sábado, 9 de outubro de 2010

Liu Xiaobo, un Nobel contra el comunismo chino

Retratos del Nobel sostenidos por su esposa el pasado domingo. Reuters


Miserias de la nueva China del progreso y el crecimiento de dos dígitos. Mientras el resto del mundo se maravilla ante el «milagro económico» de la superpotencia llamada a rivalizar con EE.UU., en este país se sigue encarcelando a la gente por decir lo que piensa. Siempre y cuando sea distinto a lo que propugna el todavía denominado régimen comunista.

Los líderes políticos de todos los Gobiernos, los mismos que rinden pleitesía a los dirigentes chinos en busca de sus inversiones y su vasto mercado, se congratulaban ayer por la concesión del premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo. Algunas excepciones hubo como el Gobierno español. Pero la noticia —una auténtica bomba informativa— era silenciada por la censura que impera sobre los medios en su país y bloqueada en las páginas «web» informativas y en las emisiones de la CNN y la BBC.

Curiosos frente a su casa

Para Pekín, Liu Xiaobo es un criminal, un «enemigo del Estado». Galardonado por «promover la lucha pacífica por los derechos humanos y la democracia en China», este profesor de Literatura cumple desde Navidad una pena de once años de prisión por un delito de «subversión contra el Estado». Bajo esta vaga acusación, el régimen persigue a los disidentes que desafían la hegemonía política del Partido Comunista demandando elecciones multipartidistas o más derechos humanos.
Por ese motivo, casi nadie conocía ayer a Liu Xiaobo entre los curiosos arremolinados a las puertas de su bloque de apartamentos en Pekín, situado en el número 9 de Yuyuantan Nanlu y cerca del Museo Militar y de la antigua sede de la televisión estatal CCTV. Pero no habían acudido para rendir tributo al activista, sino atraídos por los policías y guardias de seguridad que impedían la entrada al edificio a las cámaras de televisiones extranjeras y de Hong Kong que querían entrevistar a su esposa, Liu Xia, confinada en su domicilio.

«¿Hay algún cantante o deportista famoso dentro?», preguntaba despistada una mujer que había salido a pasear enfundada en un chándal del equipo olímpico chino.

En medio del revuelo formado a las puertas del inmueble, el típico bloque de ocho plantas de ladrillo blanco, apareció Pu Zhiqiang, un abogado especializado en derechos humanos amigo de Liu Xiaobo desde hace treinta años: «Espero que este premio sirva para lograr su liberación y avanzar en la libertad de expresión en China, ya que Liu está en la cárcel sólo por decir lo que piensa», explicó a los periodistas antes de que un «gorila» con camisa negra y «walkie-talkie» a la cintura le negara el paso.

Poco después de que el Comité del Nobel osara afear al Gobierno chino por mantener entre rejas a presos políticos como Liu Xiaobo, el Ministerio de Exteriores emitía un comunicado tildando el premio de «obscenidad» y convocaba al embajador noruego. Asimismo detenía a 20 disidentes que trataron de manifestarse para celebrar la concesión del Nobel a Liu Xiaobo.

Previamente, cuando el nombre del disidente había empezado a sonar entre los favoritos para el prestigioso galardón, la vicecanciller china Fu Ying presionó al presidente del Comité noruego del Nobel, Geir Lundestad, para que no ganara ninguno de los disidentes de su país.

La comunidad internacional presiona desde hace años para que la Academia vuelva a cumplir con su tradición de premiar a destacados disidentes políticos, como el pacifista alemán Carl von Ossietzky en 1935, el ruso Andrei Sajarov en 1975, el líder sindical polaco Lech Walesa en 1983 y la mártir de la democracia birmana Aung San Suu Kyi en 1991.

Sin embargo, muchos expertos dudaban de que el Comité del Nobel fuera capaz de plantar cara al régimen de Pekín, máxime cuando había advertido de que el premio a Liu Xiaobo «dañaría gravemente las excelentes relaciones entre China y Noruega».

Aunque el Instituto del Nobel reconoció los logros económicos del Gobierno chino, que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, advirtió de que «los derechos de sus ciudadanos reconocidos por la Constitución son muy limitados porque Pekín rompe con varios tratados internacionales».

El Nobel vuelve a su origen

Tras el controvertido Nobel de la Paz del año pasado a Barack Obama, cuando sólo llevaba un año como presidente de EE.UU. y con dos guerras en marcha en Irak y Afganistán, el premio vuelve a recaer sobre un luchador de la libertad. Para oprobio del régimen, Liu Xiaobo se convierte en el tercer Nobel con pasaporte chino junto al Dalai Lama, considerado un «separatista» tibetano por Pekín, y al escritor exiliado Gao Xingjian, cuyos libros están prohibidos en este país. Los otros ocho Nobeles chinos son científicos que han cambiado de nacionalidad para desarrollar sus carreras en otros países.

En su celda de la cárcel de Jinzhou, en la cárcel de Liaoning, a Liu Xiaobo le servirá de poco el millón de euros con que está dotado el Nobel, pero la cruzada por la democracia en China habrá recibido un sonado espaldarazo. Tan sonado como la bofetada al régimen comunista que en lo político todavía perdura en China.

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