Leo con sorpresa que el último libro de José Saramago causa gran escándalo por sus ataques a la divinidad y la religión. Sin duda, me digo, el Nobel portugués la ha tomado con Alá y el islam, toda vez que los únicos escándalos recientes a cuenta de asuntos religiosos están asociados a los ayatolás. Más que escándalo fue un conato de insurrección, organizado, lo que se armó en torno a las caricaturas de Mahoma publicadas en una revista danesa. Los responsables hubieron de pasar a la clandestinidad, amenazados de muerte, y los fanáticos de turno promovieron disturbios en varios países. Por no remontarnos a Los versos satánicos, que le valieron a Salman Rushdie una fatwa y años de vida errante, escondida y bajo protección policial.
Pero el proyecto Saramago ya no está para amenazas de muerte y demás funestas consecuencias que conlleva la transgresión de las reglas islamistas. En su nueva obra no arremete contra Alá ni su profeta, sino contra la Biblia y el Dios del Antiguo Testamento, que son un blanco contra el que se puede disparar (literariamente) sin correr ningún riesgo. Lo estupefaciente es que alguien pueda afirmar que tal cosa provoca escandalera. La crítica y la burla, la mofa y la befa de las religiones de raíz judeocristiana forman parte del paisaje. Nada hay más convencional ni menos heterodoxo. El único lugar donde esas pueriles travesuras aún excitan es en el patio de colegio del sedicente progresismo. Más en el español, que se precia últimamente de un tronado anticlericalismo. No se habrá visto nunca a gente no religiosa con mayor interés por la religión que entre nuestra feligresía laicista.
En las entrevistas que le están practicando en abundancia, el premio Nobel ha resumido la Biblia en términos de elevado intelectualismo. "La Biblia es matar, matar y matar", ha dicho. Pobre George Borrows, don Jorgito el Inglés, que vino a España a vender biblias en el XIX, ajeno al mal que nos traía. Claro que la síntesis antedicha se ajusta como un guante a los libros sagrados del estalinista Saramago. Las biblias comunistas, los textos que inspiraron y justificaron millones de crímenes. Aunque el programa máximo del escritor obedezca ahora a la prosaica utopía mercantil que prescribe: vender, vender y vender.
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