sábado, 25 de julho de 2009

De las Indias al "lago español"

Simultáneamente con los arduos conflictos europeos prosiguieron las exploraciones y conquistas por América y el Pacífico, desde la Patagonia hasta Oregón y el tercio sur de la actual Usa, fueron expulsados los hugonotes que pretendían conquistar Florida, repelidos muchos ataques corsarios, descubiertas cientos de islas del Pacífico (todavía con nombres españoles bastantes de ellas: este océano fue conocido informalmente como "el lago español"), se asentó la colonia de Filipinas, la ruta comercial entre China y Nueva España, y por las islas Filipinas, Salomón y Nueva Guinea. Sorprende el número de destacados exploradores, conquistadores, colonizadores, misioneros y cronistas que jalonan estas empresas. No cesaron de fundarse ciudades, de construirse vías de comunicación y obras públicas, y se acuñó moneda, lo que no admitirían otros imperios en sus dominios. Fueron creadas seis universidades (otra en Filipinas a comienzos del siglo XVII) y centros para las élites indias, hechos demostrativos del interés de los colonizadores en la educación superior; funcionaron imprentas en las mayores ciudades y comenzó un arte y literatura criollos siendo exponente de esta el Inca Garcilaso de la Vega. Millones de indios fueron bautizados, como ya se indicó.

De América vinieron alimentos que mejorarían la dieta europea, como la patata, el tomate o el maíz, también el tabaco; y el nuevo continente recibió nuevos cereales y frutas, la vid, la caña de azúcar y otras plantas, así como ganadería bovina, ovina y equina. A cambio de las importaciones de todo género, las posesiones americanas enviaban a España remesas de oro al principio y cada vez más de plata, al descubrirse las minas de Zacatecas en Méjico y Potosí en Bolivia. La plata se convirtió en un gran negocio dentro de las proporciones de la época (hoy se produce en un año más plata que toda la llegada de América en el siglo XVI), y las monedas españolas circulaban por todo el mundo. La plata, mucho más que el oro, ayudaba a la siempre apurada hacienda imperial, aunque no tanto como los impuestos de Castilla. La explotación de las minas solo podía hacerse con mano de obra de los indígenas, que según la ley no podían ser obligados; pero que lo fueron en las zonas próximas a las minas mediante expedientes seudolegales o por la pura fuerza, a veces en condiciones próximas a la esclavitud.

Los nuevos territorios y ciudades fueron a menudo bautizados con nombres como Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Granada, Cartagena, Santiago, Nueva Toledo, Nueva Castilla, Córdoba, etc. Administrativamente, fueron divididos entre el virreinato de Nueva España en el norte, que incluía Filipinas, y el del Perú, extendido por Suramérica, excepto Venezuela, que dependía de Nueva España a través de la audiencia de Santo Domingo. Los virreyes solían ser nombrados entre personajes experimentados. Fundaron ciudades y centros de enseñanza, auspiciaron exploraciones y en general defendieron a los indios. Bajo los virreyes estaban las audiencias, que tenían, como en España, importantes poderes judiciales y gubernativos. Los cabildos o ayuntamientos eran el tercer escalón administrativo y, también como en España, gozaban de amplia autonomía. Constaban de un grupo de regidores elegido por el vecindario (los enfrentamientos, a veces sangrientos, entre los vecinos hicieron que, como en Castilla, los reyes nombraran corregidores y a parte de los propios regidores). A su vez, los regidores elegían a principios de cada año al alcalde (podían ser dos). Este esquema administrativo demostraría considerable operatividad durante tres siglos.

Los virreyes debían atender a una doble "república", la de los españoles y la de los indios, pues estos últimos mantenían territorios propios y muchas de sus costumbres e instituciones, aun si transformadas por el cristianismo. Las autoridades, incluidos los virreyes, se sometían a la vigilancia reglamentada de visitadores enviados desde España para examinar la situación, y de los juicios de residencia al final de su mandato, un juicio por el que se atendían los cargos y quejas de los gobernados contra ellos. Esta vigilancia no impedía abusos y corruptelas (ningún método los suprime del todo), máxime al tratarse de territorios tan alejados de la metrópoli. Pero sin duda los limitaba.

Los españoles distaron de emigrar en masa a América, como quedó indicado, porque la corona procuró controlar la emigración y evitar el paso de maleantes y gente de "baja calidad". La posición de los encomenderos no dejó de empeorar, y pocos de los inmigrantes llegaban a hacerse ricos, lo que sin duda disuadió una posible marea de emigración ilegal. Por ello sorprende que siendo tan pocos pudieran extenderse, controlar y administrar tan vastos territorios, para lo que no basta la constatación del historiador francés Pierre Chaunu: por su propia escasez tenían una extraordinaria movilidad y "estaban en todas partes". Realmente, se trataba de una red de pequeñas poblaciones rodeadas de haciendas y encomiendas, entre vastos territorios apenas controlados administrativamente, aunque por ellos se atareasen los misioneros. El número de españoles creció con rapidez debido a la abundante procreación, mayormente mestiza. En las Antillas los indios se extinguieron prácticamente, y los negros, por lo común esclavos, así como los mulatos, formaban un alto porcentaje de la población. Por la mayor parte del continente, el número de indios superaba al de blancos y mestizos, aun si hicieron estragos entre ellos diversas epidemias, propias o contagiadas por los europeos. Así, a los cien años del viaje de Colón, el panorama humano y cultural de América había evolucionado profundamente,

Sevilla y secundariamente Cádiz monopolizaron el tráfico con América. La medida ha sido criticada, pero era lógica, porque los demás puertos estaban mucho más expuestos a la piratería, la ruta desde ellos iba de todos modos próxima a Cádiz, y la concentración en un punto permitía articular convoyes (dos al año), eficaces contra los corsarios. Sevilla, ciudad rica ya antes de la conquista de América, se convirtió en un centro económico europeo, al que afluían comerciantes flamencos, alemanes e italianos, además de españoles, así como artistas, espías aventureros y hampones, al calor de sus negocios lucrativos, aunque riesgosos. Su Casa de la Moneda acuñaba más que cualquier ciudad otra europea, y su Casa de Contratación fue una institución polivalente, que registraba el tráfico americano, tenía funciones judiciales, formaba los excelentes pilotos de las flotas y cartografiaba las nuevas tierras.

La nave base de las flotas era el galeón, inventado probablemente en España, en su forma acabada, y adoptado por Inglaterra, Holanda y Francia: combinaba la capacidad de carga de las naos y carracas con la rapidez y maniobrabilidad de las carabelas y una extraordinaria resistencia, de modo que, cuando la Gran Armada, todo el poder artillero inglés solo consiguió hundir uno, y casi todo los demás se salvaron de las posteriores tormentas. Desempeñaron las principales misiones del tráfico a América y en el Pacífico, en calidad de buques de guerra y de mercantes.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (23/7/2009)

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