«-Fidel, ¿y cómo tú ves la transición? -Me moriré en la cama y con la sucesión resuelta». Ésta es, más o menos, la conversación que García Márquez y Fidel Castro mantuvieron hace más de diez años, cuando en Cuba la muerte de Castro era apenas un sueño y el dictador había encontrado en el turismo y los hoteleros españoles el balón de oxígeno del cual la caída de la URSS le había privado unos años antes.
Fidel siempre tuvo como ejemplo a seguir la muerte de Franco. Quería acabar sus días en alguna de las muchas camas de las múltiples casas de seguridad que tiene en la isla, y a las que acudía aleatoriamente cada noche para evitar atentados. Por algunas de las frases que aparecían ayer en «su» carta/testamento en «Granma», puede que este primer deseo ya lo haya logrado: las constantes alusiones a su «estado crítico» y a «preparar psicológicamente» al pueblo se interpretan en muchas cancillerías como que «El Caballo» ha muerto y sólo se está preparando cuándo anunciarlo.
Respecto a lo segundo, elegir a su sucesor, está por ver si lo ha logrado. Está claro que su hermano Raúl, «la China», el militar que creció siempre a su sombra y a la de su esposa, Vilma Espín, es el elegido. En la isla, dudan de su carácter, por eso, los «duros» que rodeaban a Fidel ya han empezado los movimientos para eliminar adversarios y asegurarse el control del eterno «número dos». Ricardo Alarcón, el presidente del Parlamento, ha sido la primera víctima. Sólo así se entiende que en una isla-cárcel, donde nada se mueve sin el consentimiento del régimen, corriera y se publicitara dentro y fuera de Cuba el vídeo en el que el estudiante Eliécer dejaba en ridículo al veterano delfín.
Los «cubanólogos» ven tras el incidente a Pérez Roque, el dirigente más joven de la «castrocracia», el único nacido dentro de la Revolución, ex jefe de las juventudes comunistas y dirigente universitario antes de ser uno de los ministros de Exteriores que más tiempo lleva en un cargo que le ha permitido ser silenciosamente sondeado por Occidente «para cuando llegara el momento». Y el momento ha llegado. Como Castro quería, todo parece atado y bien atado. A los cubanos sólo les salvará un Adolfo Suárez.
Alberto Pérez Giménez - www.abc.es
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