segunda-feira, 2 de agosto de 2010

La mancha de petróleo

"Basta tener un poco de curiosidad intelectual y preguntarse un poquito por el pasado para descubrir que la totalidad de las mareas negras accidentales sufridas en las últimas tres décadas han tenido consecuencias más leves que las que predijeron los ecologistas". Por escribir esto, en noviembre de 2002, en plena crisis del Prestige, no pocos activistas del medioambiente tuvieron a bien invadir mi correo electrónico con curiosas ristras de insultos. Algunos de ellos de cómica ingenuidad ("eres un fascista hijo de Bush").


Hoy repaso lo escrito entonces con el alivio de que, tal como los científicos consultados en su momento me prometieron, la Costa da Morte se habría recuperado biológicamente antes de lo esperado. Pero con el desasosiego de observar cómo los mismos patrones de conducta, los mismos errores de respuesta y los mismos tópicos vertidos en la España de 2002 se repiten en los Estados Unidos actuales ante el desastre de la fuga de petróleo de BP en el Golfo de México.

Lo que ha ocurrido en las costas de Estados Unidos es, obviamente, un horrendo caso de incompetencia técnica, un ejemplo sublime de descrédito organizativo y una mancha quizás imborrable para la reputación científica de una organización obligada a rayar la excelencia por el tipo de actividad que realiza. Pero sólo podrá considerarse una catástrofe ecológica si las autoridades, los científicos y los ciudadanos se empeñan en reaccionar con la histeria acostumbrada en estos casos.

Es cierto que se antoja difícil mantener la calma en crisis como ésta. La presión pública, los miedos a la reacción en cadena y buenas dosis de desconocimiento científico impulsan a políticos y ecologistas a abrazar la estrategia de actuar a toda costa. Pero, a veces, actuar no es lo primero que ha de hacerse.

La tragedia del Exxon Valdez en Alaska en 1989 nos dio algunas lecciones al respecto. La compañía fue forzada a tomar medidas inmediatas para retirar el crudo de las costas y, para ello, incurrió en varios errores. Para empezar, se utilizó agua caliente a presión sobre el terreno rocoso lo cual ayudó a limpiar el petróleo negro pegado al suelo (algo que daba muy mala imagen en los telediarios) y de paso aniquiló buena parte de la flora y la microfauna que forman parte del primer eslabón de la cadena trófica marina. La limpieza de cara resultó ser más perjudicial que beneficiosa.

En segundo lugar, se desató, como en el caso del Prestige, una campaña popular de acción que condujo a miles de voluntarios bienintencionados a acudir al lugar de los hechos con la sana intención de limpiar, limpiar y limpiar... Y vaya si limpiaron. Con su trabajo eliminaron buena parte de los hongos y microbios naturales que ejercen una función de biodegradación del aceite y que hubieran sido utilísimos para la recuperación natural del la zona. A pesar de todos los intentos de limpieza, sólo fue posible retirar el 10 por 100 del crudo vertido, pero se acabó con la mayor parte de los organismos biodegradantes de la costa.

Los microbios son unos seres muy poderosos. Después de cada gran vertido, los científicos siempre se ven sorprendidos por lo rápidamente que el crudo desaparece y el poco tiempo necesario para que se recupere el equilibrio ecológico.

La National Atmospheric and Oceanic Administration de Estados Unidos declaró con motivo del vertido del Exxon Valdez: "Los científicos hemos aprendido que, a pesar de los terribles presagios iniciales, los hábitats intermareales de Prince William Sound en Alaska han demostrado ser muy resistentes". Uno de los científicos que participó en aquellas tareas de recuperación de 1989, ha afirmado ahora, con motivo de la fuga de BP: "La creencia de que esto va a acabar con el ecosistema del Golfo de México no es más que una salvaje exageración".

Existe un precedente más cercano, no en el tiempo, pero sí en el espacio. En 1979 la plataforma Ixtoc1, una estructura perforadora de PEMEX, reventó y arrojó 530.000 toneladas de crudo al mismo Golfo de México. Todo el mundo estaba de acuerdo en que aquello tendría consecuencias catastróficas durante décadas o siglos. Pero dos años después del accidente un informe de la Universidad Autónoma de México admitió que el ecosistema se encontraba recuperado casi al 100 por 100.

Uno de los debates más sorprendentes generados tras el accidente de BP se ha centrado en una curiosa y hasta hace poco desconocida forma de vida que habita los fondos marinos en los lugares donde existe petróleo bajo el lecho rocoso. Se trata de una panoplia de microorganismos (pequeños bivalvos, gusanos, bacterias) que se alimentan precisamente de la descomposición de los hidrocarburos y que, a su vez, sirven de alimento a peces y crustáceos mayores. La presencia de estos comedores de petróleo naturales permite a los hábitats azotados por una marea negra recuperarse con cierta celeridad. En The New York Times, un profesor de biología ha llegado a declarar que "el Golfo esta preadaptado al petróleo. La idea de que el vertido es un desastre sin solución no es cierta".

A menudo olvidamos que el petróleo crudo es un fenómeno natural, un resto fósil de grandes cantidades de zooplancton y vegetales depositadas durante milenios en lugares anóxicos enterrados. Está ahí antes de que el hombre existiera y ahí estaría aunque no hubiera nacido el primer Homo sapiens. Como tal, genera a su alrededor procesos naturales aún no muy bien comprendidos que pueden ser cruciales a la hora de recuperar un territorio afectado por un vertido.

Si la torpeza humana es capaz de generar un accidente como el de BP, sería deseable que la inteligencia humana ayudara a repararlo. Pero la capacidad de reacción del animal político ante estos casos se ve seriamente cegada por la angustia. Los medios de comunicación se lanzan a la cobertura del desastre (a ser posible usando el máximo de hipérboles) pero suelen olvidarse de informar cuando el desastre ha sido paliado.

En 1996, el Sea Empress arrojó 70.000 toneladas de crudo sobre la costa de Pembrokeshire, en Louisiana, generando un daño reducido en las 500.000 parejas de aves que habitan la zona. El impacto mediático, sin embargo, produjo un daño irreparable a la economía del lugar, basada en el turismo. Las autoridades pasaron años reclamando que se informase de que la costa ya estaba limpia, sin éxito.

La primera medida que tomó precipitadamente Obama tras el caso BP fue estimular una moratoria a la construcción de estructuras perforadoras en el Golfo de México. Gran aplauso de los ecologistas. Sin embargo hoy sabemos que las consecuencias de esta medida pueden ser peores de lo imaginado. La mayor parte de la contaminación por hidrocarburos del mar procede de dos fuentes que no tienen nada que ver con las mareas negras. La primera es sorprendente: la propia liberación natural que se produce cuando se fractura el lecho marino en zonas donde hay reservas de petróleo. Este proceso natural es inevitable pero, paradójicamente, el trabajo de las plantas extractoras en altamar (tan denostadas por los ecologistas) atenúa sus efectos al liberar de presión a las reservas. La segunda causa es artificial: la contaminación rutinaria que los buques producen día tras día cuando navegan con los tanques vacíos y liberan al mar los restos de crudo que se pegan a las paredes. Existen algunos acuerdos internacionales que regulan y limitan este tipo de contaminación pero son claramente insuficientes.

Si se impide extraer petróleo del Golfo de México, Estados Unidos no tendrá más remedio que trasportar crudo extraído en otras zonas. La Costa Atlántica verá cómo se incrementa irracionalmente el tráfico de buques petroleros, aumenta el riesgo de accidente y se dispara la contaminación.

La mancha del petróleo es una de las imágenes más tristes que podemos contemplar sobre las aguas antes limpias de un océano vivo. Y los que la provocan por irresponsabilidad o negligencia han de pagar caro por ello. Pero, a veces, tras esa mancha queda otra más difícil de reparar, una costra de chapapote que nubla la visión de quienes han de tomar decisiones y lo hacen a espaldas de la luz de la ciencia.

JORGE ALCALDE también tuitea: twitter.com/joralcalde

http://agosto.libertaddigital.com

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