quarta-feira, 20 de fevereiro de 2008

Fidel: el turno de los mortales

El primer efecto de la noticia es que va a amortiguar la de su muerte. Ya no va a ser lo mismo nunca, en ningún sentido. Otro gobierno en otras circunstancias estará actuando en el país cuando finalmente -cualquiera que sea la fecha en que esto ocurra-, se informe del fallecimiento de Fidel Castro. Ahora consideremos los hechos inmediatos. El primero es que, una vez más, enfermo, muy gravemente enfermo, sin su viejo uniforme de combate, despojado de sus vistosas charreteras de Comandante en Jefe, y lastimosamente ataviado con un mono deportivo que no pega en su situación de salud, él está aún en plena capacidad de sorprendernos. Una vez más. Si no revisen las primeras planas y las pantallas de sus ordenadores. Su renuncia acaba de ponerles los pelos de punta a todos los servicios de prensa del mundo. Paradójicamente la última vez que anunció la renuncia a sus cargos fue en la edición del 17 de julio de 1959 del periódico Revolución. El propio Fidel escogió en los talleres del periódico los tipos más grandes para anunciar, apenas con seis meses en el poder, que la presidencia de Manuel Urrutia le hacía imposible su gestión como Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. En realidad, era una estratagema para sacudirse de toda la retranca aún pálidamente contrarrevolucionaria que minaba su estructura. Es decir, en aquella fecha renunció pero para dar inicio a una revolución. El anuncio de hoy tristemente tiene todas las resonancias de que es para terminarla. El presidente ahora es él mismo, y debe dar paso a un nuevo equipo de gobierno, que de seguro en el área política se dirigirá hacia aguas de moderación y con los radares en barridos de alerta permanente ante cualquier amago de galerna. Es como la luz de una lámpara que discreta, furtivamente debe ser apagada.

La Habana duerme en el momento que esto escribo (5 de la mañana en la zona horaria; 11 en Madrid). Se despertarán con la noticia. También duerme Miami, donde me encuentro. Me imagino que dentro de poco comenzará la charanga frente al restaurante Versalles de la famosa calle 8 de esta ciudad, a la vista, a tres cuadras, desde mi apartamento en un piso 15. Los caníbales con su baile. Aunque uno nunca sepa bien qué diablos celebran. Al menos habrá que ver lo que van a hacer con las maletas. Porque ese vuelo todavía no existe.

Esto quiere decir que no va a producirse una crisis de poder en el futuro inmediato, nada de sublevaciones callejeras ni de cadáveres de comunistas colgados de las farolas, y es el segundo y más relevante de los asuntos inmediatos. El país, entero, completo, sin fisuras, está bajo control. Llevan más de un año trabajando el terreno, y las noticias que se han filtrado recientemente sobre el recrudecimiento de la represión indican que el Gobierno y su policía política se preparaban desde hace semanas para la noticia de esta madrugada. El puño de hierro suele tomarse la delantera en Cuba. Aparte de que, como sabemos, Fidel se alejó del poder desde que se creyó en brazos de la muerte a fines de julio del 2006 y cedió sus cargos a Raúl y otros de sus compañeros. Así que estamos ante una formalidad. La sustancia en realidad ocurrió antes. Por lo menos en su forma inicial. Y yo creo que Raúl, hasta ahora, la ha estado aprovechando. Y quizá sea pertinente explicarles cómo es que esa represión se produce. Es casuística, minuciosamente casuística. Van casa por casa y tocan justamente en las puertas designadas y hablan con toda claridad con el ciudadano que debe ser advertido. El mensaje es rústico, elemental si se quiere, pero de una enorme efectividad. No se te ocurra un invento, porque te la cortamos. Mira el hacha.

Sabiendo como él sabe que toda la poderosa mística de la Revolución Cubana acaba de extinguirse esta misma mañana, Raúl Castro se enfrenta ahora no solo a su prueba de fuego personal sino a la posibilidad cierta de que todo se le vaya de las manos en un santiamén. Cabalga en el lomo del tigre y es de desear que tenga las cuatro patas bien amarradas. Y ustedes, por favor, déjense de tonterías y de retórica, que tal es el requerimiento de Cuba hoy por la mañana. Tranquilos. Miren el hacha.

La pregunta inevitable es si la Revolución desaparecerá bajo las reformas de Raúl Castro y su grupo. Acaso la biología impostergable, la muerte del principal combatiente cubano, será el episodio final de aquella historia que llenó la imaginación (y no pocas veces también atizó el encono) de millones de personas en todos los rincones del planeta. La única señal actual desde Cuba de que Raúl Castro y sus allegados quieren conservar la Revolución (que puede ser una forma de describir el poder que Fidel les lega) es ese aumento de la represión. Al menos que tengan miedo por sus propias vidas, puede resultar una fórmula políticamente correcta en las actuales circunstancias. Los obliga a ser cautelosos, a la vez que magnánimos, y los veremos calibrar todas sus acciones. Dentro de la isla hacen llamados a la cordura a cualquiera que se quiera pasar de rosca o los agitadores en potencia, pero el sábado soltaron a siete disidentes presos y por primera vez en la historia dejaron que un avión militar español recogiera a cuatro de ellos en La Habana, todo para beneplácito de España y de la Unión Europea. Y pueden estar seguros que la libertad de los restantes no es muy lejana.

Entonces, pues, tienen que meterle mano a la economía. Ese es el más peligroso -y el único fortificable- de los flancos expuestos al enemigo. Todo lo que hay en este momento de debilidad en el régimen se llama precariedad económica. Desde luego que esa era la Revolución de Fidel Castro, una en la que se desayunaba, almorzaba y cenaba ideología. Y desde luego que en ese sentido nunca más la Revolución será igual, no solo porque Fidel era el único que podía hacerlo de ese modo, sino porque de seguirlos estos, en su reemplazo, tienen la insurrección garantizada. Tal el otro flanco, el que ya está perdido irremediablemente, el de Fidel y su mística, Fidel y su afán de gloria (del que sabía contagiarnos tan bien), y sus ejércitos y sus equipos de pelota y sus paseos triunfales por el universo y el humo de sus grandes habanos expelidos como cachetadas en las narices de 10 presidentes norteamericanos. Estará en su cama de caudillo consejero, prudente y sabio -como él mismo se anuncia («Tal vez mi voz se escuche. Seré cuidadoso»), pero ¿de qué leño se afincará el fuego?

Fidel tiene que sentirse muy mal. Esas tripas de cristal lo han traicionado y de paso les han hecho una pesada jugarreta a sabe Dios cuántos miles o millones de cubanos que aún querían que aguantara. En todas las llamadas que recibo se reitera una declaración: la impresión que les causa saber que Fidel Castro ya no es el Comandante en Jefe. Creo entenderlo. Es el cambio de intensidad de radiación que demarca la diferencia entre la épica y la vida cotidiana. Fidel Castro sucumbe ante su última tentación. No morirá con las botas puestas. Va a hacerlo con unas zapatillas deportivas Adidas.

Por último, en su beneficio, aceptemos que solo su grave estado de salud explica la decisión. No nos precipitemos en la despedida, no obstante. Le quedaría una última batalla, la posibilidad cierta de una última victoria. Que consiga -aún en su lecho de enfermo-estabilizar un proceso de transición y que las cosas sean ordenadas y fluidas. Muy extraño lo que está en juego: no son precisamente sus ideas desbordadas y la pasión sin límites que las impulsaba, sino las estructuras de Gobierno, ese andamiaje frío y finalmente burocrático contra el cual se rebeló tantas veces en estos años y al que veía con desconfianza y tan asfixiante como una camisa de fuerza, pese a pertenecerle, pese a ser su hechura.

¿Qué tiempo de vida le queda? ¿Tendrá tiempo para otra sorpresa? Cualquiera que sea la lectura que nos depare el futuro, más allá o más acá, la responsabilidad de Raúl Castro y los otros substitutos es protegerlo de la visión apocalíptica del desastre.

Norberto Fuentes, escritor.

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