quarta-feira, 11 de agosto de 2010

La guerra que España no cuenta

Badghis es la región del noroeste de Afganistán donde está la base del Ejército español en Qala-i-Naw. Allí están jugándose la vida tropas españolas que intentan garantizar un futuro mejor para los habitantes de este país imposible. Y a muy pocos kilómetros de la misma base, en la región de Qadis, el pasado domingo los talibanes castigaron a 200 latigazos en la plaza pública a una mujer de 35 años, viuda y embarazada, a la que se acusaba de mantener relaciones —¿afectivas? ¿sexuales? ¿íntimas?— con un hombre que aparentemente huyó. Después de tres días de arresto y de la humillación pública, el juez que instruyó la causa se encargó personalmente de ejecutar la pena máxima que siguió a los verdugazos: le descerrajó tres tiros. La víctima se llamaba Bibi Sanubar.

Conocimos estos hechos ayer, a la semana siguiente de otros de similar gravedad acaecidos en la misma región de Afganistán: un equipo de diez cooperantes estaba llevando ayuda a los más necesitados. Eran médicos, enfermeras y técnicos. Los encabezaba un doctor norteamericano, Tom Little, de Nueva York. Estaban integrados en una ONG, Misión de Ayuda Internacional, que opera en el país desde 1966. La experiencia de esta organización aconsejaba rechazar la cobertura ofrecida por el Ejército afgano. Testigos presenciales cuentan cómo los diez fueron interceptados por una patrulla talibán, alineados, y asesinados a tiros con fusiles AK-47. Un portavoz talibán reconoció la autoría de los hechos y dio cumplida justificación: en el equipaje de los cooperantes se encontró una biblia y la pena «por espiar» es la muerte. Deus ex machina.

Ambos incidentes gravísimos, con frecuencia poco valorados en nuestros medios de comunicación, son claros indicadores de la realidad que se vive en Afganistán. Occidente tiene un Gobierno aliado en el poder en Kabul por primera vez desde el derrocamiento del Rey Zahir Sha en 1974 —golpe de Estado bien visto por nuestros progresistas como todos los que se llevaban por delante monarcas, aunque fueran moderados e ilustrados en tierras de bárbaros y ágrafos. Pero como en España tenemos un Gobierno que no reconoce que tenga tropas desplegadas en ninguna guerra, lo que suceda a mujeres afganas como Bibi Sanubar o a cooperantes occidentales como el doctor Littel y sus nueve colaboradores no puede tener nada que ver con la labor española en Qala-i-Naw o en Herat. El asesinato de los diez cooperantes nos da una idea de la amenaza que pende sobre cualquier afgano que colabore con las fuerzas occidentales desplegadas en el país o con el mismo Gobierno afgano. Asesinar o mutilar —orejas, narices, brazos— garantiza el silencio de una población que teme perder —literalmente— la lengua si da cualquier información a las autoridades.

Y mientras nosotros difrutamos del solaz canicular en la incertidumbre de qué ocurrirá entre Trini y Gómez nuestras tropas siguen desplegadas y cumpliendo su misión en una batalla en la que está en juego la prevalencia de Occidente. Una batalla que se libra en el mismo país que albergó la planificación del 11-S y cuyos tentáculos se extienden, aún hoy, hasta nuestras calles como pudimos ver el pasado lunes en las calles de Hamburgo, semillero de yihadistas.

Ramón Pérez-Maura

www.abc.es

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