quarta-feira, 28 de julho de 2010

Zuse, el pionero que tuvo la desgracia de ser alemán

Konrad Zuse.
Los primeros ordenadores se construyeron durante la Segunda Guerra Mundial, con objetivos y financiación militares. Sin embargo, hubo un ingeniero civil que se metió en la creación de estos cacharros para solventar necesidades de cálculo del sector privado. No es una figura demasiado conocida. Es lo que tiene haber trabajado en la Alemania nazi.


Konrad Zuse, ingeniero de caminos, canales y puertos, nació en Bonn en 1910 y se graduó en 1935. Siendo estudiante, acabó hartándose de las complicadas operaciones matemáticas que debía hacer. Para ello sólo contaba con una regla de cálculo, herramienta con la que hubo de apañarse el personal hasta la aparición de las calculadoras de bolsillo, cuarenta años después. Berlín era una ciudad donde resultaba fácil pasárselo bien, y Zuse estaba perdiéndose demasiadas oportunidades de salir y conocer chicas guapas por hacer cálculos.

El principal problema al que se enfrentaba eran los cálculos complejos que requerían un cierto número de pasos intermedios, en los que se debían guardar los resultados y aplicarlos a las siguientes operaciones. Zuse pensó en hacer tablas con los resultados intermedios de los cálculos más frecuentes.

Sus primeras calculadoras: Z1 y Z2

Pronto tuvo un montón de tablas llenas de flechas que enlazaban un cálculo con el siguiente. Así las cosas, pensó que quizá podría ser más práctico que una máquina se encargara de hacer los cálculos de forma automática; pues bien: se puso a diseñarla en 1934. Dos años después abandonó su trabajo en la industria aeronáutica y se puso a construir su primera calculadora mecánica, la Z1, en el salón de la casa de sus padres, a los que no les hizo ninguna gracia que dejara un trabajo seguro para dedicarse a semejante aventura; pero lo apoyaron de todos modos, como buenos padres que eran.

Zuse no sabía nada del trabajo de Babbage y, dado que estaba en el bando de los malos durante la guerra, no tuvo conocimiento de los avances teóricos y prácticos que Turing, Von Neumann, Shannon, Aiken, Atanasoff, Echert, Mauchly y demás pioneros anglosajones estaban desarrollando. Sin embargo, llegó a prácticamente las mismas conclusiones de forma independiente. Sus diseños incluían todos los componentes que forman parte de los ordenadores: una unidad de memoria para almacenar los datos, un selector que leía y escribía en la memoria, un dispositivo de control que ejecutaba las operaciones en el orden previsto en un plan de cálculo y una unidad aritmética para hacer los cálculos. Incluso intentó patentar una idea, que rescataría con gran éxito Von Neumann años más tarde, de almacenar el programa en la memoria de la computadora.

Zuse, con el Z1.

Su Z1 empleaba un sistema mecánico como memoria y no dejaba de ser sólo una plasmación parcial de sus ideas; más que un ordenador, era una calculadora programable. Pero, como buen alemán, Zuse era un tipo práctico, y quiso tener resultados tangibles lo antes posible; todo lo contrario que el bueno de Babbage, que murió sin terminar máquina alguna. Ya funcionaba con un sistema binario, es decir, con unos y ceros, y básicamente podía sumar y restar; empleaba estas operaciones como base para otras más complejas, como la multiplicación y la división. El plan de cálculo, lo que ahora se llama programa, se escribía en una cinta de película de 35 milímetros perforada. El Z1 también incluía traductores de decimal a binario y viceversa, para que fuese más fácil de operar.

El caso es que aquel primer cacharro no llegó a funcionar de forma completamente precisa debido a problemas en las distintas partes mecánicas. Así que Zuse se puso a trabajar en su sucesor, el Z2, en el que buena parte de las funciones las realizaban relés. Aunque funcionaba mejor, lo cierto es que por lo general, en vez de ir como la seda, fallaba.

Lo terminó en 1939 e hizo una demostración al año siguiente; fue una suerte que justo entonces funcionara, porque así consiguió que la Luftwaffe le eximiera de seguir en el Ejército como soldado raso y le financiara, siquiera en parte, sus próximos inventos.

Los primeros ordenadores: Z3 y Z4

Con la experiencia de sus dos primeros prototipos, con más dinero y hasta con empleados que lo ayudaran, Zuse no tardó mucho en completar el Z3, la primera de sus máquinas que realmente podía emplearse en la confianza de que iba a funcionar la mayoría de las veces.

El Z3 ya era un ordenador con todas las de la ley... excepto en un pequeño detalle: no incorporaba el salto condicional, la técnica que permite escribir programas del tipo "Si pasa esto, entonces hágase esto otro; y si no, lo de más allá". Pese a esta carencia, que compartía con el posterior Harvard Mark I, muchos lo consideran el primer ordenador de la historia. Tampoco importa demasiado si lo fue o no. Terminado en 1941, cuatro años más tarde, en 1945, antes de que acabara la guerra, tendría un sucesor con salto condicional incorporado: el Z4, que vio la luz antes que el Eniac.

O sea que, con independencia de los requisitos que estimemos necesarios para juzgar si un aparatejo puede ser considerado todo un señor ordenador, el primero fue cosa del amigo Zuse.

El Z4 consumía unos 4 kilowatios, empleaba tarjetas perforadas en lugar de cinta de película, tardaba 4 décimas de segundo en hacer una suma y, como los dos modelos anteriores, usaba relés: en concreto, 2.500. Zuse no pudo emplear válvulas de vacío como sus homólogos americanos, más que nada porque el Estado alemán se negó a financiárselas, al no considerar su trabajo esencial para el esfuerzo bélico. No deja de ser curioso que, en cambio, los países aliados consideraran los intentos de sus técnicos y científicos por crear los primeros ordenadores como proyectos bélicos clave: y es que éstos terminaron sus ordenadores una vez finalizada la contienda, mientras Zuse logró tener los suyos listos cuando el conflicto aún seguía en curso.

A diferencia de lo que ocurrió con sus anteriores máquinas, destruidas todas ellas en diferentes bombardeos aliados, Zuse pudo salvar la Z4 desmontándola y metiéndola en un camión de la Wehrmacht. Ayudado por un amigo de Von Braun –el creador de las bombas V1 y V2–, y ocultándose por las noches en los establos, consiguió llevarla hasta un pueblo de los Alpes suizos, donde se escondió en espera de tiempos mejores.

Tras acabar la guerra, el bueno de Konrad fundó en Suiza una empresa llamada... Zuse, gracias al dinero que sacó alquilando su Z4 –que se empleó, entre otras tareas, para construir la presa Grande Dixence, entonces la más alta del mundo– y al que recibió de IBM a cambio de permitirle usar sus patentes. Durante unos años no pudo construir ningún cacharro más, así que se dedicó a pensar en modo académico, lo que le llevó a pergeñar el primer lenguaje de programación de alto nivel, al que llamó Plankalkül, que, sí, significa "plan de cálculo". Pero como no hizo compilador alguno, nadie lo usó jamás, por lo que se quedó en un ejercicio meramente teórico.

En 1950 logró vender su milagrosamente salvado Z4 a la Escuela Politécnica Federal de Zurich. Su empresa construiría la friolera de 251 computadoras antes de caer en manos de Siemens (1967).

Con los años, Zuse fue reconocido por muchos como el padre de la computadora moderna. No cabe duda de que fue un reconocimiento merecido.

Daniel Rodríguez Herrera

Pinche aquí para acceder al resto de la serie CEROS Y UNOS.

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