El miércoles de esta semana, un desconocido concejal del PSOE y segundo teniente de alcalde de Paradas, Sevilla, llamado Joaquín Manuel Montero enviaba una carta a ZP y a la secretaria de Organización, Leire Pajín, solicitando su «baja como militante del PSOE» desde el momento en que se había aprobado la nueva Ley del Aborto. Aunque muy correcta en el tono, la misiva acumulaba en su contenido acusaciones de una enorme gravedad como la de que el PSOE era «una organización que legitima la muerte de inocentes mediante la aprobación de leyes injustas», la de que la nueva norma había sido aprobada «con una ajustada mayoría de voluntades compradas a golpe de concesiones» o la de que el PSOE había «obviado el diálogo interno dentro del partido sobre un tema que, no sólo es contrario al humanismo universal que históricamente caracterizó al socialismo, sino que además divide a la sociedad dramáticamente».
Por añadidura, Montero ha señalado que, al impulsar esta reforma de la legislación del aborto, el PSOE engañaba a su electorado, un comportamiento que iría en la línea del alejamiento de la gente pobre sobre la que en su día se apoyó. De manera más que significativa, Montero no parte ni mucho menos en sus planteamientos de una visión religiosa sino que apunta a los viejos y verdaderos militantes socialistas que le habrían enseñado que no existe actualmente una afirmación más reaccionaria que la del derecho de una persona sobre la vida del hijo no nacido. En opinión de Montero, el PSOE debería defender la vida en todas sus manifestaciones y esto incluiría la oposición al aborto. Examinadas las declaraciones de Montero, no hay nada que me haga pensar que profesa algún tipo de creencia religiosa o cuenta con una fe de carácter trascendente. Sin embargo, no abrigo ninguna duda al pensar que Montero, el antiguo concejal del PSOE, tiene una sensibilidad espiritual infinitamente superior a la de otras personas que se jactan de su filiación confesional. Pienso, por ejemplo, en los católicos confesos del PSOE que, como Bono, han intentado justificar el voto en favor de la ley que amplía el aborto apelando a especiosos argumentos teológicos o en aquellos que ni siquiera se han tomado ese trabajo, pero la han respaldado igual como pueden ser José Blanco, María Teresa Fernández de la Vega o Miguel Ángel Moratinos.
Seguramente también es considerablemente mayor que la de los cargos electos del PNV, un partido que hasta ayer mismo insistía en que cómo su catolicismo era fetén a diferencia del que profesaban los maketos. Incluso me atrevería decir que la conducta de Montero supera en nobleza a la de algún clérigo reconocido que ha sostenido la peregrina idea de que la excomunión que pesa sobre los políticos que respaldan una ley abortista no es «pronunciable» en el caso de un monarca, lo que, aparte de muy discutible, dejaría, por ejemplo, al rey Balduino a la altura del betún. Quizá es que Montero, a diferencia de todos los demás, es simplemente una persona decente que coloca su conciencia por delante de otro tipo de consideraciones como pueden ser el dinero, el poder, el cargo o la fama. Quizá, pero, en cualquier caso, no se puede negar que hay ocasiones en que lo que acaba definiendo a un ser humano, por encima de etiquetas y rótulos, es la decencia.
César Vidal
www.larazon.es
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