sexta-feira, 18 de setembro de 2009

A propósito del marxismo

Karl Marx.
No debe de haber otra tradición de pensamiento que haya influido más sobre los acontecimientos del orbe que la iniciada por el decimonónico Marx. La influencia directa de los marxistas no ha sido lo más importante en este éxito, sino el influjo marxista en corrientes de pensamiento consideradas no marxistas e incluso anti-marxistas.

Para corroborar el aserto no hace falta más que repasar el Manifiesto comunista, escrito por Marx y Engels en 1848. Consta de cinco capítulos, pero la columna vertebral se encuentra en el tercero, donde los autores enumeran diez puntos para producir el colapso del sistema que ellos denominaron "capitalista".

Veamos estos puntos esbozados en términos modernos y puestos en el contexto de otros trabajos de los mencionados autores:
1) Puesta en marcha de una reforma agraria. No necesariamente habría que proceder a la confiscación directa, también se podría llegar a ella mediante la imposición de determinados gravámenes.

2) Introducción de impuestos progresivos.

3) Supresión de la herencia. Bien mediante su abolición, bien mediante la aplicación de políticas fiscales ad hoc.

4) Confiscación de la propiedad de emigrados y rebeldes.

5) Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco Nacional (léase banca central) con monopolio exclusivo sobre la emisión de moneda.

6) Estatización de los medios de comunicación y transporte.

7) Planificación estatal del agro y las industrias.

8) Organización de ejércitos industriales (léase sindicatos) sobre la base de afiliación y aportes coactivos.

9) Reiteración de la intervención estatal en las actividades económicas.

10) Educación universal pública y gratuita.
Salvo el cuarto punto, todos los demás rigen en todos los países del llamado "mundo libre". Es decir, se adoptan las recetas del Manifiesto comunista en nombre del anti-comunismo. ¡Vaya paradoja singular! De este modo es muy difícil combatir a lo que se dice es el enemigo de la sociedad abierta. ¡Vaya torpeza mayúscula!

En ese mismo tercer capítulo, Marx y Engels avanzan cuál será el objetivo final, una vez ablandadas las defensas de la libertad y superadas las vallas correspondientes. "Pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada".

Es de gran importancia resaltar que, independientemente de las atrocidades cometidas por todos los regímenes comunistas en punto a torturas y matanzas para fabricar "el hombre nuevo", el sistema comunista es técnicamente inviable, tal como han explicado numerosos autores. Si no hay propiedad privada, no hay precios, ergo no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos o cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los siempre escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en qué grado se consume capital.

Como también se ha señalado en repetidas ocasiones, no es cuestión de falta de información, ni de que se dote a los ordenadores de memorias más amplias: es que, sencillamente, la información no está disponible antes de la correspondiente acción en el mercado; ni siquiera para el propio actor, cuya intervención en el mismo influirá en sus prioridades.

A todo ello hay que sumar el historicismo, inherente al marxismo, lo cual no deja de representar una contradicción: si las cosas tienen que suceder, necesariamente, entonces no hay necesidad alguna de ayudarlas a existir con revoluciones de ninguna especie.

También es problemático el materialismo dialéctico, que sostiene que todas las ideas derivan de estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis y síntesis: entonces, no tiene sentido elaborar ideas como las sustentadas por el marxismo, o por cualquier otra tradición, puesto que no serían ellas las iniciadoras del cambio. En el primer tomo de El Capital, Marx escribe:

¿Son los hombres libres para elegir ésta o aquella forma de sociedad? Bajo ningún concepto (...) Las mismas personas que establecen las relaciones sociales en conformidad con la productividad material producen principios, ideas y categorías como consecuencia de esas relaciones sociales (...) Así se explica que la formación de las ideas deriva de las prácticas materiales.

Esta dialéctica hegeliana modificada pretende dar sustento al proceso de lucha de clases. Fue en este contexto que Marx fundó su teoría del polilogismo, por la que la clase burguesa tendría una estructura lógica diferente de la de la proletaria; aunque nunca explicó en qué consisten esas ilaciones lógicas distintas, ni cómo se modificaban cuando un proletario se ganaba la lotería o un burgués se arruinaba.

Reparemos ahora en los tres pronósticos más sonados de Marx:
1) La revolución comunista se originaría en el núcleo de los países con mayor desarrollo capitalista.

En cambio, tuvo lugar en la Rusia zarista.

2) La propiedad estaría cada vez más concentrada en pocas manos.

En cambio, las sociedades con el capital dividido en acciones produjeron una dispersión colosal de la propiedad.

3) Las revoluciones comunistas emergerían de las familias obreras.

Pero todas fueron concebidas por intelectuales burgueses.
En este apretado resumen periodístico, cabe mencionar también que la visión distorsionada de Marx respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de plusvalía. Así, sostenía que el trabajo genera valor, sin percatarse de que las cosas son producidas, o trabajadas, porque se les asigna un valor: el mero esfuerzo no les aporta ninguno.

Aunque Marx y sus seguidores se concentran más en la crítica del capitalismo que en describir cómo funcionaría su sistema (aunque, paradójicamente, en el documento referido se hacen algunas descripciones ensalzatorias de aquél), esos enfoques condujeron a una versión altamente deformada de las relaciones laborales, en la que se pasa por alto el hecho central de que los salarios dependen exclusivamente de las tasas de capitalización vigentes, y que el capital prefiere los lugares donde más se respeta la propiedad.

Hay todavía tilingos de la más baja estofa que sostienen que el comunismo es un imposible después de la caída del Muro de Berlín; como si el desmoronamiento de una pared que simbolizaba el fracaso de un sistema fuera un hecho que obligara a abandonar ciertas ideas para siempre. La historia está plagada de muertes y resurrecciones. Estos distraídos no caen en la cuenta de que aplican un marxismo al revés al pretender la inexorabilidad del abandono del totalitarismo.

Pues no: les sugiero que miren en derredor y presten atención a la literatura y los discursos que se publican; quizá entonces se percaten de la renovada fuerza del espíritu colectivista en sus diversas variantes (desde ciertos movimientos ecologistas al comunitarismo y el socialismo del siglo XXI), que buscan minar o llegado el caso eliminar la institución de la propiedad privada.

Alberto Benegas Lynch

© Diario de América

http://revista.libertaddigital.com

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