sábado, 18 de julho de 2009

La unión con Portugal



La batalla de Alcazarquivir, fue una de las más trascendentales del siglo XVI. Se la llamó "De los tres reyes", por el insólito caso de que murieron allí los tres reyes contendientes: el portugués Sebastián, con solo 24 años, su protegido Abu Abdala Mohamed II, y el contrario Abd El Malik. Sus consecuencias fueron igualmente triples: en Marruecos los vencedores no se sintieron capaces de hostigar en serio a España y volvieron sus energías hacia el sur sahariano; en el Magreb, Constantinopla encontró un tapón difícil de superar entre los propios musulmanes, y fue poco a poco abandonando la guerra contra España, para frustración de los franceses, ingleses y calvinistas (aunque esto, claro, no podía apreciarse entonces como a posteriori, y Felipe II apenas podía permitirse bajar la guardia); y Portugal quedó al poco sin rey ni sucesor, lo que abrió una situación nueva en la península.

Sebastián no se había unido a la Santa Liga de Lepanto, pese a que las Cortes le incitaban a hacerlo, y reforzó los lazos con Inglaterra y Francia. Pero aspiraba a extender la hegemonía portuguesa por Marruecos, donde Portugal poseía varias ciudades costeras, hostigadas por los saadíes. Vio la ocasión cuando el sultán Mohamed le pidió ayuda para recuperar el trono que le había quitado su tío Malik, y encontró para ello tanto el apoyo de la nobleza como de la oligarquía comerciante, que esperaba beneficiarse de los productos marroquíes. Felipe II, tío de Sebastián, le desaconsejó la aventura, pero ante la decisión de su sobrino contribuyó a ella con algunas tropas y barcos. Participaron también ingleses, alemanes y sobre todo italianos, así como la flor y nata de la nobleza lusa y un número de moros adictos a Mohamed. La empresa, como había temido Felipe, terminó en un completo desastre. Sucedió a Sebastián su tío abuelo Enrique el Cardenal, pero murió a los dos años, dejando en el país una crisis sucesoria. Entre los aspirantes al reino estaban como candidatos con mayores probabilidades Felipe II y Antonio, ambosnietos del rey portugués Miguel I. Pero Antonio, abad del rico priorato de Crato, era hijo bastardo, lo que mermaba sus posibilidades. Durante el breve reinado de Enrique el Cardenal, Antonio había intrigado contra él para hacerse con el poder, y a su muerte se proclamó rey por su cuenta, el 24 de julio, y trató de crear un movimiento popular antiespañol como el que había llevado en 1385 a la batalla de Aljubarrota. Ante ello, Felipe dio orden al Duque de Alba de entrar en el país vecino con un ejército, y al granadino Álvaro de Bazán, que había decidido la batalla de Lepanto, de contribuir por mar. Alba apenas encontró oposición hasta la localidad de Alcántara, cerca de Lisboa, donde Antonio se le enfrentó, un mes después de haberse proclamado rey, con un ejército superior en número y potencia artillera, pero que fue desbaratado por los experimentados tercios. Tres semanas después Felipe fue nombrado rey de Portugal, reconocido en abril del año siguiente por las Cortes de Tomar.

Antonio huyó a las Azores con las joyas de la corona, y luego a Francia, donde Catalina de Médicis, que desempeñaba un papel político esencial bajo su hijo el rey Enrique III, le protegió como instrumento contra Felipe II y a cambio de la promesa de Antonio de ceder a Francia la colonia portuguesa de Brasil. En 1582, Enrique III mandó a las Azores, aún no ocupadas por Felipe, una expedición de 60 naves con fuerzas de desembarco francesas e inglesas, con idea de interceptar a la flota de Indias. El intento era muy peligroso para España, porque el dominio hostil de las Azores podía interrumpir o causar grandes daños al tráfico con América, y servir de base a la conquista de Portugal. Pero los agentes al servicio de Felipe II informaron a este, la flota de Indias pasó muy al norte de las islas y, en cambio, fue enviada allí una escuadra española de 28 naves, al mando de Bazán. Esta salió al paso de la enemiga y la derrotó por completo el 27 de julio, junto a la isla Terceira. Los vencidos fueron tratados como piratas, siguiendo el consejo hipócrita de Enrique III, que no quiso reconocerlos oficialmente pese a haberlos patrocinado, y decapitados o ahorcados más de un centenar de ellos. Antonio de Crato logró huir en una nave francesa fugitiva, y algo después marchó a Inglaterra, protegido por Isabel I.

En principio, la unión de España y Portugal completaba por fin el ideal reconquistador inspirado por la monarquía hispano-gótica, y además conjuntaba un imperio inmenso, extendido por todos los continentes habitados (aun si por eso mismo muy vulnerable y difícil de manejar). Sin embargo los siglos no habían pasado en vano, y un verdadero proceso de unidad solo podía ser muy largo y difícil. Consciente de ello, Felipe respetó las instituciones y usos del país y extremó la prudencia en el trato. Se instituyó un Consejo de Portugal y el cargo de virrey, y hubo intentos de hacer navegable el Tajo para permitir el transporte de los cereales castellanos a Portugal, escaso de ellos. Los puestos administrativos y políticos en Portugal correspondieron a portugueses y su imperio siguió siendo administrado desde Lisboa. Se tomaban muchas decisiones importantes en Madrid, pero venían preparadas por los organismos lusos y se buscaba siempre evitar roces. La unión no tuvo nada que ver con, por ejemplo, la de Inglaterra con Gales o Irlanda. Pero Portugal no solo llevaba varios siglos de independencia, con actitudes anticastellanas muy asentadas, sino que había tenido un éxito brillante en su expansión ultramarina (aun si la mayor parte de su comercio había quedado en manos de los despreciados marranos, judeoconversos de quienes se sospechaba criptojudaísmo. Sebastián había prometido erradicar a los judíos de Marruecos) Todo ello fortalecía en los portugueses un orgullo natural, una profunda desconfianza hacia España y celo exclusivista por sus propias posesiones e intereses, a pesar de seguir considerándose españoles.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (12/7/2009)

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