La táctica preferida por el PSOE durante estos cuatro años para evitar tener que contestar a las críticas del PP ha sido la de acusarlos de "crispar" por el mero hecho de oponerse a las propuestas socialistas, para después pasar a insultarlos. El último caso, que bien cerca tenemos, ha sido el de calificar de "xenófobo" a Rajoy por una reforma sobre inmigración que se negaron a debatir, no fuera que sus votantes tradicionales se enteraran de lo poco que se preocupa por sus problemas la izquierda chic que nos gobierna.
Durante toda la legislatura, tanto el Gobierno como sus terminales mediáticas se han dedicado a propagar el bulo de que era el PP, y no sus políticas, las que crispaban a la sociedad. El truco consistía en crear el problema para luego presentarse como quien iba a resolverlo. Veamos, a modo de ejemplo, el matrimonio homosexual. Estando la sociedad española de acuerdo en una unión civil que pudiera acceder a los beneficios legales del matrimonio, pero sin tener ese nombre, Zapatero se empeñó en dar un paso más, un paso que provocaba división y enfrentamiento entre los españoles. Luego, a las protestas las llamaron crispación; la culpa del incendio, del PP. La solución, claro está, Zapatero.
El desliz de Cuatro enviando a los demás medios esa conversación informal entre Gabilondo y el presidente acabará definitivamente con esa táctica, si en el PP no hacen el tonto e imitan el ejemplo de Esperanza Aguirre ayer frente a la astracanada de IU. Es más, servirá para anular buena parte de los movimientos de la izquierda. Bastará con que los populares se limiten a recordar cada vez que los socialistas intenten incendiar la vida política española que están elevando la tensión del debate público y que sus protestas no son más que pura dramatización, todo ello por motivos electoralistas.
Así pues, resultan especialmente ridículos los patéticos intentos del periodista Iñaki Gabilondo por intentar rebajar la importancia de su "fallo de mal anfitrión". Las "pequeñas tácticas de campaña" llevan siendo el argumento único del PSOE desde que Zapatero llegó al poder: crispar para asegurar que el contrario crispa, evitándose la incómoda tarea de confrontar ideas y argumentos.
Pero, con todo, no deja de resultar espeluznante el reconocimiento de Zapatero de que hay que elevar la tensión, radicalizar a la gente para que acuda a las urnas a votarle. Porque es el presidente del Gobierno, un cargo que se supone nos representa a todos, y ha demostrado que el bien del clima político y social español le importa bien poco. A él lo único que le importa es el poder y nada más que el poder; las consecuencias de los medios que utilice para conservarlo es lo de menos.
María San Gil se encontró esta misma semana con una de esas consecuencias, y el PSOE se negó a condenar la agresión que sufrió en el Parlamento gallego, y las Juventudes Socialistas culparon a la dirigente popular de ser la responsable de que la atacaran unos independentistas violentos, por "crispar", ya saben. Si la hubieran violado, la habrían acusado de tener la falta muy corta. Si la hubiera matado ETA, habrían dicho aquello de "algo habrá hecho". Porque el PP es siempre culpable, de crispar y de lo que se tercie. ¿Acaso no lo han acusado ya de no querer el fin de ETA por negarse a que España se rinda ante el terror?
Por más que su eficacia propagandística haya quedado bastante mermada, no podemos sino preguntarnos si no seguirán con la misma estrategia hasta el final. Por escrúpulos morales, evidentemente, no van a abandonarla. Así que es muy posible, como ha pronosticado Aznar, que "las próximas semanas van a ser muy duras". Cabe preguntarse incluso si no volverá a tener las mismas consecuencias que hace cuatro años, y veamos las sedes del PP asaltadas por los manifestantes del día de la mujer trabajadora, que se celebra, mire usted qué casualidad, el 8 de marzo, día de reflexión.
Editorial
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