Desde Sevilla, me pregunta Valenzuela: «¿Para qué quiere Zerolo un mapa del clítoris?» Le digo que pregunte en el Ayuntamiento, donde Zerolo es una eminencia, por Juan de la Cosa. ¿Qué otra cosa le voy a decir? ¡Un mapa del clítoris! «El clítoris de la niña se comporta al principio exactamente como un pene...», dice mi Freud. ¿Para qué seguir? A Zerolo le pasará con el mapa del clítoris lo que a otros artistas con el cuadro del «Guernica»: el toro es el pueblo, y el caballo, el franquismo (Larrea); el toro es español, y el caballo, vasco (Oteiza)... Tengo para mí que la cursilería es el mal de nuestra época. La cursilería, en fin, es el esmoquin del pobre. El mapa del clítoris de Zerolo es tan cursi como el mapa del urbanismo de Gallardón, basado en los balanos de granito embravecido para jalonar el nuevo barrio de Salamanca, con sus merenderos Pinypón y sus baldositas para, estos días de lluvia, jugar a los barcos: cada dos baldositas o escaques, y siguiendo los movimientos del caballo del ajedrez, hay uno suelto, y sólo con pisarlo echas a perder el zapato y el pantalón, con el agua negra y fría -las aguas heladas del cálculo egoísta, en terminología marxista- resbalando pernera abajo. El cantautor de la cursilería andante es Serrat, que confunde los toros con un manifiesto de García Montero y que quiere irle con flores a Garzón, como si Garzón fuera la «tieta». ¡Flores a Garzón! Mejor sería que le pusiera música a la famosa carta del juez dándole el castizo toque de sablista al banquero, suponiendo que le haya dejado cabeza para otra melodía el centenario de Miguel Hernández, el poeta -nada cursi- abofeteado a lo Rita Hayworth por la bragada novia del marinero en tierra. Madrid está triste. Un vejete de progreso inaugura una cibercheka y señala al amigo Prada porque «reza». Recordad, decía Foxá, que en los tribunales de las checas de Madrid siempre había algún cojo o algún jorobado. ¿De qué pie cojeará el vejete?
Ignacio Ruiz Quintano
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