Álvaro Uribe tiene una enorme diferencia con Hugo Chávez. Cuando alguien lo amenaza, le planta clara. El venezolano, como cualquier matón de barrio, si se enfrenta a un hombre que no le vuelve la espalda, se acobarda.
El incidente habido en Playa del Carmen es extremadamente revelador de la personalidad del venezolano. Él se pavonea ante las cámaras de televisión propias -nunca ante periodistas independientes. Él humilla a quien no tiene posibilidad de réplica. Pero cuando alguien, como ya ocurriera con Su Majestad el Rey en Chile, le planta cara, el sátrapa venezolano se achanta.
Como cree el venezolano que la desinformación con la que inunda su país también puede serle útil fuera de sus fronteras, no se priva de lanzar falsas acusaciones sin darse cuenta que la red propagandística que en su país convierte en veraz lo mendaz no alcanza allende sus fronteras. Así, la acusación contra Uribe de que ha detenido a 300 supuestos paramilitares colombianos en Venezuela, que tenían como objetivo matar a Chávez, es risible. No se ha acordado de denunciarlo hasta ahora que ha tenido un acaloramiento dialéctico. ¿Puede alguien creer que Chávez guardaría secreto por un minuto si hubiera capturado semejante contingente criminal en su país? ¡Estarían retratados en todos los medios del mundo!
Pero cuando Chávez lanza mentiras de tan grueso calibre y Uribe le planta cara, el matón venezolano no puede sostener la mirada a su vecino. Por eso toma el portante y desaparece. En México, a pesar de la presencia de Rafael Correa o de Raúl Castro en el momento del incidente, carecía de palmeros suficientes para hacer viable el sostenerle la mirada a Álvaro Uribe.
En esto, como en otras cosas, Chávez demuestra su naturaleza de dictador. Cuando te rodean tus matones, eres valiente. Cuando no...
Ramón Pérez-Maura
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