sexta-feira, 26 de fevereiro de 2010

El vómito de Orlando Zapatero

Supongo que antes de mostrar la tibieza de su actitud ante la muerte de Orlando Zapata, el presidente Rodríguez Zapatero habrá tenido que sobreponerse al natural debate entre lo que piensa como hombre y lo que él supone que le conviene como político. Al final uno tiene la sensación de que los intereses del político han prevalecido sobre la conciencia del hombre, que es lo que suele ocurrir cuando alguien cree que la suerte de dormir es un simple desperdicio de la ambición, un tiempo que algunos consideran perdido por culpa de permitir que en el ejercicio del Poder interfiera como si tal cosa la decencia. Consumada su indiferencia de político ante lo ocurrido con el disidente cubano, el hombre José Luis Rodríguez Zapatero se enfrentará ahora cada noche a la posibilidad de que el recuerdo de Zapata interfiera en su descanso y le impida dormir, o que al tocar a su esposa en cama crea sentir en la palma de la mano el tacto frío del cadáver del desdichado albañil. A los hombres que carecen de verdadero talento, no es la imaginación, sino el remordimiento, lo que les estimula el cerebro. Sé lo que se siente cuando un hombre incurre en indigencia moral. Recuerdo infidelidades en las que durante semanas me parecía luego tener en la boca el aliento y los reproches de la persona traicionada. Es cierto que siempre salí adelante con el viejo recurso del cinismo que todo lo relativiza, pero no lo es menos que en el fondo jamás creí sinceramente que fuese cierto que no hay un solo remordimiento que se resista al cepillo de dientes. Al final siempre rebrota la mala conciencia y no te libras jamás de la pesadumbre. Tapar la dignidad con la conveniencia es en cualquier caso imposible, del mismo modo que al tipo de la pala tapar un agujero con la tierra resultante de haber cavado no le sirve en absoluto para enterrar el suelo. Eso supongo yo que es lo que le espera al presidente Rodríguez Zapatero por culpa de haber hecho por interés lo que con toda seguridad le reprochará eternamente su conciencia. Eso, con suerte. Porque hasta pudiera ocurrirle al presidente Rodríguez Zapatero que por la noche se levante al baño a vomitar frente al espejo la comida que, por culpa de la huelga de hambre que le costó la vida, el pobre Orlando Zapata jamás pudo vomitar.

José Luis Alvite

www.larazon.es

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