Así como el debate en torno a la República y la Guerra Civil puede darse por zanjado (quienes persisten en las viejas posiciones han demostrado sobradamente su incapacidad para sostenerlas con argumentos y datos), no ocurre lo mismo con los años entre los finales de la Guerra Civil y la mundial, época clave que he tratado en Años de hierro, y sobre la que la confusión y la propaganda siguen pesando en demasía. Acaba de aparecer el libro Entre la antorcha y la esvástica, de Emilio Sáenz-Francés, referido a los años de la guerra mundial en España. Apenas he empezado a leerlo, por lo que esta no es una reseña del mismo, pero sí me ha parecido importante señalar algunos aspectos de su enfoque inicial, a mi juicio poco realista y un tanto sumiso al tópico, lo que puede condicionar el conjunto.
Así cuando ofrece unas imágenes meteorológicas de la historia general de España demasiado subjetivas y por ello irrelevantes para culminar: "El primer franquismo, aquellos años de NO-DO, de hambre, de racionamiento, suponen un tiempo particularmente difícil de la historia de España y nuestra mirada hacia él no ha podido desprenderse de esa realidad". Sí cabe desprenderse con facilidad de este lugar común si se considera que las penurias fueron cosa bastante menor comparadas con las de la postguerra en la mayor parte de Europa, con millones de muertos por el hambre, el frío, las deportaciones y las venganzas políticas; y que también fueron aquí años de reconstrucción, en general exitosa pese a las difíciles circunstancias: en esos años descendió notablemente la mortalidad infantil, se alargó la esperanza de vida, aumentó el consumo de energía eléctrica, se expandió notablemente la enseñanza media y superior y mejoraron otros índices con respecto a la República. Otro tópico afirma que España no alcanzó la renta per capita de 1935 hasta 1951, 1953 ó 1959, según preferencias, cuando es muy probable que lo consiguiera ya en los mismos años 40 (aparte de la trampa de hacer la comparación con el año 1935, el mejor de la República, en lugar de hacerlo con la primera mitad de 1936, cuando la economía cayó en picado por el proceso revolucionario en curso). Este desenfoque difícilmente dejará de condicionar el examen de los sucesos de la época, y relativiza un tanto el esfuerzo que el autor propone de "comprender, no convencer".
De igual modo parece un tanto insuficiente la "contextualización ideológica del régimen franquista". Lo caracteriza, adecuadamente, como un régimen autoritario no fascista, aunque al parecer "fascistizado", sea eso lo que fuere, sobre todo en aquellos años. Sin embargo, su análisis es meramente sociológico, o mejor sociologista, y no histórico. Comprender históricamente el franquismo obliga a explicar su origen y la evolución política del propio Franco, algo que no encontramos en el capítulo: ¿Surgió el régimen de un asalto a un gobierno legítimo o de un alzamiento contra un proceso revolucionario? Si esta cuestión no queda clarificada, el análisis posterior cojeará de modo difícil de evitar. Lo mismo cabe decir de la "fascistización", pues debe distinguirse el fascismo propiamente dicho, es decir, italiano, del nacionalsocialismo alemán, fenómenos harto diferentes bajo algunas semejanzas: todos los regímenes presentan semejanzas y diferencias, y unas y otras deben explicitarse, siquiera sea someramente.
Asimismo, no puede describirse el panorama general de la época sin remitirse a sus grandes líneas y expectativas. Franco, por ejemplo, declaró su neutralidad para caso de conflicto europeo ya en 1938, durante la crisis de Munich, algo que el autor reseña pero sin darle su verdadera importancia. Franco hizo su declaración por dos razones: porque temía una invasión francesa que anulase sus triunfos en lo que iba de guerra civil, y porque consideraba –como casi todo el mundo– al ejército de tierra francés como el más poderoso de Europa, de lo cual se seguía que una guerra con Alemania repetiría la experiencia de la I Guerra Mundial, lo que sólo podría beneficiar a Stalin. El neutralismo de Franco se reforzó al estallar la guerra con la invasión de la católica Polonia por ¡Alemania y la URSS en alianza!, y de ahí el ardiente llamamiento del Caudillo a limitar el conflicto. Su actitud sólo cambió cuando, en lugar de repetirse la experiencia de la I Guerra Mundial, Alemania barrió al ejército francoinglés en pocas semanas y pareció instaurarse un nuevo orden europeo sin peligro comunista. Aun entonces, no obstante, Franco midió mucho sus pasos por razones que no hace falta interpretar porque él mismo las explicó. El marco general y su evolución no quedan bien claros en casi ninguna obra que yo conozca sobre la época, con lo cual la historia narrada corre el riesgo de perderse en detalles y anécdotas.
El autor del libro cita a John Lukacs: "En 1941, y el 22 de junio de 1941, para ser exactos, todo estuvo en manos de dos hombres, Hitler y Stalin, lo cual refuta a su vez la teoría sociocientífica prevaleciente en la actualidad según la cual la historia, especialmente a medida que progresa hacia una época masificada, está regida por vastas fuerzas económicas y materiales, y no por seres individuales". En realidad se trata de un falso problema. En todas las épocas las grandes decisiones las toman muy pocas personas, generalmente una en cada país, pero, salvo casos de locura, que también se dan, se toman atendiendo a una información más o menos amplia sobre las circunstancias materiales y no materiales, y con unas u otras expectativas. En ello influye la psicología de quien decide, por lo que el historiador no puede atender sólo a las circunstancias; pero debe ser muy precavido en relación con la psicología.
Dentro del examen del franquismo, el autor del libro concede la relevancia debida a la personalidad de Franco, pero sus conclusiones sobre él resultan dudosas. Habla de su "desdeñosa desconfianza" y "cautela", "propició un férreo control del Movimiento". ¿Así de fácil? Una de las habilidades más destacadas de Franco fue la de mantener bajo la rienda a las distintas "familias" del régimen, siempre proclives a rivalidades suicidas, lo cual no pudo ser obra de una astucia estrecha, como parecen indicar el autor y tantos autores más, sino efecto de una habilidad política muy excepcional en la historia contemporánea española, así como del prestigio de haber ganado una guerra que parecía perdida en un principio, y que ningún otro general podría haber ganado, como ningún otro político habría sido capaz de mantener al país fuera de la guerra mundial (Sáenz-Francés considera también "monocolor" el Gobierno de 1969, lo cual es muy discutible).
La caracterización del propio Franco resulta no ya sumaria, sino caricaturesca, basada en las impresiones de un personaje algo fantasioso, Hans Lazar, de quien adopta el supuesto de que Franco no se fiaba de nadie y no tenía "cómplices"... a no ser su esposa, Carmen Polo. De la que nunca se supo que tuviera ningún pensamiento o decisión política propia. El mismo autor se contradice poco después al señalar a Carrero Blanco, Jordana y a Serrano Súñer como personajes influyentes sobre Franco: "El proceso tras el cual Serrano perdió la preeminencia (...) es ilustrativa de la resistencia de Franco a adquirir un compromiso personal, en la larga duración, con una determinada postura política". Jordana no cuenta porque falleció pronto, pero ¿y Carrero? Con estos mimbres no parece fácil hacer un buen cesto, pero habrá que seguir con el tema.
Pío Moa
http://www.libertaddigital.com
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