quarta-feira, 20 de fevereiro de 2008

La despedida del dictador

Después de 49 años ininterrumpidos en el poder, el dictador cubano Fidel Castro anunció ayer lo que millones de cubanos de dentro y fuera de la isla han estado esperando, en muchos casos durante toda su vida. Sin embargo, su decisión de abandonar formalmente sus cargos -que por motivos de salud no ejercía desde hace dieciocho meses- no representa por desgracia un cambio mayor en el funcionamiento de las instituciones cubanas, sino que, más sencillamente, lo que era provisional se convierte en definitivo. En estas circunstancias, la necesidad de designar a una figura que ocupe los puestos que Fidel Castro deja vacantes será la ocasión más significativa desde 1959 para que se produzcan cambios en la dirección política del país, aunque, hay que constatar que todavía no existen indicios de que tales cambios vayan a producirse, ni siquiera de que los que se lleven a cabo vayan a tener efectos esenciales para la sociedad de la Isla.

Lamentablemente, desde que se anunció la enfermedad del dictador, la experiencia ha demostrado que para lo único que se prepara el régimen es para resistir. Hasta ahora, Fidel Castro, convaleciente, guiaba desde la sombra la toma de decisiones estratégicas en todos los aspectos y supervisaba los posibles efectos de la tímida campaña de discusiones superficiales sobre la situación económica en la isla. En estos meses, no se ha pasado de cierta tolerancia ante algunas manifestaciones de descontento realizadas en voz alta, mientras que la decepción y la crítica a la dictadura siguen siendo expresadas en voz baja, cuando no en silencio, y al abrigo del oído de los mecanismos de seguridad del régimen.

Aunque por razones evidentes Fidel Castro no lo reconozca expresamente, su carta de renuncia es, más que una dimisión, una despedida formal y el reconocimiento de lo irreversible de su situación personal. Castro es muy inteligente y sabe pertinentemente que está viviendo las últimas horas de su vida, pero también es lo bastante soberbio como para seguir intentando controlar todo lo que suceda en Cuba hasta el último momento. Cuando hace unos años se rompió una rodilla en una aparatosa caída, no quiso que se le anestesiara para poder asistir conscientemente a la operación quirúrgica -naturalmente, para dar órdenes a los cirujanos- y ahora, si fuera posible, quisiera presidir y organizar su propio funeral.

Cuba necesita cuanto antes una transformación hacia la libertad. Las reacciones en todo el mundo democrático han sido unánimes en cuanto a la necesidad de que cualquier cambio debería significar el comienzo de una verdadera transición. La más que probable confirmación de su hermano Raúl como sucesor a la cabeza de los principales órganos del poder en la isla no será un gesto aceptable si no va acompañado de reformas en las características esenciales de la dictadura que beneficien expresamente a la libertad de los cubanos para hablar, elegir a sus dirigentes, viajar o volver a su patria. En estas circunstancias, el principal objetivo de los gobiernos de la Unión Europea, y de España en particular, debería ser impedir que los cubanos sigan siendo privados de sus derechos básicos, dejando bien claro que el tiempo del régimen autoritario, aunque con varias décadas de retraso, ha terminado ya.

Nadie puede olvidar que Fidel Castro sigue siendo un dictador que se va cuando él quiere, un tirano que ni siquiera acepta que en este momento crucial sean los ciudadanos los que decidan: es él mismo quien les ordena que no le elijan. Tal vez quiera diferenciarse de otros tantos dictadores a los que la muerte les ha sorprendido aferrándose obscenamente al poder y pretenda pasar a la historia como un apacible columnista del «Granma» mientras los cubanos se van acostumbrando poco a poco a su ausencia, para aceptar así la continuidad de un régimen castrista sin Castro como algo irremediable. Esto no es, ni mucho menos, la eutanasia política de Fidel: sencillamente parece su última estratagema para intentar retrasar, aunque sea durante unos cuantos meses, la inevitable llegada de la democracia a Cuba.

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