quarta-feira, 29 de julho de 2009

La política de Felipe III y de Lerma

El fondo último de la desgracia de Osuna deriva de su concepción estratégica opuesta a la de la corte. Osuna daba máximo valor al Mediterráneo y propugnaba una acción ofensiva; Felipe III y su valido el duque de Lerma prestaban más atención a la Europa Central, y buscaban mantener el statu quo mediante paces. Les inclinaban a ello los ahogos financieros y el ambiente cortesano, corrupto y resignado. Osuna creía mayores los perjuicios de una política defensiva o conservadora que los del endeudamiento.

En realidad España y sus enemigos se hallaban al límite de sus fuerzas, y la línea pacificadora daba buenos resultados, asentando en Europa occidental la llamada Pax hispanica. Por la paz de Vervins, España había eludido el avispero francés y seis años más tarde fue otro gran éxito la firma de la paz con Inglaterra, donde Jacobo I había sucedido a Isabel. Con Jacobo, notable intelectual y mecenas, posible homosexual, llegó a su cumbre el esplendor cultural isabelino. Él teorizó sobre una monarquía absoluta de derecho divino, refutada enérgicamente por Francisco de Suárez, de la Escuela de Salamanca, como ya vimos. No obstante, en la práctica mostró moderación. Fue el primer rey de Escocia e Inglaterra, e intentó unificar ambos reinos, pero los odios recíprocos, cimentados en generaciones de guerras, eran demasiado fuertes, y la religión dominante también difería: calvinista en Escocia, anglicana en Inglaterra.

Siendo Jacobo hijo de María Estuardo, los católicos esperaban de él tolerancia, mas al parecer no hubo mucha, y en 1605 el católico Guy Fawkes, antiguo soldado al servicio de España, intentó volar el Parlamento con sus ocupantes. Descubierto, varios conspiradores murieron en la tortura, y los otros sufrieron la pena por traición: eran ahorcados sin dejarles morir, luego les seccionaban los genitales y los desventraban, quemando sus entrañas ante su vista, y a continuación eran decapitados y despedazados. Fawkes, aunque muy débil por la tortura, se libró saltando de la horca y rompiéndose el cuello. Este castigo se aplicó a quienes predicaban el catolicismo, como Thomas Atkinson en 1616, pese a tener ya 70 años. Según versiones no documentadas, el asunto de Fawkes habría sido una provocación del secretario de estado, Robert Cecil, para eliminar de raíz cualquier tolerancia hacia los católicos.

Aun así, la relación Londres-Madrid fue excelente, gracias a la maestría diplomática del conde de Gondomar, el pontevedrés Diego Sarmiento, probablemente el mejor embajador que tenía España (y tenía algunos excelentes). Gondomar había combatido a Drake después de la Gran Armada, y repelido en 1609 un ataque holandés a Galicia. Bajo el lema "aventurar la vida y osar morir", creó en Londres una eficaz red de agentes, pero su mayor baza fue la amistad lograda con Jacobo I, con quien compartía aficiones y dotes intelectuales. Así influyó en la política inglesa, despertando verdadero odio de los puritanos y del partido antiespañol. Un jefe de este partido, Walter Raleigh, antiguo protegido de Isabel, intentó en 1617 romper la paz entre los dos países mediante un ataque por Venezuela, donde esperaba hallar mucho oro, sublevar a los indios contra España y capturar la flota de Indias. Cosechó un completo fracaso, pero Gondomar protestó y Raleigh a su vuelta, fue decapitado en Londres, muriendo con serenidad admirable. Aparte de corsario, Raleigh fue un político y escritor no común. Más tarde, Gondomar logró hacer encarcelar a otro pirata que había intentado repetir la aventura de Raleigh. Mayor trascendencia tuvo su éxito en impedir que Inglaterra ayudase a los protestantes en la Guerra de los Treinta años, para creciente indignación de los ingleses antiespañoles. En 1622, volvió a España.

La política de paz cosechó un tercer éxito –derrota, para Osuna y otros–: la Tregua de los doce años con Holanda, de 1609. Gracias a la marcha de Farnesio a Francia los holandeses se habían rehecho de un acoso extremo, y la guerra se volvió más lenta y onerosa. España tuvo un buen jefe en Ambrosio Spínola, que tomó Ostende y apretó a sus enemigos, pero sin alcanzar una decisión. Por fin ambas partes prefirieron la tregua. Su impulsor holandés fue el líder Oldenbarnevelt, en contra de Mauricio de Nassau y el calvinismo duro. Oldervanbenelt había firmado en 1596 el fracasado plan con Francia e Inglaterra para aplastar el poder hispano, y en 1602 había fundado la Compañía de las Indias Orientales, una base de la prosperidad holandesa, monopolio con poderes para fundar colonias, declarar la guerra y a atacar posesiones lusas. La tregua permitió a Holanda poner en orden su economía, extender sus redes comerciales a mercados antes prohibidos y ser reconocida por otros estados. Pero causó conflictos entre el partido republicano y el monárquico dirigido por Mauricio de Nassau, y discordias entre los calvinistas radicales y los propensos a una mayor tolerancia con los católicos. Al final, Mauricio consiguió que Oldenbarnevelt fuera decapitado, tras un proceso ilegal, en 1619.

Nuevo éxito de la paz fue el asesinato de Enrique IV de Francia en 1610, por François Ravaillac. Este fue ferozmente torturado trece días, quemado con hierros candentes y descuartizado. Algunos achacaron, sin prueba, el crimen a los jesuitas. Aunque en paz con España, Enrique IV estaba a punto de enviar un fuerte ejército a Alemania a favor de los protestantes. A su muerte el poder práctico recayó en su segunda mujer, María de Médicis, por ser aún niño el nuevo rey, Luis XIII. María buscó el acuerdo con Madrid.

Dentro de esta política entró la expulsión de los moriscos, en 1609. Las minorías religiosas en los países europeos había demostrado ser un germen de guerra interna (el África del norte musulmana no tenían ese problema, pues, por unos medios u otros, los cristianos habían prácticamente desaparecido de allí), y los moriscos formaban una minoría sometida pero inasimilada y siempre hostil. Peligrosa no solo porque se concentraba en algunas regiones y crecía a mayor ritmo que los cristianos, y porque constituía una quinta columna de la piratería magrebí, de la nunca ausente amenaza turca y de Francia, siempre presta a alentar su rebeldía. De su peso en Valencia da idea el hecho de que su expulsión dejó semidespobladas algunas zonas. Por todo ello el pueblo en general miró con alivio la medida, pese al daño económico en algunas comarcas; con menos agrado los nobles, porque les privaba de vasallos. Saldrían unos 250.000 moriscos, a veces en condiciones dramáticas, que empeoraron para muchos en el norte de África, donde sus correligionarios a menudo los maltrataron, robaron o esclavizaron.

Contra lo esperado, las paces no aliviaron la economía. La deuda de 80 millones de ducados dejada por Felipe II, ascendía a 120 a la muerte de Felipe III. La causa reside probablemente en que se trataba de paces "tensas", que requerían una costosa alerta. En los últimos años de Felipe III hubo además los gastos de una guerra menor en Italia, y la ayuda al Sacro Imperio por el reavivamiento de los conflictos religiosos (Guerra de los treinta años). Aun así, y pese a algunos retrocesos, la Pax hispanica parecía consolidar la hegemonía española en Europa. Duraría poco, sin embargo.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado

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