quarta-feira, 17 de novembro de 2010

Los bakuninistas en acción

El 30 de octubre de 1910 se fundó la CNT, posiblemente el mayor sindicato anarcosindicalista de la historia de Occidente. Parte de la clave de su éxito está en la llegada a la Península, en 1868, de unos enviados de Bakunin que supieron ganar la partida a los marxistas.


La competencia entre bakuninistas y marxistas era dura debido a que ambos querían controlar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que había sido fundada en 1864. La presencia española en esta organización era virtual, por lo que nuestro país no era ahí objeto de atención o cuidado. La cosa cambió en 1868, cuando los partidos liberales hicieron una revolución para echar a los Borbones e instaurar un régimen democrático. Reconocido entonces el derecho de asociación, bakuninistas y marxistas empezaron a pugnar por hacerse con las agrupaciones españolas de trabajadores.

La estrategia de unos y otros fue muy distinta. Marx había conseguido que su yerno, Paul Lafargue, fuera el secretario corresponsal para España de la AIT entre 1866 y 1868. (El cargo lo ocupó luego Friedrich Engels). La labor de Lafargue fue completamente nula. Llegó a España en 1871 como un señorito, sin profesión conocida. Traía la pretensión de dirigir el movimiento español al estilo alemán; es decir, pretendía encaminar el asociacionismo obrero hacia un partido político y convertirlo en el portavoz del socialismo marxista.

Con este propósito, Lafargue se entrevistó con Pi y Margall, uno de los líderes del partido republicano federal, que defendía ideas socialistas cercanas a los postulados del francés Proudhon. Lafargue pensaba que la conversión sería sencilla y, por tanto, aceptada por las asociaciones obreras; de hecho, la relación entre una parte del republicanismo y el socialismo había sido muy estrecha. Pi, sin embargo, se negó rotundamente. Lafargue jugó entonces la carta de dividir a la Internacional española, para lo cual convenció a los redactores del periódico La Emancipación, que acabaron siendo expulsados de la organización. El fracaso fue estrepitoso, y marcó decisivamente el desarrollo del socialismo marxista en España, que fue cosa de minorías durante décadas.

Mijaíl Bakunin.

En cambio, Mijaíl Bakunin envió a un revolucionario profesional, un propagandista muy activo, el italiano Guiseppe Fanelli. Llegó a España dos años antes que Lafargue, a finales de 1868, y desarrolló una intensa labor de proselitismo. No fue Fanelli el primer bakuninista en venir, pero sí el más efectivo. Consiguió pronto contar con un núcleo importante de seguidores en Madrid; seguidores como Anselmo Lorenzo, Francisco Mora y Tomás González Morago, tres activistas de buen nivel intelectual. Trajo estatutos, programas y periódicos internacionalistas, que sirvieron de guía y modelo. No sólo eso: fundó la Alianza Internacionalista, una organización bakuninista paralela a la AIT.

Fanelli supo qué contar a los trabajadores. Les habló de las maldades de la industrialización y de la aplicación de la tecnología a las labores agrícolas, de la pérdida de los valores tradicionales en beneficio de la moral burguesa, de la pauperización de los jornaleros y el enriquecimiento de la burguesía. Asimismo, les convenció de que existían formas cooperativas y gremiales ajenas a la política burguesa que, a su entender, salvaban al hombre de sus males presentes. Les ofreció redención social y moral, y tuvo éxito en su empeño.

Pero cometió un error. En la primavera de 1872, en una carta a la organización española, Bakunin escribió que Fanelli había "confundido la Internacional con la Alianza", y por eso había "invitado a los amigos de Madrid a fundar la Internacional con el programa de la Alianza". La verdad es que el propio Bakunin había ayudado a crear esa confusión: él mismo había retocado el manifiesto de la AIT a los españoles, publicado como hoja suelta en octubre de 1868, para llamar a la revolución social contra la burguesía y los propios revolucionarios de 1868. La Internacional era entendida en España como una institución basada en las ideas bakuninistas, y así se fundó, el 24 de enero de 1869.

La Internacional se extendió pronto por todo el país, especialmente por Andalucía, Cataluña, Valencia, Zaragoza y Madrid. La dirección madrileña fue la más importante.

Dominando el panorama asociativo del mundo obrero, a la Internacional le quedaba su relación con el partido republicano. González Morago escribió a la dirección internacionalista de Ginebra en noviembre de 1869 para pedir instrucciones en este sentido, y la respuesta fue clara:

No vale la pena mezclarse en política por las insignificantes ventajas que el establecimiento de una república burguesa nos ofrecería, y (...), por consiguiente, la AIT y la Alianza democrática y social no deben mezclarse más que en la política destructiva para poner en lugar del orden social actual un nuevo orden social.

Aparecida la Internacional en España, quedaba certificarla con un Congreso, que se celebró en Barcelona en junio de 1870 y al que acudieron representantes de 153 secciones de 26 localidades y de 15.000 afiliados. Allí se dieron cita, según escribió el anarquista Anselmo Lorenzo, testigo directo, internacionalistas revolucionarios, posibilistas, políticos y un grupo numeroso que

no entendía palabra de las nuevas ideas ni de las viejas en lucha y contraste, porque para ellos todo lo que no fuera tener trabajo seguro, buen jornal y el pan barato era hablar de la mar.

La capacidad organizativa de los bakuninistas permitió que aquel Congreso se decantara por sus postulados, y que rechazara todo tipo de colaboración con los partidos o con el régimen democrático. De hecho, los reglamentos que se dio la recién creada Federación Regional Española fueron copiados de la federación suiza, que habían sido elaborados bajo la supervisión de Bakunin.

El asociacionismo obrero español ya era anarquista. Engels escribió a Marx el 11 de febrero de 1870: "Sería preciso dejarles [a los bakuninistas] España e Italia, al menos provisionalmente". Era una cesión gratuita. Tres años después, en 1873, publicó un folleto, titulado Los bakuninistas en acción, en el que denunciaba que los internacionalistas españoles se basaran "en la abstención de la política predicada por Bakunin" incluso para la República, "contribuyendo así a que los elegidos fueran casi exclusivamente republicanos burgueses". En lugar de participar en política, escribió Engels, declararon la huelga general para iniciar la revolución social aprovechando la rebelión cantonal. Donde tuvieron éxito, como Alcoy y Sanlúcar de Barrameda –proseguía el alemán–, hubo asesinatos y quema de edificios, o bien perdieron el tiempo en "hueros debates". Pero el amigo de Marx no criticaba la violencia bakuninista, sino su desorden y la alianza de quienes la perpetraban con elementos burgueses; se trataba, en definitiva, de un "ejemplo insuperable de cómo no se hace una revolución".

Lo que Engels no dijo en aquel folleto era que la deriva bakuninista de la Internacional española derivaba del fracaso marxista en nuestro país. El anarquismo se había extendido con facilidad en pocos años. Fue la revolución de 1868 lo que permitió la deriva anarquista del asociacionismo obrero que buscaba la transformación social. El contraste entre las promesas revolucionarias, incluidas las republicanas, y la realidad de una política que naufragaba entre la crisis económica y la parálisis política favoreció el que se hiciera fuerte una opción de cambio social sin políticos profesionales. El ambiente revolucionario y la propaganda hicieron el resto...

Jorge Vilches

http://historia.libertaddigital.com

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