domingo, 28 de fevereiro de 2010

En Cuba, de nuevo el silencio

El disidente cubano Orlando Zapata Tamayo al fin descansa en paz. Desde su encarcelamiento hace siete años su vida se había reducido a raciones de golpizas y penurias. En los últimos meses la huelga de hambre que había iniciado se agravó por la falta de atención médica. Se había cumplido el deseo de la dictadura castrista: que de una vez desapareciera tan incómodo prisionero de conciencia.

A primera vista uno pensaría que los hermanos Castro habrían preferido no pagar un coste político frente a la Unión Europea y otros gobiernos del mundo que no han tardado en condenar la más reciente violación de los derechos humanos en la isla. Pero eso obedecería a un pensamiento lógico, alejado de la sintomatología de una mente asesina. Tratándose de estos dos sujetos, la cuenta que sacan les proporciona beneficios: la indignación por el fallecimiento de Zapata Tamayo se difuminará en cuestión de días. En un par de semanas pocos recordarán el desgarrador testimonio de su madre, Reina Luisa. Y, sobre todo, una vez más demostraron que pueden contener el menor estallido de insurrección popular propagando el terror desde la Habana hasta Banes, la localidad donde fue enterrado el opositor.

¿Cuántas veces hemos intuido que podríamos estar presenciando el chispazo que provocaría la caída de ese muro invisible pero implacable que ha privado a los cubanos de libertad durante más de medio siglo? ¿Recuerdan la marejada del pueblo durante el éxodo de El Mariel? ¿Tienen memoria de los días trémulos en los que María Elena Cruz Varela y otros opositores empapelaban las calles con Dazibaos que clamaban por la apertura política? ¿Conservan las imágenes del gentío revuelto en la jornada del Maleconazo? ¿Acaso no fue ayer cuando el aire fresco de los jóvenes blogueros irrumpió en los portales de la aldea global? Han sido episodios intensos y esperanzadores que nos hicieron vivir el instante del espejismo. El falso oasis en medio de la nada de un desierto.

El fin de la tiranía es inevitable y sucederá más pronto que tarde, pero es improbable que ocurra como consecuencia de una manifestación multitudinaria que no puede materializarse mientras el Gobierno domine los mecanismos de la represión y el miedo. Lo habitual es que el dictador de turno muera en la cama, a menos que sus propios hombres fuertes conspiren para deshacerse del jefe. De lo contrario, la sociedad, desprovista de herramientas para impulsar la resistencia cívica, simplemente intenta sobrevivir o huir del país a la menor oportunidad. Y los cubanos no tienen un componente genético distinto a tantos otros pueblos que han permanecido oprimidos durante años.

A este lamentable modelo político le llegará su hora final, y seguramente los propios miembros de la nomenclatura se encargarán de desmontar el andamiaje en los estertores de la polvorienta dinastía. Entretanto, continuaremos siendo testigos de hechos tan terribles como la injusta muerte de Orlando Zapata Tamayo, cuya valerosa madre no ha dudado en calificar de "asesinato premeditado" por parte del Gobierno cubano.

Los que acompañaron a Doña Reina Luisa en su duelo ya han regresado a sus hogares. Los que en la isla tuvieron el arrojo de solidarizarse con ella se han visto obligados a retornar a sus asuntos. En su humilde vivienda sólo permanecen los crespones negros de su infinita tristeza. En Cuba, de nuevo todo es silencio. Y los corazones desmayados.

Gina Montaner

© Firmas Press

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