(No estoy seguro de si lo incluí en La democracia ahogada):
Como ya he indicado, entender la transición y su espíritu exige tomar en cuenta las actividades, posición y circunstancias políticas de los partidos que de un modo u otro iban a protagonizarla. Y el terrorismo fue una compañía muy relevante de ella.
Un fenómeno llamativo del franquismo es que conforme este se liberalizaba, aumentaba el tono inconciliable y radical de la oposición, comunista y no comunista, incluida la procedente del mismo régimen, como ha recordado hace poco César Alonso de los Ríos en Yo tenía un camarada. El terrorismo sería su expresión extrema pero, como veremos, nada ajena al resto del movimiento anrifranquista.
El principal fue el terrorismo nacionalista vasco, que fue formándose lentamente desde 1952, a partir de un grupo juvenil próximo al PNV. En 1960 mató de un bombazo a una niña de 22 meses, en San Sebastián, pero no es hasta 1968 cuando perpetra su primer asesinato deliberado, el de un guardia civil sorprendido de espaldas y en cuclillas, mientras inspeccionaba la matrícula de un coche. Ya me referí a él en un capítulo anterior, recogiendo un trozo de mi libro Una historia chocante. El hecho fue clave pues a partir de aquel crimen todo cambió para la ETA , hasta entonces uno de tantos grupos radicales de escasa incidencia.
El autor de los disparos, Javier Chavi o Txabi Echevarrieta, y su acompañante Ignacio Sarasqueta, se refugiaron en casa de un cura. Pero el primero, en quien la euforia provocada por las centraminas había cedido al pánico, insistió en marcharse. “Salimos de la casa y nos detuvo una pareja de la Guardia Civil. Los dos llevábamos una pistola a la cintura. Primero me cachearon a mí y no la notaron. Recuerdo que Txabi lanzó un rugido. Y después una escena típica del oeste, de las de a ver quién tira primero… El guardia disparó antes que yo y salí corriendo… No supe en ese momento que Txabi había muerto”. Sarasqueta cayó detenido poco después. Condenado a muerte, la sentencia le sería conmutada.
“La ETA , el PNV, el clero nacionalista y la oposición antifranquista en todo el país transformaron este doble episodio de muerte en un relato, entre heroico y martirial, de lucha por la libertad y venganza represiva. La versión difundida afirmaba que Echevarrieta había sido “cazado a tiros: sacado del coche, esposado, puesto contra la pared y asesinado de un tiro en el corazón”. Los curas nacionalistas, incluso los tibios, celebraron por él muchas decenas de misas con las correspondientes homilías; en su honor se compusieron poemas y canciones, una de ellas adaptada de otra en honor de Julián Grimáu. El nombre del grupo terrorista empezó a sonar con fuerza dentro y fuera de España, levantando solidaridades. El nacionalismo vasco y el antifranquismo en toda España se identificaron con el “mártir”.
“El asesinato del guardia civil, gratuito, sórdido y sin asomo de épica, realizado por un estudiante semidrogado, tuvo verdadero carácter inaugural. Hasta entonces la ETA era un grupo sin demasiada importancia, molesto para el gobierno, aunque mucho menos que el PCE, que organizaba frecuentes huelgas en Vascongadas. En adelante se convertiría, junto con los comunistas –y habiendo evolucionado ella misma hacia el comunismo--, en el enemigo principal del régimen (…) La oposición empezando por el PNV en el exterior, clamó con redoblada energía contra el “terror de Estado”, acusando a este de las acciones de la ETA , cuando había sido exactamente al revés: eran los atentados etarras lo que causaba una represión hasta entonces muy escasa. Se desataba la espiral diabólica de la acción-represión-acción, así como la simpatía y colaboración en ella de muy variados elementos, incluso de la derecha”. Quizá nunca logró tales ganancias con tan poca inversión un grupo terrorista. Iba a obtener el apoyo, abierto o tácito, propagandístico o más que propagandístico, de casi toda la oposición española, del clero nacionalista vasco, de la opinión socialdemócrata europea, de las dictaduras argelina y cubana y, sobre todo, del gobierno francés, que le permitiría construir en Francia un santuario donde refugiarse y desde el cual planificar impunemente las acciones en España. Probablemente nunca un asesinato valió tales dividendos políticos a los asesinos”.
¿Por qué este despliegue de simpatía de la oposición antifranquista a tales acciones y a sus autores? A primera vista resulta paradójico, porque solía proclamarse pacífica y por la repulsión natural que debiera provocar tal género de atentados y su doctrina subyacente, expuesta de modo franco por uno de sus ideólogos, Krutwig: “Engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables, sino necesarios”, y justificada “la eliminación de los enemigos virtuales o reales”. Debía ejercerse “la intimidación y el terrorismo” contra los funcionarios, jueces, empleados de juzgados y sobre todo policías: “Es recomendable, siempre que se pueda, emplear el degüello de estos seres infrahumanos. No se debe tener para ellos otro sentimiento que el que se posee frente a las plagas que hay que exterminar”. Y eliminarlos “por medio de la tortura”, cuando ello fuera posible sin correr peligro. Luego, en la práctica se contentarían la mayoría de las veces con el tiro por la espalda, que entraña menos riesgos; pero tal era el contexto intencional. Por otra parte la ETA no disimulaba su carácter político: desde un principio se proclamó ante todo antiespañola, mucho más que antifranquista; y aspirante a implantar en Euskadi un régimen dictatorial del tipo del cubano o argelino, en modo alguno a la democracia.
La paradoja de esta simpatía es solo aparente. Ante todo debe insistirse en el carácter en general antidemocrático de aquella oposición, y su muy escaso sentimiento español, ya denunciado por Azaña durante la guerra civil. Su propaganda solía encerrar una virulencia que casaba bien con el terrorismo, aunque no se atreviera a ponerlo en práctica, máxime después de la dura experiencia del maquis: la ETA hacía, en parte, lo que muchos antifranquistas deseaban. Estos creían que los pistoleros nacionalistas vascos realizaban un trabajo sucio, pero conveniente, y que a la hora de la verdad, cuando llegaran los cambios políticos y la oposición tocase poder, aquellos jóvenes ardorosos pero políticamente ingenuos, se irían tranquilamente a casa, pues los tiros en la nuca “ya no harían falta”. Quien conozca el siglo XX español comprobará que actitudes y especulaciones semejantes, incluso por parte de políticos derechistas, habían contribuido en gran manera a facilitar la actuación del pistolerismo ácrata, una plaga de la Restauración similar a la del terrorismo nacionalista vasco en la España actual. Parece una tradición.
¿Por qué, en cambio, cuando el GRAPO comienza sus acciones, en 1974-75, la oposición reaccionó con tal contrariedad? La razón es que en 1974-75 nadie creía que el régimen fuese a durar mucho, a causa de la simple consunción física de Franco. El régimen había avanzado considerablemente en su liberalización, estaba facilitando la reorganización del PSOE y los nacionalistas, y había tratos y contactos subterráneos con vistas a organizar el futuro. La oposición no podían oponerse de pronto a la ETA , después de haberla mimado tanto, pero una nueva organización armada, que se estrenaba con acciones espectaculares, les causaba verdadero pánico, pues podía dar pie a que el régimen se volviera atrás de su liberalización y arruinase todo lo conseguido hasta entonces.
Por lo demás, así como entre la ETA y los comunistas y el resto del antifranquismo existía una simbiosis ambigua, en la que cada cual disimulaba sus aspiraciones y hacía como que no se enteraba de las del socio, el PCE(r)-GRAPO se situaba abierta y decididamente contra casi toda aquella oposición. Desde su punto de vista, muy similar al del grupo Baader-Meinhof alemán, debía descartarse toda especulación con una democracia burguesa como salida del franquismo. La tal salida significaba mantener un poder capitalista de hecho dictatorial bajo algunos engañosos ropajes de libertad, y la política del PCE y de la oposición articulada en torno a él constituía una traición a la revolución socialista. Las acciones armadas debían concebirse como el método adecuado para “desenmascarar” la realidad antidemocrática del capital y de sus colaboradores “revisionistas” o “socialfascistas”. La denuncia de los manejos del PCE (el PSOE carecía por entonces de importancia) era frontal, en el viejo estilo bolchevique y maoísta, aunque a la ETA , organización “pequeño burguesa”, el GRAPO le atribuía un carácter revolucionario, debido precisamente a sus atentados, que conforme se aproximaba el fin del franquismo se volvían más y más embarazosos para la oposición.
Tienen interés los métodos con los que la oposición antifranquista atacó al GRAPO, porque revelan una vez más la estirpe totalitaria y policíaca que había distinguido al Frente Popular durante la guerra civil y lo había llevado a los más crudos enfrentamientos internos. Mediante una campaña de intoxicación se presentó al GRAPO, que asesinaba policías, como un grupo “parapolicial” o “infiltrado” o “dirigido por la ultraderecha”. Todo ello sin el más mínimo asomo de prueba ni siquiera preocupación por encontrarla: se trataba de una mentira interesada, pura y simplemente. El GRAPO era solo una manifestación extrema del antifranquismo, pero, al revés que la ETA , había comenzado a operar demasiado tarde. Con todo, ocasionaría a la transición una de sus crisis más peligrosas, con ocasión del referéndum para la reforma democrática, en diciembre de 1976.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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