Los viejos militantes de Falange Española, para proclamar la firmeza de su voluntad, se autodefinían como inasequibles al desaliento, una poética expresión que, posiblemente, quiera decir lo contrario de lo que parece. José Luis Rodríguez Zapatero que, sin serlo, luce mañas de jefe de centuria, es también inasequible al desaliento y, puestos en la evocación del pasado, bien podría ser un miembro del trío Los Panchos cuando entonaban aquello tan bonito: «Yo estoy obsesionado contigo y el mundo es testigo de mi frenesí». Tiene tal fijación con José María Aznar que ha llegado a invocar su nombre como responsable del paro que padecemos en función del urbanismo salvaje desplegado por el PP.
Somos testigos, como el mundo para Los Panchos, del frenesí presidencial. La crisis internacional que padecemos se sustenta, según la patológica obsesión de Zapatero, en la avaricia financiera, la especulación de las instituciones y, en el caso español, en la política urbanística del aznarato. No deja de ser curioso si se considera que la mayoría de las competencias urbanísticas fueron transferidas a las Autonomías en tiempos de Felipe González. Esa obsesión de Zapatero es intelectualmente insostenible y políticamente barata; pero forma parte integral del personaje. Es la misma que le lleva, una y mil veces, a requerir la adhesión de Mariano Rajoy a sus ignotos planes de solución para una situación, crecientemente insostenible, de paro y empobrecimiento colectivo.
La mayoría que asiste a Zapatero en el Congreso, natural o inducida, exime al PP de responsabilidades de apoyo al Ejecutivo. Así lo viene sosteniendo Rajoy y por eso resulta chocante que Javier Arenas, líder del continuado fracaso popular en Andalucía, les dijera a sus subordinados reunidos en Ronda que «... hasta que haya elecciones, el PP tiene que ayudar a salir de la crisis». Ignoro las claves secretas del Curso de Invierno que sirvió de marco al discurso de Arenas; pero, ¿en nombre de qué principio, democrático o ético, la oposición debe ayudar al Gobierno en algo que no considera útil para el Estado, conveniente para la Nación o deseable para la Patria? Ya sabemos que la seriedad y el rigor no son herencia frecuente en nuestra partitocracia; pero la respuesta al disparate de una acusación falaz con un compromiso inexistente nos da la medida del peligro que nos circunda, por la derecha y por la izquierda.
M. Martín Ferrand
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