segunda-feira, 16 de agosto de 2010

Arpanet y los paquetes que la hicieron posible

En 1957, la Unión Soviética lanzó el Sputnik, y Estados Unidos quedó horrorizado. La perspectiva de quedarse estancados tecnológicamente por detrás de los rusos era estremecedora para su honor y para las libertades que sus fuerzas armadas defendían en medio mundo. Había que reaccionar, y rápido.


La primera reacción fue crear una nueva agencia que financiera un gran salto en la investigación, especialmente en lo que se refería a cohetes y viajes espaciales. Con ese objetivo se creó ARPA (Agencia de Investigación en Proyectos Avanzados), dependiente del Pentágono, truco burocrático que permitió que empezara a funcionar en dos patadas. Sin embargo, el objetivo real era que sirviese de cabeza de playa hasta que estuviera lista la NASA, que se quedó con casi todo el dinero que recibía y su principal misión: llegar al espacio.

Así las cosas, el ARPA se reinventó pocos meses después de su creación como agencia dedicada a financiar investigaciones por todo el país que pudieran tener algún interés militar, por más remoto que fuera. Pronto tuvo un departamento dedicado a las tecnologías de la información (IPTO) dirigido por el psicólogo devenido informático J.C.R. Licklider, quien en 1963 escribió su Memorándum para miembros y afiliados de la Red de Ordenadores Intergaláctica, en el que puso negro sobre blanco su visión de una red de ordenadores que abarcara el mundo entero y, ya que estábamos en ello, el espacio.

Ese sueño, no obstante, quedó unos años convertido en eso, en sueño, hasta que su sucesor Bob Taylor tuvo la idea de cómo llevarla a la práctica, aunque fuese a una escala algo menor. Corre por ahí la especie de que internet fue creada para permitir que las comunicaciones del ejército norteamericano sobrevivieran a un ataque nuclear. La realidad fue algo más pedestre. Taylor tenía en su despacho tres terminales para conectarse a tres ordenadores distintos, dos en California y uno en el MIT. Le parecía un desperdicio enorme: ¿por qué no disponer de un terminal que pudiera conectarse a cualquier ordenador de cualquier centro de investigación financiado por ARPA? Así, además, se podrían ahorrar recursos porque no haría falta que cada uno tuviera sus propios ordenadores, entonces trastos enormes y carísimos, porque podrían compartirlos. Ni corto ni perezoso, se presentó en el despacho del jefe a pedirle dinero para el proyecto. Se decía entonces que si tenías una buena idea bastaba media hora con Charles Herzfeld para que aflojara. A Taylor le bastaron veinte minutos conseguir un millón de dólares. De los de entonces.

Baran y los paquetes

Era 1965, y habían pasado cinco años desde que Paul Baran había tenido una idea imprescindible para que la red imaginada por Licklider y que Taylor se disponía a construir funcionara. Baran sí que estaba obsesionado con el peligro de un ataque nuclear. Trabajaba entonces para la Corporación RAND, un think-tank financiado por el Gobierno para realizar investigaciones y análisis para el Ejército. Pronto se dio cuenta de que la red telefónica estadounidense era tremendamente frágil y se rompería sin remedio en el caso de un ataque, de modo que el presidente ni siquiera podría dar órdenes. Así que se puso a investigar cómo podría evitarse.

Sala de computadoras en los años 60

Pronto llegó a un esquema, que años más tarde sería conocido como "conmutación de paquetes" y que él bautizó como de "patata caliente". Hasta el momento, el único sistema para transmitir algo por la red telefónica consistía en la creación de un circuito cerrado entre los dos extremos. Al principio se hacía a mano: llamabas a la operadora, ésta pinchaba su propio teléfono a tu circuito y le decías dónde querías llamar; ella llamaba al destino y luego conectaba un cable de tu circuito al del destino para que se pudiera hablar. Luego aquello se fue automatizando poco a poco, pero el principio era el mismo: para comunicarse entre dos puntos había que establecer un circuito, que dejaba de funcionar si cualquier punto intermedio tenía algún problema.

El esquema de Baran era más complejo, y requería del uso de señales digitales, en las que tenía experiencia por su trabajo anterior en Univac. Cada comunicación debía convertirse en un bloque de unos y ceros. Éstos se dividían en mensajes (luego llamados paquetes) del mismo tamaño, que se numeraban y se enviaban a la red. Cada nodo de la red decidía cuál era el mejor camino para que el mensaje llegara el destino y lo enviaba; es decir, le llegaba la patata caliente y se la pasaba a otro inmediatamente. De este modo, si algún nodo fallaba, se podría reenviar el mensaje a través de otro. El receptor unía los mensajes, los ordenaba y veía si faltaba alguno, en cuyo caso pedía su reenvío. Cálculos matemáticos le llevaron a la conclusión de que cada nodo de la red debía estar conectado a otros tres o cuatro para hacerla resistente a los estragos de un ataque nuclear.

Baran se pasó años promocionando su esquema ante Washington y el monopolio telefónico AT&T, depurándolo ante las objeciones, sin mucho éxito. Tanto es así que el británico Donald Davies llegó independientemente a las mismas ideas, las presentó en sociedad y con el apoyo de su Gobierno empezó a implementarlas antes de saber del trabajo de Baran. Al parecer, se sintió bastante avergonzado de haber publicado como propio lo mismo que el norteamericano, pero al menos sí inventó algo, como dijo al propio Baran: "Puede que hayas llegado el primero, pero el nombre se lo he puesto yo". Porque la idea de llamar "paquetes" a los mensajes es completamente suya. También en el MIT Leonard Kleinrock había llegado a las mismas conclusiones por su cuenta. Quién sabe si esa era la idea que estaba flotando en el viento y a la que cantaba Bob Dylan por aquel entonces.

Larry Roberts y la red aparentemente inútil

El proceso de construir la red de ARPA (que en un alarde de originalidad se llamaría Arpanet) comenzó muy lentamente. Bob Taylor sabía que al frente debía estar Larry Roberts, el hombre que había logrado conectar con éxito dos ordenadores situados en costas distintas de los Estados Unidos, es decir, a tomar viento uno del otro. Pero éste no quería abandonar el Laboratorio Lincoln, donde trabajaba muy a gusto, pese a que el proyecto le gustaba. Finalmente, tras muchos intentos de convencerle personalmente, Taylor llamó al jefe del Lincoln para recordarle que la mayor parte de su financiación la recibía de ARPA y que, en fin, sería mejor para todos que Roberts cambiara de empleo, tú ya me entiendes.

Larry Roberts

Roberts se trasladó a Washington y aprovechó una reunión de los responsables de los principales centros de investigación del ARPA en 1967 para exponerles la idea. Los interfectos se mostraron, por decirlo suavemente, ligeramente reacios a conectar sus valiosos ordenadores a una red y que además de todo lo que ya hacían tuvieran que lidiar con una línea telefónica. Wesley Clark, un ingeniero sin ninguna relación con el general salvo la de tener el mismo nombre, sugirió que esa tarea la realizaran unos computadores más pequeños e iguales, lo que tendría la ventaja adicional de no tener que lidiar con incompatibilidades entre las máquinas. Preguntado sobre quién podría construir esas máquinas, contestó: Paul French.

Trabajando sobre esa base, Roberts terminó con las especificaciones de la red a mediados de 1968 y las envió a más de un centenar de empresas para que participaran en el concurso. Ganó una pequeña compañía llamada Bolt, Beranek and Newman, nacida como consultora en asuntos de acústica y que había establecido un pequeño departamento de informática. Lo dirigía, sin duda por una completa casualidad, un tal Paul French.

De lo que no cabe duda es de que BBN cumplió: entregó en las fechas previstas las máquinas, unas minicomputadoras Honeywell que modificaron a mano, funcionando correctamente. Eso sí, la primera se fue a California sin que hubieran tenido tiempo de probarla, a finales de agosto de 1969. El mes siguiente se entregó la segunda y se hizo la primera prueba. Empezaron a escribir la palabra "login", el comando para entrar en la computadora, y el sistema se colgó tras enviar la ge. Pero al poco tiempo, ese mismo día, solucionaron el problema y pusieron en marcha el sistema.

Pero estos cacharros, llamados IMP (Interface Message Processors), sólo gestionaban el tráfico de la red y no examinaban su contenido. Y las distintas universidades que trabajaban en el proyecto aún no tenían un protocolo común, un lenguaje en el que se pudieran hablar entre sí las computadoras, para hacer algo útil en la red. Pero poco a poco fueron produciendo resultados. Primero fue Telnet a finales de 1969, que permitía entrar desde un terminal conectado a la red a cualquier ordenador de la misma, cumpliendo así con los deseos de Bob Taylor, quizá un poco tarde porque ya había dejado la agencia. En el verano de 1970 llegó NCP, el programa que ofrecía un sistema estándar para establecer conexiones estables en la red, y finalmente en 1972 el FTP, que permitía transferir ficheros y hacía ya uso del NCP.

No obstante, la cosa no tenía mucho éxito aún. A finales de 1971 el número de ordenadores conectados había llegado a 23, pero sólo se empleaba un 2% de la capacidad total de la red, y eso que buena parte del tráfico correspondía a diversas pruebas de funcionamiento. Se había gastado el dinero de los contribuyentes en construir una red que, con el tiempo, sería la base de lo que llamamos internet, pero no sabían aún qué hacer con ella. Pero pronto aquello iba a cambiar: estaba a punto de llegar una aplicación que convertiría Arpanet en un éxito sin precedentes. ¿No adivinan cuál es?

Pinche aquí para acceder al resto de la serie CEROS Y UNOS.

Daniel Rodríguez Herrera

http://agosto.libertaddigital.com

Nenhum comentário:

 
Locations of visitors to this page