a una sociedad que iba dejando a un lado su asustada debilidad y recomenzaba una batalla que, por fin, reconocía a las víctimas.

En el trayecto, desgraciadamente, el nacionalismo vasco ha pretendido obtener alguna ventaja política de la promesa de que, con ello, se conseguiría el fin de la violencia terrorista. Cada vez, además, más pasmosamente indisimulados como el Pacto de Estella, que incluía la exclusión de los no nacionalistas, o los reiterados Planes de Ibarretxe que se oponían abiertamente no sólo a la Constitución, sino al sistema constitucional mismo. Y los partidos constitucionales, más a menudo de lo que ahora se considera conveniente, han querido ver síntomas de que, en el seno de la banda, podrían existir los resortes internos precisos para conseguir el abandono del terrorismo. Los intentos de diálogo o de negociación han estado presididos por esa idea, tan equivocada como las anteriormente reseñadas. En ETA triunfan y mandan los jóvenes más radicales y totalitarios porque la violencia no es un mero instrumento, que ya sería barbarie, sino la entraña de su ser y de su ideología.

Final dialogado

Ningún intento de «final dialogado» hubo más sorprendente, por imprudente y falto de consenso, que el llamado «proceso» iniciado por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero cuando llegó al poder en 2004. Este, como no podía ser de otro modo (por la voracidad totalitaria de la banda) terminó con el atentado de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas en Madrid y dio paso a otra serie de atentados hasta ayer mismo en Mallorca.

El balance son 850 muertos, miles de heridos y amenazados, decenas de miles de desplazados, haciendas destrozadas, miedo y espanto. Pero no sólo eso: también la amenaza del totalitarismo tras medio siglo de insoportable barbarie. Ahora, al menos, sabemos que la debilidad del terrorismo, la posibilidad de ser vencido sin contemplaciones, se basa en la fortaleza del Estado de Derecho —del que las fuerzas de seguridad son un pilar— y el acuerdo inquebrantable de partidos y ciudadanos. Ha pasado, desde luego, mucho tiempo.

Germán Yanke
www.abc.es

quinta-feira, 30 de julho de 2009

¿Qué intenta ocultar el terrorismo de ETA?

ETA interpretará su último atentado como muestra de una fortaleza que resulta ser más ficticia que real. La capacidad de la banda para continuar atentando no debe ocultar la acuciante debilidad de ETA causada por una eficaz presión policial y judicial que constriñe de manera considerable su margen de actuación. Sus propagandistas quizás recuerden la efectista frase utilizada por el IRA para desafiar al Gobierno británico después del intento de asesinato de la primera ministra Margaret Thatcher en 1984: «Nosotros sólo tenemos que tener suerte una vez, ellos siempre». Sin embargo, bravatas de ese tipo no evitaron finalmente la derrota de la más sanguinaria organización terrorista en Europa. La propaganda terrorista es fundamental para mantener adhesiones a una causa criminal cuya relevancia y apoyo se han reducido hasta mínimos históricos. Por ello conviene exponer la verdadera realidad que el terrorista intenta encubrir con atentados como el de ayer.

En primer lugar debe subrayarse que sólo la fortuna ha evitado una matanza después de que ETA hiciera estallar una potente carga explosiva sin previo aviso. La voluntad de ETA era pues la de asesinar indiscriminadamente, como lo fue aquel 29 de mayo de 1991 cuando nueve personas, cinco de ellas menores, murieron al atentar los terroristas contra el acuartelamiento de la Guardia Civil en Vic. Un día después, el editorial «Ataúdes blancos» de ABC reflejaba el horror de una masacre que pudo repetirse ayer, como ya ocurrió el 11 de diciembre de 1987, cuando ETA asesinó a seis niños, junto a otros cinco adultos, al colocar un coche bomba en otra casa cuartel de Zaragoza. Estas son las intenciones de una banda representada por Arnaldo Otegi, al que una cadena de televisión entrevistó recientemente en un programa de humor facilitando así la reproducción de la propaganda terrorista al presentar al portavoz de ETA sin la necesaria crítica y contextualización de quien apoya el asesinato de seres humanos.

En segundo lugar, el atentado terrorista no debe ocultar que ETA atraviesa una grave «crisis operativo-militar», como la banda ha reconocido en documentación incautada. La debilidad de la banda llevaba a los propios terroristas a afirmar en 2008 que «el balance de los últimos años nos expresa el agotamiento de un ciclo», admitiendo que «los errores repetidos durante años nos exponen la necesidad de efectuar un cambio organizativo total». El intento de reestructuración acometido por ETA para neutralizar dicho debilitamiento fracasó antes y después de tan revelador reconocimiento. Las incesantes detenciones de dirigentes etarras y los devastadores golpes a las células terroristas demuestran que, como ya afirmara la ponencia preparada por la cúpula etarra tras la ruptura de la tregua, «las caídas y la represión se han convertido en algo insoportable».

El «debilitamiento progresivo» que confesaba ETA en los últimos meses no ha cesado, sosteniendo los terroristas que «ha habido un desequilibrio entre los ataques represivos del enemigo y la respuesta armada». Como complemento a tan desolador panorama ETA reconoce que su «capacidad movilizadora ha ido decayendo», sumiendo a sus simpatizantes en la «resignación». Conviene tener presentes estas admisiones, reveladoras del fracaso de ETA, en unos momentos en las que las imágenes del último atentado serán utilizadas para distorsionar la crítica coyuntura de los terroristas. Frente al éxito con el que ETA intentará revestir su atentado, debemos recordar la preocupación de los terroristas ante su incapacidad, como ellos mismos han indicado, para «llevar a cabo acciones cualitativas significativas».

Este decepcionante balance es el que ha llevado a destacados militantes a reclamar el fin de la violencia. A los casos de los últimos años como el de Francisco Múgica, que con el respaldo de otros presos escribió en 2004 que «nuestras estrategia político-militar ha sido superada por la represión del enemigo», se suma ahora el de Txema Matanzas, prominente líder terrorista que desde la cárcel ha descrito la situación de ETA como «caótica», concluyendo que «es hora de cerrar la persiana». Bajo la falsa sensación de fortaleza que el atentado contra la Guardia Civil quiere trasladar, subyacen, como ha explicado la misma ETA, «grietas en el muro de la militancia». Se visualizó este resquebrajamiento cuando en junio de este año un vídeo mostró a los etarras Patxi Uranga y Ainara Vázquez instantes después de que la Policía irrumpiera en su vivienda. Las imágenes exhibían los rostros atemorizados y derrotados de quienes se sabían conocedores de su sombrío porvenir.

En tan críticas circunstancias para ETA varios han sido los factores que han disuadido a otros militantes de renunciar al terrorismo. Por un lado ETA instrumentaliza logros como la radicalización del nacionalismo representado por el PNV y la negociación con actores democráticos como la emprendida en la pasada legislatura. Así lo ilustraba un documento interno de 2008 en el que los terroristas desactivaban las críticas ante su debilidad estructural aludiendo a dichas negociaciones: «En las tres ocasiones, aun diciendo que nunca se sentarían, les hemos forzado a hacerlo mediante la lucha y este es, de nuevo, el único camino que hará que el enemigo se siente y que se supere, de modo positivo, el conflicto». Asimismo ETA contiene las disidencias en su seno ejerciendo una implacable intimidación sobre su entorno. ETA continúa deslegitimándose entre su comunidad, pero sigue actuando como lo que sociológicamente puede definirse como una «entidad avariciosa», blindando a sus integrantes de las influencias externas con la intención de ejercer un mayor control sobre ellos. El miedo erige barreras que dificultan la salida natural de individuos descontentos con la violencia. Esta renuencia al abandono se fortalece con la aquiescencia que el PNV muestra con los fines nacionalistas propugnados por ETA, confiriéndole una peligrosa legitimación que facilita la realimentación del terrorismo.

Esta conjunción de variables obstaculiza la profundización en una descomposición sin embargo evidente. El miedo al aislamiento que la renuncia al terrorismo puede causar en el ambiente familiar y social frena una implosión del entramado terrorista que, no obstante, es posible. Revelador de ese temor a la marginación era la reacción de la ex pareja de la etarra Carmen Guisasola tras mostrar ésta su crítica a la violencia. El rápido distanciamiento de su compañero apareció en «Gara» bajo el significativo título de «Carmen Guisasola y Pérez Rubalcaba».

ETA utiliza estos condicionantes para rentabilizar sus atentados, reactivando su violencia con una propaganda que persuade incluso a sectores ajenos a los objetivos etarras y que, en coincidencia con los terroristas, insisten en que el final del terrorismo sólo será posible mediante la negociación. Esta infundada aseveración contrasta con otra hipótesis: el terrorismo de ETA puede concluir mediante el colapso del propio movimiento terrorista. Es ésta una posibilidad factible que ETA rechaza como poco realista. Sin embargo, la acertada y firme actuación estatal en diferentes frentes decisivos para una ETA ya considerablemente debilitada puede desencadenar un proceso de desintegración imparable. Si consolidados regímenes políticos como las dictaduras del Este desaparecieron al desatarse una serie de inercias, el Estado español también podría provocar unas dinámicas que permitan el resquebrajamiento de una organización terrorista que cuenta con mucho menor respaldo político y social. Con atentados como el de ayer ETA intenta ocultar que ese horizonte de derrota es muy real.

quarta-feira, 29 de julho de 2009

Honduras y liviandades

Parece ser que Cuba y Honduras quedan en dos planetas distintos; pero esos dos planetas comparten instituciones con nombres iguales.

En el planeta donde está ubicada la dictadura genética de los Castro existe una ONG, llamada OEA, que, luego de expulsar a aquélla de su seno, como ha durado lo suficiente le invita a volver a casa. En el planeta donde se alza Honduras, la OEA es la Organización de Estados Americanos, y suspende a aquellos de sus miembros que desconocen la legitimidad de un presidente elegido en elecciones libres, sin que le importe el comportamiento posterior del mismo.

Esta realidad biplanetaria ha generado una cantidad considerable de expertos, capacitados no sólo para determinar las distintas leyes que rigen en cada uno, sino para descubrir nuevos planetas, como el que aloja a la república islamofascista de Chávez, que a su vez es regida por leyes distintas de las de los otros dos planetas y de nuestra Tierra.

Para los expertos biplanetarios, que Estados Unidos y el resto del mundo apliquen sanciones económicas a Honduras es un buen método para que prospere la democracia en este país. Las mismas sanciones aplicadas contra Cuba, según los mismos expertos, sólo retrasarán la llegada de la misma democracia.

Para los expertos biplanetarios, la posible intervención armada del depuesto presidente Zelaya, acompañado de los esbirros de Chávez y los empobrecidos soldados de Daniel Ortega –abusador de su propia hijastra–, generaría una legítima guerra civil en Honduras, en la que apoyarían a Zelaya. En cambio, el desembarco de efectivos cubanos en Bahía de Cochinos en 1961, con leve apoyo de los Estados Unidos, fue una invasión inaceptable, y cualquier intento de exiliados cubanos de regresar a su patria a luchar por la democracia y sus propiedades es igualmente inaceptable.

El tercer planeta, donde no sólo se sitúa Venezuela, sino que la totalidad del mismo parece dirigido por el islamofascista Hugo Chávez, las leyes del magnetismo, la gravedad y la institucionalidad varían radicalmente.

En el planeta donde se halla Honduras, si un militar saca de la cama a un presidente en pijama pero no mata a ciudadano alguno, es considerado un reprobable golpista; en el planeta de Chávez, si uno atenta contra la legítima democracia de Carlos Andrés Pérez –en 1992– y mata docenas de ciudadanos, es un digno candidato a ser elegido democráticamente en las urnas. No se sabe si lo que permite esta distinción es que Chávez atentara contra Carlos Andres Pérez y no contra Zelaya, que fracasara –en contraste con Micheletti– o que su intentona fuera en 1992 en vez de en 2009; pero lo cierto es que, para los especialistas triplanetarios, si Chávez da un golpe es un excelente candidato a dirigir ya no sólo Venezuela, sino todo el planeta, mientras que en Honduras un gesto menos cruento y más ambiguo es considerado indiscutiblemente un golpe de Estado, y sus ejecutores merecen la condena universal.

Mientras que en el planeta de Chávez los presidentes pueden desconocer el resultado de las urnas cuando se eligen intendentes, en Honduras los especialistas triplanetarios exigen que las autoridades acepten como presidentes y candidatos incluso a aquellos que desobedecen la Constitución.

En fin, yo soy de esos cínicos que, si bien creen a pies juntillas en que los norteamericanos alunizaron en 1969, no creen, en cambio, que Cuba, Honduras y Venezuela habiten distintos planetas. Al mismo tiempo, creo que debería haber elecciones libres en Cuba, en Venezuela y en Honduras; con las mismas garantías que hay en Estados Unidos, en Brasil o en Chile.

No se puede luchar por rincones de democracia; debemos luchar al menos por continentes democráticos. Si se exige a Honduras lo que no se exige a Venezuela y a Cuba, si invitamos a Cuba a la OEA por el mismo motivo por el cual se suspende a Honduras, entonces continuaremos la injusticia de tratar con hondura a los constitucionalistas tal vez equivocados y con liviandad a los dictadores convencidos.


MARCELO BIRMAJER, escritor argentino.

http://exteriores.libertaddigital.com

Billy Joya y el dilema de Honduras

Según relata Ricardo Arias Calderón en un artículo que me envía Ana Nuño, la crisis comenzó "cuando el presidente Zelaya no presentó el presupuesto en el año 2008 para su aprobación por el Congreso Nacional".

"Intentó destituir al jefe de las Fuerzas Armadas sin tener facultad constitucional para ello –añade Arias–, pero la Corte Suprema de Justicia se lo impidió; insistió en una consulta popular, no prevista por la Constitución Nacional de Honduras ni por la ley, sin explicar lo que encontraba mal o inadecuado en la Constitución vigente y qué es lo que deseaba que se modificara de ella".

"En Derecho Público –prosigue–, los funcionarios únicamente pueden hacer aquello que la ley explícitamente les permite, y el Presidente Zelaya, siendo el mayor y más alto de los servidores públicos se salió de ese marco legal. Todo indica que lo que buscaba, entre otras cosas, era poder volver a reelegirse, siguiendo el ejemplo de Hugo Chávez. Más grave aún fue que desoyó las advertencias del Tribunal Supremo de Elecciones, de la Corte Suprema de Justicia, de la Procuraduría de la Nación, de la gran mayoría de miembros de gobierno y oposición del Congreso, y entre otros del Defensor de los Derechos Ciudadanos quienes le advirtieron que lo que intentaba hacer era ilegal y que no podían avalarlo".

Narra más abajo Arias Calderón que la Iglesia Católica y la Evangélica han dado su apoyo al gobierno de Micheletti, y la Conferencia Episcopal de Honduras afirma en un documento que "las instituciones del Estado democrático hondureño están en vigencia y que sus ejecutorias en materia jurídico-legal han sido apegadas a derecho. Los tres poderes del Estado (...) están en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución". No obstante, los obispos critican el procedimiento de expatriación forzosa de Zelaya a Costa Rica: hubiesen preferido, y con toda razón, que fuese detenido y juzgado. Ese recelo del episcopado se justifica aún más cuando el nuevo gobierno de Honduras, más allá de sus declaraciones, no ha hecho hasta ahora nada más que rasgarse las vestiduras y proclamar a voces su constitucionalismo.

En una entrevista concedida a La Nación de Buenos Aires, el presidente de la Corte Suprema de Honduras, Jorge Rivera, aseguró que la expatriación del mandatario fue apegada a la Constitución, rechazó que haya habido una asonada cívico-militar en el país y sostuvo que "el verdadero golpe de Estado" lo estaba preparando Zelaya por su pretensión de reformar la Constitución.

Mel Zelaya.
Todo parece claro. Pero no está tan claro.

Hay evidencia de que Mel Zelaya, con su pinta de galán maduro del cine mexicano de los años cincuenta, estaba a punto de cometer varias tropelías: pasarse, y pasar a Honduras, con armas y bagajes al bloque castrochavista, ese fantasma del socialismo real que actúa como factor de extorsión para un Occidente necesitado de petróleo y como punta de lanza de la instalación musulmana en Hispanoamérica (al que el gobierno español mira con muy buenos ojos); reformar la Constitución para poder hacerse elegir indefinidamente, como lo hacen los presidentes españoles, por poner un ejemplo (si estamos hablando de regímenes democráticos auténticos, no podemos tirarnos de los pelos porque los presidentes de América Latina pretendan hacer lo que aquí se hace, y a lo cual Aznar, moralmente irreprochable al retirarse a los ocho años de su elección para el cargo, no se atrevió a poner coto por la vía legislativa). Para colmo, ha demostrado ser un tipo payasesco y poco de fiar con sus escenificaciones de retorno frustrado en la frontera de Nicaragua, que el circo televisivo de Chávez se ha encargado de difundir en todo el mundo.

No obstante, Micheletti ha dejado lugar para el debate desde el momento en que se hizo cargo del gobierno, por decir lo menos, por vías poco ortodoxas, al permitir que fuera un grupo de militares encapuchados el encargado de entrar a tiros en la residencia presidencial y detener a Zelaya para enviarlo a Costa Rica. Por otra parte, casi ninguno de los opinantes u opinadores que he leído en estos días da cuenta de quién es Roberto Micheletti, quien asegura tener "contactos diplomáticos" –no confirmados– con naciones tan variopintas como Panamá, China e Israel.

Lo que se puede dar por sentado es que ni Zelaya ni Michetti son democratones de toda la vida: eso es imposible si se quiere hacer carrera política en un país como Honduras, con tremendos altibajos, golpes de estado, guerras civiles, intervenciones, etc. La democracia, en la mayor parte de América Latina, es un lujo y no un hábito. Sólo los países mayores, por territorio, cultura e historia, pueden dar de tanto en tanto personajes como Alfonsín, Uribe o Cardoso; pero aun Venezuela, poderosa, rica, culta y con todos los recursos para ser realmente independiente, después de Gallegos o de Betancourt, no va más allá de un Chávez.

Sin saber quién es Micheletti, quiero atreverme a ir un poco más allá intentando un retrato de su ministro asesor Billy Joya, Billy Fernando Joya Améndola, capitán retirado del ejército hondureño, también conocido como Licenciado Arrazola, sobre el cual me manda recortes de prensa argentina Félix Gazaniti Klinger.

Pinochet.
De él sabemos que fue responsable del secuestro y tortura de seis estudiantes de la Universidad Nacional de Honduras en 1982. Que, antes de eso, en los años setenta, Pinochet lo había becado en Chile y Suárez Mason, uno de los más siniestros miembros de la dictadura militar argentina, lo había cooptado para que colaborara con él, como instructor, en la creación del tristemente célebre Batallón de Inteligencia B3-16.

Después de eso, fue el ideólogo del escuadrón de la muerte que operó en Honduras en la década de 1980. En octubre de 1985, Joya fue acusado de violaciones a los derechos humanos –una docena de asesinatos, secuestros y torturas, y se le inició un proceso legal–, ante lo cual se marchó, primero a Colombia, donde permaneció muy poco tiempo, y luego a España, donde también fue procesado y buscado para su extradición a Honduras.

La orden de detención fue consecuencia de la denuncia hecha por la Fiscalía Especial de Derechos Humanos, que presentó un informe pormenorizado de lo ocurrido en la madrugada del 27 de abril de 1982, fecha en la que Joya había encabezado un operativo, sin orden legal, irrumpiendo con veinte efectivos en la casa del subprocurador general de la República, Rafael Rivera Torres, que estaba esa noche acompañado por sus dos hijas y otros cuatro estudiantes. Sin explicación alguna, todos ellos fueron llevados a una comisaría. A Rivera Torres lo liberaron enseguida, pero los jóvenes, incomunicados, fueron trasladados a una cárcel clandestina, en la que fueron sometidos a tortura: golpes, hambre, amenazas de violación, simulacros de fusilamiento. A los ocho días soltaron a cuatro de los estudiantes tras especificarles lo que les sucedería si contaban algo. Otros dos pasaron a la condición de detenidos legales y se los acusó de atentar contra la seguridad y el Estado. Finalmente, fueron absueltos.

Enrique Santiago, que fue el abogado en España de uno de los jóvenes, logró localizar a Joya en Sevilla. Hace unos días, explicó que el ex militar "fue sometido a un procedimiento de extradición a Honduras, donde nunca rindió cuentas ante la Justicia por los graves crímenes que había cometido", porque las autoridades locales "facilitaron su absoluta impunidad".

En una reciente aparición en televisión, Joya tuvo la desafortunada idea de comparar a Mel Zelaya con Salvador Allende: flaco favor a Micheletti, a quien asociaba irremediablemente con Pinochet. Claro que ya no existe la URSS, y que es probable que este animal lo ignore. Pero su presencia en el nuevo gabinete da qué pensar, ¿no? Aunque antes de comer de la mano del nuevo presidente lo haya hecho de la de Zelaya y de cuantos le precedieron: si no, estaría preso.

Probablemente, como suele suceder en aquel desdichado continente, no haya buenos y malos, sino, como parecen maliciar los obispos, sólo malos y peores.

Horacio Vázquez-Rial
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com

¡Al diablo con Chávez!

Hugo Chávez.
Hace bien el canciller de Colombia al recordarle a Hugo Chávez que el gobierno de Bogotá no interfirió en sus ejercicios navales con la flota rusa, en noviembre pasado.

Para esa exhibición de su bandera por el Caribe, los rusos enviaron su más preciada joya, el acorazado nuclear Pedro el Grande, provisto de misiles supersónicos que pueden llevar carga convencional o atómica, así como el buque Almirante Chabanenko, especializado en la caza de submarinos.

Esa demostración de fuerza estuvo precedida, en junio, por un ejercicio de lanzamiento de misiles en la base venezolana de La Orchila –uno desde un avión Sukhoi y otro desde una fragata–, y, en septiembre, por la presencia en Venezuela de dos bombarderos estratégicos TU-160, con capacidad para llevar doce cohetes de crucero con ojivas nucleares o convencionales y 40 toneladas de bombas. Entonces, Chávez declaró que la presencia de los dos bombarderos era un "gesto de fraternidad y apoyo" de los rusos que había de dar "más seguridad" a Venezuela (diario español El Mundo, 15-09-2008).

Pero eso no es todo. Chávez suscribió un acuerdo para que los aviones de guerra rusos puedan reabastecerse de combustible en Venezuela, y también ofreció las bases de Cuba y Venezuela para estacionar bombarderos estratégicos rusos, con el fin de que operen permanentemente en la región.

Tiempo atrás, Bogotá fue respetuosa cuando Chávez decidió emprender una carrera armamentista que rompió el equilibrio regional y derivó en constantes intimidaciones a Colombia, con la amenaza reiterada chavista de enviarle sus mortíferos Sukhoi si no hacía lo que él quería. En cambio, se opuso a que España vendiera a Colombia 40 tanques AMX-30 de segunda mano, de los que Venezuela tiene más de 100 cumpliendo una misión estratégica en el sector fronterizo de Paraguachón.

A lo dicho por el canciller colombiano, Chávez replica que Rusia no es un enemigo para Colombia, pero Estados Unidos sí. Hay tres razones básicas que demuestran que el sátrapa está equivocado:
– A diferencia de Bush, Obama no alentará invasiones, provocaciones ni ataques preventivos, aunque eso no significa que no le dé su merecido al que se lo busque.

– EEUU y Venezuela tienen excelentes relaciones comerciales que trascienden las fanfarronadas de Chávez, puesto que "el imperio" es el destino natural de casi todo su petróleo.

– Si los gringos quisieran invadir Venezuela no necesitarían lanzar ataques desde Colombia: les bastaría con desplegar una muy pequeña parte de su poderío naval.
La realidad es que el riesgo por estos lados no proviene de Rusia ni de EEUU, cuyos presidentes se estrecharon las manos hace poco, ni de los pueblos de Venezuela o Ecuador. La amenaza real se llama Hugo Chávez Frías. Parafraseando al dictador venezolano, habría que señalar que la presencia de gringos en las bases colombianas –más que soldados, son técnicos y analistas– es un gesto de fraternidad y apoyo que nos da a los colombianos más seguridad. Para Chávez, el asunto es una complicación que dejará al descubierto sus vínculos con el narcotráfico y las FARC, y un duro escollo en su obsesión con apoderarse de Colombia, mientras que su desvarío sobre la Patria Grande huele a pútrido comunismo y despótica tiranía.


© AIPE

SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR, periodista y escritor colombiano.

Chávez y la guerra con Colombia

Pese a que es bien sabido que el presidente Chávez siempre tiene en Colombia una carta bajo la manga para encubrir situaciones críticas, no deja de ser extraño que, siendo la Venezuela bolivariana un país con extravagantes alianzas militares con los más siniestros y forajidos gobiernos del mundo, pueda justificar que se siente obligado a "revisar" las relaciones con Colombia a propósito de acuerdos, también militares, suscritos por Bogotá con EEUU.

Subyacente en esta "revisión" está la amenaza a los beneficios que obtiene Colombia en el intercambio comercial con Venezuela, pese a que, paradójicamente, el presidente Uribe ha sido objeto de los insultos más procaces del líder bolivariano.

Si bien estos beneficios se deben a las calculadas maniobras del astuto Uribe, que juega con el errático líder bolivariano con una frialdad pasmosa, gran parte de ese crédito se debe a la superior política exterior y al trabajo de inteligencia colombianos, que siempre han estado en ventaja con sus pares bolivarianos, pese a estar éstos asistidos por los cubanos.

El juego diplomático

A las dificultades bolivarianas de enfrentarse con la diplomacia y la inteligencia del vecino país se ha agregado la habilidad de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien, como una experta en jiu jitsu, acaba de utilizar los torpes movimientos de los miembros del ALBA y especialmente del pesado Insulza para sacarlos de balance y arrebatarles la iniciativa del problema de Honduras.

Esto no sería tan grave si la cancillería asistiera al presidente Chávez en tan delicada labor. Pero es el caso que éste no acude a los funcionarios para que lo aconsejen. El propio ministro Maduro, a quien Chávez probablemente seleccionó porque asocia la diplomacia a los trajes de Armani y las corbatas de Givenchy, para los efectos políticos internacionales es lo que la clase media venezolana llama un "servicio de adentro", cuya función se limita a atender el teléfono, transmitir los mensajes, abrir la puerta a los visitantes y, en ocasiones, atender a los invitados con tragos y canapés. En realidad, como todos nosotros, el canciller Maduro se entera de la política exterior bolivariana por los medios de comunicación.

La guerra

Así como el recurso al "magnicidio" es el primer síndrome de que algo anda mal en los asuntos domésticos del presidente Chávez, su equivalente en política exterior solía ser la "guerra asimétrica" contra el imperialismo yankee pre-Obama. Pero cuando las cosas están en vías de volverse dramáticas, entonces aflora el síndrome de la "guerra con Colombia", y ahora, subsidiariamente, la intervención en Honduras. En una ocasión hubo convergencia: el complot del "magnicidio" se originó en Bogotá, según el presidente Chávez. Un juego peligroso que los vecinos colombianos siguen con atención. Sin embargo, hasta el más lerdo de los cadetes venezolanos sabe que la corporación militar colombiana es la más experimentada del Hemisferio Occidental después de la gringa, de la que aquélla es aliada.

A pesar de esta realidad, los oficiales bolivarianísimos, que exhiben soles en la charretera, son los más valientes cuando desafían a la sociedad civil de su propio país. Revise el lector el discurso del generalísimo Mata Figueroa el pasado 5 de julio, o el del arrojado general Almidien Moreno Acosta, quien, al asumir el mando de la Primera División de Infantería y Guarnición Militar de Maracaibo, como si se tratara de Aníbal descendiendo de los Alpes sobre el Imperio Romano, dijo que la gobernación del estado Zulia era "un enemigo más que tenemos".

En marzo del pasado año, estos Mata y Almidien de nuestra FAN debieron de respirar tranquilos, agradecidos con el general Raúl Baduel, que exhortó a las fuerzas armadas de Colombia a hacer caso omiso de las amenazas de guerra del presidente Chávez, quien había ordenado una movilización de unidades de infantería y blindados hacia la frontera.

Con el general Baduel en la cárcel, pagando la osadía de desafiar a la revolución armada y al comandante en jefe, ¿quién se encargará esta vez de tranquilizar los temores de los oficiales bolivarianos recordándole a la fuerza armada de Colombia que el presidente Chávez no habla en serio cuando habla de guerras, convencionales o asimétricas?



ORLANDO OCHOA TERÁN, abogado venezolano.
 
Locations of visitors to this page