terça-feira, 31 de agosto de 2010

De putas y santas

Dice el régimen islamista iraní que la primera dama de Francia, Carla Bruni, es una puta. Como también lo son, según los ayatolás, otras mujeres que se han unido a la mujer del presidente Sarkozy en la campaña de solidaridad con Sakineh Mohammadi Ashtiani. Esa mujer iraní de 43 años fue condenada a la lapidación y lleva ya cinco años pudriéndose en la prisión de Tabriz, al oeste de Irán, a la espera de que se ejecute la sentencia. Ashtiani está acusada de mantener una relación extramatrimonial y de haber conspirado para dar muerte a su marido. Ella siempre ha negado estos cargos hasta que hace unas semanas y después de tres días de torturas continuadas y amenazas de muerte contra su familia, asumió la culpabilidad en una farsa de entrevista televisada. Esta confesión pública, a la que ha sido forzada con los métodos más bárbaros, ha espoleado aún más si cabe la indignación de todos los que se han movilizado para salvar la vida a esta mujer iraní.

Carla Bruni se ha puesto, con el filósofo Bernard Henry Levy, a la cabeza del movimiento internacional de solidaridad con esta mujer iraní. Y ahora los medios iraníes, la voz de su amo, la llaman puta. Aquí la vamos a defender ahora, no sin antes dejar claro que nada tenemos contra la prostitución. Y que Carla Bruni nos resulta muchas veces antipática, especialmente cuando insiste en cantar, grabar y difundir esas insufribles canciones que perpetra. Y cuando nos vence con su tramposa pretensión de candidez y posa con elegancia sobrenatural, moviendo con diabólico embrujo esos pies inalcanzables vestidos con bailarinas. Sabemos que la niña angelical es un bichito. Pero bichitos —y bicharracos— hay muchos y pocos tan seductores y deliciosos. Si encarna muchas de las frivolidades y defectos de Occidente es porque ha utilizado para ello la libertad a manos llenas, en la única sociedad que lo hace posible. Bruni tiene la inmensa suerte de ser dueña de su vida. En todos los sentidos. La pobre Ashtiani nunca ha sido dueña de nada en su triste vida y solo por aspirar a algo se le quiere dar muerte, por puta.

Si para los ayatolás son putas Bruni y Ashtiani, todas las mujeres y los hombres del mundo libre nos deberíamos declarar tales. Benditas todas las putas que sientan compasión y la expresan, que quieren libertad y dignidad y luchan por ellas. Benditas todas las mujeres que sean tachadas de putas por esa jauría de fanáticos que son los ayatolás, el presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad y todo el movimiento islamista que intenta que cuaje en nuestras sociedades libres ese oscuro credo de odio e imposición, pesadilla para tantos pueblos sometidos. Pero no se aflijan. Donde somos tantas las putas debe haber santas. Y santas deben ser para los ayatolás de Teherán todas las ministras socialistas españolas, tan feministas ellas, que aún no han abierto la boca ni para darse por enteradas de que el drama humano de Ashtiani existe. Santas todas ellas para los torturadores y para ellas mismas, tristes santas que no sienten ni vergüenza.

Hermann Tertsch

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Un diálogo complejo

Desde que el profesor Huntington publicara en la revista Foreign Affairs un artículo sobre cómo las relaciones entre las grandes culturas determinarían la política internacional tras la Guerra Fría, los occidentales venimos haciendo esfuerzos para expresarnos con corrección y no molestar a nuestros vecinos musulmanes. A la vista está que los resultados hasta la fecha no han sido muy positivos. Es posible que Zapatero y Moratinos piensen que la solución pasa por humillarnos un poco más, pedir disculpas, dar dinero y ceder en lo que nos exijan. Otros no lo vemos así.

En estos días los europeos nos encontramos un tanto sorprendidos ante algunas declaraciones que no se corresponden con la mínima urbanidad exigible. Carla Bruni e Isabelle Adjani habían mostrado su solidaridad con una mujer iraní que ha sido condenada a morir lapidada por haber mantenido una relación fuera del matrimonio. Desde la prensa gubernamental de aquel país se las ha equiparado a la condenada y se ha reservado la amable expresión de «puta francesa» para la esposa del Presidente de la República ¿Se imaginan lo que hubiera ocurrido si un medio francés hubiera dicho algo semejante de la esposa del Ayatolá Jamenei o de Ahmadineyad?

El dictador libio Gadafi está visitando Roma, lugar particularmente indicado para invitarnos a la conversión al islam y aclarar que Jesús de Nazaret no fue crucificado. Unas interesantes declaraciones que realizó ante 200 hermosas jóvenes a las que había pagado por su asistencia ¿Se imaginan lo que ocurriría si un jefe de gobierno europeo se desplazara a un país islámico para invitar a la población a convertirse al cristianismo y que para ello contratara el servicio de 200 jóvenes?

Si queremos entendernos lo primero es exigir respeto y reciprocidad. De otra manera nos enfangaremos en un diálogo absurdo y estéril que sólo beneficiará al radicalismo.

Florentino Portero

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Yiyo, el corazón roto de un príncipe


Se cumplen hoy 25 años de su muerte en Colmenar. «Burlero» se llevó entre sus astas a un héroe y mártir de la Fiesta



«Pali, ese toro me ha matado». Era la voz apagada de José Cubero «Yiyo» ante su peón de confianza tras recibir una cornada que le partió el corazón. Aquel 30 de agosto de 1985, el torero de Canillejas había cogido la sustitución de Curro Romero en Colmenar Viejo sin saber que el toro que había de matarlo «ya estaba comiendo yerba», añeja frase de miedo que se hizo trágica realidad y que ABC inmortalizó en su portada. Ocurrió en la hora final. Con templada lentitud, se tiró a matar o morir al sexto, «Burlero» de nombre, de la ganadería de Marcos Núñez. Enterró una estocada en lo alto y «Burlero», fenecido en vida, lo prendió por la espalda y hundió su pitón izquierdo con letal saña. Su cuadrilla intentó arrancarle literalmente el puñal hasta que el toro lo soltó y cayó inerte a la arena.

La plaza madrileña se sobrecogió mientras las cuadrillas lo trasladaban con angustiosa celeridad a la enfermería. Estremecieron sus ojos vueltos y encalados, que emprendían rumbo al Más Allá. El percance había sido terrorífico. Los doctores apreciaron desde el callejón la extrema gravedad. Cuando El Yiyo llegó a la mesa de operaciones, no respondió a los estímulos. «Burlero» se había llevado entre sus astas la inolvidable sonrisa de Cubero —de sólo 21 años—, después de realizar una faena colosal, premiada con dos orejas.La noticia corrió como la pólvora. La gente rompió en llanto desconsolado. «Me lo ha matado», dijo su padre quebrado de dolor. Negro parte de guerra: «Rotura por asta de toro, que provoca una parada cardiorrespiratoria irreversible...»

La tragedia recorrió el mundo entero. Yiyo y «Burlero» componían un fúnebre romance, como aquel que Valle-Inclán imaginó para Belmonte: «Sólo te falta morir en la plaza… Para que ni toro ni torero puedan separarse jamás». José Cubero ingresaba en el Olimpo de los dioses que entregaron su vida por un arte al que muchos son los llamados y pocos los elegidos, como reza en la Escuela Taurina de Madrid. Allí se formó «príncipe del toreo», junto a Julián Maestro y Lucio Sandín. «Adiós, príncipe, adiós», tituló Antonio D'Olano una obra en recuerdo.

Cartel maldito

El Yiyo, con geniales condiciones para auparse a la cima pese a no ser valorado lo suficiente por las empresas, se convirtió en leyenda inmortal. Ascendía a la gloria de muchos otros toreros caídos «a las cinco en punto de la tarde»: Sánchez Mejías, Joselito, Manolete o Paquirri. Curiosamente, Cubero había pasaportado a «Avispado», el toro que mató a Francisco Rivera en Pozoblanco. El único superviviente del llamado «cartel maldito» es El Soro, con una dramática situación: próximamente se someterá a su trigésima operación de rodilla con la ilusión de volver a los ruedos, escenario de vida y muerte.

Hoy, en la arena de Colmenar se evocará el sueño roto de El Yiyo. El Cid, Castella y Talavante rendirán su particular homenaje a un joven prodigio que tras conquistar la victoria adivinó la tragedia: «La muerte la llevamos en la cara todos los toreros. Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué más da?» Palabra de un príncipe coronado rey en la mitología taurina.

Rosario Pérez - Madrid

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El Atlético se da un homenaje por las calles de Madrid

La plantilla y el cuerpo técnico del Atlético de Madrid cerraron la fiesta europea por las calles de Madrid en la fuente de Neptuno, donde se reunieron más de 15.000 aficionados rojiblancos para festejar con su equipo el segundo título, la Supercopa de Europa, en tres meses y medio.

Allí, los futbolistas subieron a un escenario, donde fueron aclamados por sus seguidores al grito de 'campeones, campeones' y dieron una vuelta a la plaza para ofrecer el trofeo a todos los hinchas que se dieron cita en la fuente de Neptuno, a la que, según cantaron los aficionados, "le falta la bandera", ya que no se le colocó ningún distintivo rojiblanco durante la celebración.

Las celebraciones arrancaron en la Catedral de la Almudena, donde ofrecieron la Supercopa a la Virgen. La expedición, que viajaba en el autobús habitual del equipo, fue recibido en la catedral por un millar de seguidores, al grito de 'Campeones, campeones' junto a las bufandas y camisetas rojiblancas. 'Sí, sí, sí, la Copa ya está aquí', gritaron los aficionados cuando Antonio López y el portugués Simao Sabrosa, capitanes del Atlético, mostraron el trofeo continental.

En la catedral, cuyas ocho campanas ya anunciaban desde minutos antes la inminente llegada de la plantilla atlética, y después de una ceremonia breve, Simao, Antonio López, el uruguayo Diego Forlán y el presidente del club, Enrique Cerezo, hicieron la ofrenda a la Virgen de la Almudena, ante los aplausos de los asistentes.

En el balcón de la CAM

La expedición se dirigió después por la calle Mayor hasta la sede de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol, donde la plantilla, el cuerpo técnico y la directiva del club fueron recibidos por Esperanza Aguirre, presidenta regional, y ofrecieron el título a los aficionados desde el balcón del edificio.

ESPERANZA AGUIRRE

"Sois la mejor afición del mundo. Aupa Atleti"

Unos 5.000 aficionados animaron en la Puerta del Sol. Desde el balcón, cubierto con una pancarta con el lema 'Felicidades Supercampeones', todos los jugadores ofrecieron el título a la afición, con el sonido del himno del club de fondo y con los gritos de 'campeones, campeones' de los hinchas rojiblancos, eufóricos cuando los futbolistas levantaron la copa.

"Gracias por venir a todos. Campeones, campeones", dijo Antonio López, el capitán del Atlético y el primero en dirigirse a la afición; luego intervino el checo Tomas Ujfalusi: "Todos estamos felices. Vamos a disfrutar. Aupa Atleti". Después, habló a la afición Enrique Cerezo, presidente del Atlético, que dio "las gracias" a todos los aficionados, a los que pidió que apoyen al equipo "toda la temporada", antes de que el entrenador Quique Sánchez Flores ("Estamos otra vez aquí gracias a vosotros y a los jugadores. Somos campeones") y el uruguayo Diego Forlán ("Muchas gracias a todos por venir aquí" tomaran la palabra.

Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, también dirigió unas palabras a los aficionados. "Sois la mejor afición del mundo. Aupa Atleti", dijo entre algunos pitos de una parte de los seguidores del Atlético que se dieron cita esta tarde en la Puerta del Sol.

El Ayuntamiento, última parada

La última parada antes de llegar a Neptuno fue en la sede del Ayuntamiento de Madrid. Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de la capital, recibió a la plantilla, cuerpo técnico y directiva del Atlético y aseguró que "dicen que la Liga es cosa de dos, pero este equipo va a romper ese pronóstico".

GALLARDÓN

"Dicen que la Liga es cosa de dos, pero este equipo va a romper ese pronóstico"

"Después de muy poco tiempo nos habéis regalado esta alegría. Gracias. Además, venís como líderes de la Liga. Los que entienden de fútbol dicen que la Liga es cosa de dos, pero estoy convencido de que este equipo va a romper ese pronóstico y nos va a dar más alegrías", dijo Gallardón, que se puso la camiseta del Atlético que le entregó el presidente Enrique Cerezo durante el acto.

Posteriormente, el alcalde de la ciudad dio una placa conmemorativa al Atlético de Madrid y a todos los futbolistas de la plantilla, a los que se fue nombrando uno a uno para entregarles ese regalo, antes de que el equipo se dirigiera al patio de cristales, para continuar la fiesta por el trofeo de la Supercopa de Europa.

Unos mil aficionados esperaban ya allí para celebrar junto al equipo el título conquistado el pasado viernes en Mónaco. Tomaron la palabra Antonio López, Fran Mérida -entre ambos animaron la fiesta con las habituales canciones del 'camarero...'-, el uruguayo Diego Forlán, Enrique Cerezo, el checo Tomas Ujfalusi o Juan Valera. "Muchas gracias a todos. Espero que estéis disfrutando de estos trofeos. Por suerte, ayer empezamos bien la Liga y esperamos seguir de la misma manera", dijo Forlán, en un acto cerrado al grito de 'campeones, campeones'.

Pablo Egea - Madrid

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Irak empieza de nuevo (Especial en ABC)

«Antes teníamos un Sadam, ahora cientos»

Desde la caída de Sadam Hussein 250 periodistas han perdido la vida en Irak. Sobre todo durante los últimos dos años se están incrementado las llamadas «amenazas fantasma» de partidos políticos y organizaciones religiosas.

  1. Estados Unidos mantiene fuerzas de combate en Irak con capacidad de reacción «si fuera necesario»

    Las tropas buscan el apoyo de los iraquíes siete años después del inicio de la invasión.

  2. «Nosotros, y no EE.UU., derrotamos a Al Qaida en Irak»

    El líder del Consejo del Despertar suní asegura que no permitirán que Al Qaida vuelva a asentarse en Irak con la salida de EE.UU., al tiempo que apunta a Irán como «el enemigo real».

Irak - Una guerra de veinte años

Hoy podemos dar por concluida una guerra que ha durado veinte años y un mes. Y por culpa de los buenistas estamos en posición de afirmar que ha durado —al menos— diecinueve años más de lo que hubiera sido necesario. El 2 de agosto de 1990 Sadam Husein invadió Kuwait. ¿Recuerdan aquel verano? No eran pocos los que negaban la necesidad de replicar. Nos decían que Kuwait no era más que un pozo de petróleo con un mástil abanderado en una loma. Un lupanar de pérfida riqueza mejor integrado dentro de Irak que consentido a su libre albedrío.

La comunidad internacional fue movilizada por el presidente Bush y su muy efectivo secretario de Estado, James Baker. Se creó una coalición internacional de proporciones no igualadas desde la Segunda Guerra Mundial. Se consiguió neutralizar los esfuerzos soviéticos adelantados por Yevgueni Primakov —más tarde jefe de los servicios secretos y primer ministro de Rusia— para impedir que la liberación del Emirato pusiera de manifiesto la paupérrima calidad de la tecnología bélica del ocaso comunista.

Pero no se entendió nada de lo que allí estaba en juego.

Aquella guerra fue librada por devolver a Kuwait su soberanía. Pero por lo que de verdad había que combatir allí no era por eso. Eran Sadam, su régimen y las fuerzas del radicalismo árabe que él encarnaba y encabezaba los que debían haber estado en el punto de mira. Esa batalla de 1990-1991, que muchos han presentado como un éxito, sirvió para dejar en el poder —casi impune— a Sadam; permitió el exterminio con armas de destrucción masiva de decenas de miles de kurdos en el norte de Irak y de chiíes en el sur; dio pie a un —fallido— intento de asesinato del ya entonces ex presidente Bush; creó un régimen de sanciones que casi mata de hambre a los iraquíes, mas en nada perjudicó a los integrantes del régimen; forzó la creación de sendas zonas de exclusión aérea que costaron al contribuyente norteamericano aproximadamente un millardo de dólares anuales; provocó la evacuación de los inspectores de Naciones Unidas y consintió la recompensa en dólares contantes y sonantes —no todo lo americano es odiado— a las familias de los terroristas suicidas palestinos.

En agosto de 1990 Sadam apostó a que Arabia Saudí no se atrevería a abrir la puerta a los norteamericanos. Pero la Casa de Saud temió —con razón— por su propia integridad. La opinión pública mundial «compró» aquella guerra con facilidad. Tras semanas de bombardeos desde el aire, la ofensiva terrestre duró cien horas. «Estábamos a 150 millas de Bagdad. Y no había nada entre nosotros y Bagdad», explicaría el general Norman Schwarzkpof. Pero no era cierto. Lo que hubo fue un factor invisible, mas poderosísimo: hubo ceguera política. Bush padre —el que dicen que era un verdadero estadista por comparación con su hijo— pidió a los iraquíes que resolvieran por sí mismos sus problemas.

Catorce de las dieciocho provincias iraquíes se rebelaron contra Sadam y escaparon durante periodos variables de tiempo a su control. Pero a Sadam le habían dejado una buena parte de su Ejército y helicópteros bien pertrechados. Y a ellos no se les impidió masacrar a la población. Quienes creyeron la palabra de Bush padre se sintieron traicionados. Cuando en 2003 el presidente Bush hijo libró la batalla definitiva, el recuerdo de aquella traición perduraba vivísimo entre muchos iraquíes.

En la década de 1990 el patrullaje de los cielos iraquíes se libró desde el vecino Reino saudí y, lloviendo sobre mojado, dio pie a la rebelión de un pérfido niño rico de nombre Osama bin Laden. Ahí se trazó la autopista hacia el 11-S. Stricto sensuSadam no lanzó aquellos ataques contra el Pentágono y el World Trade Center. Pero la guerra de 1990-1991, la que primero le derrotó y después le vigorizó, está en la génesis de la hecatombe de septiembre de 2001. Se juzgó una respuesta oportuna derribar primero el Gobierno afgano que amparaba a Osama bin Laden. Pero era igualmente necesario —y por ello un acierto del presidente Bush hijo— acabar lo que su padre empezó. Dirigir el esfuerzo mayor a Irak, el origen de todo. Y donde tras el 11-S seguía en el poder Sadam Husein, un gallito que cacareaba cada mañana el poder de sus —inexistentes— armas de destrucción masiva. Y se acabó, en todo caso, con otras armas de destrucción masiva: los integrantes de un régimen despótico que durante décadas masacró a su propio pueblo y lo llevó a sucesivas guerras injustificadas y, todas ellas, perdidas.

Ahora, siete años después de derrocado Sadam, el empeño del presidente Obama por retirar sus tropas precipitadamente y declarar hoy concluida la guerra pone en riesgo lo alcanzado a lo largo de los últimos siete años. Como ha declarado el teniente general Babakir Zebari, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas iraquíes, «si me preguntaran sobre la retirada, diría a los políticos que el Ejército norteamericano debe quedarse hasta que el Ejército iraquí esté plenamente preparado en 2020».

Salvaguardar el futuro de uno de los más importantes objetivos estratégicos de Estados Unidos no parece una prioridad para el presidente Obama. Ya sabemos que él se vanaglorió de haber sido uno de los pocos políticos de su país que se opuso al derrocamiento de Sadam Husein. No le fue mal con ello en las presidenciales de 2008 y quizá crea que esta retirada del verano de 2010 pueda ayudar a su partido en las legislativas del próximo noviembre. Pero le convendría recordar que en la primavera de 2003, Estados Unidos —por medio de su presidente— dijo a sus aliados iraquíes que sus tropas permanecerían en el país hasta que hubiera una democracia asentada y las Fuerzas Armadas iraquíes pudieran actuar autónomamente. Después de gastar 700 millardos de dólares y sacrificar la vida de 4.419 combatientes norteamericanos —mercenarios no incluidos— ambos objetivos están muy cerca. Pero ninguno de los dos está alcanzado. El recuerdo de lo vivido en Irak en el año 1992 asuela la mente de muchos iraquíes.

Nuestros periódicos están llenos de crónicas que cuentan el desastre en que sigue inmerso Irak. Y es verdad. Pero conviene contextualizar ese desastre en las condiciones de vida de otros países de la región, en las circunstancias de la vida cotidiana de Irak en 2003 y en un contexto político muy diferente hoy. Es fácil recordar que casi medio año después de las elecciones legislativas el Parlamento no ha sido capaz de configurar una nueva mayoría. Pero conviene recordar que en cualquier otro país árabe eso se resuelve por el dedo del dictador, y en Irak, hoy, como si fuera Bélgica —con perdón—, siguen negociando en los pasillos del Parlamento.

Esta Guerra de los Veinte Años que se da en el día de hoy por concluida ha durado tanto porque Bush padre no tuvo el valor de terminarla de verdad cuando pudo haberlo hecho con no excesivo esfuerzo. Y en no menor medida porque durante la Administración de Bill Clinton se puso cara de que en Irak no pasaba casi nada. Quizá por ello hubiera sido conveniente que la Administración Obama se mostrara dispuesta a llevar la presencia norteamericana al cumplimiento de sus objetivos claramente establecidos en 2003. Por el contrario, esta retirada consumada hoy, 31 de agosto de 2010, festividad de San Ramón Nonato, podría hacer de la incipiente democracia iraquí otra democracia nonata.

Ramón Pérez-Maura

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segunda-feira, 30 de agosto de 2010

Operación Bernhard - La gran falsificación

De todas las historias curiosas que acontecieron durante los años de la Segunda Guerra Mundial, una de las más sorprendentes fue la conocida como Operación Bernhard, que duró varios años y estuvo a cargo de las SS. Tras ese nombre en clave no se escondía una operación de exterminio, ni una secretísima maniobra militar en alguno de los frentes, sino la mayor falsificación de moneda de curso legal de la Historia.


Como todas las grandes ideas que en el mundo han sido, nació de pura casualidad. Poco después de empezar la guerra en septiembre de 1939, a Reynhard Heydrich, el segundo de Heinrich Himmler, se le ocurrió que, junto al militar, podría abrirse un segundo frente económico. Esta vez no se trataría de hundir mercantes aliados –que también– con los submarinos de la Kriegsmarine, sino algo mucho más elegante, moderno y malvado, propio de los nuevos tiempos de moneda fiduciaria y dinero de papel.

Si los técnicos de las SS daban con el modo, podría acuñarse moneda del enemigo en cantidades industriales para desestabilizar su economía provocando una devastadora inflación. De eso, de inflación, los alemanes de la edad de Himmler sabían mucho y conocían de primera mano que el poder destructivo de una moneda devaluada es mayor que el de la más mortífera de las bombas.

Himmler, que estaba a otras cosas más importantes como montar campos de concentración para aniquilar judíos, anotó el tema y se lo guardó. Años después, a principios de 1942, en algún momento entre la conferencia de Wannsee en la que se decidió liquidar a toda la judería europea y su asesinato a manos de los rebeldes checos, Heydrich recibió la orden de reactivar el plan. Se dirigió entonces a Bernhard Krüger, un coronel de las SS de su entera confianza, para que lo pusiese en marcha.

Krüger buscó primero en Berlín entre especialistas del Reichsbank, pero no encontró ninguno que tuviese la suficiente pericia para hacer una imitación perfecta de la libra esterlina. Alguien le debió soplar que los campos estaban llenos de judíos expertos en la acuñación y hampones especializados en la falsificación de moneda. Los primeros porque habían trabajado para el mismo Reichsbank como impresores, químicos o numismáticos. Los segundos porque el que mejor sabe falsificar una moneda es y siempre será un profesional del ramo.

Reunió un equipo de 140 judíos que fue recogiendo de diferentes campos de toda Europa y lo trasladó al campo de Sachsenhausen, en las inmediaciones de Berlín. Allí, para evitar que se mezclasen con otros internos condenados a morir como chinches trabajando, se confinó al grupo en un bloque exclusivo. Un pequeño paraíso dentro de la homicida desolación de
Bernhard Krüger
Sachsenhausen. Los falsificadores podrían comer caliente varias veces al día, ducharse, dormir en camas blandas y hasta disfrutar de tiempo libre. A cambio tendrían que hacer un trabajo de precisión inigualable.

Las SS compraron las mejores máquinas de impresión disponibles en el mercado y no escatimaron ni dinero ni esfuerzos en proporcionar todo lo necesario para que el plan alcanzase el objetivo de hacer una réplica exacta de la libra. Para alejar de la mente de los trabajadores la idea de que en cualquier momento un guardia furioso podía descerrajarles un tiro por las buenas, Krüger se cercioró de que sus judíos fuesen calificados como "trabajadores altamente esenciales", es decir, imprescindibles para el Reich. Aquellas tres palabras en cualquier campo nazi significaban vivir.

A esas alturas, la Operación Bernhard, llamada así en homenaje a su ejecutor, había olvidado lo de inundar Gran Bretaña con libras falsas. La idea de arrojar los billetes desde bombarderos de la Luftwaffe se antojaba demasiado cara y para 1943 ya impracticable dada la superioridad aérea de los aliados. Pero disponer de una máquina de imprimir libras tenía incontables ventajas. El Gobierno podía utilizarlas para el comercio internacional, para pagar sobornos o para mantener el espionaje en el extranjero bien surtido de divisas.

Al final, el resultado iba a ser el mismo. Con el mundo ahogado en un mar de libras, el mercado las terminaría rechazando y sus tenedores se desharían de ellas a toda prisa, ocasionando el colapso inmediato de todo el sistema monetario británico. La diferencia estribaba en que haciéndolo poco a poco los nazis podrían aprovecharse del fraude.

Los acuñadores judíos de Sachsenhausen consiguieron en muy poco tiempo hacer una copia idéntica del billete de cinco libras, un dineral entonces. Eran tan perfectos que el Banco de Inglaterra tardó meses en advertir que alguien estaba falsificando su papel. Los británicos empezaron a contabilizar cada billete que imprimía de manera que no pudiesen colarle series falsas. Pero el equipo de Krüger se las ingenió para romper esos números de serie rompiendo el código que los generaba. Las marcas de agua fueron igualmente replicadas, así como el tipo de papel de base textil que empleaba el Banco de Inglaterra.

En sus mejores momentos, la ceca ilegal de Sachsenhausen emitía medio millón de libras al mes, que inmediatamente eran empaquetadas y enviadas al extranjero. Pronto empezaron a aparecer en lugares distantes y neutrales como Tánger, Estambul, Madrid, Estocolmo, Zúrich o Lisboa. Allí atendían los crecientes gastos de los servicios de información del Reich y servían para pagar las importaciones. Era caprichoso, pero los alemanes, que estaban perdiendo la guerra a pasos agigantados, tenían, sin embargo, la milagrosa máquina de hacer dinero en sus manos.

Una vez vencido el desafío de la libra tocaba el dólar. Si Alemania llegaba a disponer de una fuente inagotable de libras y dólares con la que regar el mundo, la guerra podría alargarse y los aliados acusarían seriamente el golpe. Krüger se puso a ello, pero el dólar era algo más difícil de falsificar que la arcaica libra esterlina. Había, además, un motivo extra para retrasarlo. Si salía bien cabía, la posibilidad de que Himmler relevase a Krüger de sus servicios y le enviase al frente oriental a luchar contra los rusos. Un destino nada deseable para un coronel hecho a los trajes planchados, las comilonas y los habanos caros. Los presos, por su parte, hacían el trabajo a la fuerza, y es de suponer que, sabiendo cerca el fin de la guerra, retrasasen la falsificación del dólar todo lo posible.

Presos judíos en Ebensee el día de la liberación (mayo de 1945)

Nunca se sabrá por qué tardó tanto el dólar, el hecho es que no llegó a falsificarse en gran cantidad. Consiguieron sacar de la imprenta una copia del billete de 100 dólares, pero ya era tarde, febrero del 45, y Berlín, machacado desde el este y el oeste, no era lugar seguro. Las máquinas y los trabajadores fueron trasladados al sur, al campo de Mauthausen, pero estaba lleno y continuaron camino hacia el de Ebensee, en los Alpes austriacos.

La fantasía de muchos SS era resistir la invasión encaramados a las montañas durante el tiempo que fuera preciso. Luego, a la hora de la verdad, los juramentados por el Führer no resistieron ni un minuto, pero mataron a todo el que pudieron en los campos terminales de los Alpes. Al equipo de falsificadores le esperaba ese destino, morir fusilados en alguno de los muchos túneles que, sin sentido, habían cavado miles de presos durante años.

La suerte volvió a acompañarles. A primeros de mayo, coincidiendo con al rendición incondicional de Alemania, se produjo una revuelta de prisioneros en Ebensee. Los 140 integrantes de la Operación Bernhard, incluido su mentor, sobrevivieron a la guerra. También lo hizo su creación: casi nueve millones de billetes por valor de 135 millones de libras esterlinas. Durante años los aldeanos de la zona de Ebensee siguieron encontrándose billetes falsos que se apresuraban a cambiar. El Gobierno inglés, enterado del alcance de la operación, se vio obligado a cambiar el diseño de los billetes. Había tantos y eran tan indistinguibles de los auténticos que tuvo que sacar de la circulación todos los billetes de libras, sin importar si eran originales o falsos.

Krüger consiguió huir con una fortuna de dinero falso en la maleta y un pasaporte no menos falso en el bolsillo. Los británicos le atraparon y le sometieron al proceso de desnazificación habitual entre los mandos de las SS. Murió de viejo, en Hamburgo, cuando esta prodigiosa historia ya se había olvidado. De entre los presos, uno de ellos, el judío eslovaco Adolf Burger, lo contó todo con pelos y señales en sus memorias, traducidas a varias lenguas y base de una bonita película que ganó el Oscar hace un par de años. Fue entonces cuando, con muchas décadas de retraso, se redescubrió el caso de la gran falsificación, la mayor cometida jamás. Y es que, las buenas historias, aunque tarden en contarse, siguen siendo buenas historias.

Fernando Díaz Villanueva

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Vuelven, volvemos

Confieso que nunca he entendido las vacaciones de los políticos, unos señores que ocupan un puesto desde el cual deberían, se supone, administrar la historia y, si las circunstancias lo requieren, hacerla. Y la historia no se suspende jamás.


Durante este mes de agosto que ahora termina, ha estado singularmente activa. Irán ha conseguido un poco más de uranio enriquecido. El régimen de Erdoganejad ha desplazado esa Turquía a la que tantos de nuestros paisanos desean ver dentro de la UE –nadie ha explicado aún por qué, cosa sospechosa donde las haya— unos cuantos kilómetros hacia el sureste. Mohammed VI ha movido ficha en su partida por Ceuta y Melilla. Obama ha convocado por el día 2 de septiembre a Netanyahu y a Abbas para hablar de una paz imposible, en la que ni siquiera sabemos si él está interesado.

Un solo hecho favorable a la felicidad humana ha tenido lugar este mes: Israel ha descubierto petróleo en su territorio. Rafael Bardají ha glosado el acontecimiento en ABC en los siguientes términos:

A los nuevos descubrimientos que cifran una reservas de más de 1.500 millones de barriles en un nuevo pozo al este de Tel Aviv (insuficiente para la exportación, pero muy por encima de las expectativas de 200 millones de barriles), se viene a sumar ahora el descubrimiento de la mayor reserva off-shore de la zona, frente a las costas de Haifa. Tal es el tamaño, que ya se llama Titán al pozo a explotar. ¿No sería una excelente paradoja que pudiéramos liberarnos del yugo ruso y árabe y pasar a comprar directamente a un buen aliado como Israel? Las vueltas que da la vida. Si las expectativas técnicas se acabaran cumpliendo e Israel, en un plazo de una década, se convierte en un exportador neto de petróleo y gas, ¿seguirían los Moratinos de turno criticándolo tanto o lo adularían como ahora hacen con los Saud y compañía?

Todo eso en el frente de la expansión musulmana, ahora alentada desde la Casa Blanca y en el que el actual Gobierno de España ha tomado partido por el enemigo de Occidente, como corresponde a su condición, desde 2004: todo ha cambiado en la errática política de Moncloa, salvo Moratinos, el amigo de Arafat, que ni siquiera aparece jamás en las quinielas de las anunciadas crisis de Gobierno. Lamento enmendarle la plana a mi respetado Bardají: yo creo que sí, que los Moratinos y los Zapateros y los Cajales de turno persistirían en su filia musulmana: nosotros sabemos que Israel es un buen aliado aunque nuestros gobernantes prefieran ignorarlo, pero ellos lo ignoran adrede porque la ideología es más poderosa que los hechos y ellos, míseros materialistas éticos que son, se someten encantados a su propia judeofobia: ya dejó escrito August Bebel en el siglo XIX que "el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles".

En el frente progre, vamos a volver a oír que no estamos en una guerra en Afganistán. También, que la democracia interna en el PSOE es ejemplar y por eso Tomás Gómez es una posibilidad (que se lo pregunten a José Borrell) tan buena como Trini Jiménez de, y aquí viene lo gordo, "desplazar a Esperanza Aguirre de la Comunidad de Madrid". La verdad es que se trata de una movida publicitaria importante a un coste mínimo: mostramos lo demócratas que somos con ocasión de unas elecciones que ya tenemos perdidas. De paso, el jefe se quita de encima a la Trini, una de las dos personas que lo llevaron a la secretaría general, y se queda sin deudas porque la otra, Pasqual Maragall, es cadáver político desde hace rato. Todo el aparato pasa a manos del presidente y, por muchas quejas internas que haya, lo único que podrá moverlo de ese lugar es una derrota en las generales de 2012: sí, aún queda año y medio por delante de destrucción pura y dura, porque el Pequeño Timonel no va a dimitir ni la oposición lo va a obligar a ello, aunque tenga todas las armas en la mano, que ya las tiene si sabe negociar.

Claro que está el frente de la oposición, a la que hay que obligar a oponerse si queremos verla en el poder. A pesar de no haber creído nunca, y menos ahora, que cuanto peor, mejor, yo no estoy seguro de quererlo. Y menos lo estoy ahora, después de pasar unos cuántos días preguntándome por qué Rajoy no fue el hombre de Melilla y, como siempre, tuvo que ser Aznar el que diera la cara. ¿Tan mal asesorado está el señor Rajoy? ¿O es simple pereza? ¿O, lo que sería más de lamentar, le faltan luces políticas? Nada de eso. No dudo de la honestidad de Rajoy y hasta creo que como presidente sería un administrador eficaz si lograra actuar con cierta independencia del eje francoalemán y de esa siniestra institución que es el FMI, un banco, que no un fondo, dedicado a hacer intervencionismo en los altamente intervencionistas Estados que de él dependen. Y no conozco un solo caso en el que las recetas económicas del FMI hayan tenido el menor éxito: siempre crearon más problemas de los que resolvieron.

Ahora bien: ¿podemos contar con que Rajoy acelere de alguna forma la disolución del legislativo y la convocatoria a nuevos comicios? ¿O habrá que esperar a que lo empuje a ello Durán Lleida? ¿Depende de la decisión de los nacionalismos periféricos el calendario electoral? Porque, si es así, el gobierno que salga de ese proceso estará, desde antes de nacer, comprometido con ellos, y se verá obligado a soltar pasta gansa para la erradicación del castellano en partes del territorio nacional y a fingirse antitaurino, zerolista o proabortista cada dos por tres. No podrá revisar a la baja la legislación generada en todos estos años sobre asuntos esenciales –desde la ley Aído hasta la de memoria histórica–, ni podrá tomar iniciativa alguna en el camino de la reforma del modelo de Estado y acabará devorado por sus propios aliados. A Aznar no lo devoraron, pero lo llenaron de mordiscos cada vez que tuvieron la oportunidad.

¿Es posible para el PP organizar una moción de censura o lo que haga falta con el concurso de la izquierda? ¿De restaurar la célebre "pinza" Aznar-Anguita? No, porque para eso hace falta un Anguita, que ya no está. A los que hoy ocupan IU no sólo se les ha parado el reloj en algún momento anterior a 1989, sino que son de una zafiedad insuperable, que impide cualquier clase de diálogo con ellos: preferirán siempre a Zapatero. ¿Y Rosa Díez? Porque a veces, en el Congreso, la cosa va de un voto, y es probable que UPyD llegue a tener más. Pero no bastaría para garantizar nada estable, y ello sin mencionar los abismos ideológicos y programáticos que se alzarían como un muro entre ella y la realidad: no olvidemos que su salida del PSOE se asentó sobre un reclamo de ortodoxia, no de realismo.

Muchos estamos ansiosos por ver el momento heroico en que Rajoy se plante en el Congreso exigiendo dimisión con un respaldo suficiente, pero sospecho que no lo veremos porque al hombre le faltan los socios adecuados: podría encontrarlos, pero no serían los adecuados porque lo condicionarían hasta puntos inconcebibles. Y, si ése el razonamiento, yo lo apoyo. El Partido Popular, para gobernar sin bajarse los pantalones cada día al amanecer, necesita mayoría absoluta. El Pacto del Tinell, destinado a excluir al PP de todas las instituciones, sigue vigente en la estructura mental y moral de la izquierda, y no sólo en Cataluña, donde ya es tradición. Éste es el motivo por el que yo lo votaría, aunque me inquiete mucho que Rajoy se haya tomado vacaciones y no haya ido a Melilla.

Para que en España pase algo, no sé bien qué, pero algo distinto de esta dieta basura de ideología perversa, corrupción, mafia y guerracivilismo, hay que desalojar al presidente actual de Moncloa. Pero no a su manera, no "como sea". No en malas compañías, no con las manos atadas. Y con un programa amplio, claro, revolucionario, que incluya el modelo de Estado y el régimen electoral, de modo que no tengamos que volver a situaciones como la actual, ni a retrocesos a lo decimonónicos, ni a falsos avances a lo Mendizábal.

Horacio Vázquez-Rial

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Escipión y Catón en el origen de Europa

En Nueva historia de España he sostenido la tesis de que no solo España como nación cultural, sino la misma civilización europea, tienen su origen en la agónica II Guerra Púnica, con la que nació el imperio romano. A veces se me ha opuesto la importancia, no menor, de la cultura griega, pero esta corresponde más bien al Oriente Próximo, y si llegó a Europa occidental fue a través de Roma y del cristianismo.


En Nueva historia de España he sostenido la tesis de que no solo España como nación cultural, sino la misma civilización europea, tienen su origen en la agónica II Guerra Púnica, con la que nació el imperio romano. A veces se me ha opuesto la importancia, no menor, de la cultura griega, pero esta corresponde más bien al Oriente Próximo, y si llegó a Europa occidental fue a través de Roma y del cristianismo.

Este proceso se planteó también por la época de la mayor guerra contra Cartago, y en cierto modo como el conflicto entre Publio Cornelio Escipión el Africano y Marco Porcio Catón el Viejo o el Censor. El primero, vencedor de Aníbal y en ese sentido fundador del imperio romano, fue uno de los mayores genios militares de la historia. Personalmente parece haber sido hombre de espíritu noble y abierto, afecto a la cultura helenística y favorecedor de su difusión en Roma. Catón, por el contrario, se nos presenta como un personaje mezquino, brutal y despiadado –dudosas cualidades que aplicó abundantemente en su pacificación de diversas regiones de Hispania–, de un moralismo estrecho y opositor resuelto a las novedades griegas. No obstante, tenía talento no solo militar, sino intelectual. Estrictos contemporáneos (Catón dos años menor) y muy patriotas, los dos hombres no podían diferir más en carácter y aficiones, por lo que inevitablemente tenían que chocar.

Tomó la iniciativa Catón, a raíz de una campaña victoriosa de El Africano y de su hermano Lucio contra Antíoco III de Siria, acusando a ambos de haber recibido soborno y haber detraído parte de la compensación pagada a Roma por el del rey vencido. No sabemos qué hubo de cierto en aquellas acusaciones, pero en todo caso es significativa la de soborno, ya que el objetivo de este habría sido asegurar a Antíoco un trato benévolo tras su derrota. Escipión rara vez se había ensañado con los vencidos, mientras que Catón no concebía otra actitud hacia ellos que la destrucción completa, como había atestiguado en Hispania, e incitando luego al arrasamiento de Cartago. Quizá él pensaba que la conducta de los escipiones con Antíoco solo podía explicarse por una compra de voluntades. Como fuere, Escipión tenía enorme prestigio y clara conciencia de sus inmensos servicios al estado romano, al que había salvado de un nada imposible aniquilamiento al vencer al más peligroso enemigo que había tenido nunca la ciudad. Indignado ante las bajezas en que pretendían mezclarlo, se negó a defenderse siquiera, y cuando su hermano Lucio pretendió entregar al Senado las cuentas que le exigían, se las arrebató y las rompió en público. Sus enemigos arreciaron entonces su persecución contra Lucio, cuyas propiedades fueron confiscadas. Por fin, Escipión se retiró a unas posesiones que tenía en la Campania, al sur de Roma, y allí murió, parece que el mismo año que Aníbal. Para su tumba ordenó el epitafio Patria ingrata, no tendrás mis huesos.

Estos episodios, que he resumido mucho en la Nueva historia, interesan como testimonio de las pasiones humanas en general y de la dureza que ha solido revestir la lucha política; pero tienen un trasfondo adecuado a la tesis arriba indicada: al mismo tiempo que Roma se expandía, ya casi inexorablemente tras la prueba extrema de la guerra con Cartago, recibía el influjo creciente de la cultura helénica, tan diferente de la latina: la pugna entre Catón y Escipión era también la pugna entre dos concepciones del mundo. La infiltración no resultó fácil, porque el espíritu griego en su versión helenista, un tanto decadente en su refinamiento, contrastaba demasiado con la tradición romana de sobriedad, rusticidad, realismo muy poco dado a especulaciones teóricas, sentido de la justicia rudo y estricto y devoción patriótica. Los romanos solían despreciar a los griegos como graeculi, "grieguchos", considerándolos blandos, afeminados, corrompidos y en cierto modo suicidas, por su mínimo interés en tener hijos. Catón advertía contra "los escritos de esa gente, que lo corromperán todo", y consiguió la expulsión de Roma de algunos filósofos o sofistas atenienses. Pero si las viejas virtudes romanas estaban en la raíz de sus increíbles triunfos recientes, estos estaban creando una situación nueva, por la afluencia de enormes riquezas que transformaban la sociedad romana, corroyendo las costumbres ancestrales.

Y, por otra parte, no solo los escipiones eran sensibles a la fuerza, el encanto y el poder especulativo de la mejor cultura griega, nunca vuelta a igualar. Era inútil ponerle barreras, a pesar de que amenazaba asfixiar al latín, reduciéndolo al uso familiar y político. Por ello Catón estaba destinado a fracasar. Pero no por completo. Pese a sus defectos, El Censor tenía una visión de futuro y verdadero talento literario: escribió en lengua latina una historia de Roma y de otras ciudades, tratados sobre agricultura y arte militar, y máximas morales. Por ello suele considerársele el fundador del latín como lengua de cultura, que había de tener un brillante desarrollo. Gracias a él, al menos en parte relevante, la herencia latina para la civilización eurooccidental no se limitó a hacer de mero vehículo de la cultura griega. Para España tiene un especial interés, porque nuestra cultura es probablemente la más romana de las latinas, con un déficit destacable de influencia helénica.

Pío Moa

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El tonto invento del correo electrónico

El correo electrónico se inventó en los años 60, en los primeros ordenadores que contaban con un sistema operativo que permitía el uso compartido. En estas computadoras, te conectabas con un terminal y parecías tener a tu disposición un ordenador completo, pero en realidad era una simulación; había un buen número de personas haciendo lo mismo que tú.


En cualquier caso, aquellos sistemas de mensajes eran más bien limitadillos, porque sólo podías enviarlos a otros usuarios de la misma computadora. Tenían su utilidad en cualquier caso, de modo que todos los sistemas contaban con uno. Pero a nadie se le había ocurrido ampliarlos para enviar mensajes a otros ordenadores. La razón era evidente: no había redes que los conectaran unos a otros.

Pero entonces llegó Arpanet, de modo que no hubo que esperar mucho para que a alguien se le ocurriera. Fue un ingeniero de BBN, la pequeña consultora que se encargó de construir la red, llamado Ray Tomlinson a quien se le encendió la bombilla. Estaba trabajando a finales de 1971 con un programa para transferir ficheros entre ordenadores de la red llamado Cpynet además de mejorar el programa que dejaba mensajes electrónicos a usuarios del mismo ordenador, cuando se le ocurrió juntarlos. Al fin y al cabo, un mensaje no deja de ser un fichero.

Técnicamente aquello era una chorrada. El programa de mensajería detectaba que el usuario no era de la misma máquina y usaba Cpynet para enviarlo a otro ordenador. Este otro ordenador lo recibía y lo trataba como si fuera un mensaje interno, dejándolo en el buzón del interesado. Pero muchos grandes inventos no son grandes avances técnicos. Tomlinson ni siquiera se acuerda de cuál fue el primer mensaje que surcó la red porque eran envíos de prueba, hechos entre dos ordenadores PDP-10 situados físicamente uno junto a otro pero conectados sólo a través de Arpanet. Piensa que seguramente sería algo así como "QWERTYUIOP". Pero que ni idea, oigan.

Quizá la decisión más duradera de Tomlinson fue la de usar la arroba para separar el nombre del usuario del nombre de la máquina a la que debía enviarse. Y no es que se lo pensara mucho: simplemente revisó el teclado, vio la @ ahí y pensó: "Bueno, esto no se usa para nada más, así que ya está". Lo cual no era del todo cierto, pues un sistema operativo relativamente popular entonces, Multics, lo empleaba para borrar la línea que se estaba escribiendo, así que los usuarios del mismo intentaban escribir pepito@maquinita y al llegar a la arroba desaparecía todo lo que habían escrito antes, dejándolo sólo en "maquinita". Pero claro, Tomlinson no usaba Multics.

El invento, no obstante, no se extendió mucho hasta el verano siguiente. Mientras se escribía la definición final del protocolo de transferencia de ficheros, el FTP, alguien que conocía el trabajo de Tomlinson sugirió incluirlo en la especificación. Y así se hizo, de modo que los programas para enviar mensajes comenzaron a popularizarse hasta el punto de que en 1973 un estudio indicó que el 75% de todo el tráfico de Arpanet eran correos electrónicos. Por fin le habían encontrado un uso a la red.

Uno de los mayores usuarios de la red era el jefazo de ARPA por aquel entonces, Stephen Lukasik, quien incluso se llevaba un ordenador portable –me niego a llamarlo portátil– fabricado por Texas Instruments con el que podía conectarse y descargar su correo. Aquel amor por la red le vino muy bien a Arpanet, proyecto que vio casi duplicado su presupuesto. Un día se quejó a Larry Roberts, el principal responsable de la creación de la red, de lo incómodo que resultaba el manejo del email y éste regresó al día siguiente con un programa que había hecho en un día y que permitía seleccionar grupos de mensajes, archivarlos, borrarlos, etc. Había nacido el primer gestor de correo. Se llamaba RD. Pronto fue mejorado y finalmente uno llamado MSG se convirtió en algo que podría llamarse estándar de facto. ¿Por qué? Porque su creador, John Vittal, había tenido una idea feliz: un comando para contestar a un mensaje, sin necesidad de volver a teclear su dirección y cometer el riesgo de equivocarte.

Con el uso cada vez más extendido del correo electrónico y la infinidad de programas que aparecieron para gestionarlo, algunos de ellos incompatibles entre sí, había que poner orden. El 7 de junio de 1975 se creó la primera lista de correo para tratar estos temas: Message Services Group, que con esa tendencia a acortar nombres tan propia del gremio sería más conocido como MsgGroup. No fue la única lista ni la más popular, honor reservado a la dedicada a los aficionados a la ciencia ficción, pero sí la que más importancia tuvo y donde tuvieron lugar las primeras flame wars, o peleas a cara de perro vía mensajería electrónica.

La primera discusión importante, que hizo correr ríos de bits, fue, lo crean o no, sobre las cabeceras de los mensajes. Cuando se envía un correo electrónico, además del mensaje, se manda una serie de líneas de texto llamadas cabeceras. Las más conocidas y útiles son el asunto del mensaje, el emisor y el o los receptores. Pero hay muchísimas más, como se puede comprobar si se lee el código fuente del mensaje. Al principio los lectores mostraban todas, y algunos programas de envío mandaban cosas tan esotéricas como la fase de la luna en el momento de escribir el mensaje y cosas así, por lo que muchos querían imponer unos límites, mientras otros lo consideraban poco menos que un asalto contra la libertad de expresión.

Tanto era así que como MsgGroup era una lista moderada, y los mensajes más agresivos no pasaban el filtro, se montó otra sin censura llamada Header People cuyos miembros, según dijo uno en su momento, se ponían calzoncillos de amianto para poder participar en ella. Así somos a veces los informáticos, puristas hasta la náusea con las mayores tonterías. El problema finalmente se resolvió señalando unas pocas cabeceras obligatorias e indicando que las demás podían ser ocultadas al leer los mensajes; vamos, como estamos ahora.

Con el tiempo, a finales de los 70, se propondría el uso de emoticonos, esas caras sonrientes y guiños hechos con paréntesis y guiones, para evitar malentendidos y que algunas cosas que decimos en los mensajes se tomen demasiado en serio. Incluso se hizo una guía de "netiqueta", en la que ya se advertía que escribir en mayúsculas era equivalente a gritar y que convenía evitarlo. El correo electrónico fue lo que convirtió Arpanet en un éxito, y llevaría a la creación de otras redes y, finalmente, de internet. A la web todavía le faltaban unos cuantos años para dar sus primeros pasitos.

Daniel Rodríguez Herrera

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Cosas de otros mundos

¿Qué tiene de importante que, como ha ocurrido esta semana, los científicos hayan encontrado una pléyade de planetas que orbitan alrededor de otro sol, diferente al nuestro? ¿No se trata acaso de un grupo más a añadir en la larga centena de planetas extrasolares descubiertos hasta la fecha?


¿No es cierto que antes ya se habían detectado mundos orbitando otros astros, de características similares a los ahora anunciados? ¿No es igualmente cierto que ya hace más de una década que la astronomía ha arrojado evidencia suficiente para asegurar que hay infinidad de sistemas solares ajenos al que nosotros habitamos?

La respuesta a todas estas preguntas es sí. Realmente ya ha dejado de ser una sorpresa mayúscula, un espectacular anuncio, el descubrimiento de otros planetas rodeando estrellas alejadas de nuestro divino Sol. Pero la ciencia, al contrario de lo que ocurre con el periodismo, no vive precisamente del brillo de las exclusivas o el impacto de las primicias. La reiteración paciente y parsimoniosa en el dato, la contribución con nuevas confirmaciones a la teoría oficial es tan valiosa como la "primera vez". Por eso, aunque ya nos suene a repetitivo, debemos vanagloriarnos de que los astrónomos hayan vuelto a descubrir, sí, una vez más, planetas orbitando soles que no son el nuestro

Y es que el constante goteo de descubrimientos como éste nos conduce inexorablemente a la constatación, tarde o temprano, de que no estamos solos en el cosmos. O, cuando menos, que la Tierra no es una singularidad única en el universo y que, a buen seguro, existen otras muchos planetas parecidos al nuestro, habitados o no.

Escribo estas líneas a los pies del radiotelscopio más grande del mundo y una de las instalaciones científicas más valiosas del planeta: el Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico, desde donde científicos de los cinco continentes, avalados por la National Science Fundation de Estados Unidos, tratan de resolver algunas paradojas derivadas de nuestra inmensa pequeñez. Desde aquí puede escucharse el rastro de galaxias que se alejan a velocidad de vértigo a millones de años luz de la Tierra. Y podría quizás algún día, detectarse el eco de una civilización que las habita. Pero bucear en el piélago de estrellas que es el cosmos es tarea demasiado ardua como para obtener resultados a corto plazo. Encontrar huellas de un planeta similar a la Tierra que pudiera albergar vida utilizando nuestras tecnologías actuales es casi tan difícil como lograr que un submarinista encuentre una aguja hundida en el Atlántico.

Por eso, cuantos más planetas extrasolares se descubran, es decir, cuanto mayor sea la masa crítica observable, cuantas más dianas se les ofrezcan a los telescopios como Arecibo, mayores posibilidades de éxito habrá.

De momento, sabemos lo que sabemos: que no es poco. Sabemos que la Tierra presenta todas las virtudes posibles necesarias para que un planeta albergue vida. Y no lo hace por casualidad. Sabemos que la vida para aflorar necesita energía. Y necesita una cantidad de energía exacta: ni demasiado potente ni demasiado débil. El rango de energía calorífica ideal para que crezcan los primeros rudimentos vitales está entre los 4.000 y los 7.000 grados Kelvin. Cualquier estrella con un tipo espectral en este rango podría ser una buena candidata para alimentar biológicamente a un planeta. Nuestro Sol se encuentra en los 5.800 grados de media: ¡Bingo!

Sabemos que la vida también necesita tiempo. Una estrella que muera demasiado pronto no podría calentar a un planeta el tiempo necesario para que surja la vida. Hacen falta, miles de millones de años. Nuestro Sol lleva haciéndolo 5.000 millones de años. ¡Otro bingo!

A la vida le hace falta también estabilidad. No admite cambios bruscos de temperatura y de condiciones ambientales. Requiere un rango reducido de sorpresas en su hábitat. Nuestro Sol es muy estable. Sus ciclos vitales de 11 años apenas suponen un 0,1 por 100 de variación en la energía media que desprende. ¡Tercer Bingo!

Parece que el Sol presenta todas las características necesarias para alimentar vida biológica. Además cuenta con la cohorte de planetas a su alrededor suficientemente nutrida como para que uno de ellos haya caído por azar en la zona ideal de habitabilidad: ni demasiado lejos ni demasiado cerca, ni demasiado achicharrado por el astro rey ni demasiado alejado de él y, por lo tanto, frío.

Sí, el Sol puede dar lugar a la presencia de seres vivos. Pero eso no es una sorpresa. Lo sabemos, al menos, desde el momento en que usted y yo estamos compartiendo esta columna: estamos vivos. En la Tierra hay vida. ¡Vaya noticia!

Lo interesante sería saber si existen otras formas de vida en el espacio. Y para ello es tan importante seguir aumentando la nómina de planetas extrasolares reconocidos. Cuanto mayor sea, más probabilidades de encontrar un mundo del tamaño de muestro al que también el azar ha querido depositar en la zona de habitabilidad de su sol.

Que albergue realmente vida, es otra cosa. Porque un asunto es ser candidato a ser fertilizado por el don biológico y otra es haberlo sido. Eso sólo lo sabremos cuando esa vida pueda realizar una actividad, por pequeña que sea, que deje huella. Y cuando lo haga, ya no habrá vuelta de hoja. Telescopios como el de Arecibo estarán aquí para captarla.

Jorge Alcalde

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La chica de la ducha de Psicosis

En la encuesta que está llevando a cabo la revista digital Senses of cinema, la película que encabeza la lista de las mejores de la historia del cine no es Ciudadano Kane. Relegada a un segundo lugar, la película de Orson Welles ha dejado la prioridad absoluta que ostentaba casi desde su estreno a Vértigo (De entre los muertos) de Alfred Hitchcock, de la que hace un par de años se cumplió el cincuenta aniversario de su estreno. Este año, sin embargo, la celebración le corresponde a Psicosis, la pesadilla de una noche de verano en un motel perdido de California.


(Nota: Se advierte que puede haber desvelamientos de la trama)

Norman: Bueno, es algo más que un pasatiempo. Un pasatiempo es matar el tiempo sin llenarlo.

Alfred Hitchcock –como Sócrates, como Shakespeare, como Nietzsche– es un corruptor de menores. Llegará el día en que las películas del cineasta inglés estén prohibidas y se tengan que guardar de contrabando en cajas acorazadas para ser visionadas en conclaves secretos de depravados perseguidos por la Policía de lo Políticamente Correcto. Demasiado perturbador para los conservadores, excesivamente corrosivo para los progresistas, Hitchcock no se deja domesticar y su cine permanece siempre intempestivo. Equilibrista supremo, nunca terminó de convencer a los mercenarios hollywoodenses ni a los filisteos de Cannes. Hábil, astuto y esencialmente humorístico supo construirse una máscara de burgués entretenido y pacífico al lado del cual resultaba inofensivo hacerse una fotografía. Pero cuándo se descubre su carácter de escorpión tras la apariencia de cerdito sonrosado, las almas bellas terminan gritando horrorizadas por haberse mezclado con el monstruo.

"Pero, dígame, ¿pretende hacerme trabajar para las salas de arte y ensayo?" (Hitchcock entrevistado por Truffaut)

Hitchcock llegó a los Estados Unidos de la mano del gran productor David O. Selznick (¡viva Lo que el viento se llevó!). En aquella época era considerado como un fabricante de "peliculitas inglesas de suspense". Rápidamente aumentó su prestigio y su habilidad para moverse en el laberinto minado de un sistema en el que vales lo que ha recaudado tu última película. Hitchcock era consciente de sus limitaciones (lo que no parece ser el caso en la mayor parte de los autoproclamados geniecillos contemporáneos) y el sistema de producción americano era una máquina engrasada para complementar su genuino sentido visual con diálogos ingeniosos, caracterización de personajes y actores de peso.

Tras una serie de películas que pasaron por taquilla con más pena que gloria, Hitchcock estaba obligado a rodar de forma barata para asegurar un beneficio neto. Lo interesante es que con la Paramount utilizó la presión de la taquilla para conseguir una mayor autonomía de producción y sus mejores resultados artísticos.

Por ejemplo, impuso su criterio en una cuestión esencial del guión de Vértigo que todavía hoy es discutida (Amenábar criticó por ello la película durante la presentación en el Festival de Venecia de Abre los ojos): la asimetría de información que tiene el espectador y los protagonistas sobre el asunto clave, la identidad entre Judy y Madeleine. En el libro, y era la apuesta favorita de los guionistas y el resto del equipo, sólo al final el espectador descubre, al mismo tiempo que el protagonista, que se trataba de una misma mujer. Sin embargo, Hitchcock prefirió desvelar la verdad al espectador, no al protagonista. Lo que se perdía de sorpresa se ganaba en riqueza simbólica. El suspense no era superficial sino que afectaba tanto a la trama como al componente psicosexual del desvelamiento de la identidad primordial de las dos mujeres a las que persigue el protagonista.

Las poderosas tramas simbólicas y mitológicas corrían invisibles en el puro fluir argumental de las imágenes. Porque en Hitchcock, como en los grandes maestros del cine americano, de Griffith a Ford pasando por Hawks o Lang, la connotación está subordinada a la denotación, el decir al mostrar. Así en el inicio de Psicosis contemplamos como absolutamente todos los personajes aparentan ser completamente normales y virtuosos cuando están carcomidos por el vicio y el crimen. De forma que cuando aparezca en sus vidas un monstruo sanguinario, éste será contemplado por el público, en cierta medida, como un transformista ejerciendo de ángel exterminador y justiciero.

El síndrome de Pigmalión que sufría Hitchcock, con su fijación enfermiza por mujeres bellas y rubias, frías por fuera pero ardientes por dentro, alcanzó en Vértigo y Psicosis sus máximas expresiones fílmicas. Su relación de amor y odio hacia lo sublime femenino parece decirnos que la única mujer buena es la mujer muerta. Y, mejor aún, momificada.

Norman: "Todos estamos un poco locos a veces". Marion: "A veces, sólo una vez puede ser suficiente"

Si Hitchcock rodaba las escenas de besos como si fuesen asesinatos y las escenas de crímenes como si fuesen de amor, en Psicosis Hitchcock le hace el amor a Janet Leight violándola. La secuencia del asesinato en la bañera es espantosa y maravillosa a la vez, no cesa de horrorizar y fascinar. Combinación suprema de Eros y Thanatos, de compasión y morbo, de pornografía y pudor, constituye el clímax de un relato desdoblado de amor transfigurado por una doble historia de asesinato y resucitación, en la que no está claro cuál resulta ser más cruel y despiadado.

Norman: El mejor amigo para un muchacho es su madre... Además intentar huir de algo es inútil. ¿Sabe lo que pienso? Que todos tenemos algún problema y que muy pocos pueden librarse de ellos. Por más cosas que intentemos no es posible, el problema existe siempre.

A Hitchcock le gustaba jugar a confundir la realidad con la ficción, y en el caso de Psicosis la realidad se filtra de una manera maligna entre los intersticios de la película. Basada en la historia real del asesino en serie Ed Gein, otro perturbado se convertiría en asesino a raíz de la película. Tanto la actriz como el director siempre proclamaron que en cada uno de los planos de los que se componía la secuencia de la bañera el cuerpo de la chica se correspondía a Janet Leigh. Ambos mintieron. En realidad pertenecía a una doble, una stripper que saldría en la portada de Playboy. Años más tarde un asesino obsesionado con la secuencia quiso matar a dicha doble. Pero se equivocó en la identificación y terminó matando a la suplente de Leigh en otras secuencias, Myra Davis. Mientras, la auténtica doble de Leigh en la ducha, Marli Renfro, seguía vivita y coleando aunque ignorante de que el reguero de sangre la seguía persiguiendo.

Psicosis es una de esas películas que acabaron definitivamente con nuestra inocencia (los que aún la tuviéramos, porque se nota que de un tiempo a esta parte bastantes nacen ya sin la misma incorporada por defecto), tocando la cuerda de la fibra del sentimiento puro del miedo, como Tiburón o El silencio de los corderos ante las que nos tapamos los ojos con las manos pero continuamos mirando a través de las rendijas que dejamos entre los dedos.

Santiago Navajas

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Las 118 muertes de Mozart


Envenenamiento, infección, enfermedad cardiovascular, insuficiencia renal, son algunas de las 118 posibles causas de deceso que habrían matado a Mozart. Al menos, eso cree el Dr. William J. Dawson, ciujano retirado e investigador de la Asociación Médica de Artes Escénicas, según informa el «New York Times». Pero la fascinación en torno al motivo del fallecimiento del genial compositor y pianista austriaco no es nueva, ya que especulación comenzó un mes después de su muerte en 1791 y ha continuado hasta la actualidad.

Ante la falta de evidencias concretas, los investigadores han tenido que depender mayormente de los testimonios de su viuda, Constanze Mozart y su hermana, Sophie Haibel, tomados décadas más tarde. Las pruebas también provienen de un documento sin fecha del hijo de Mozart, Karl Thomas, y de una descripción de un doctor vienés que habló con los médicos que trataron al intérprete durante sus últimos días de vida.

Estudiosos han analizado el testimonio del tipo de alimentos que consumía Mozart, a través de cartas escritas por los miembros de su familia, especialmente su padre. Leopold. Especulaciones acerca de una malformación en sus orejas condujo a la idea de una insuficiencia renal, ya que este problema está relacionado, en ocasiones, con problemas en el tracto urinario.

Insuficiencia renal, firme candidata

Mozart enfermó gravemente después de un intenso periodo de trabajo en el que compuso «La flauta mágica», «La clemencia de Tito», «Concierto para clarinete», una cantata masónica y partes de su Réquiem. Sus manos y pies se hincharon, sufrió ataques de vómitos y tuvo fiebre. Pasada una hora de la medianoche del 5 de diciembre, Mozart murió a la edad de 35 años. Su cadáver fue enterrado, sin marcar, en una fosa común, como era la costumbre de la época para la clase media vienesa. De ahí la dificultad de determinar la causa de su deceso.

Si bien el doctor Karhausen en 1998 ya había establecido el número de 118 posibles muertes para Mozart, Dawson divide en cinco grupos las causas: envenenamiento, infección, enfermedad cardiovascular, insuficiencia renal o la flebotomía, que, como tratamiento, también pudo haber apresurado la muerte del austriaco.

La teoría del envenenamiento, (como venganza de Salieri o por el mismo Mozart para tratar la sífilis), de gran vigencia en el siglo XIX, fue descartada. Dentro de las infecciones han sido propuestas las siguientes enfermedades: endocarditis bacteriana, septicemia por estreptococos, tuberculosis, infección parasitaria y fiebre reumática. Para los trastornos cardiovasculares, las causas incluyen apoplejía e insuficiencia cardíaca congestiva. Pero la mayor cantidad de evidencias encontradas por el Dr. Dawson pertenecen a la uremia, síndrome producido por la acumulación en la sangre de los productos tóxicos, que en estado general normal son eliminados por el riñón. «Si tuviera que apostar, probablemente lo haría por una insuficiencia renal» señaló Dawson al «New York Times». Otra teoría con respaldo es la de detallada en 1980 por el investigador Peter J. Davies, que culpa al síndrome de Schönlein-Henoch (también conocido como «la púrpura», un raro desorden que produce la inflamación de los vasos sanguíneos).

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El guardián de Dios

Si hay algo que me conturba el ánimo (tal vez porque me recuerda la «abominación de la desolación» de la que hablaba el profeta Daniel: esto es, el sacrilegio del templo) es el espectáculo de los turistas indecentes que se pasean por las iglesias como por un mercadillo playero, en camiseta de tirantes y pantalón corto, pavoneándose de la pelambre de sus canillas, de los morrillos de carne excedente de sus cinturas, de su muslamen injuriado por la celulitis, mientras disparan fotografías por doquier e intercambian comentarios vocingleros en la capilla del Santísimo, como los intercambiarían en un retrete comunal. Esta pérdida generalizada del decoro (que es expresión de otra pérdida más aflictiva, que es la pérdida del sentido de lo sacro) alcanza una expresión paroxística en las iglesias de la Toscana más celebradas por las guías turísticas, ante la pasividad o negligencia de las propias autoridades eclesiásticas. Es verdad que a las puertas de los templos suele haber carteles que reclaman respeto al visitante; pero la caterva turística se pasa tales avisos por la entrepierna, que gusta de rascarse sin rebozo y llevar bien aireada, tal vez para aliviarse las escoceduras de las caminatas, tal vez para exhibir su nauseabunda indiferencia. Y así las iglesias se van convirtiendo en zocos de zafiedad impronunciable, donde la luz roja del sagrario tiembla acongojada, como debió de temblar ante las invasiones de los bárbaros.

Pero, mientras la abominación de la desolación campa por sus fueros, aún queda algún irreductible guardián de Dios que no se resigna. En la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, un sacristán viejo y acaso impedido, acaso también loco, vigilaba, sentado en una silla al pie del presbiterio, el trasiego de turistas en el templo. Entró una recua, con las consabidas camisetas de tirantes y los pantaloncitos cortos que enseñan los mofletes del culo; y el mulo que parecía capitanear la recua voceó, para recrearse con el eco de la bóveda: «Venga, vamos a hacernos unas fotos aquí». Entonces el sacristán, poseído por esa virtud cristiana hogaño en desuso llamada santa ira (la misma virtud que animaba a Cristo cuando expulsó a los mercaderes del templo y cuando maldijo a la higuera seca), lo increpó desde la penumbra: «Tú, cerdo, vete a hacer fotos a la pocilga de tu casa, donde tu madre te dejará ir vestido como un mamarracho». El mulo entonces titubeó, incrédulo ante la osadía del sacristán loco, incrédulo de que una estantigua semejante se atreviera a cercenar sus sacrosantos derechos democráticos, pero mientras titubeaba el sacristán loco proseguía su retahíla de improperios: «Largaos de aquí con viento fresco, panda de guarros, que no os quiero ver ni en pintura». El italiano campesino del sacristán loco, áspero como un vino mal fermentado, sonaba a gloria bendita, era como escuchar al león de Judá en el día del Juicio Final, separando a las ovejas de los cabritos. Y los cabritos de la camiseta de tirantes y el pantaloncito corto se fueron con el rabo entre las piernas, perseguidos por la santa ira del sacristán loco, que apenas los vio desaparecer del templo recuperó un aire inocente y beatífico, como acariciado por la brisa de la Jerusalén celeste.

Transido de emoción, me arrodillé en la penumbra de la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, y rogué fervorosamente a Dios que concediera muchos años de vida a aquel sacristán, y que le mantuviera incólume la virtud de la santa ira. La llama del sagrario resplandecía con un vigor jubiloso e impávido, orgullosa de su celoso guardián.

Juan Manuel de Prada

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domingo, 29 de agosto de 2010

Zapatero - Juego y vida

Cuando el juego deja de ser juego, la tragedia ha comenzado; cuando los espectadores del juego se van a sus casas obsesionados por lo visto, la psiquiatría inicia su trabajo; cuando los jugadores al final del juego no logran quitarse sus máscaras, el juego ha muerto confundido con la realidad. El rito final del culto lúdico, la bajada del telón en el teatro, las luces apagadas del estadio, o el permiso que piden los matadores para abandonar el coso taurino no sólo han perdido vigencia, actualidad, sino que han muerto para la mayoría de una sociedad enajenada.

Nuestra época ha terminado con la esencia de todo verdadero juego a la par que ha hecho de la vida, de la seriedad de todo acto libre, una banalidad. Si es cierto que la seriedad, la normalidad de la vida cotidiana, hace tiempo que sobrevive confundida con el juego, no es menos verdad que el juego ha muerto, sí, porque su esencia, o sea su "The End", permanece entre sombras. Oscurecido. Casi borrado. Nuestra época ha difuminado el momento, el instante, en que todo verdadero juego se acaba. Cuando el juego no tiene fin, una ruptura entre la jovialidad y la seriedad se convierte en un sucedáneo de la vida, incluida la vida política; ejemplo extremo de la muerte del juego y de la política es la utilización de Rodríguez Zapatero, en China y Japón, del triunfo mundial de la selección nacional de fútbol.

Sobre esa prolongación exagerada del juego en la vida política, un eterno retorno mortecino sobre lo ya vivido, viaja Rodríguez Zapatero por esos países con el único objetivo de vender la "marca España". No seré yo quien exagere la crítica al presidente del Gobierno por esta utilización del juego para mejorar la vida económica de España –también lo hizo Hitler con la Alemania de su tiempo o la China Comunista con sus pasadas Olimpiadas–, pero no puedo dejar de despreciar a quien ha reducido la acción política a un juego falso de imágenes entre la ficción del juego y la falseada realidad. La exhibición de Zapatero de la copa del mundo sobre cinco millones de parados no deja de ser una indecencia, aunque se justifique para vender productos españoles en Asia.

Rodríguez Zapatero hace su agosto, nunca mejor dicho, levantando una copa que no es propiamente suya sino de una sociedad que hace tiempo hizo del juego, especialmente del fútbol, su mejor forma de eludir lo real. En eso estamos todos los españoles: "vivimos" sentados entre dos sillas, entre un juego descafeinado y una realidad falsa, sin saber qué hacer. Zapatero lo sabe y presiona por todas partes para que los votantes confundan el juego con la realidad, lo lúdico con lo serio; se trata, en fin, de crear una atmósfera política de enajenación total, o peor, un ambiente para que vivamos incómodos, alerta como los animales, en la noche donde todos los gatos son pardos.

He ahí la baza principal de Zapatero para el nuevo curso político. ¡Más de lo mismo! Se trata de reducir al ciudadano a una enorme panza que vota cada cuatro años. Quizá por eso sea cada día más difícil hallar a un ser humano que camine erguido y se acomode sobre un solo asiento.

Agapito Maestre

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Madre Teresa

Del inagotable tesoro que es la Madre Teresa, me quedo con las alhajas menos deslumbrantes, con sus dudas y debilidades, con sus crisis de fe. De no ser por ellas, su humanidad profunda se disolvería en una santidad sin mácula, en una perfección inasible sólo al alcance de los ángeles. Es su huella sobre el barro lo que inspira y aguija cada día a miles de personas, ya sean creyentes o agnósticos. Son los fracasos los que revelan su alma de gigante. Gracias a que el sacerdote Michael van der Peet se negó a cumplir su orden de quemar la correspondencia que mantuvieron durante años hoy sabemos de sus angustias espirituales, de sus vértigos ante el silencio de Dios. El mismo silencio que estremeció al Papa alemán a las puertas de Auschwitz, ese desamparo del hombre ante el genocidio, el sufrimiento sin tasa y la catástrofe homicida, ante el mal sin resquicio. Aplastada por la devastación que se extiende ante sus ojos, la monja de Calcuta se quiebra y gime de abandono: «Los silencios se eternizan. Miro y no veo. Escucho y no oigo. Te pido que reces por mí. Ruégale a Jesús que me eche una mano». Como un eco del Gólgota, el grito rueda atronador por las calles de Villa Miseria. Lo humano, lo fieramente humano, habría sido la huida, o la desesperación, o la rendición incondicional. ¿A qué resistir heroicamente en medio de la podredumbre sin remedio? Pero Madre Teresa nunca pretendió el heroísmo, solamente salvar la vida de un niño. Eso fue lo que me dijo hace ahora 30 años, cuando en junio de 1980 aterrizó por primera vez en España y en el aeropuerto de Barajas no había más cortejo de bienvenida que un periodista en prácticas, un empleado del obispado madrileño y una religiosa con mucha prisa por darle esquinazo al periodista. Viéndola allí, diminuta e inerme, en medio del tráfago de maletas, taxis y pasajeros acelerados, parecía ofensivo asaltarla con una entrevista de urgencia. Pero la asalté, aunque le hice la primera pegunta como quien pide la hora. Treinta minutos más tarde, Madre Teresa seguía hablando por los codos con aquella voz metálica y fustigadora, forjada para dar órdenes y ahuyentar a los tibios, a los cómodos y a los indecisos. «Dígale a los jóvenes españoles que se arriesguen a entregarse a los demás, porque quien salva un niño salva al mundo». Cumplí el encargo y así lo escribí entonces. Pero estoy seguro de que hoy, cuando se celebra el centenario de su nacimiento, aquel encargo no ha caducado. Ahora hemos sabido que se le desgarró el alma porque Dios callaba ante tanto sufrimiento, pero en realidad Dios hablaba a través de su voz, de sus manos de sarmiento, de sus ojos abrasadores y de su insignificante cuerpo indefenso.

J. A. Gundín

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sábado, 28 de agosto de 2010

El largo camino de conversión al catolicismo de Svetlana, la hija del dictador Stalin


Svetlana, hija del gran dictador ruso Joseph Stalin, nació y creció en una sociedad atea. Se hizo católica en 1982, tras una vida que le llevó del sufrimiento al bautismo ortodoxo y luego a la Iglesia católica.


De tal palo tal astilla… Normalmente. Que no siempre. Adagio precisamente fallido en la historia que sigue. Designamos «palo» a Joseph Stalin, jefe máximo de la gran potencia soviética. Uno de los mayores genocidas de la historia humana. Moderno Nerón, feroz perseguidor de la presencia y recuerdo de Dios en la tierra.

La «astilla» derivada ha sido Svetlana, la benjamina de la familia, conocida escritora, mundialmente famosa desde que escapó de Rusia, refugiándose en Occidente, en 1967. En la treintena explotó. Así lo recoge el libro «Edith Stein y convertidos de los siglos XX y XXI» de la editorial Edibesa.

El ejemplo de los cristianos

«Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido del todo una vida sin Dios. Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba. Mi abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría su confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora. Mi abuela materna, Olga Allilouieva, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez primera palabras como alma y Dios. Para ella, Dios y el alma eran los fundamentos mismos de la vida». (…)

«Cuando mi hijo tenía 18 años enfermó. No quería ir al hospital, a pesar de la insistencia del doctor. Por primera vez en mi vida, a los 36 años, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el padrenuestro. Pero Dios, que es bueno, no podía dejar de escucharme. Me escuchó. Después de la curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me invadió. Con sorpresa de mi parte, pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran al templo. Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias». (…) «Bautizada el 20 de mayo de 1962 en la fe ortodoxa, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina cristiana».

«Encontré por vez primera en mi vida católicos romanos, en Suiza, cinco años después de mi bautismo en la Iglesia ortodoxa rusa. Después me trasladé a América y me casé; parecía que llegaba para mí la posibilidad de una vida normal. Pero pronto sobrevino de nuevo la turbación y la amargura; todo terminó con la separación conyugal. Durante estos años, mi vida religiosa era confusa, como todo el resto».

«Un día recibí una carta de un sacerdote católico italiano de Pennsylvania, el P. Garbolino. (…) Nuestra correspondencia de amistad duró más de 20 años y me enseñó muchas cosas”. (…)
“En 1976 encontré en California una pareja de católicos, Rose y Michael Ginciracusa. (…) Su piedad discreta y su solicitud hacia mí y mi hija me conmovieron profundamente. En 1982 partimos para Inglaterra».

El abrazo a la fe de Roma

«La lectura de libros notables y el contacto con los católicos contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia Católica. Y así, en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia Católica, me brotó naturalísima. (…) Los años desde mi conversión han sido plenos de felicidad. (…) La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El Sacramento de la Reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia».

«Por muchos años he creído que la decisión crucial que había tomado de permanecer en el extranjero en 1967 fue una importante etapa en mi vida. Yo iniciaba una vida nueva, me liberaba y progresaba en mi carrera de escritora itinerante. El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, teniendo la idea de que esta devoción era cosa de campesinos iletrados, como mi abuela Georgiana, que no tenía otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente, Ella se me hizo cercana».

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