Cuidado con la bola de cristal. Aquí y ahora, las profecías están condenadas por definición al fracaso. Mejor será trabajar sobre condicionales. Aunque se enfade Newton: en la ciencia natural, proclama, hipótesis «non fingo». La política es otra cosa. Si gana Zapatero... Si gana Rajoy... Incluso si ganan los dos, uno en votos y otro en escaños. El ser humano no goza por fortuna de la facultad de adivinar el futuro. Como escribe Bertrand de Jouvenel, acaso podemos practicar el arte de la conjetura razonable. Veamos hoy la primera opción, por orden puramente convencional. Noche del 9-M. Alegría en Ferraz, más cerca del alivio que de la euforia. En el mejor de los casos para el PSOE, resultado parecido al actual. Zapatero casi lo estropea por no haber disuelto las Cortes después del verano. Da lo mismo: el triunfo convalida todos los errores.
Otra vez las mismas caras. Están más tranquilos que hace cuatro años. La sociedad española respalda mal que bien su pésima gestión a lo largo de una legislatura convulsa. Legitimidad plena, sin hipotecas internas ni amenazas exteriores. Ganar y gobernar, como en cualquier democracia sólida. ¿Qué hacemos mañana? Primero, claro, fijar el precio de los votos de investidura. No hay problema. Ahí siguen los de siempre: algún desencuentro artificial, y luego todo se arregla. Tal vez Bono no pueda presidir el Congreso, pero ya se buscará una salida aceptable para unos y otros. En mayo, nuevo Gobierno paritario. Tensa calma en el PP: puede pasar cualquier cosa, pero -de momento- Mariano Rajoy sigue ahí...
Algunos amigos inteligentes discrepan sobre el personaje. Dicen unos que, como buen radical, romperá la baraja sin atender a razones. Aseguran otros que, garantizado el poder, buscará el consenso para hacer suyo el beneficio de la estabilidad. Quizá no suceda ni una cosa ni otra. «Hoy es el día en que hemos de vivir», escribió W.H. Auden. Incluso Zapatero sabe transigir con los prejuicios cuando lo exigen los intereses. Lo demostró con el giro españolista, reforzado -según esta hipótesis- por el resultado electoral. La ventaja de ser posmoderno es que la coherencia es un valor a la baja. No existe Gran Relato que contar, ni objetivo firme que procurar. Hagamos una cosa y su contraria. Las urnas confirman los réditos que otorga la vulgaridad. ¿Para qué vamos a cambiar? La derecha se basta a sí misma, piensa, para regalar sus opciones. Dicho de otro modo: ganar en 2008 es ganar también en 2012, catástrofes al margen. La política posmoderna consiste en una manera de estar en el ágora, y si a la gente le gusta... El presidente se convence ahora de que su tiempo no era un simple paréntesis. El poder social y económico lo tiene claro: nadie quiere jugar en el bando perdedor. ¿Quién lo iba a decir? Unos cuantos «backbenchers»; una conspiración de pasillo; un trauma colectivo que le sitúa en La Moncloa... Increíble, pero cierto: cuatro años así, y hemos ganado sin grandes apuros. Pronóstico confirmado: el PSOE es el partido que más se parece a España. Sigamos a lo nuestro.
De las musas al teatro. ¿Qué hacemos con ETA? Sueña con aquella foto de Stormont. Sabe que no es Blair, pero hará todo lo que pueda. Lo peor es que no existe Gerry Adams, ni siquiera Martin McGuinness. Su imaginario «hombre de paz» cumple condena con tal mansedumbre que ya sólo suscita indiferencia. ETA es una banda de asesinos atroces que fabrica marionetas disfrazadas de partido político. No hay con quien tratar. Si fuera gente racional, habrían aprovechado aquella oportunidad favorable. Después del 9-M, Zapatero lo volverá a intentar. Si supiera cómo, lo diría; pero no lo sé. A estas alturas, ellos tampoco. Habrá que prescindir de mediadores inútiles y de otros «mochileros» con nombre de instituto globalizado. Quizá la única vía sea compartir la (triste) gloria con el PNV, porque no queda otro remedio. Ilegalizar una marca subsidiaria no prejuzga el futuro: el PNV está encantado porque recibe el beneficio electoral y los etarras, si hace falta, se inventarán otras siglas. A lo mejor alguien se enfada en el PSE, pero la táctica impone sus reglas: ya se enfadaron por todo lo contrario los socialistas navarros, y la vida sigue. ¿El 25 de octubre? Ibarretxe tendrá que salvar los muebles: no convoco el referéndum porque «estamos negociando un nuevo estatuto que...» ¿Y el modelo territorial? Para entonces, tendremos sentencia sobre Cataluña. Mejor dicho, ya la tenemos, conocido el criterio del Tribunal Constitucional sobre la Comunidad Valenciana. Habrá que añadir algunas dosis de retórica sobre la nación «cultural» y el encaje «bilateral» que complementa, pero no elimina, el ámbito de las instituciones comunes. Cuando hace falta, el derecho constitucional sabe ser flexible.
No sólo de organización territorial -aunque casi- viven los políticos en España. Habrá que atender al capítulo socioeconómico. Los 400 euros hay que pagarlos, ya lo sabe Pedro Solbes. Otras dádivas pueden quedar en lista de espera. Hay nubes en el horizonte, como es notorio, pero un optimista rousseauniano se irrita ante la ciencia «lúgubre» y su empeño de estropear la fiesta. Alguien pagará la factura. No esperen, por supuesto, medidas estructurales ni ajustes razonables. Improvisar cada día, y ya veremos si lo arreglan en Francfort o en Nueva York. Cuando se agote el vicepresidente económico, jubilación honorable. No será el único. Si gana el PSOE, la vieja generación socialista será la gran perdedora del 9-M. Ellos sabrán a quién votan. Esta vez no quedará ni uno. Zapatero necesita con urgencia generar su propia «beautiful» empresarial y mediática. A por todas, que este es el momento. En la era del negocio global, los abuelos no digitales son un estorbo. La «guerra del futbol» era un simple aperitivo. La presión sobre las grandes empresas pondrá en evidencia la solidez del mercado. Ahora viene la prueba de fuego. El poder espiritual también cambia de manos. Yo no apostaría por «claves» y por «babelias». Cambio de generación y espíritus aliviados: frente al ladrillo posmarxista, ingenio pseudocultural. ¿Y las «conquistas» sociales? Es posible que los socialistas prolonguen a su conveniencia la crisis artificial con la Iglesia. Es una suerte encontrar al enemigo oportuno a la hora que más te conviene. Sobre todo, si no aparece otro Bush para dar aliento al progresismo infatigable. Por cierto, ¿qué hay de la política exterior? Pronóstico sencillo. Lo mismo que ahora. Alianza supraplanetaria, puestos a variar. Ni poco ni mucho: o sea, nada.
Si al lector le seduce este panorama, ya sabe a quién votar el 9-M. Excluyamos los extremos. No hace falta imaginar el gran cataclismo. A la inversa, está prohíbido soñar con un cambio de rumbo, a base de grandeza de espíritu y pactos de Estado. Tendremos ración doble de lo mismo. La historia universal premia unas veces a los héroes y otras a los mediocres, mezcla la excelencia con la vulgaridad, entusiasma tanto como irrita. España no se rompe: es una realidad mucho más sólida de lo que algunos quisieran. Sin embargo, si se cumple la hipótesis Zapatero esta sociedad habrá ofrecido la medida de su dimensión auténtica. En tal caso, convendría asimilar la verdad cuanto antes. Para recetar un tratamiento, es imprencindible un buen diagnóstico. Quizá no sea cáncer,pero seguro que es más grave que una simple gripe. Por cierto, ¿dónde queda la hipótesis Rajoy? Habrá que pensar despacio. Ya lo veremos otro día.
Benigno Pendás, Profesor de Historia de las Ideas Políticas
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