segunda-feira, 8 de novembro de 2010

Zapatero, el Papa y la educación (británica)


La escena dio la vuelta al mundo. El papa llegó a España el 6 de noviembre y lo recibió oficialmente el vicepresidente del Gobierno español, Alfredo Pérez Rubalcaba. Ese mismo día por la tarde, escuchaba yo a don Luis López Ormazábal, rector de la colegiata de Santillana del Mar, dirigirse a un grupo de españoles y británicos y agradecer especialmente a estos últimos, la recepción que su Gobierno dio al Papa el pasado mes de septiembre. ¿Hay comparación posible?

Benedicto XVI fue recibido con todos los honores por la Reina de Inglaterra, cabeza de la Iglesia anglicana. Fue rigurosamente cumplimentado por el primer ministro, David Cameron, miembro también de la Iglesia anglicana, por el vice primer ministro, Nick Clegg, abiertamente agnóstico, por el Gobierno en pleno con múltiples sensibilidades representadas, y por los cuatro ex primeros ministros vivos –Brown, Thatcher, Major y Blair- de los que sólo este último es católico.

En cambio y como ya se ha dicho y glosado, el presidente del Gobierno español no había encontrado mejor día en los últimos seis años y medio para viajar a Afganistán que esta jornada que hace ya seis meses que estaba fijada para que Benedicto XVI pusiera pie en España. Recuerda mucho a la visita de Estado de Ronald Reagan a España en mayo de 1985. Porque fue coincidiendo con esa visita, ni antes ni después, que el vicepresidente del Gobierno español, Alfonso Guerra, fue a visitar oficialmente el régimen comunista húngaro. En el fondo se entiende sus prisas porque ese mismo Reagan iba a acabar con todos los regímenes comunistas de Europa del Este y no estaba la cosa para esperar sentado.

Pero lo que no deja lugar a dudas es que Zapatero ha hecho un esfuerzo por mantener su encuentro con el Papa reducido al mínimo. Eso es lo que hemos visto hoy en Barcelona. Una vez más, el Reino Unido, en el que sigue siendo religión oficial la de la Iglesia de Inglaterra creada e impuesta por Enrique VIII, nos da una lección. Y esta vez, además de ser una lección de alta política, lo es también de educación. Ni siquiera buena educación. Simplemente de educación.

Ramón Pérez-Maura

www.abc.es

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