El sistema político está podrido, entre otras razones porque los partidos políticos españoles, como me recordaba el otro día un ilustre lector, no son de la sociedad civil sino del Estado. A partir de ahí las confusiones e identidades entre el Gobierno y la oposición hacen inviable una genuina democracia de alternancias ideológicas diferentes en el poder. Hay, pues, más puntos en común entre los socialistas y los del PP de los que están dispuestos a admitir sus dirigentes. La casta política vive instalada en un Estado de Partidos sin importarle una higa la situación del Estado de Derecho. Las noticias, por ejemplo, de El Mundo sobre el juicio del 11-M harían crujir el estaribel judicial y el tinglado político, si esto fuera un país medianamente decente. Pero todos callan. Miran de reojo y esperan que escampe.
España no tiene Estado de Derecho, entre otros motivos, porque no tiene nación. Por eso, la única preocupación de la casta política, con el jefe del Estado a la cabeza, es que la plebe tenga la andorga llena. La casta sólo piensa para sí misma y en clave partidista. Sólo piensan en que sus respectivas "administraciones" –central, autonómica o local– sigan convirtiendo a los ciudadanos en súbditos consumidores de sus caducados alimentos. La casta ha destruido, sí, el escenario de la política: la sociedad civil más desarrollada. Su única dedicación es el Estado-Administración, naturalmente, de sus propios intereses. La casta vive feliz antes en un Estado de Partidos, expresión generalizada desde la República de Weimar hasta hoy, que en un Estado de Derecho.
Y, por supuesto, sustituyen la nación por cualquier sucedáneo del Estado-Administración. En otras palabras, el Estado-nación no está en crisis sino a disposición de los partidos políticos españoles, o sea, son los partidos los auténticos dueños de la sociedad y, por ende, de la nación. Han destruido, sí, el escenario de la política: la sociedad. La nación. Es como si los sujetos de la política ya no fueran los gobernados, los paisanos, los ciudadanos, los nacionales, sino sólo y exclusivamente los gobernantes. El Estado está por encima de la nación y, naturalmente, de la patria.
Sin embargo, y aquí viene la paradoja de la casta política, cuando las cosas van mal para los gobernantes, entonces estos apelan a la sociedad, al país, a la nación e, incluso, a la patria. Justamente ahí, cuando la situación de una nación es desesperada, desde la perspectiva económica o espiritual, entonces los políticos, los dirigentes de los partidos políticos, apelan a la nación, más aún, a la patria. Es el caso de Rodríguez Zapatero. El hombre que ha gobernado no sólo de espaldas a la nación, sino destruyendo los lazos territoriales, históricos y culturales, recurre ahora al patriotismo. Miserable es su actitud. Más aún, llama "antipatriotas" a la oposición porque no secunda sus propuestas. Terrible. El mitin del presidente del Gobierno, en Málaga, el domingo pasado pasará a la historia de la infamia política por su enésima llamada a la patria.
Por fortuna, la apelación casi constante al patriotismo de la que está haciendo gala, Rodríguez Zapatero, me ha hecho ver con claridad a quien se le debe aplicar la famosa frase: "El patriotismo es el último refugio de los canallas".
Agapito Maestre
http://www.libertaddigital.com
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