Hay algo que difícilmente va a cambiar ya en el estado anímico de los españoles y en el escenario político, social y cultural de España en años, sea cual sea el resultado de las elecciones del 9 de marzo. Se equivocan quienes creen que la polarización política, la destrucción del tejido social y de la voluntad de convivencia impuesta a la legislatura se revelará como fenómeno pasajero. El radicalismo sectario y la voluntad excluyente no son la «enfermedad infantil del zapaterismo» (Lenin pixit-dixit) sino la esencia de un proyecto político aglutinado en torno a una persona, rodeado por una guardia pretoriana intelectual encanallada, una sofisticada y abrumadora maquinaria de intoxicación y una soldadesca política que busca la eliminación de todo disenso, crítica y oposición. Aunque Zapatero tuviera un arrebato de decencia para dimitir o su partido para inhabilitarlo, mucho tardará en recomponer el (aún) ciudadano español, la voluntad de convivencia y respeto que existía antes de que Z nos lanzara hacia «las ansias infinitas de paz».
Esta última semana demuestra que la deriva en la que nos embarcó un presidente del Gobierno llegado de la nada con el único bagaje del odio a su antecesor y su mensaje redentorista, nos ha llevado a una situación de difícil retorno. La proclamación oficial de la existencia de un enemigo interno en el sistema democrático se produjo muy pronto en la legislatura cuando Zapatero se identificó plenamente con un bando de la guerra civil y proclamó su voluntad de llevarlo, 70 años después, a la victoria. Para imponer así su intrínseca bondad. Quienes se opusieran se situaban con el mal y eran enemigos a batir y humillar.
Pronto es para hacer balance de tanta desgracia. La catarata de insultos, descalificaciones e insidias, las manipulaciones y tergiversaciones de las palabras críticas hacia el poder la única oposición parlamentaria del PP, la Asociación de Víctimas del Terrorismo, movimientos cívicos y ahora la Iglesia Católica y la infinita sumisión de la inmensa mayoría de los medios de comunicación al dictado de un líder tan despreciado como temido que muchos se resignan o desean ver ya como fundador de un nuevo régimen, han creado ya en España una situación de democracia anómala. Nada tiene que ver con la legítima y leal competencia entre opciones políticas, diversas y adversarias, pero con vocación de buscar el bien común de toda la sociedad.La voluntad de Zapatero de consolidar un nuevo régimen que nada tiene que ver con letra y espíritu de nuestra constitución, -con una victoria en las urnas que considerarán un plebiscito a favor de toda su política-, se traduce en su política sistemática de quebrar la voluntad de los discrepantes, acallar toda voz crítica y amenazar a disidentes potenciales.
A pocos parece importar que voceros del régimen, desde ministras a columnistas llamen al frentepopulismo con independentistas y socios de ETA a la ofensiva común para la liquidación de la oposición en Cataluña o a la sedación de opositores (curioso resulta que un periódico publique el deseo de una escribidora de ver muerta a una líder de la oposición y la envíe a la sala de urgencias con el doctor Montes. Grave lapsus freudiano de la indigente intelectual. Su periódico no lo percibió, habituado como está al olor de su sentina. Montes debería querellarse contra Torres por sugerir que es Mengele).
Miedo
Este nuevo «Kulturkampf» desatado por Zapatero, ante la temida posibilidad de que toda su tropa reclutada en la selección de los peores del PSOE se quede sin sueldo el 10 de marzo, nos lleva al enfrentamiento social. Aquí no hablamos del Estado laico que Bismarck defendió en su día. Se trata de la persecución de la oposición y por tanto de una voluntad totalitaria cada vez más agresiva. La Iglesia debe callar ante la amenaza de linchamiento. Eso sí, la SGAE tiene franquicia fanariota con el canon. La oposición no debe oponerse ni a la mentira del presidente respecto a las negociaciones con ETA -que ningún jefe de Gobierno europeo habría sobrevivido políticamente-, ni a la coordinación de políticas con la banda terrorista, ni a la ocultación de datos sobre economía. «Nadie se oponga porque no lo vamos a tolerar». Sería recomendable que todos los españoles empezaran a tener miedo.
Hermann Tertsch
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