sexta-feira, 12 de novembro de 2010

Setenta y cinco segundos: la frontera de la vida y la muerte

La noticia es de esas que recorren las redacciones provocando debates salpimentados de dudas y esperanzas: la Organización Nacional de Trasplantes se prepara para dar el pistoletazo de salida a los trasplantes en cadena, una técnica heredada de Estados Unidos que podría servir para aliviar, en parte, la presión de las listas de espera de órganos.


La estrategia es tan fácil de explicar como compleja de poner en práctica. Todo comienza con la decisión de un donante vivo, un buen samaritano que ofrece un órgano sano para que salve la vida de un receptor desconocido. La red sanitaria implantará ese órgano a un paciente necesitado a cambio de que un pariente del receptor done, a su vez, un órgano a otro desconocido. Si todo sale como está previsto, la cadena vital de favores podría crecer lo suficiente como para que un donante altruista pudiera llegar a ver a un familiar suyo necesitado de un órgano cerrando el círculo.

Algo está cambiando irremediablemente en el ámbito de los trasplantes. Hace 30 años, cuando España aún se preparaba para levantar la red de trasplantes más prestigiosa del mundo, un paciente de más de 50 años se consideraba demasiado viejo para recibir un órgano. Hoy se realizan trasplantes a enfermos octogenarios. Los avances científicos han permitido que los criterios de idoneidad se amplíen hasta el punto de que hoy son receptores gente con VIH, un cáncer avanzado, aterosclerosis o varios bypasses.

Al tiempo que se amplía exponencialmente la nómina de posibles receptores, la tasa de donantes parece estancada (34 donaciones por millón de habitantes desde hace más de diez años). El aumento de la longevidad, la mejora de las condiciones de vida y el descenso de la mortalidad por accidentes de tráfico tienen la culpa. En 1992, el 43 por ciento de los trasplantes procedían de personas fallecidas en accidentes de tráfico. En 2009, sólo el 8,7 por ciento de las cesiones de órganos tuvieron la carretera como origen. Con todo, la realidad es que en Europa las donaciones sólo cubren el 46 por 100 de las peticiones de órganos y que 12 europeos mueren cada día esperando un trasplante.

Un riñón.

Con estos datos, parece cada vez más necesario replantear algunas realidades asumidas en nuestro sistema de recambio de órganos. Las donaciones de donantes vivos (una rareza hace un lustro) se vislumbran como una solución a corto plazo. En el caso del riñón, en 2009 en España creció un 50 por 100 el uso de esta práctica. Pero a nadie se le escapa que abrir la puerta a la donación en vivo también es ceder el paso a otras estrategias más controvertidas.

En España, está tajantemente prohibido obtener dinero a cambio de un órgano. Pero países tan dispares como Israel, Irán y China han introducido la remuneración por donaciones y conseguido reducir considerablemente la mortalidad en listas de espera. Nuestro sistema no está dispuesto a abrir esa ventana. ¿Hasta cuándo?

Hoy en día, la venta de órganos choca con demasiados impedimentos éticos, tal como se ven las cosas desde la vieja Europa. En primer lugar, es evidente que introduce un preocupante sesgo social en la red de trasplantes: en Irán, el 84 por 100 de los donantes vivos son de clase baja. En segundo lugar, la donación en vivo plantea un serio conflicto deontológico. La práctica médica occidental prohíbe al doctor realizar actos que perjudiquen la salud del paciente salvo causa mayor. Si se permite una amputación es porque con ella se salva una vida. Si se permite una donación es porque gracias a ella otro ser humano puede sobrevivir. ¿Es motivo suficiente para producir un daño el pago de un puñado de dólares a cambio? Hay que tener en cuenta que el donante se expone a riesgos inevitables en la operación, debe someterse a control médico de por vida y, en el 20 por 100 de los casos, puede arrastrar secuelas.

El panorama parecía meridianamente claro hace unos años. Pero la escasez de órganos está empujando a los expertos a replantearse ciertas fronteras. La más estremecedora tiene que ver con la diferencia entre un ser vivo y un ser muerto. Hace poco, un equipo de médicos del Hospital Infantil de Denver (EEUU) extrajo los corazones de tres bebés sólo 75 segundos después de habérseles declarado en parada irreversible. Con ello lograron salvar la vida de otros tres infantes. Pero ¿son 75 segundos un colchón suficiente para determinar que un bebé está definitivamente muerto? ¿Menos de un minuto y medio es un tiempo lo suficientemente largo para aliviar la conciencia del médico que extrajo los corazoncitos del cuerpo aún cálido de sus poseedores legítimos?

La urgencia por la obtención de órganos que ayuden a relajar el drama de las listas de espera puede conducir a situaciones extremadamente borrosas. Ante un accidente en carretera, los servicios de urgencia que primero llegan al escenario ¿qué han de hacer? ¿Han de certificar el fallecimiento de una persona in situ, obligando a esperar al levantamiento judicial del cadáver, con el consiguiente deterioro de sus órganos vitales? ¿No sería más solidario trasladar el cuerpo al hospital y permitir que se le extraigan los órganos que van a salvar vidas? No existe una legislación clara al respecto. El consenso científico internacional establece un lapso de entre 2 y 5 minutos de espera entre que se declara la parada cardiaca irreversible de un paciente y el momento en que se le pueden extraer órganos para donaciones. Pero el caso de Denver demuestra que este consenso no es una ley universal.

El tema es demasiado complejo como para saldarlo en estas páginas. Y más si añadimos otras variables que tarde o temprano habrán de ser debatidas. ¿Qué se considera un trasplante lícito? La reciente concesión, en España, del primer permiso otorgado en el mundo para un trasplante de dos piernas desató en mayo pasado la polémica. La norma no escrita establece que sólo son lícitos los trasplantes en el caso de que no haya otra alternativa para salvar la vida del paciente, o cuando las condiciones vitales del enfermo sean dramáticas.

A nadie se le escapa que vivir sin piernas es un drama difícilmente soportable. Pero lo cierto es que muchos pacientes lo hacen y llevan su condición con gran dignidad. ¿Podemos establecer algún límite? ¿Cuándo es justificable recibir un órgano y cuándo es perfectamente legítimo prescindir de uno? En el calendario de futuros trasplantes ya se habla de órganos como el útero, para mujeres que no pueden concebir, o el pene, para quienes hayan sufrido la amputación del suyo. ¿Es lícito someter a un enfermo a un trasplante para situaciones que no son de vida o muerte? Sobre todo, si tenemos en cuenta que estos trasplantes consumen tiempo y recursos de una red extremadamente saturada.

España es un modelo de organización sanitaria en el terreno de los trasplantes. Por eso, probablemente será a nosotros a los que nos toque dar en primer lugar respuestas a estas preguntas. ¿Estamos preparados?

Jorge Alcalde

http://twitter.com/joralcalde

http://findesemana.libertaddigital.com

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