La vieja Inquisición española velaba por la ortodoxia del pensamiento oficial; celosos de su oficio, fiscalizaban, incluso, la pureza de sangre. Llevaron a la cárcel a Fray Luis de León, cuatro años y medio, y un año a Juan de la Cruz. Pero si, además, no había «pureza de sangre», si el padre o ascendientes tenían sangre judía o morisca, entonces los mandaban a quemar públicamente en la hoguera.
Los nazis unieron también la heterodoxia y la genealogía a la represión en los campos de exterminio de millones de judíos, que murieron por ser diferentes, en uno de los más grandes holocaustos de la humanidad, junto a las purgas estalinistas.
Torquemada, Menguele, Beria, son distintos nombres del mismo fenómeno: la mentalidad totalitaria, en la que la diferencia se entiende como disidencia, que no tolera la discrepancia, que tiene que hurgar en la conciencia y censurar la genealogía. A esta negra bibliografía se añade ahora un trabajo de aficionados: el manual del candidato socialista 2008. Como buen producto de Ferraz es una tosca chapuza, impulsado por la misma mentalidad: la caza de brujas. El que no piense como ellos es un hereje y, si su padre hizo política con Franco, un peligroso anatematizado que hay que quemar públicamente en la hoguera.
Mi padre fue, ante todo, un hombre bueno. Jurista de vocación y de oficio, ingresó por oposición como jurídico de la Armada, y culminó su carrera como general ya en la democracia, e incluso fue asesor general de la Armada durante el mandato de Narcís Serra. Fue, además, profesor de Derecho y abogado hasta el final de su vida. Alcalde de mi ciudad, Cartagena, durante los años sesenta, fue luego gobernador civil hasta 1973, en que se reincorporó a su carrera. Un hombre de bien para todos cuantos le conocieron. A sus ocho hijos nos legó un patrimonio insuperable: la vida, los ideales y su amistad. Desde la fe cristiana profunda, nos enseñó siempre el respeto a la dignidad igual de todos los seres humanos con independencia de su raza, filiación o ideas. Muchos socialistas que le conocieron se sentirán hoy tan orgullosos como yo de su amistad y tan avergonzados como yo de esta chapuza.
A él no le habría gustado que yo me acordara ahora del padre de nadie.
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