segunda-feira, 30 de agosto de 2010

Cosas de otros mundos

¿Qué tiene de importante que, como ha ocurrido esta semana, los científicos hayan encontrado una pléyade de planetas que orbitan alrededor de otro sol, diferente al nuestro? ¿No se trata acaso de un grupo más a añadir en la larga centena de planetas extrasolares descubiertos hasta la fecha?


¿No es cierto que antes ya se habían detectado mundos orbitando otros astros, de características similares a los ahora anunciados? ¿No es igualmente cierto que ya hace más de una década que la astronomía ha arrojado evidencia suficiente para asegurar que hay infinidad de sistemas solares ajenos al que nosotros habitamos?

La respuesta a todas estas preguntas es sí. Realmente ya ha dejado de ser una sorpresa mayúscula, un espectacular anuncio, el descubrimiento de otros planetas rodeando estrellas alejadas de nuestro divino Sol. Pero la ciencia, al contrario de lo que ocurre con el periodismo, no vive precisamente del brillo de las exclusivas o el impacto de las primicias. La reiteración paciente y parsimoniosa en el dato, la contribución con nuevas confirmaciones a la teoría oficial es tan valiosa como la "primera vez". Por eso, aunque ya nos suene a repetitivo, debemos vanagloriarnos de que los astrónomos hayan vuelto a descubrir, sí, una vez más, planetas orbitando soles que no son el nuestro

Y es que el constante goteo de descubrimientos como éste nos conduce inexorablemente a la constatación, tarde o temprano, de que no estamos solos en el cosmos. O, cuando menos, que la Tierra no es una singularidad única en el universo y que, a buen seguro, existen otras muchos planetas parecidos al nuestro, habitados o no.

Escribo estas líneas a los pies del radiotelscopio más grande del mundo y una de las instalaciones científicas más valiosas del planeta: el Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico, desde donde científicos de los cinco continentes, avalados por la National Science Fundation de Estados Unidos, tratan de resolver algunas paradojas derivadas de nuestra inmensa pequeñez. Desde aquí puede escucharse el rastro de galaxias que se alejan a velocidad de vértigo a millones de años luz de la Tierra. Y podría quizás algún día, detectarse el eco de una civilización que las habita. Pero bucear en el piélago de estrellas que es el cosmos es tarea demasiado ardua como para obtener resultados a corto plazo. Encontrar huellas de un planeta similar a la Tierra que pudiera albergar vida utilizando nuestras tecnologías actuales es casi tan difícil como lograr que un submarinista encuentre una aguja hundida en el Atlántico.

Por eso, cuantos más planetas extrasolares se descubran, es decir, cuanto mayor sea la masa crítica observable, cuantas más dianas se les ofrezcan a los telescopios como Arecibo, mayores posibilidades de éxito habrá.

De momento, sabemos lo que sabemos: que no es poco. Sabemos que la Tierra presenta todas las virtudes posibles necesarias para que un planeta albergue vida. Y no lo hace por casualidad. Sabemos que la vida para aflorar necesita energía. Y necesita una cantidad de energía exacta: ni demasiado potente ni demasiado débil. El rango de energía calorífica ideal para que crezcan los primeros rudimentos vitales está entre los 4.000 y los 7.000 grados Kelvin. Cualquier estrella con un tipo espectral en este rango podría ser una buena candidata para alimentar biológicamente a un planeta. Nuestro Sol se encuentra en los 5.800 grados de media: ¡Bingo!

Sabemos que la vida también necesita tiempo. Una estrella que muera demasiado pronto no podría calentar a un planeta el tiempo necesario para que surja la vida. Hacen falta, miles de millones de años. Nuestro Sol lleva haciéndolo 5.000 millones de años. ¡Otro bingo!

A la vida le hace falta también estabilidad. No admite cambios bruscos de temperatura y de condiciones ambientales. Requiere un rango reducido de sorpresas en su hábitat. Nuestro Sol es muy estable. Sus ciclos vitales de 11 años apenas suponen un 0,1 por 100 de variación en la energía media que desprende. ¡Tercer Bingo!

Parece que el Sol presenta todas las características necesarias para alimentar vida biológica. Además cuenta con la cohorte de planetas a su alrededor suficientemente nutrida como para que uno de ellos haya caído por azar en la zona ideal de habitabilidad: ni demasiado lejos ni demasiado cerca, ni demasiado achicharrado por el astro rey ni demasiado alejado de él y, por lo tanto, frío.

Sí, el Sol puede dar lugar a la presencia de seres vivos. Pero eso no es una sorpresa. Lo sabemos, al menos, desde el momento en que usted y yo estamos compartiendo esta columna: estamos vivos. En la Tierra hay vida. ¡Vaya noticia!

Lo interesante sería saber si existen otras formas de vida en el espacio. Y para ello es tan importante seguir aumentando la nómina de planetas extrasolares reconocidos. Cuanto mayor sea, más probabilidades de encontrar un mundo del tamaño de muestro al que también el azar ha querido depositar en la zona de habitabilidad de su sol.

Que albergue realmente vida, es otra cosa. Porque un asunto es ser candidato a ser fertilizado por el don biológico y otra es haberlo sido. Eso sólo lo sabremos cuando esa vida pueda realizar una actividad, por pequeña que sea, que deje huella. Y cuando lo haga, ya no habrá vuelta de hoja. Telescopios como el de Arecibo estarán aquí para captarla.

Jorge Alcalde

http://agosto.libertaddigital.com

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