Este lunes se cumplen 200 años del nacimiento de Chopin, uno de los compositores que más contribuyeron a la modernidad como instigador de un nuevo pianismo. El Cultural se suma a los homenajes del aniversario con un recorrido por los intérpretes que le han dado vida en las últimas décadas.
Chopin no soportaba a Beethoven. No era una fobia ni un complejo pasajero, sino una aversión con fundamento científico. Al parecer, su afinadísimo oído, su “oído de tísico”, no toleraba la disonancia de armónicos que con frecuencia producía el alemán cuando se sentaba al piano. No es de extrañar que, cuando el delicado pianista polaco empezó a prodigarse por las salas europeas, se alabara su talento al mismo tiempo que se censuraba su falta de “volumen” y la tendencia desconsideradamente etérea y frágil de su estilo. Algo que, por suerte, no mejoró ni corrigió con el tiempo. Hoy sabemos que Fryderyk Chopin, del que se cumple este lunes el bicentenario de su nacimiento, más que un compositor al uso fue el inventor de un tipo de piano que ayudaría a precipitar la modernidad musical. Un piano íntimo, que no estaba hecho para ser escuchado en una sala de conciertos, sino en la familiaridad de un salón o en la soledad del intérprete frente a su instrumento.
Detector de talentos
Hay una urgencia reveladora en la música de Chopin que consigue desenmascarar a quien la toca. Como una máquina de la verdad o un detector de metales, sus partituras apelan al sentimiento puro. Ninguna de ellas entraña importantes complejidades técnicas y, sin embargo, con frecuencia sirven de prueba iniciática a los aspirantes a recorrer el mundo en las siete octavas de un teclado. La consigna viene a decir que a Chopin lo toca cualquiera, pero que no todos pueden “ser tocados” por Chopin. Quizá por eso, con los pianistas chopinianos sucede lo que con el dicho: que no son todos los que están, aunque todos los que están aseguren serlo.
A menudo el virtuosismo que se practica en los conservatorios no ofrece garantías. Una de las primeras cosas que hizo Lang Lang cuando saltó a la palestra mediática fue grabar los Conciertos para piano -de sus escasísimas composiciones para orquesta- que aderezaron nada menos que Zubin Mehta y los filarmónicos vieneses. Se adelantaba así a sus compatriotas Yundi Li y Yuja Wang en la carrera chopiniana, y nos regalaba una declaración de principios -en clave pop- que pretendía “llamar al corazón de toda clase de público”. Quien se haya asomado a su biografía y adivinado el dolor contenido en ella entenderá que Lang no toca solo con las manos. Ha llegado incluso a versionar los Estudios en las tres dimensiones del Chopin Project, película de animación que llegará a las salas comerciales este mismo otoño.
Paradigmático fue también el bautismo de fuego de Maurizio Pollini, cuyo nombre y reputación han quedado inevitablemente ligados al compositor polaco desde que en 1960 se hiciera con el primer premio del Concurso Chopin de Varsovia, entonces presidido por Arthur Rubinstein. Sin excentricidades pero dotado de un fina capacidad para conmover, Pollini se abrió las puertas de las grandes salas de conciertos. La última edición del premio, que se celebra cada cinco años y que el próximo octubre promete una apoteósica traca final, se la adjudicó el joven Rafal Blechacz.
Antes que él (y que Yundi Li, Stanislav Bunin y Dang Thai Son), Krystian Zimerman, también polaco, batía un récord de precocidad al alzarse con este simbólico reconocimiento pocos días antes de cumplir la mayoría de edad. Otros de sus compatriotas -como Krzysztof Jablonski, Piotr Paleczny o Marta Sosinska- no corrieron la misma suerte, y ocuparon puestos secundarios en el ranking de un certamen no siempre a salvo de polémicas.
En la edición de 1980, algunos miembros del tribunal, capitaneados por la pianista argentina Martha Argerich, mos- traron su indignación ante la inopinada eliminación del croata Ivo Pogorelich en la semifinal del concurso. El caso dio la vuelta al mundo y se acusó al régimen comunista de haber utilizado al aspirante como arma arrojadiza. Se ha dicho que Pogorelich (que llenaba las salas de quinceañeras) y la francesa Hélène Grimaud son el germen de la actual generación de pianistas que, a rebufo de Lang Lang o Sara Ott, vive la espiritualidad del piano en los términos contractuales de sus compromisos discográficos.
Chopin a los sesenta
Si Zimerman mira al cielo y Pollini habla a la humanidad, no hay duda de que los Nocturnos de Maria João Pires invocan alguna clase de espíritu. Heredera de la volatilidad técnica de Alicia de Larrocha, la portuguesa volvía recientemente a bucear por el repertorio chopiniano con un surtido variado de sonatas, nocturnos, valses y mazur- cas. Lo hacía a los 65 años, casi al mismo tiempo que otro sexagenario, el brasileño Nelson Freire, iba ultimando una nueva edición de los Nocturnos.
Ni siquiera Vladimir Ashkenazy ha podido resisitirse a los fastos del bicentenario. Su homenaje discográfico imita un sobre viejo, con la cara de Chopin como sello. En su interior, trece discos recopilan una remasterización (1974-1984) del que fuera el primer registro completo de trabajos en solitario. En aquella ocasión, Ashkenazy reconcilió al mundo con el romanticismo y desmanteló el amaneramiento con que se acometía este repertorio.
Tanto homenaje se antoja oportuno, sobre todo cuando la “ausente presencia” de Chopin se ha resistido a la visita en estos 161 años que lleva desaparecido. Hasta los que pretenden ahora peregrinarlo se han visto ante una disyuntiva existencial entre su cuerpo, enterrado en el Père-Lachaise de París, y su corazón, el cual, obedeciendo una última voluntad, se custodia en una iglesia de Varsovia.
Benjamín G. Rosado
Aluvión de integrales
El Festival Musika-Música, a través de la Fundación Bilbao 700, recupera los días 5, 6 y 7 de marzo el brillo del romanticismo y rinde homenaje a Chopin en su novena edición. Propone una integral -cuya interpretación se ofrecerá dividida en 14 conciertos (Abdel Rahman El Bacha, Anne Queffélec, Philippe Giusiano, Momo Kodama, Iddo Bar-Shaï)- y varios conciertos (Brigitte Engerer, Judith Jáuregui, Javier Perianes, los tríos Suggia y Wanderer, y la Sinfonía Varsovia). Otra integral, el miércoles en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, correrá a cargo de Louis Lortie, que actuará también en el Palau de la Música de Valencia (5 de marzo). La directora Anne Manson y el solista Ludmil Angelov desgranarán el Concierto para piano n° 1 (Gran Teatro de Cáceres, hoy, y Manuel Rojas de Badajoz, mañana). En Madrid, Sylvia Torán interpretará una selección de piezas en el Auditorio Nacional (2 de marzo).
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