Cuando cayeron las Torres Gemelas, Robert Spencer decidió escribir Islam unveiled (2002), una obra de referencia sobre la religión en cuyo nombre humeaba el cráter de Manhattan. Después vino Inside Islam (2003), una sencilla pero completa guía del islam para católicos escrita por Spencer y el converso Daniel Alí. David Horowitz, uno de los pocos francotiradores de la comunicación que se atreve con Hollywood, encargó a Spencer que divulgara las actividades globales del yihadismo desde la página Jihad Watch.
Hoy, Spencer es uno de los mejores especialistas en el islam radical. Su nombre se cita con desprecio tanto entre el profesorado progresista de EEUU como en videos de Al Qaeda, y alguno de sus libros ha sido prohibido en países musulmanes como Pakistán. En España se le conoce por su Guía políticamente incorrecta del islam.
Muchos creen que la última guerra de Irak fue una guerra de religión provocada por el fundamentalismo cristiano de Bush, como respuesta a la agresión islámica de Ben Laden. Esta idea campa hoy a diestra y a siniestra, y viene a significar que el cristianismo representa para la paz una amenaza tan o más peligrosa que el islam. La religión, en general, sería el verdadero problema del mundo. De este pensamiento dimanan el "nuevo ateísmo" liderado por Richard Dawkins, la progresista alianza de civilizaciones y el redivivo secularismo decimonónico que perpetra sus quimicefas en España. Y también –aunque en sentido contrario– Religion of peace?, el último libro de Spencer, y el primero que en estos tiempos defiende sin complejos la superior valía del cristianismo sobre el islam.
Según Spencer, la guerra contra el terror yihadista es un conflicto ideológico que Occidente no puede ganar mientras acepte el relativismo, una ideología que conduce al desprecio de lo propio, la vergüenza cultural, la desestima moral y el autoodio. En este sentido, la tolerancia multicultural impone el menosprecio del cristianismo para igualarlo al islam. Religion of peace?, en cambio, sostiene que la equivalencia moral de ambas religiones es muy discutible, especialmente cuando se analiza el valor atribuido a la violencia en cada una de ellas.
Para Spencer, el cristianismo es una religión de paz, mientras que la violencia es inherente al islam. Eso no significa que todos los musulmanes sean violentos, sino que la religión islámica permite sostener vías de acción violenta que repugnarían al cristianismo. Ahí están, por ejemplo, las cuestiones del martirio homicida, la apostasía penada con la muerte, la ley del talión, la yihad ofensiva, la esclavitud, la violencia contra la mujer o el antisemitismo.
El autor no es sistemático, pero apunta cuatro razones por las que la violencia es más predominante y difícil de erradicar en el islam de lo que lo ha sido jamás en el cristianismo. Por un lado está el carácter ejemplar de Mahoma, un general que conquistó territorios, organizó batallas, asesinó enemigos, tomó esclavos y rapiñó botines. Por otro, la consideración del Corán como libro "descendido", dictado literalmente por Dios, dificulta una interpretación espiritual de las suras más violentas. Desde otra perspectiva, la tendencia totalitaria intrínseca al islam hace casi impracticable la separación entre el poder civil y el religioso, con la consiguiente confusión legal e institucional en la administración de la violencia. Finalmente, tampoco favorece la paz una antropología que divide el mundo en la Casa del Islam y la Casa de la Guerra, y que mediante la dhimmitud rebaja la dignidad humana de los no musulmanes en tierras islámicas. No sorprende que Spencer invite a los líderes islámicos a revisar la jurisprudencia y la enseñanza islámicas tradicionales, si de verdad desean acabar con el yihadismo.
¿Por qué, entonces, la manía occidental de rebajar el valor moral del cristianismo frente al islam? Uno de los mayores aciertos de Spencer reside en que ha señalado que la tradición promusulmana y anticristiana de Occidente se remonta al iluminismo del siglo XVIII. El historiador anticlerical Edward Gibbon habría esparcido la idea del islam como religión racional, libre de odiosos sacerdotes y predicada por un Mahoma convertido en legislador sabio y tolerante. Desde entonces, el socialismo utilizaría periódicamente el islam como arma contra la Iglesia. Esta misma idea de Gibbon y Voltaire, pasada por el filtro nietzscheano, se la escucharía Albert Speer a Hitler:
Ha sido una desgracia tener la religión equivocada. La religión mahometana habría sido mucho más compatible con nosotros que el cristianismo. Si Carlos Martel no hubiera vencido en Poitiers, con toda seguridad habríamos sido convertidos al mahometismo, ese culto que glorifica el heroísmo y sólo abre el séptimo cielo al guerrero audaz. Entonces las razas germánicas habrían conquistado el mundo. Sólo el cristianismo nos impidió hacerlo.
El multiculturalismo actual sería un ejemplo más de esta veta ideológica, como demuestran los mitos progresistas que rebajan la componente violenta del mahometismo. Por ejemplo, la creencia de que el islam es una religión pacífica "secuestrada" por un puñado de radicales. ¿Por qué entonces los musulmanes se exasperan contra las viñetas danesas o el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, y no contra Ben Laden –a quien apoya el 25% de los jordanos y el 61% de los nigerianos–, por el supuesto secuestro de la fe islámica?
Otro mito: el yihadismo pretende sustituir la ley secular por la sharia del mismo modo que la conspiración teocón persigue instaurar la teocracia en EEUU. Sin embargo, ¿qué secta cristiana en el mundo pretende que la Biblia rija la vida social, o comete actos violentos amparándose en citas evangélicas? ¿No oculta esta equivalencia el intento progresista de prohibir la simple participación cristiana en la vida pública?
Religion of peace? no es sólo un documentadísimo análisis del papel que la violencia desempeña en el islam, sino un atrevido careo entre islam y cristianismo que invita a asumir con confianza las raíces cristianas de la civilización occidental. Según Spencer, ésta es la condición previa para afrontar con éxito la amenaza yihadista de las próximas décadas. Sin ella será imposible la necesaria alianza de todos aquellos que, creyentes o ateos, defienden la libertad y los derechos humanos frente al violento supremacismo islámico. Sobre todo en esta hora, cuando el progresismo anticristiano ha abandonado su papel de cicerone del islam y se ha convertido en su donjulián.
Guillermo Elizalde Monroset
© Fundación Burke
ROBERT SPENCER: RELIGION OF PEACE? WHY CHRISTIANITY IS AND ISLAM ISN'T. Regnery Publishing (Washington), 2007, 264 págs.
Muchos creen que la última guerra de Irak fue una guerra de religión provocada por el fundamentalismo cristiano de Bush, como respuesta a la agresión islámica de Ben Laden. Esta idea campa hoy a diestra y a siniestra, y viene a significar que el cristianismo representa para la paz una amenaza tan o más peligrosa que el islam. La religión, en general, sería el verdadero problema del mundo. De este pensamiento dimanan el "nuevo ateísmo" liderado por Richard Dawkins, la progresista alianza de civilizaciones y el redivivo secularismo decimonónico que perpetra sus quimicefas en España. Y también –aunque en sentido contrario– Religion of peace?, el último libro de Spencer, y el primero que en estos tiempos defiende sin complejos la superior valía del cristianismo sobre el islam.
Según Spencer, la guerra contra el terror yihadista es un conflicto ideológico que Occidente no puede ganar mientras acepte el relativismo, una ideología que conduce al desprecio de lo propio, la vergüenza cultural, la desestima moral y el autoodio. En este sentido, la tolerancia multicultural impone el menosprecio del cristianismo para igualarlo al islam. Religion of peace?, en cambio, sostiene que la equivalencia moral de ambas religiones es muy discutible, especialmente cuando se analiza el valor atribuido a la violencia en cada una de ellas.
Para Spencer, el cristianismo es una religión de paz, mientras que la violencia es inherente al islam. Eso no significa que todos los musulmanes sean violentos, sino que la religión islámica permite sostener vías de acción violenta que repugnarían al cristianismo. Ahí están, por ejemplo, las cuestiones del martirio homicida, la apostasía penada con la muerte, la ley del talión, la yihad ofensiva, la esclavitud, la violencia contra la mujer o el antisemitismo.
El autor no es sistemático, pero apunta cuatro razones por las que la violencia es más predominante y difícil de erradicar en el islam de lo que lo ha sido jamás en el cristianismo. Por un lado está el carácter ejemplar de Mahoma, un general que conquistó territorios, organizó batallas, asesinó enemigos, tomó esclavos y rapiñó botines. Por otro, la consideración del Corán como libro "descendido", dictado literalmente por Dios, dificulta una interpretación espiritual de las suras más violentas. Desde otra perspectiva, la tendencia totalitaria intrínseca al islam hace casi impracticable la separación entre el poder civil y el religioso, con la consiguiente confusión legal e institucional en la administración de la violencia. Finalmente, tampoco favorece la paz una antropología que divide el mundo en la Casa del Islam y la Casa de la Guerra, y que mediante la dhimmitud rebaja la dignidad humana de los no musulmanes en tierras islámicas. No sorprende que Spencer invite a los líderes islámicos a revisar la jurisprudencia y la enseñanza islámicas tradicionales, si de verdad desean acabar con el yihadismo.
¿Por qué, entonces, la manía occidental de rebajar el valor moral del cristianismo frente al islam? Uno de los mayores aciertos de Spencer reside en que ha señalado que la tradición promusulmana y anticristiana de Occidente se remonta al iluminismo del siglo XVIII. El historiador anticlerical Edward Gibbon habría esparcido la idea del islam como religión racional, libre de odiosos sacerdotes y predicada por un Mahoma convertido en legislador sabio y tolerante. Desde entonces, el socialismo utilizaría periódicamente el islam como arma contra la Iglesia. Esta misma idea de Gibbon y Voltaire, pasada por el filtro nietzscheano, se la escucharía Albert Speer a Hitler:
Ha sido una desgracia tener la religión equivocada. La religión mahometana habría sido mucho más compatible con nosotros que el cristianismo. Si Carlos Martel no hubiera vencido en Poitiers, con toda seguridad habríamos sido convertidos al mahometismo, ese culto que glorifica el heroísmo y sólo abre el séptimo cielo al guerrero audaz. Entonces las razas germánicas habrían conquistado el mundo. Sólo el cristianismo nos impidió hacerlo.
El multiculturalismo actual sería un ejemplo más de esta veta ideológica, como demuestran los mitos progresistas que rebajan la componente violenta del mahometismo. Por ejemplo, la creencia de que el islam es una religión pacífica "secuestrada" por un puñado de radicales. ¿Por qué entonces los musulmanes se exasperan contra las viñetas danesas o el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, y no contra Ben Laden –a quien apoya el 25% de los jordanos y el 61% de los nigerianos–, por el supuesto secuestro de la fe islámica?
Otro mito: el yihadismo pretende sustituir la ley secular por la sharia del mismo modo que la conspiración teocón persigue instaurar la teocracia en EEUU. Sin embargo, ¿qué secta cristiana en el mundo pretende que la Biblia rija la vida social, o comete actos violentos amparándose en citas evangélicas? ¿No oculta esta equivalencia el intento progresista de prohibir la simple participación cristiana en la vida pública?
Religion of peace? no es sólo un documentadísimo análisis del papel que la violencia desempeña en el islam, sino un atrevido careo entre islam y cristianismo que invita a asumir con confianza las raíces cristianas de la civilización occidental. Según Spencer, ésta es la condición previa para afrontar con éxito la amenaza yihadista de las próximas décadas. Sin ella será imposible la necesaria alianza de todos aquellos que, creyentes o ateos, defienden la libertad y los derechos humanos frente al violento supremacismo islámico. Sobre todo en esta hora, cuando el progresismo anticristiano ha abandonado su papel de cicerone del islam y se ha convertido en su donjulián.
Guillermo Elizalde Monroset
© Fundación Burke
ROBERT SPENCER: RELIGION OF PEACE? WHY CHRISTIANITY IS AND ISLAM ISN'T. Regnery Publishing (Washington), 2007, 264 págs.
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