sábado, 18 de julho de 2009

Guerra de las Alpujarras


Guillermo de Orange cobró ánimos cuando, a los pocos meses de su derrotada revuelta inicial, en diciembre de 1568 estalló la rebelión morisca de las Alpujarras en la misma España. Aunque de momento no podía hacer nada, Guillermo señaló un año después: “Es un ejemplo para nosotros que los moros puedan resistir tanto tiempo aunque son gente sin más sustancia que un rebaño de ovejas. ¿Qué podría hacer entonces el pueblo de los Países Bajos? Veremos qué pasa si los moriscos aguantan hasta que los turcos puedan ayudarlos”. El caso probaba que el impresionante poder español tenía inesperados puntos flacos.

Los moriscos de Granada habían recibido en 1492 ventajas excepcionales, con la esperanza de que se cristianizasen; pero ellos confiaban en una vuelta de Al Ándalus, posibilidad mayor según crecía el dominio del mar por los turcos, uno de cuyos grandes designios era precisamente ese. Así, las concesiones iniciales nunca funcionaron como medio de integración, lo que no ocurrió, pues los moriscos no solo mantenían su religión en un secreto a voces, sino también la lengua árabe, sus ritos, vestimentas y costumbres, festejaban las victorias turcas y colaboraban con la piratería berberisca. Ante las medidas coercitivas, ya en 1500 se habían rebelado en Granada, con ayuda africana, y muchos practicaban el bandolerismo.

El daño se agravaba con los activos nidos de piratas berberiscos en los cercanos peñón de Vélez, Argel, la isla de los Gelves (Yerba), y otros. En 1505 Elche, Alicante y Málaga sufrieron serios ataques; en 1535 el pirata Aruch Barbarroja tomó y saqueó la ciudad de Mahón, y su hermano Jairedín le superó: favorecido por la alianza con Francia, “Las Baleares, Córcega, Sicilia, Cerdeña, por citar solo lo que conocemos bien, fueron entonces plazas sitiadas” escribe Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Almuñécar y la misma Valencia llegó a sufrir ataques y perder miles de habitantes esclavizados. Conforme el poderío turco se asentaba en el Mediterráneo occidental, la simple piratería dejaba paso a incursiones masivas, que despoblaban algunas zonas y trastornaban el comercio del levante y el sur mediterráneo andaluz. En ellas actuaban moriscos como guías e informadores. Eran golpes mucho más constantes, masivos y dañinos que los europeos en el Atlántico.

Los asaltos a tierra saqueaban poblaciones y secuestraban a hombres, mujeres y niños, tráfico de cautivos muy lucrativo. Las mujeres iban a los harenes, los niños se reeducaban en el islam, y los hombres servían de esclavos, galeotes o eran rescatados a alto precio, hasta el punto de que algunas órdenes religiosas, como los mercedarios (fundada en Barcelona en 1218), se especializaron en pagar rescates. Muchas iglesias hispanas conservan los hierros del cautiverio, ofrecidos por quienes lograban volver. Las ciudades norteafricanas albergaban miles de cautivos, 20.000 en Túnez y más de 30.000 en Argel. Su suerte no podía ser más desgraciada: “En todos estos trabajos –cuenta un testigo portugués mencionado por J. Dumont en su libro sobre Lepanto-- traen a las espaldas un moro o vil negro el cual con un duro palo o bastón en la mano, por do van les va de continuo moliendo (…) sin los dejar reposar o aun limpiar el sudor (…) Esta es la causa porque todas estas calles y lugares de la ciudad están llenas de continuo de infinitos cristianos tan enfermos, tan flacos, tan gastados, tan consumidos y tan desfigurados que apenas se tienen en los pies (…). Al pobre cristiano enfermo, (…) hecha una gran hoguera de leña, atadas las manos, le echan dentro de aquel fuego”.

Desde los años cincuenta, las incursiones se hicieron más peligrosas. En 1558 desembarcaron en Nerja 4.000 musulmanes, y el mismo año arrasaron Ciudadela, en Menorca, donde hicieron 3.000 cautivos, y dejaron deshabitada Formentera; en 1559 asaltaron el castillo de Fuengirola; en 1563 el almirante turco Dragut devastó las costas de Granada y marchó con 4.000 cautivos; en 1565 derrotaron a las tropas españolas en Órgiva y volvieron con más cautivos. Los contraataques sufrieron a menudo graves desastres. En 1560 fracasó con pérdida de decenas de galeras y unos 10.000 hombres la ocupación de los Gelves ante la flota del almirante turco Piali. Felipe decidió entonces construir una flota realmente fuerte en los astilleros de Barcelona, Sicilia y Nápoles, pero en 1562 una tempestad hizo naufragar gran parte de ella en la costa granadina y dejó temporalmente inerme el litoral español, situación que, por fortuna, no percibieron en todo su alcance los islámicos; en 1563, año de la clausura del concilio de Trento y del fin de la primera guerra de religión en Francia, España fracasó en el asalto al peñón de Vélez de la Gomera, tras lo cual los berberiscos saquearon la costa de Andalucía oriental y Levante hasta Valencia. En mayo de 1565 se planteó el reto más grave cuando los turcos asaltaron Malta, base de la orden de San Juan y punto estratégico clave para el dominio del Mediterráneo occidental. Para entonces Felipe II había logrado armar una flota de cien galeras, y los caballeros resistieron encarnizadamente durante cuatro meses, dando tiempo a llegar a la escuadra de García de Toledo, que derrotó a los otomanos. Este y el rechazo del ataque turco a Orán, en 1563, fueron los únicos éxitos relevantes, ambos defensivos, de los cristianos en un largo período.

Este breve resumen permite entender cómo el panorama mediterráneo amenazaba a España mucho más que cualquier otro escenario bélico, pues afectaba directamente al país y a su estabilidad interna. Obviamente, solo una minoría morisca colaboraba activamente con los piratas, espiaba para Constantinopla o practicaba el bandidaje, pero esa minoría estaba integrada en el resto, con cuya complacencia contaba, pues todos miraban la escalada de ataques turco-berberiscos como el prólogo de una reconquista islámica. Por Levante llegó a cundir el pánico entre la población española. El peligro era mayor por cuando en Granada los moriscos superaban en número a los cristianos, y en las vulnerables costas levantinas llegaban a un tercio de la población.

En ese contexto Felipe II tomó medidas decisivas. En 1567 exigió el desarme de los moriscos, que todos aprendiesen castellano antes de tres años, usasen ropas como las de los cristianos, vigilancia estrecha por la Inquisición, etc. Los moriscos trataron de ganar tiempo arguyendo una improbable lealtad, la presunta compatibilidad de sus usos con el cristianismo y ofreciendo dinero para eludir la aplicación de las medidas; mientras, se armaban e intensificaban la relación con el Magreb. Y en Nochebuena de 1568, apenas sofocada la primera revuelta de Flandes, se alzaron al mando de Abén Humeya, que se decía descendiente de los califas cordobeses. Contaron con incitación y ayuda de los hugonotes, que, como Guillermo de Orange, deseaban que aquella lanza apuntada al corazón de España y de su imperio, penetrara a fondo mediante la implicación turca. Los 4.000 rebeldes iniciales subieron pronto a 30.000, entre ellos 4.000 magrebíes y turcos. Por todo ello, el tiempo contaba mucho para Felipe, que movilizó hasta 20.000 soldados para acabar con la rebelión antes de que pudieran intervenir los turcos o embrollarse las cosas en Flandes. Sin embargo los moriscos practicaron una guerra de guerrillas difícil de vencer en las montañosas Alpujarras. En 1570 tomó la dirección de la lucha Juan de Austria, hermanastro de Felipe. Abén Humeya sería asesinado por los suyos, descontentos con su despotismo, y su sucesor Abén Aboo, también terminó asesinado quizá por moriscos sobornados o por querellas internas entre ellos, envenenadas por los retrocesos y por el insuficiente auxilio turco. La lucha fue inmisericorde por las dos partes y duró algo más de dos años, hasta marzo de 1571.

Turquía envió algunos miles de soldados, armas y dinero, pero fue una gran fortuna para España que Selim II, sucesor de Solimán el Magnífico, apenas pudiera atender a ese frente. Había sostenido una campaña poco exitosa contra Austria y durante la rebelión morisca se concentraba en la conquista de Chipre, posesión veneciana, que ocupó en 1570. Por lo demás, Chipre constituyó un nuevo desastre para las potencias cristianas, incluida España, que mandaron una flota de socorro, la cual fracasó y perdió la mayor parte de sus galeras en las tormentas. Venecia llevaba una política ambigua: se distanciaba de España para aplacar a los otomanos, y recurría a ella en caso de peligro. El almirante turco Uluch Alí también aprovechó la guerra morisca para apoderarse de Túnez, protectorado español.

La guerra de las Alpujarras fue una prueba extrema para Felipe II. Después, la peligrosa quinta columna granadina fue dispersada por Castilla y otras regiones, en condiciones a veces dramáticas y sin que el problema quedara resuelto.


Pío Moa

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/ (10/7/2009)

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