Hay que rebajar el tono y no afilar los puñales. Escribir como se habla en una tertulia educada compuesta por personas de ideas diferentes. El asunto a comentar, entre café y café, sería hoy el de la desaparición de la División Azul en el nuevo Museo del Ejército. Se me antoja una tontería. Es más fácil inventar la Historia que borrarla. Igual de idiota me parecería que un ministro de Defensa, por razones de antipatía ideológica, decidiera esfumar de nuestra Guerra Civil a las Brigadas Internacionales. La División Azul combatió en Rusia del lado de la Alemania de Hitler frente a la Unión Soviética de Stalin. Un perverso aliado contra un perverso enemigo. Aquellos tiempos. Tampoco las Brigadas Internacionales pueden dar ejemplo de nada. Muchos de los brigadistas –así lo han reconocido–, lucharon engañados o inducidos por sesgados alicientes, y otros lo hicieron en apoyo de la implantación del comunismo en España. Pero estuvieron, y olvidarlos, además de una grosería, es una injusticia.
La División Azul hay que analizarla con la frialdad del tiempo pasado y la comprensión del momento. Para muchos fue una aventura. Para otros un motivo de combatir por unos ideales. Centenares de españoles quedaron allí, enterrados en Rusia. Hubo en la División Azul heroísmo, firmeza, desolación, duda y muerte. Era una guerra. Muchos españoles entregaron su vida. Otros tantos permanecieron once años en los campos de concentración de Stalin. «Embajador en el Infierno» se titula el ensayo que Torcuato Luca de Tena escribió con el capitán Teodoro Palacios Cueto de protagonista. El capitán Palacios, con el teniente Castillo y otros oficiales, mantuvieron durante once años el espíritu y la esperanza de los prisioneros españoles, muchos de los cuales fueron torturados y aniquilados por el sistema de terror impuesto por Stalin. Es decir, que estuvieron. Y olvidarlos, además de una grosería, es una injusticia.
Y en la División Azul también hubo desorganización. Más administrativa que militar. Algo de eso cuenta Dionisio Ridruejo, divisionario, en sus «Cuadernos de Rusia». Un cercano familiar de quien escribe, se alistó en la División Azul. Partió de Madrid en tren con su batallón. En Burgos se les permitió airearse en el andén. Hacía un frío polar. Esas noches invernales de Burgos. Y mi pariente, poco dado al heroísmo, reflexionó. «Si en Burgos hace este frío ¿cómo será el de Rusia?». Y se fue. Nadie lo reclamó, y al cabo de los años, fue recompensado con una mención especial. Mi familia supo de su deserción dos décadas más tarde, porque también era una familia desorganizada y variopinta, en la que hay de todo. Hasta un soldado de la División Azul que no pasó de Burgos.
Pero los que combatieron por unos ideales, los que cayeron en los frentes rusos, los que quedaron allí para siempre enterrados bajo las nieves o al amparo de los abedules, esos árboles tan gélidos, merecen ser recordados. Y también los que sobrevivieron, que no dudaron en alistarse voluntariamente para luchar por lo que ellos creían, en aquellos días, conveniente y justo. Eran soldados españoles que escribieron una página de la Historia de España y de sus milicias. Reunir todas sus memorias en un almacén como si fueran morralla, es de tontos. La Historia no se borra, aunque se invente. Y no merecen el trato que se les dispensa. Así hay que decirlo, como en una tertulia civilizada, sin caer en la grosería moral de los que ahora mandan.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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