quinta-feira, 1 de julho de 2010

'La hija de Robert Poste' - Excéntricos ingleses

Ahora que es época de elaborar listas de libros para el verano, permítanme recomendarles que incluyan en las suyas esta fantástica y divertida novela que por fin ha visto la luz en España.

Este clásico (relativamente moderno) de la literatura inglesa ha tardado 77 años en llegar hasta nosotros, pero la espera ha valido la pena. Gracias a la editorial Impedimenta y a la magnífica traducción de José C. Vales, los lectores de habla hispana pueden disfrutar de las peripecias de Flora Poste y sus excéntricos parientes, los Starkadder, en una excelente edición.

Una de las causas de semejante retraso habrá sido, sin duda, la gran dificultad que entraña la traducción de esta obra. La autora, Stella Gibbons, incorporó a la novela numerosos giros (reales o inventados) del habla del sur de Inglaterra que, desgraciada e inevitablemente, se pierden en la versión española. Creó, asimismo, términos como sukebind ("parravirgen") o mollock ("enredar"), tan abstrusos que ni los propios ingleses se ponen de acuerdo sobre su significado exacto. Todo ello, unido a la abundancia de referencias difíciles de identificar para el lector actual, complica enormemente la labor del traductor, pero José C. Vales ha realizado un trabajo excelente, logrando aproximarse al máximo al original y ofreciendo oportunas aclaraciones mediante notas al pie en aquellos casos en los que el lector podría sentirse más perdido. Indudablemente, algo se pierde respecto al original, pero es mucho más lo que se gana: poder leer, al fin, esta brillante novela en español.

El argumento es, aparentemente, bastante convencional. Flora Poste, inteligente, educada y moderna, queda huérfana a los diecinueve años. Dada la escasez de sus recursos económicos, decide vivir a costa de alguno de sus parientes, opción que, evidentemente, le resulta mucho más atractiva que buscarse un trabajo. Ello le permitirá, además, recopilar material para su gran proyecto: escribir, pasados los cincuenta, una novela que esté a la altura de Persuasión, de Jane Austen.

Tras un minucioso proceso de selección, elige a los parientes más prometedores: los Starkadder de Cold Comfort Farm. Familia disfuncional donde las haya, viven en una destartalada y mugrienta granja de Sussex, donde unas vacas –llamadas Desgarbada, Ociosa, Casquivana y Desnortada– presentan una alarmante tendencia a perder pezuñas y cuernos; las cosechas sufren exóticas enfermedades, como la Lacra del Rey o la Princesa en Pena, y, en general, reina la sensación de que todo se va a ir al garete de forma inminente.

Stella Gibbons.

Los Starkadder forman un surtido de lo más variado: Amos, el padre, maníaco religioso, predica con gran realismo sobre el fuego del infierno en la iglesia de la Hermandad de los Benditos Estremecimientos. Judith, la madre, presenta un acusado complejo de Yocasta y un aire de lo más melodramático; sólo logra mitigar su intenso sufrimiento contemplando las doscientas fotografías de su hijo Seth que adornan su cuarto. Este joven es el típico hombre fuerte y seductor de toda novela de ambiente rural que se precie: un rufián que huele a campo, lleva la camisa a medio abrochar y habla en un tono de voz tres octavas por debajo de lo normal. Otros parientes, a cada cual más peculiar, completan el cuadro; y, por encima de todos, la ominosa figura de la abuela, Ada Doom: recluida en su cuarto desde hace veinte años, maneja a la familia con mano de hierro en guante de esparto. La causa de su retiro es, como nos repite a cada paso, que vio "algo sucio en la leñera" siendo muy niña, y le causó un profundo trauma. Por ello, para evitarle el menor disgusto, ningún miembro de su familia podrá abandonarla jamás: siempre ha habido y habrá Starkadders en Cold Comfort Farm (frase también repetida ad nauseam).

Flora, una muchacha de lo más sensato y moderno, no tolerará semejante orden de cosas y, a la manera de la Emma de la novela homónima de Jane Austen, decide organizar la vida de cuantos pueblan la granja de acuerdo a su criterio, con resultados, en general, excelentes.

Tras este argumento aparentemente ligero y trivial se oculta una ácida crítica de la literatura de ambiente rural, muy de moda en aquella época. Gibbons trata a autores tan conocidos como Thomas Hardy, D. H. Lawrence o las hermanas Bron sin piedad ni reverencia; así, esas larguísimas descripciones propias del género, tan intensas, dramáticas y artificiales, son parodiadas en párrafos memorables, abundantísimos en adjetivos y símiles de lo más rebuscado. La autora indica, en el divertido prólogo, que ha señalado (a la manera de las guías de viaje) con uno, dos o tres asteriscos aquellos pasajes de mayor "altura literaria", a fin de ayudar al lector que dude si se encuentra ante una frase de gran profundidad o bien ante una simple estupidez. No hay tópico de esta clase de literatura que se libre de la crítica: la obsesión latente por el sexo, los personajes torturados por motivos idiotas, las muchachas que corretean por los campos como si fueran ninfas de guardarropía, el ambiente mísero, opresivo y bastante repugnante… Una crítica trufada de humor e inteligencia.

Al leer esta novela podemos darnos cuenta de lo mucho que Stella Gibbons tiene en común con su admirada Jane Austen: ambas dominan el lenguaje, la descripción de ambientes y personajes, y comparten un gran sentido del humor, por el que no ha pasado el tiempo. Pero, sobre todo, destaca la capacidad de la Gibbons para criticar con ironía y agudeza a todo bicho viviente: la aristocracia rural, que no vive más que para la caza y las fiestas; las sectas religiosas apocalípticas, con sus temibles predicadores; los campesinos, excesivamente toscos; los intelectuales a lo "grupo de Bloomsbury"… Nadie escapa, ni siquiera la protagonista, Flora, que, pese a todo su encanto e inteligencia, no puede evitar resultar a veces algo pedante y marisabidilla. Curiosamente, pese a ser caricaturescos, los personajes de Gibbons resultan más humanos y reales que los tremebundos héroes de autores como Hardy, e infinitamente más entrañables.

La hija de Robert Poste es, en suma, un perfecto ejemplo de la capacidad de los ingleses para reírse de sí mismos sin perder por ello ese irritante aire de superioridad que, en el fondo, tanto nos divierte a los anglófilos. Una lectura deliciosa para este verano y, en realidad, para cualquier otra estación.

STELLA GIBBONS: LA HIJA DE ROBERT POSTE. Impedimenta (Madrid), 2010, 357 páginas. Traducción: José C. Vales.


Carmen Pulín

http://libros.libertaddigital.com

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