quarta-feira, 20 de fevereiro de 2008

ZP, de la tragedia el drama

Se habla mucho estos días sobre el tono dramático que el señor Zapatero quiere imprimir a la campaña sin reparar en que, cualquier cosa que diga, ya lo dijo, y mejor, Paquita la del Barrio: «Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro». Ahí tienen al pendejo retratado sin fárrago. Malevo, fingidor, ensoberbecido, fatuo. Molde de la doblez y fragua del engaño. Tanto es así que el lema con más gancho en el abigarrado «hit-parade» de las pancartas sirve para explicarle a un niño de primaria en qué diantre consiste un pleonasmo.
«Zapatero embustero»: eso es un pleonasmo. O una redundancia, para no andarnos con palabros. Cuando el señor Zapatero habla de dramatismo, haciendo gala de un desparpajo irresponsable, es imposible obviar las circunstancias que le llevaron al poder un 14 de marzo. De aquella tragedia inmensa vinieron estos dramas. La consecuencia de haber firmado, a ciegas, una letra de cambio avalada por el trauma es que ahora nos roan las canillas los intereses usurarios. «Zapatero usurero». Que usura es, en efecto, trapichear con alimañas, especular con la memoria de los asesinados y poner a un país al borde del desahucio.

El presidente es un actor sin repertorio que se limita a interpretar su propio personaje. Un sonriente figurón de puertas hacia dentro (un vulgar figurante cuando sale de casa) que dice digo o Diego conforme sople el aire. Y con la misma firmeza en ambos casos. Huérfano de valores (incluso los bursátiles le han abandonado) y horro de sustancia, arroja caramelos a la tropa («¡joder, qué tropa!», como decía el clásico) que cree a pie juntillas en lo de los Reyes Magos. Pensar que Zapatero puede continuar en el Gobierno después de haber mentido a tirios y a troyanos, es un acto de fe tan raro en estos tiempos que su análisis le correspondería al Vaticano. ¿Y amenaza con romper el Concordato quien reivindica la fe del carbonero y el misterio insondable de los gobiernos trinitarios? Menos lobos, señores, que todavía no ha nevado. Menos lobos, que queda mucha fábula y el señor Zapatero fabulando es un hacha (la bicha, ni mentarla).

La farsa, por tanto, está dispuesta y el gran farsante ocupa el escenario. El primer acto consiste en dar estopa; el segundo en dar leña; el tercero en dar palos. Con eso -y con la rifa; la rifa que no falte- sobra para descerrajar la puerta grande y para salir a hombros de la plaza. El «panem et circenses», que denunciaba Juvenal, no tiene cabida en la modernidad rampante y lo que pide el cuerpo, porque lo dicta el marketing, es estacazo y dádivas. Gracias a Zapatero siempre toca, si no es un pito una pelota; de ahí que se lo rifen sus incondicionales. El premio, por supuesto, tendremos que pagarlo y nos saldrá más caro el collar que el galgo. Largo me lo fiáis: que le echen un ídem mientras tanto.

Montaigne nos enseñó que el más difícil arte al que puede aspirar el ser humano consiste en «rester soi-même», seguir siendo uno mismo en cualquier circunstancia. Y hay que reconocer que Zapatero -que, muy probablemente, confundirá a Montaigne con una etapa alpina del devaluado Tour de Francia- encarna el ideal del autor de los «Ensayos». No por virtud, por descontado, sino por impotencia manifiesta, porque la nada es inmutable. «Rester soi-même» es, para nuestro héroe, perseverar en la ignominia con un celo monástico y no apearse nunca del burro del engaño. O sea, que, de aquí a las elecciones, aunque persista la sequía, veremos llover sapos. Un espectáculo grosero, atropellado y tabernario, pero que tiene su puntito y que, además, es gratis. Sólo nos queda el recurso al pataleo, que es inseparable del teatro.
Valle-Inclán, por ejemplo, que profesaba a Echegaray un odio infatigable, acudía a todos sus estrenos para montar la parda. Y, una noche, al escuchar que la heroína tenía la piel de seda y los nervios acerados, se alzó como un resorte en el patio de butacas. «¡Ezo -gritó- no ez una zeñorita: ezo ez un paraguaz!». Don Ramón, según cuentan, ceceaba a destajo, pero, al menos, sus zetas reventaban de gracia. «La comedia é finita»: ríete, payaso.

Tomás Cuesta
www.abc.es

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