[...] La elección y designación de quienes habrán de redactar las leyes y distribuir los bienes es una alta dignidad y una importante responsabilidad. Importa a cada elector, en efecto, decidir la manera en que esa dignidad sea ejercida y esta responsabilidad fielmente cumplida. |
A todos y cada uno de quienes participan en este debate nacional importa en grado sumo trasladarles la idea de que no son merecedores de un escaño en el Parlamento quienes no sean patriotas, porque sólo ellos están en disposición de proteger nuestros derechos, y sólo en ellos podemos depositar nuestra confianza.
Patriota es el hombre cuya conducta pública está sometida a un principio único: el amor por su país; quien, en su actividad parlamentaria, no alberga esperanzas o temores personales ni aguarda favores o agravios, sino que todo lo somete al interés común.
¿Quién se atrevería a decir que esta época degenerada es capaz de arrojar, entre quinientos hombres, una mayoría que responda a tan virtuoso principio? Pero el desaliento no es la solución: mantenerse alerta y activos, en cambio, suele arrojar mejores resultados de los deseados. Busquemos patriotas donde sea posible hallarlos, pero, para no engañarnos con falsas apariencias, habremos de estar atentos a distinguir las certeras de las señales engañosas, ya que un hombre puede tener todas las trazas del patriota y, sin embargo, carecer de sus cualidades constitutivas, del mismo modo que las falsas monedas, que suelen brillar lo mismo que las verdaderas, sin embargo pesan menos que éstas.
Hay quienes reclaman el derecho de figurar en la nómina del patriotismo por su encarnizada y constante oposición a la Corte.
Esta señal rara vez es infalible. El patriotismo no es forzosamente atributo de la rebeldía. Se puede odiar al rey, y sin embargo no estimar al país. Quien ve rechazadas sus pretensiones, sean o no razonables, quien piensa que sus méritos son insuficientemente valorados, quien asiste al declive de su influencia, no tardará en discurrir sobre igualdad natural, sobre lo absurdo de que haya "mucho en beneficio de unos pocos", sobre contratos originarios, sobre los fundamentos de la autoridad y la majestad del pueblo. Y a medida que vaya en aumento su melancolía, señalará y tal vez soñará con el fortalecimiento de los privilegios y los peligros del poder arbitrario. Pero en ninguna de estas manifestaciones su intención buscará el beneficio de su país, sino la recompensa a su astucia.
Con todo, estos opositores al gobierno son los más honestos: su patriotismo es una forma de enfermedad, y en parte sienten lo que dicen. Pero la mayoría, la inmensa mayoría de quienes se quejan y despotrican, inquieren y acusan, no lo hacen movidos por dudas razonables o porque alberguen temor o sientan preocupación por la vida pública, sino porque aspiran a hacer fortuna al calor del resentimiento y la invectiva, y con su vehemencia y vituperios buscan a quien se ofrezca cuanto antes a comprarles su silencio.
Para que un hombre descubra al patriota que hay en él, a veces basta con sembrar el descontento y propalar noticias de tramas ocultas, peligrosas influencias, violaciones de derechos o usurpaciones encubiertas.
Estas actividades nada tienen que ver con el patriotismo. Infundir rabia con ánimo peor que la provocación equivale a suspender la felicidad del pueblo, cuando no a destruirla. No puede considerarse amigo de su país quien perturba innecesariamente su paz. Pocos son los errores y defectos de los gobiernos que puedan alegarse para justificar el alboroto de la muchedumbre, que en ningún caso ha de instituirse en juez de lo que es incapaz de comprender, ya que sus opiniones no se propagan por la razón, sino que se transmiten por contagio.
Que esta especie de patriotismo es una falacia salta a la vista, especialmente cuando, tras haberse reparado el mal, sin embargo no cesa el tumulto.
Es cuando menos lícito sospechar que el título de patriota no es una justa recompensa a la sátira anónima y el escarnio público. Llenar los periódicos con taimadas insinuaciones de corrupción e intrigas (…) puede que sea muestra de diligencia, pero también pueden serlo de malicioso interés. Introducir un escrito a sabiendas de que la solicitud que contiene no será satisfecha, insultar al rey con una amonestación descortés: el simple hecho de que estos actos de insolencia legal no sean pasibles de castigo y que quien los comete no se exponga a peligro alguno no basta para hacer de ellos una manifestación de valor. Tampoco de patriotismo, ya que tales actos, al socavar el respeto debido a la autoridad suprema, promueven la subversión del orden y son causa de males para todos.
Del patriotismo son distintivas la cautela y la vigilancia, la prevención de asechanzas encubiertas, la previsión de peligros en ciernes. El verdadero amigo de su patria se apresta a manifestar sus temores y dar la voz de alerta en cuanto detecta la inminencia de una amenaza, pero lo que nunca hace es tocar a rebato en ausencia de enemigos, o infundir terror entre sus compatriotas sin motivo. Es legítimo, por tanto, dudar del patriotismo de quienes acostumbran dejarse trastornar por inverosimilitudes (…).
Aún menos patriota será quien se empeñe en propagar opiniones a sabiendas de que son falsas.
[…]
Si la libertad de conciencia es un derecho natural, no debiéramos permitirnos denegarla, y si resulta ser una indulgencia, habríamos de concederla a los papistas cuando no la prohibimos a otras sectas.
Un patriota es necesariamente y siempre un amigo del pueblo. Pero hasta esta señal puede a veces ser engañosa.
El pueblo es una masa muy heterogénea y confusa de ricos y pobres, sabios y necios, buenos y malos. Antes de conceder el título de patriota a quien se declara afecto al pueblo, hemos de examinar a qué parte del mismo dirige su reclamo. El proverbio dice que quien disimula su verdadero carácter lo revela a través del de sus amigos. Si el candidato a patriota se esfuerza por inculcar opiniones correctas entre las clases superiores, para que mediante su influencia puedan éstas regular a las inferiores; si se relaciona principalmente con personas juiciosas, ecuánimes, confiables y virtuosas, su amor al pueblo puede ser considerado racional y honesto. Pero que no se atreva a jactarse de su amor al pueblo quien ante todo y principalmente se dirige a los indigentes, siempre proclives a la exaltación; a los débiles, que por naturaleza son suspicaces; a los ignorantes, fáciles de inducir a error, o a los disolutos, que sólo aspiran a causar daño y sembrar la confusión. (…) Es posible que entre borrachos [el demagogo] goce de la consideración de ser "un buen tipo", y que algún que otro artesano sobrio piense que es un caballero "sin pelos en la lengua", pero habría de tener otras credenciales para fungir de patriota.
Patriota es quien siempre está dispuesto a apoyar causas justas y alentar esperanzas razonables en el pueblo, recordándole sin tregua sus derechos y animándole a reconocer y prevenir abusos.
Todo lo cual, no obstante, puede hacerse sin verdadero patriotismo. Dar falsas esperanzas para obtener beneficios inmediatos sólo preludia desencanto y disgustos. Prometer grandes empresas a sabiendas de que las mismas son ineficaces equivale a engañar a terceros con hueras manifestaciones de inútil celo.
El patriota verdadero no se dedica a sembrar promesas. Tampoco se esfuerza en abortar parlamentos, revocar leyes o cambiar el modo de representación legado por nuestros antepasados. Porque sabe que el futuro no depende de su voluntad y que no todas las épocas son igualmente propicias al cambio.
Aún menos se compromete con confusas vaguedades a obedecer las exigencias de sus electores. Conoce bien los peligros de las facciones y la inconstancia de las multitudes. Antes procurará conocer la importancia y alcance de las opiniones de sus electores. Los programas populares generalmente son obra, no de los más sabios y constantes, sino de los violentos y temerarios. Quienes atienden mítines para conferir con sus representantes suelen ser individuos ociosos y licenciosos. Y no andarán errados quienes sospechen que, como sucede con cualquier otra congregación humana, los más sabios de sus representados suelen ser una minoría.
El patriota es consciente de haber sido elegido para promover el bien público y defender a sus electores, junto con el resto de sus compatriotas, no sólo del daño que otros puedan infligirle, sino del que pudieran hacerse a sí mismos.
Una vez reconocidas las señales comúnmente atribuibles al patriotismo, y habiéndose visto que pueden ser falsificadas con artimañas o malogradas por insensatos, no estará de más determinar si existen maneras precisas de hablar y actuar que sean propias de los no patriotas.
En esta parte de nuestra investigación, es posible que se puedan aducir pruebas más claras y alcanzar conclusiones más seguras, pues suele ser más fácil detectar lo falso que lo verdadero, descubrir lo que hemos de evitar antes que lo que debiéramos procurar alcanzar.
La guerra es uno de los males más abrumadores para la nación, una calamidad que trae consigo toda suerte de miserias, ya que pone en peligro la seguridad de todos, suprime el comercio y arrasa las tierras, y expone a gran número de personas a privaciones, peligros, cautiverio o muerte. Siendo esto así, quien aspire a la prosperidad de su nación no puede al mismo tiempo exacerbar resentimientos generales ahondando en heridas particulares o imponiendo derechos dudosos y de escasa relevancia.
(…)
Quien aspire a que su país se vea despojado de sus derechos no puede ser considerado un patriota.
A partir de ahora, las elecciones cuestionables podrán ser sometidas a examen con el mismo rigor y seriedad que cualquier otro título. El candidato que haya sabido granjearse los favores de sus vecinos, ahora está seguro de poder disfrutar de las consecuencias del apoyo recibido, y los electores que voten honestamente por méritos reconocidos sabrán que no han votado en vano.
(…) Y quisiera creer que no es mucho pedir que la nación se deshaga de sus falsas ilusiones y consiga unirse para manifestar su repulsa a quienes se han dedicado a engañar a los crédulos con falsos agravios, avasallar a los débiles con mentiras descaradas, halagar las opiniones de los ignorantes y satisfacer la vanidad de los mezquinos, y que con su desprecio a la honestidad y sus ofensas a la dignidad han sabido rodearse de todo lo que el reino cuenta de ruin, burdo e inmoral. Son los mismos que, habiendo "por mérito ascendido a esta funesta preeminencia", se arrogan el título de patriotas.
NOTA: Este texto está tomado de EL PATRIOTA Y OTROS ENSAYOS, de SAMUEL JOHNSON, que acaba de publicar la editorial EL BUEY MUDO.
http://revista.libertaddigital.com
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