Vistos los méritos de la Ley, resulta misteriosa su no excesiva popularidad entre los seguidores de Marx. Una causa es que, como ocurre con otras predicciones, sus efectos no se han comprobado fehacientemente, de modo que unos, como hemos visto, han hablado de crisis derivadas de la Ley como un caso entre otros, actitud intolerablemente ecléctica para el marxismo; y otros se han remitido a la situación de borrador en que Marx dejó los escritos con los que Engels compuso el tomo III de El capital, donde expone la Ley. Pero esta excusa tampoco vale mucho, porque la Ley queda allí bien desenvuelta y no se observan en ella, en principio, fallos formales ni incoherencia interna o con el resto del pensamiento marxista. Se menciona que Marx habría escrito los papeles del tomo III antes de escribir el II, siendo enigmática la razón de ese aplazamiento. Pero esa razón es solo especulable, tanto si se quiere creer que el autor estaba inseguro de sus tesis como si se prefiere opinar que las reservaba para asestar el golpe de gracia teórico a la burguesía y sus economistas, habiéndole sorprendido la muerte antes de rematar la obra.
Una tercera y divagante excusa sostiene que la Ley explicaría el funcionamiento del capitalismo del siglo XIX, sin ser necesariamente válida para una época posterior. Tal argumento ha tenido mucha circulación, pero las previsiones del autor de El capital tampoco se cumplieron en el siglo XIX, y por entonces ello se explicaba arguyendo que hacía falta más tiempo para que las leyes y tendencias descubiertas se manifestaran con toda su fuerza. ¡Ahora se pretende justamente lo contrario!
Otros creen que, en fin de cuentas, nada se perdería con extirpar la Ley del cuerpo doctrinal marxista. Sin embargo, lo ya visto permite comprender que sin la Ley el marxismo se tambalea, a no ser que se la sustituya por otra equivalente y más perfecta, capaz de explicar mejor el necesario derrumbe burgués. Pero nadie ha realizado esa tarea, pese a la insistencia, desde hace algún tiempo, en un marxismo “creativo”, que en la práctica se ha mostrado más bien estéril.
La primera observación crítica a la Ley la hacía el propio Marx hacia 1865: “Si se considera el enorme desarrollo productivo (…) en los últimos treinta años, en comparación con todos los períodos precedentes –en especial si se tiene en cuenta la enorme masa de capital fijo que entra, además de la maquinaria propiamente dicha, en el proceso social de producción--, la dificultad que se nos presenta no es ya (…) explicar la baja de la tasa de ganancia, sino la inversa: explicar por qué no es mayor o más rápida dicha baja”.
No sabemos qué diría Marx al contemplar la masa de capital constante hoy existente, si la de su tiempo ya le asombraba. En todo caso percibió que la Ley, expresada tal cual, no podía funcionar, pues condenaba al capitalismo al derrumbe desde sus propios comienzos: si suponemos una situación de tasa de ganancia suficiente para proporcionar al capital un funcionamiento “sano”, nos encontramos con que, a partir de ahí, cada paso adelante en la acumulación ocasiona una contracción del mercado y otros efectos a cual más lamentable, creciendo en espiral. Y así, apenas roto el equilibrio de una supuesta composición sana, el capital se precipitaría al desastre. La tasa ideal no admitiría ninguna modificación no catastrófica. Cada aumento en la producción iría acompañado de una dificultad acrecentada –imposibilidad, más propiamente—de realizar el valor en el mercado.
Por ello Marx concluye: “Deben actuar influencias contrarrestantes que interfieran en la acción de la ley general y la anulen, dándole solamente el carácter de tendencia, razón por la cual también hemos calificado de tendencial a la baja la tasa general de ganancia”.
Existen por tanto, contratendencias capaces de aplazar el triunfo del mortal peso de la Ley. Esta sólo se impondría a largo plazo como la tendencia más fuerte. Así, la evolución capitalista resultaría del juego entre la Ley y las contratendencias. No es difícil pensar que este juego engendra ciclos: los momentos de predominio de la Ley serían las crisis, las cuales, mediante variados procedimientos traumáticos, limpiarían el terreno para una nueva acumulación y el predominio pasajero de las contratendencias. Todo ello dentro de una orientación fundamental al estancamiento y el derrumbe.
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Un amigo me envía este comentario:
"El domingo 20 de junio ha publicado Jorge M. Reverte en un suplemento de El País un artículo titulado "El regalo de Franco para Hitler" en el que da cuenta del descubrimiento en el Archivo Histórico Nacional de una copia -única conocida hasta hora-de una circular enviada el 5 de mayo de 1941 por el entonces Director General de Seguridad y destacado jerarca falangista, José Finat, conde de Mayalde, a todos los gobernadores civiles, ordenándoles enviar al Ministerio de la Gobernación "informes individuales de los israelitas, nacionales y extranjeros, avecindados en esa provincia", con la intención de "conocer los lugares y personas que, en un momento dado, pudieran ser obstáculo o medio de actuación contrario a los postulados que informan el nuevo Estado". Se trataba, según la circular, de conocer "la ideología de cada uno de ellos y sus posibilidades de acción, dentro y fuera del territorio nacional". Reverte no lo afirma expresamente, pero da por supuesto que se elaboró así un "Archivo Judaico" que se habría utilizado, en caso de entrar España en la guerra junto a Alemania -esto así lo afirma expresamente- para la entrega de esos judíos españoles y extranjeros a Alemania: ese habría sido "el regalo de Franco a Hitler".
Esta historieta es un nuevo episodio de desvarío antifranquista, el desvarío que lleva, por ejemplo, a sostener, entre otras grotescas estupideces, que si Franco no entró en la guerra fue porque Hitler no se lo permitió.
Es completamente cierto que la Falange, o parte de ella, la que tenía más voz en la inmnediata posguerra, y en algunas manifestaciones, jerarcas del Régimen y el mismo Franco, se sumaron a la retórica antisemita antes, desde luego, de que se pudiera saber nada sobre el exterminio de judíos en Polonia y Rusia y antes de que circulase noticia alguna sobre el Holocausto. Es innegable -lo reconocía ya el Consejo Mundial Judío en 1943 y lo han reconocido y documentado después investigadores judíos y no judíos- que el régimen de Franco contribuyó a salvar a varias decenas de miles de judíos extranjeros huídos a España, que no entregó jamás a ningún judío español o extranjero residente en España (en 1941 hubo una docena de expulsiones de refugiados procedentes de Francia, pero a partir de 1942 no hubo ya ninguna expulsión y los refugiados ilegales se contaban por decenas de miles). Es cierto que España podía y debía haber hecho más, pero es absurdo negar lo que los mismos judíos reconocen ( uno de los primeros estudios detallados sobre el tema, todavía en vida de Franco, el de Haim Avni, se publicó en 1974).
Según Reverte, la circular de mayo de 1941 prueba cuáles eran las intenciones de Franco con los judíos de haber decidido participar en la guerra. Pero esta es una deducción completamente injustificada. Primero, no hay rastro alguno de ese "Archivo Judaico", ni nunca lo ha habido, ni nadie ha afirmado jamás haberlo visto, ni en todo, ni en parte. Ya es raro que de un "Archivo" que afectaría, en caso de que realmente se elaborase, a unas 6.000 personas, con la participación de centenares de funcionarios y policías en toda España, no haya quedado rastro, ni testimonio alguno. Segundo, el dato manejado en la reunión del lago Wannsee, en Berlín, el 20 de enero de 1942, la reunión en la que se coordinaron, bajo la presidencia de Heydrich, las decisiones administrativas y policiales con vistas a la "Solución Final" , de que en España había 6.000 judíos era público, se había manejado incluso en la prensa, durante los años de la II República; la mención de ese dato en aquella reunión no prueba en modo alguno que las autoridades españolas habían proporcionado a los nazis información procedente de ese supuesto "Archivo Judaico"; es más: en la inmensa masa de documentación acumulada por las aliados después de la IIGM sobre el Holocausto y su preparación no se ha encontrado ni un solo documento que pruebe o sea indicio de la cooperación del régimen de Franco en la persecución contra los judíos. Tercero, surge, finalmente, una pregunta: si el "Archivo Judaico" se elaboró para preparar la eventual entrega a los alemanes de los judíos españoles y extranjeros residentes en territorio español, ¿cómo es posible que no se hiciera lo mismo en el Protectorado de Marruecos, donde había muchos más judíos que en España? ¿De verdad cree Reverte que Franco estaba dispuesto a entregar a 6.000 judíos españoles pero quería salvar a los judíos marroquíes, que eran mucho más numerosos?
Como afirma Reverte, en aquellos años tanto los informadores de la Falange, como la policía y la Guardia Civil elaboraron centenares de miles de informes de todo tipo -antecedentes políticos, conducta religiosa, circunstancias familiares y profesionales, etc.- sobre personas, tanto supuestamente afectas, como desafectas al Régimen. La circular recién descubierta no tiene, realmente, nada de particular en las circunstancias de la época y en modo alguno tiene el significado que Reverte le da. Probablemente este antifranquismo grotesco que padecemos acabará diciendo que si Franco no envió a las cámaras de gas a los judíos españoles, a los 30.000 judíos extranjeros que huyeron a través de España y a los judíos salvados en Budapest y en otros sitios...es porque Hitler no se lo permitió.
Dice Reverte que esta historia cambia la Historia. Pues, no. Esta historieta no cambia absolutamente nada. Le permitirá, quizás, al Sr. Reverte mejorar sus ventas, hacer algún negocio literario, pero nada más". L.L. de C.
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En Época
LA LEGITIMIDAD, SEGÚN LEGUINA Y CERCAS
Al revés que Cercas, no digamos que la pornógrafa del miliciano sudoroso y otras gentes aficionadas a quemar libros, Joaquín Leguina, como otras personas razonables de la izquierda, ha evolucionado notablemente en su modo de ver ciertas cosas, como la guerra civil y la república, un hecho del pasado en extremo relevante para entender las políticas actuales. Pero todavía le quedan resabios de viejos mitos, los creados por la propaganda comunista en primer lugar.
Así, en una réplica al indocumentado Cercas, Leguina afirma que “la mayor culpa y la responsabilidad más alta de aquella tragedia la tuvieron quienes levantaron las armas contra el legítimo Gobierno”. En esta cuestión, la de la legitimidad, radica el punto decisivo en torno a la guerra civil, del que derivan todos los demás: ¿era legítimo o ilegítimo el gobierno del Frente Popular? ¿Era democrático el Frente Popular mismo?
En realidad, la cuestión está hoy totalmente solventada en el terreno intelectual e histórico, no tanto en el de la opinión pública, pues los sostenedores de los mitos propagandísticos disponen de abundantes medios y piensan que siempre podrán seguir estafando a la gente: la falsificación de la historia se ha convertido en un auténtico negocio en España, de la mano del gobierno actual.
Ni Leguina ni los demás pueden ignorar que el gobierno del Frente Popular procede de unas elecciones cuyas votaciones nunca se publicaron, y por tanto no fueron democráticas. Ello, sin contar las violencias, robo de urnas y motines que las acompañaron, como reconoció el propio Azaña. ¿Le parece ello legítimo a Leguina y los demás? Sería una buena cosa que lo aclarasen o se aclarasen al respecto.
Ni Leguina ni ningún izquierdista o separatista ignoran que el gobierno del Frente Popular promovió a continuación medidas radicalmente ilegítimas, como la revisión de actas, la destitución del presidente de la república, la depuración política de aparatos estatales o la eliminación de la independencia judicial y la sumisión de los jueces a organizaciones partidistas. De nuevo valdría la pena una aclaración sobre lo que entienden por legitimidad con respecto a estos hechos.
Ni Leguina ni ningún izquierdista o separatista pueden ignorar a estas alturas que en medio de una oleada de crímenes políticos sin precedentes, el gobierno ni cumplió ni hizo cumplir la ley (la Constitución), a pesar de las peticiones de la derecha en las Cortes. Tales peticiones fueron respondidas hasta con amenazas de muerte, y no gratuitas, como también es de sobra conocido, pues culminaron en el asesinato de Calvo Sotelo. Un gobierno que no cumple ni hace cumplir la ley, ¿es legítimo, a juicio de nuestros izquierdistas? Parece que sí, siempre que el gobierno sea de izquierdas.
También es sabido que en solo cinco meses, bajo el estado de alarma (censura y restricción de derechos ciudadanos) hubo unos 300 asesinatos, casi todos realizados por las izquierdas, incendios de iglesias y obras de arte, de periódicos y sedes de la derecha, de registros de la propiedad, etc. Y la policía, en lugar de perseguir a los criminales, si estos eran izquierdistas, perseguía a sus víctimas. ¿Consideran esto legítimo?
Tampoco cabe ignorar que el Frente Popular se componía de marxistas radicales del PSOE, stalinistas del PCE, golpistas republicanos de izquierda y nacionalistas catalanes, apoyados por los anarquistas y el racista PNV. La mayoría de ellos había participado en el asalto a la república en 1934, planteado como guerra civil. ¿Llamarían demócratas a aquellas gentes Leguina y los demás?
En la historia real, un gobierno salido de unas elecciones fraudulentas amparó un proceso revolucionario de orientación totalitaria. A mi juicio, carecía de cualquier legitimidad, y rebelarse contra él no era solo un derecho, sino un deber. Me gustaría saber qué opinan de ello estos señores
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**** Guaglione en dos versiones:
http://www.youtube.com/watch?v=nTUgum_Pqn0
http://www.youtube.com/watch?v=99FxBf1uGF8
http://findesemana.libertaddigital.com/una-aventura-estrafalaria-1276234025.html
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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