Fidel Castro ha decidido morirse como ex presidente. No puede más con sus enfermedades. Después de medio siglo vestido de verde oliva, disfrazado de guerrillero heroico, es muy difícil gobernar a un país en chándal, sentado en una mecedora y con un ano contra natura. Sabe que sufre un proceso de creciente desnutrición, consecuencia de sus graves afecciones intestinales, que lo irá secando poco a poco hasta matarlo. Por eso, finalmente, ha aceptado pasarle la batuta a su hermano Raúl. El balance de estos cincuenta años es pavoroso. No hay forma humana de que la historia lo absuelva. Lo impiden dos millones de exiliados, miles de presos políticos —de los que casi 300 todavía quedan entre rejas—, millares de fusilamientos, la ausencia absoluta de libertades, las familias destrozadas, y el mayor fracaso material que registra la historia de las dictaduras latinoamericanas. Casi todas esas largas tiranías —el paraguayo Stroessner, el nicaragüense Somoza, el dominicano Trujillo— fueron corruptas y atormentaron cruelmente a la sociedad, pero dejaron países más ricos y mejor equipados que los que encontraron en sus comienzos.
En Cuba ha sido diferente. Como consecuencia del torpe gobierno de Fidel Castro, un hombre patológicamente caprichoso, unido al disparatado sistema comunista impuesto al país, responsable de la improductividad casi asombrosa de la Isla, los cinco elementos fundamentales que miden la calidad de vida de la sociedad se han agravado terriblemente: la alimentación, la vivienda, el vestido, el transporte, y las comunicaciones. Más allá de la ideología, la vida cotidiana en Cuba es una pesadilla de incomodidades y carencias, como puede comprobar cualquier viajero que abandone su hotel de lujo y se atreva a penetrar en un típico hogar cubano. Por eso la gente se echa al mar a bordo de cualquier cosa que parezca flotar.
¿No ha ocurrido nada bueno en ese periodo? Sí: el país dispone de ochocientos mil profesionales, entre ellos 65.000 buenos médicos, para una población de once millones de habitantes. Pero ese dato, lejos de eximir de culpas a Fidel Castro, lo incrimina severamente. Sólo un gobernante minuciosamente incompetente puede mantener en la pobreza a una sociedad que cuenta con semejante capital humano. Más aún: son precisamente esos cubanos educados quienes con mayor dureza juzgan la labor del gobierno. Ellos saben que en todos los rincones del planeta los profesionales forman parte de los niveles sociales medios, y viven con cierto grado de legítimo confort. Ellos no están seguros de haberse convertido en ingenieros o pediatras gracias a la revolución, pero sí de que por culpa de ella viven miserablemente y sin esperanzas.
Creo que el general Raúl Castro comparte este diagnóstico y desea mejorar sustancialmente la vida de los cubanos. No porque sea mejor que Fidel, sino porque es totalmente diferente. Raúl no tiene, como Fidel, una visión ideológica de los problemas sociales, sino práctica. Antes de los veinte años, tras un corto viaje de turismo revolucionario a Europa del Este, se hizo comunista por admiración ingenua a la URSS, pero no por haber leído los textos de la secta. Pero esa poca densidad teórica, paradójicamente, lo hace más humano. Raúl está más cerca del gerente que del apóstol, del administrador que del comisario. Desde 1959 dirige las Fuerzas Armadas, institución que, dentro del caos general que padece el país, funciona razonablemente bien. Raúl Castro, en efecto, va a emprender una cautelosa reforma económica. Hasta ahora, su hermano se la había bloqueado totalmente, pero es posible que, al renunciar a la presidencia, Fidel esté dispuesto a admitir esos cambios. ¿Cuáles serán? Primero, más espacio para los trabajadores por cuenta propia y el surgimiento de pequeñas empresas privadas familiares que brinden los servicios que el Estado no puede proporcionar. Segundo, autorización para que las personas puedan vender o comprar libremente las viviendas y los autos. Tercero, autorizar la salida y entrada del país a los cubanos, incluidos los deportistas. ¿Qué sentido tiene castigar a un jugador de béisbol por querer ganar diez millones de dólares al año en Estados Unidos en lugar de los 300 pesos mensuales que le paga el Gobierno cubano?
No hay prevista una reforma política en dirección de la democracia, pero sí la excarcelación progresiva de los presos de conciencia y una mayor tolerancia a la disidencia interna, acompañada de un clima más abierto dentro del partido comunista, con el objeto de que los camaradas puedan examinar mejor los infinitos problemas que aquejan al país sin sufrir persecución por ello. Es probable, también, que Raúl cancele los «actos de repudio» —violentos pogromos contra los demócratas de la oposición—, y renuncie al clima de permanente confrontación internacional ensayado por su hermano desde el primer día de Gobierno. Sus dos grandes y secretos objetivos son hacer la paz con Estados Unidos y lograr que la economía de la Isla sea autosuficiente.
¿Por qué? Raúl, que tiene 76 años, sabe que no le queda mucho tiempo para lograr revitalizar la economía y fortalecer la institucionalidad, destrozada por el peso de Fidel, para dotar al país de una manera legítima de transmitir la autoridad cuando él también falte de la escena. El último regalo envenenado que le había dejado Fidel era el liderazgo postizo de Hugo Chávez, unido a la sugerencia de la unión entre las dos naciones, pero la derrota sufrida por el venezolano en el referéndum del pasado diciembre puso de manifiesto la precariedad y el descrédito de la revolución bolivariana, un engendro político aún más débil que la dictadura cubana. Raúl no ignora que colocar el destino de Cuba en manos de Chávez, como deseaba Fidel, más que una estupidez, sería una irresponsabilidad suicida. ¿Qué hará Fidel Castro desde hoy hasta que muera o esté totalmente incapacitado? Seguramente, respaldará a los llamados talibanes —el sector más estalinista—, y ejercerá de francotirador, saboteando las reformas con sus comentarios periodísticos, convencido de que la humanidad espera con ilusión sus expresiones de excelsa sabiduría para comprender la realidad. Así son los narcisistas, incluso con un pie en la tumba. Como se ha dicho tantas veces: genio y figura hasta la sepultura.
Carlos Alberto Montaner
www.abc.es
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