segunda-feira, 8 de novembro de 2010

Certero diagnóstico papal

El Gobierno dice haberse sorprendido por los mensajes de Benedicto XVI sobre la tensión entre laicismo y fe que se vive en España y la comparación que hizo entre la situación actual y la de los años treinta. Lo que sorprende es que sea este Gobierno el que se sorprenda por las palabras del Papa, cuando su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha dedicado al Santo Padre el mínimo tiempo imprescindible en este viaje, pero sin embargo le faltó tiempo para ir a rezar con Barack Obama o a celebrar el final del Ramadán con el Gobierno turco. La hostilidad laicista y la obsesión contra la Iglesia Católica están presentes como señas de identidad de la política del Gobierno socialista, que siempre ha hecho ostentación de estos prejuicios para legitimar su sedicente «agenda social», en la que se incluyen el matrimonio homosexual, el aborto libre, la educación para la ciudadanía y la expulsión del hecho religioso en los ámbitos públicos. Ahí está el proyecto de ley de libertad religiosa, con el que el Gobierno juega al escondite caprichosamente y con irresponsabilidad. El Papa ha retratado fielmente la situación de enfrentamiento que Zapatero ha buscado con el catolicismo como un apartado más de esa estrategia de tensión que, según confesión propia, le viene bien. Nada hay en las palabras de Benedicto XVI que no se ajuste a la realidad política que ha configurado escrupulosamente el Gobierno socialista, especialmente activo en responder a las críticas de la Iglesia hacia determinadas leyes con amenazas a su financiación o con imposiciones de silencio.

Si el Gobierno está sorprendido y molesto con los mensajes papales se debe a que ignora lo que Benedicto XVI representa universalmente. Su legitimación es histórica y espiritual para cientos de millones de hombres y mujeres en todo el mundo; y, precisamente, esa historia es la que permite al Santo Padre recordar la agresividad laicista de los años treinta en España. Pero tampoco debería sentirse molesto el Gobierno por esta referencia histórica. Es la izquierda la que siente nostalgia republicana y utiliza la legislación para darle cauce. ¿No es Zapatero el primer nostálgico republicano? Tanto lo es que ha sido el promotor de las grandes quiebras del espíritu de la Transición y de los consensos constitucionales de 1978. En todo caso, el recuerdo de los años 30 debería mover a la izquierda a la humildad, porque para la Iglesia Católica representó en España la persecución más cruel de su historia.

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