sábado, 27 de fevereiro de 2010

Cancioncilla del niño que no nació

Joaquín Manuel Montero, teniente de alcalde de Paradas (Sevilla), ha solicitado la baja como militante del PSOE, después de que se aprobara en el Senado la ley del aborto impulsada por el Gobierno. De este modo, culmina una andadura personal que, en los últimos tiempos, lo había impulsado a brindar su testimonio en defensa de la vida ante diversos foros e instancias. Alguien podría calificar su gesto de quijotesco; y, en efecto, lo es: quijotesco en el sentido profundamente moral de la palabra, que es el único sentido que la palabra debería tener. Pero en todo gesto quijotesco hay un componente de sacrificio, de inmolación personal, que nuestra época, profundamente amoral, aborrece; y, aunque disimula tal aborrecimiento con una carcajada cínica o un rictus desdeñoso, en el fondo odia al quijote que es capaz de ese gesto, porque siempre se odia aquello que no se puede alcanzar.

De Montero, en unos días, nadie se acordará; y entonces la magnífica gallardía de su gesto aparecerá ante los ojos de nuestra época como inútil y desquiciada. Incluso quienes ahora, desde la derecha, aplauden su «coherencia» se habrán olvidado de él, tal vez porque lo único que de su «coherencia» les importa es el daño que pueda hacerle al adversario ideológico; y puede, incluso, que Montero les resulte a éstos aún más odioso que a los propios socialistas, pues de algún modo les recuerda que, durante los ocho años que gobernaron, permitiendo abortos a mansalva, entre sus filas no hubo nadie «coherente» que hiciera lo que Montero acaba de hacer desde la militancia socialista.

A mí el gesto quijotesco de Joaquín Manuel Montero me parece de una nobleza y de un coraje sobrehumanos; también me parece un signo evidente de la imposibilidad de defender postulados antropológicos desde posiciones ideológicas. Suele decirse que el aborto no es una «cuestión ideológica», en el sentido de que se puede ser de izquierdas o de derechas y ser contrario al aborto (lo cual conlleva que también se puede ser favorable, con independencia de la ideología). Yo más bien diría que el aborto no es, en efecto, una «cuestión ideológica», porque la ideología acaba, tarde o temprano, expulsando de su seno a quien defiende la vida, como ocurre en la izquierda; o bien acaba «asfixiando» esa defensa, hasta hacerla inaudible, como ocurre en la derecha. En uno y otro caso, se cumple aquel principio natural que nos enseña que, allá donde disminuye lo vivo, aumenta lo automático. La ideología nos abastece con automatismos del pensamiento que agostan lo que hay de vivo dentro de nosotros, dificultando un pensamiento antropológico que, tarde o temprano, es asfixiado o expulsado.

A veces, como flores de invernadero, aparecen en la política personas como este Montero, cuya adhesión a lo vivo es superior a su adhesión automática a las consignas de tal o cual partido. Son personas que nos permiten albergar una esperanza en la supervivencia de lo humano, ante la trituradora de las ideologías. A Montero quisiera dedicarle este hermoso poema de Federico García Lorca, titulado «Cancioncilla del niño que no nació»; está recogido en su libro Suites, y demuestra que, en efecto, la adhesión a la vida no es una «cuestión ideológica», sino una vocación natural en cualquier persona sensible: «¡Me habéis dejado sobre una flor / de oscuros sollozos de agua! / El llanto que aprendí / se pondrá viejecito, / arrastrando su cola / de suspiros y lágrimas. / Sin brazos, ¿cómo empujo / la puerta de la Luz? / Sirvieron a otro niño / de remos en su barca. / Yo dormía tranquilo. / ¿Quién taladró mi sueño? / Mi madre tiene ya / la cabellera blanca. / ¡Me habéis dejado sobre una flor / de oscuros sollozos de agua!»

Gracias, Joaquín Manuel Montero, por revolverte contra quienes taladran tantos sueños.

Juan Manuel de Prada

www.juanmanueldeprada.com

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